TRES NIÑOS Y UNA RADIO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
21.01.18
El instante más oscuro o la dura lucha por la integridad
EN la madrugada del 25 de enero de 1965 tres niños entre los
nueve y los cinco años estaban de pie casi formados frente a su padre en un
salón en la planta baja de una casa en la calle Maestro Lasalle de Chamartín en
Madrid. En pijama con sus batas, confusos y somnolientos, no habían entendido
por qué su padre los despertaba en medio de la noche como nunca había hecho
antes y les pedía que bajaran al salón. Una vez allí, los tres en fila,
ordenados por edad, junto a un gran aparato de radio de caja de madera bajo las
escaleras, vieron a su madre, en bata y sentada en un sillón, que observaba la
escena en silencio. Insólita era la imagen del padre. Porque estaba allí de
pie, firme y llorando. De la radio surgía, entre el crepitar de las
interferencias en la recepción de la onda corta, una voz profunda que relataba
momentos especiales del siglo XX. Hablaba en inglés. Era la «BeeB», la BBC.
Hablaba de las guerras mundiales, de los del parlamento de Westminster, del Rey
Jorge VI, de la Reina Isabel II y del Nobel. Instantes de la vida de un hombre
muerto unas horas antes en Londres; era una larga necrológica de Winston
Churchill.
Allí estábamos los niños sin entender mucho más allá que el
hecho incuestionable que había muerto alguien muy importante en Londres por
quien nuestro padre sentía un afecto que no le conocíamos por nadie más. Porque
es la primera vez que le veíamos llorar. Para mí ha sido de los recuerdos de la
infancia imperecederos. Desde entonces siempre supe que aquel hombre al que mi
padre había otorgado desde la lejanía de Madrid e intimidad de su casa aquel
emocionado homenaje tenía un especial significado. La figura de Churchill ha
sido, tal como quiso mi padre ya desde aquel día, un punto de referencia y de
reverencia para mí. Mucho hablaríamos de Churchill hasta su muerte.
Todo viene a cuento porque fui a ver la película de «El
instante más oscuro» y me emocioné con ella en los momentos de derrota del
Churchill solo y abandonado, despreciado y temido a un tiempo. En los instantes
en que parece tener la tentación de ceder a las presiones de Chamberlain y
Halifax y de convertirse en uno como ellos. No sé qué fidelidad histórica hay
en la visita decisiva del Rey Jorge VI a un Churchill en pleno infierno de
dudas en su casa. Cuando le dice que cuente con él para rechazar la negociación
con el monstruo y anunciar la guerra para combatirlo. Recordé a mi padre y sus
relatos sobre el fracaso moral terrible de cobardía e indolencia en la que
cayeron las elites alemanas y austriacas. Él entre ellos. Y las elites inglesas
y las continentales. Y el presidente norteamericano que le negó todo a
Churchill en esos días oscuros. Recordarlo es el mejor antídoto contra la
tentación de claudicar ante el matonismo y la barbarie, acomodarse al poder
injusto o callar por conveniencia.
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