¡RUSIA ES CULPABLE!
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
28.01.18
Es moda echar a Moscú la culpa de todo lo que no gusta
SE ha puesto de moda echar a Rusia la culpa de todo mal.
Llega el «Rusia es culpable» ahora como caricatura. Ahí tienen al Partido
Demócrata y la izquierda norteamericana. Han decidido que su humillante derrota
ante Donald Trump es culpa del Kremlin y en ello seguirán mientras no
encuentren otra forma de intentar derribar a su odiado enemigo y presidente. En
Europa también pasa. Ahí tienen a Austria, donde las injerencias electorales de
la UE y Alemania son obscenas. Pues es Rusia, dicen. O a los que pretenden que
la crisis catalana es fruto de una intriga del Kremlin. O los que ven la mano
rusa en toda reacción contra de gestos despóticos de la Comisión Europea. O de
sus imposiciones ideológicas socialdemócratas, en favor de la fracasada y
peligrosa multiculturalidad. El Kremlin enreda. Pero no es culpable de todo lo
que no gusta a la UE o la prensa de izquierdas.
Moscú intenta influir. Gasta mucho dinero en agitación en
toda Europa y en pagar a grupos extremistas de todo pelaje. Putin intenta
aprovechar toda debilidad y fisura para dinamitar a una UE que promovió con
éxito sociedad abierta, mercado y libertad. Llegó a las fronteras de Rusia. El
éxito cuajó en el Báltico. Si cuajara en Ucrania sería la prueba de que es
posible en la hermana Rusia. Los propios rusos podrían cuestionar ese
mandamiento de que en Rusia las cosas hay que hacerlas como siempre. Con
arbitrariedad, brutalidad y sumisión. Tan falso es que la OTAN quiera invadir
Rusia como que la culpa de la crisis de la UE sea de Rusia.
No debe demonizarse a nadie por mucho que haya gobernado en
el Kremlin mucho demonio. Eso no es culpa de los rusos, siempre los mayores
pagadores en vidas rotas. Rusia no es un problema de comunismo aunque Putin
mantenga los mecanismos de control social propios del mismo. Rusia siempre
quiso ser respetada y solo ha sido temida. Con un pueblo en su día muy
religioso, siempre sentimental y maltratado, la dignidad nacional siempre fue
un consuelo. Paradójico, pero útil para el jefe. Ahí siguen las dos partes del
alma rusa, con su atracción y despecho a Europa.
Aunque en el interior la descomposición social y moral,
efecto de 70 años de destrucción de inteligencia, verdad y dignidad individual,
haya hecho estragos. Putin necesita límites claros. No los tuvo bajo Obama y
Occidente lo pagó caro. Trump que –se lo digo yo– no es un agente ruso, podría
marcar con éxito esos límites. Y el precio de violarlos. Harán más fácil una
convivencia que sirva también a Rusia para esa modernización que jamás llega al
ruso común. Putin no es nuestro amigo, por mucho que cierta derecha europea
tenga la terrible tentación de ensalzar a este autócrata por resolutivo. Pero Putin
no es causa de todo mal. Ni siquiera de todos los que quisiera.
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