QUE EL FUEGO CONSUMA A MI ENEMIGO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes,
26.12.17
La ley de Memoria Histórica ha generado nuevas camadas
totalitarias
LAS Navidades y la Semana Santa son las fiestas clave del
cristianismo. Evocan el nacimiento del hijo de Dios hecho hombre para redimir a
la humanidad en la fe del perdón y la esperanza y su entrega en la Pasión y en
la victoria sobre la muerte en la Resurrección. Los enemigos del cristianismo,
sobre todo los enemigos de la civilización occidental, saben muy bien que esas
fechas son las mejores para atacar a la religión cristiana. Como ninguna
ideología y pese todas sus crisis y debilidades del siglo XX ha sabido resistir
a los ataques de los proyectos redentores ideológicos del nazismo y del
comunismo. El movimiento comunista siempre vio en el cristianismo su principal
rival y ha intentado exterminarlo o quebrarlo allá donde ha podido desde la
URSS a los campos de la muerte en Camboya y por supuesto en la España de la II
República que nació con la quema y destrucción de iglesias y conventos. Fue tan
inaudito el grado de vesania de los comunistas y anarquistas, tal su odio y
voluntad de destrucción en 1931, 1934 y 1936, que espantaron a un mundo curtido
en desgracias y horrores. Aquella apoteosis de odio y vileza arrolladora es aun
hoy objeto de estudio. Pero también es siniestra actualidad.
En la Nochebuena anteayer, los comunistas de Izquierda Unida
de Madrid publicaban en la red social Twitter un mensaje con el lema de «Merry
Christmas-Feliz Navidad» y la imagen de un árbol de Navidad en llamas. El
mensaje es claro. «Cristianos, contra vosotros volveremos con las llamas». IU
es un partido legal con representación parlamentaria que gobierna en muchos
ayuntamientos. Su mensaje, mezcla de aplauso al crimen y amenaza a los
cristianos, es muestra elocuente de la deriva de la izquierda española. El
revanchismo guerracivilista, convertido con la ley de Memoria Histórica en
política gubernamental por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero y
mantenido como tal de forma ignominiosa por Mariano Rajoy, ha blanqueado para
las nuevas generaciones las acciones criminales de las fuerzas llamadas
«antifascistas». Entre ellas, la quema de iglesias y los asesinatos de
religiosos con vocación de exterminio de todo el clero. Las falacias comunistas
hechas verdades oficiales convierten los pogromos anticristianos en actos
incontrolados de un pueblo justiciero. No habría culpa de las autoridades
republicanas pero no merecerían condena por ser expresión de la ira colectiva
por la opresión de la Iglesia en su alianza con los «poderes reaccionarios».
Esta reflexión no es un ejercicio académico sino la
constatación de una realidad que demanda una reacción. Porque con la
rehabilitación general de los asesinos del Frente Popular se multiplica el
peligro de una emulación. Unos tienen abuelos ejemplares y otros buscan ejemplo
de los abuelos milicianos de los demás. Pero a los jóvenes les dicen y ellos
creen que las sacas y asesinatos o incendios de iglesias eran actos
antifascistas dignos. Grupos de escolares menores de edad se manifiestan al
grito de que «la mejor iglesia es la que arde». «Quemar iglesias me parece una
barbaridad si no hay nadie dentro», dice un comunista uruguayo colaborador de
Pablo Iglesias y de la televisión La Sexta del Grupo Planeta. Ridiculizar las
Navidades ya es tan común como banalizarlas y se hace hasta en los medios
oficiales. La ofensa a los cristianos es gratis y aplaudida. Ayer, hasta Gaspar
Llamazares, exdirigente de IU lamentaba el mensaje de sus excamaradas. Pero
abunda y cunde el odio anticristiano como alimento para estas camadas de nuevos
redentores totalitarios. Que nos avisan que disfrutarán del fuego que consuma a
su enemigo, nosotros.
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