CATALÁ Y OTRAS DIMISIONES
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 01.05.18
Participan en el linchamiento a los jueces para que no los
llamen fachas
NO sé si cuando lean estas líneas habrá dimitido ya el
ministro de Justicia, Rafael Catalá. Si no lo ha hecho, se le estará haciendo
tarde. Con una sola frase –«Todos saben que este juez tiene algún problema
singular»–, el ministro ha puesto de acuerdo en que tiene que irse con su
música a otra parte a las siete asociaciones de jueces y a todos los españoles
que aún tienen un mínimo de respeto por las formas. Si se permite que siga en
su cargo un ministro que envía al loquero a un juez porque no le gusta su
sentencia, no solo demostramos hábitos propios del régimen de Mobutu. Es que
estamos engrasando vagones para que futuros ministros, con más rancia
ideología, nos manden a trabajar a las canteras a todos los que les disgustemos
como el juez Ricardo Rodríguez disgusta a Catalá. Por eso se tiene que ir
Catalá. Como se tenía que haber ido ya Cristóbal Montoro por sus afirmaciones
falsarias que también dañan a los jueces, pero ante todo a España. Y por tantas
omisiones en la lucha contra los auténticos enemigos del Estado, tratados con
una deferencia que nunca hay para los millones de contribuyentes honrados.
Aunque para ser coherentes habría que pedir que fuera
Mariano Rajoy quien encabezara el mutis general de este gabinete, después del
espectáculo dado con estos Presupuestos, uno de los peores insultos a la
inteligencia de los españoles en muchos años. Después de jurar y perjurar que
España se tambalearía y correría grave peligro si se vinculaban las pensiones
al IPC, bastó que fuera condición de los cinco votos que pueden prolongarle la
vida política y la legislatura para mantener lo contrario. No le importó la cruda
evidencia del engaño. Al decir que era imposible o al sostener que es
perfectamente asumible. Por no hablar de las concesiones políticas con un
previsible fin de la aplicación del artículo 155 en Cataluña cuando más falta
hace ante la provocación permanente de la rebelión separatista y golpista. O de
la desgarradora certeza, cimentada por el PNV y su entorno, de que el
presidente ha asumido compromisos que llevarán a medio plazo a los presos
terroristas a pasearse por el País Vasco sin cumplir las penas por sus
crímenes. Todo este paquete intolerable es el precio a pagar por acabar una
legislatura en total parálisis y sin otra prioridad que la de agotarse. A ello
se encamina. Porque Ciudadanos tampoco es más que un soldado de conveniencia y
Albert Rivera cree necesitar aún tiempo para consolidar el partido que recicle
los escombros del Partido Popular. Tiene suerte Rajoy de que aún coinciden sus
intereses con Rivera. No está claro que coincidan con los de España.
En realidad, el problema de Catalá y el de todos los que han
salido irresponsablemente a participar en el linchamiento de los jueces está en
esa obsesión por querer estar entre los «buenos» de la maniquea historia
«progresista». Mendigar simpatías donde no las van a tener nunca. Ya le pasó a
Cristina Cifuentes. Olvidar las leyes y las formas como hace la izquierda para
parecer izquierda. Como siempre, el miedo a que los llamen fachas. En el fondo
el caso solo importa porque es ideal para la agitación. Como a la izquierda y
las organizaciones militantes que jamás mueven un dedo en favor de mujeres
asesinadas o violadas cuyo perfil no interesa. Si no se lo creen, busquen los
actos de condena, indignación, conmoción pública e ira popular por la terrible
violación múltiple a la que sometieron diez argelinos durante 24 horas a una
niña de 14 años en Alicante. Ha sido el 22 de marzo. Busquen.
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