TEUTONIA VERSUS KAKANIA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 23.01.18
Viena se alinea con Mitteleuropa frente a Berlín
LOS cocheros del Fiaker, de la tradicional calesa de Viena,
solían ser del barrio de Ottakring que cultiva un dialecto propio dentro de lo
que es el vienés, una críptica y sandunguera perversión de la lengua alemana.
El cochero negocia con el turista alemán en un diálogo en el que solo el
primero sabe qué se dice. Porque el vienés entiende al alemán, pero el alemán a
él solo lo que él quiera dejarle entender. El vienés siempre se cree más listo
que el alemán. Incluso cuando ha matado por ser parte de Alemania. Es un
sentimiento que compensa la incómoda sensación de tener un hermano demasiado
grande, demasiado fuerte y demasiado torpe. El listo no tiene raza pura sino
puro cruce como muestra la ensalada de nombres de la guía de teléfonos de
Viena.
Prueba de que son más espabilados, dicen, es que
convencieron al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austriaco. Cuando es
al revés. Es cierto que Beethoven nació en Bonn, pero hizo su carrera y su obra
fundamentalmente en Viena. Hitler nació en Braunau, cerca de Linz, pero en
Austria no fue más que un miserable suboficial y un vagabundo. Tuvo que irse a
la marcial y estirada Teutonia a lograr un terrible triunfo que nunca había
tenido en la relajada y descreída Kakania. Eso sí, cuando triunfó en casa del
vecino grande y rico, Austria recibió al hijo despreciado con entusiasmo digno
de mejor causa.
Kakania puede ser algo pretenciosa. Y no dan ningún miedo.
Pero cuando Teutonia se pone soberbia se asustan hasta las piedras. Los
austriacos nunca se han tomado ellos en serio, ni cuando eran un gran imperio
desde Silesia a Dalmacia y Lombardía. Los alemanes se toman tan en serio que
obligan a los demás a hacerlo. Y Teutonia vuelve a estar arrogante. En otoño
del 2015, su canciller violó todas las leyes y convenciones habidas y firmadas
y abrió, porque sí, sus fronteras a todos los extranjeros de fuera de Europa.
Lo hizo al grito de «Wir schaffen es», con énfasis en el Wir. «Nosotros lo
conseguimos». Es la versión laica del «Gott mit uns» de las hebillas con las
que se quiso conquistar el mundo. O del «Deutschland über Alles», como rezaba
una estrofa el himno que se tachó para fingir modestia después de que su
soberbia fabricara un infierno.
Ahora Alemania vuelve a ser la patria de los que se creen
los más buenos, ergo: los mejores. Buenismo de la izquierda global con
idealismo alemán es una combinación terriblemente indigesta. Vuelven a querer
salvar el mundo y creen que deben obligar a todos a participar en tan gran
obra. «Am deutschen Wesen soll die Welt genesen» significa ni «La esencia
alemana ha de sanar al mundo». El romanticismo alemán está lleno de esas
ocurrencias. Así, Berlín ahora regaña a Polonia y a Hungría, a Eslovaquia y a
Chequia porque no quieren ayudar a acoger a todos los refugiados del mundo que
Merkel, sin consultar a nadie, invitó a venir. Alemania se enfada. No, no va a
invadir otra vez estos países, pero sí amenaza con castigarlos porque no
quieren llenar sus ciudades de musulmanes. En esta situación fue Sebastian Kurz
el jovencísimo nuevo canciller de Kakania a visitar Teutonia. Políticos y
medios teutones lo recibieron con ataques a su gobierno de derechas de ÖVP y
FPÖ. Kurz, como un cochero de Fiaker, les explicó en perfecto alto alemán por
qué Austria comprende tan bien a Polonia y Hungría, Chequia y Eslovaquia.
Porque Kakania es modesta y el corazón de Mitteleuropa. Sabe que esa
inmigración sin medida ni pausa destruirá convivencia y democracia. Kurz
triunfó en Berlín y cada vez más teutones son forofos de Kakania.
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