MEMORIA DE LOYOLA
Por
HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 23.02.18
Los españoles demandan líderes con convicciones y lealtad a
la nación
ESTÁN pasando cosas que no pasaban. Nuestras miserias y
cuitas son viejas conocidas. Nuestros problemas, desde el despilfarro
autonómico al fracaso educativo, son frutos de derivas largo tiempo permitidas
cuando no fomentadas por gobiernos y sociedad. Incluso el más dramático que es
el golpe de Estado que España ha sufrido en Cataluña, perpetrado por un
separatismo que secuestró las instituciones, no pudo ser para nadie una
sorpresa. Las amenazas eran continuas. Era fácil de prever la deslealtad hasta
la alta traición que se preparaba en la Generalitat en Cataluña, desde las
consejerías a las comisarías de los Mozos.
Esas cosas venían pasando. Las que no pasaban son las buenas
que ya pasan. Son muchas, pese al caos y la debilidad y confusión de gobierno y
de oposición. Comenzaron por un discurso del Rey de España en el que la
dignidad del Estado y de la Nación fue única protagonista. Fuera quedó el
recurso al apaciguamiento y la eterna sordina a los valores de unidad, lealtad
y firmeza. Surgieron las banderas nacionales en las fachadas de toda España. Y
aunque a los políticos les gustaría que se quitaran, ahí siguen. Hace días,
media España gozaba con emoción de las imágenes virales en las redes de un
público en el Teatro de la Zarzuela que estallaba en vítores y aplausos tras
escuchar a Marta Sánchez cantar el himno nacional. La profesora malagueña
Elvira Roca Barea, con casi treinta ediciones de su libro «Imperiofobia y la
leyenda negra», artífice de un vuelco a la percepción pública de la historia de
España que solo algunos mezquinos historiadores lamentan, ha sido premiada con
la Medalla de Andalucía. La presidenta socialista Susana Díaz premia a una
autora que simboliza la rebelión contra la hispanofobia, contra la leyenda
negra que siempre ha sido fomentada por la izquierda española. Susana Díaz ya
oye el rumor de la ola.
El miércoles, un repleto auditorio en el Congreso de los
Diputados asistía a la presentación de una biografía de Loyola de Palacio,
fundadora de NNGG, ministra de Agricultura, vicepresidenta de la Comisión
Europea y uno de los líderes de mayor carisma y proyección del PP. Once años
después de que un fulminante cáncer acabara con inmenso animal político e
indoblegable mujer batalladora por los valores fundamentales de la derecha
democrática española. Loyola, se dijo y escribió cuando era enterrada en el
pueblo guipuzcoano de Deva, tenía todo aquello que iba a escasear más en la
política española: convicciones, coraje para defenderlas y un inmenso espíritu
de servicio por amor a los españoles y a España. La biografía, escrita por
Emilio Sáenz Francés y publicada por el Congreso hace un magnifico relato de la
trayectoria de esta vasca española de vitalidad arrolladora que era la
antítesis de los políticos/funcionarios que gestionan la política como
administradores egoístas de un vulgar negocio ajeno. Los españoles están hartos
de cínicos y calculadores.
Precisamente porque carecen de esas cualidades de Loyola, el
músculo moral y la emoción que solo da la lucha por las propias convicciones,
la mayoría de los políticos no entiende lo que pasa. Ella estaría luchando
porque su partido, el PP, asumiera el liderazgo de esa ola que va a cambiar
España profundamente y probablemente acabe con gran parte de la clase política
actual. Que por eso intenta desesperadamente desactivarla. Loyola, dijo su
hermana, la también exministra, Ana Palacio, habría estado entusiasmada con el
discurso del Rey y habría enarbolado en Barcelona como en Bilbao la bandera
nacional por una España de todos libres e iguales. Loyola vuelve a estar
presente porque su ejemplo como política definida por su patriotismo vuelve a
estar de rabiosa actualidad. Porque es trágicamente necesario.
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