The Unending Gift

viernes, mayo 04, 2018

LA VERDAD INCONVENIENTE


Por HERMANN TERTSCH
ABC  Viernes, 04.05.18

No es una batalla por los derechos de nadie sino contra los derechos de todos

CONTABA la periodista Mónica Lovinescu que, cuando llegó en 1947 a París huyendo del régimen comunista de George Gheorgi-Dej, en la creciente colonia rumana en la capital francesa solo había uno que no participaba en el brindis habitual de las cenas de «el año que viene en Bucarest». Era su marido, el brillante Virgil Ierunca, crítico literario y periodista, célebre voz de la radio en lengua rumana desde Occidente. Ierunca, al que la Securitate intentaría matar varias veces en el exilio, vio mucho mejor que el resto cómo se acomodaban los franceses a una vida confortable con Stalin. Como decía Lovinescu allí estaban los aliados simulando moralidad y coherencia juzgando a los de Auschwitz en Nuremberg en alegre armonía con los del Gulag.
Virgil Ierunca sabía que habían perdido el país para mucho tiempo. Hasta 41 años después no volverían a pisar tierra rumana. Ierunca hablaba en Radio Free Europe a los rumanos bajo una brutal dictadura. Tenía que suministrar esperanza. Pero nunca cayó en las ilusiones de la generosidad de las democracias europeas occidentales con que soñaban su mujer o su amiga Adriana Georgescu, brutalmente torturada y violada antes de huir de Rumanía, o su jefe, el general Radescu, el último primer ministro antes de la toma de poder comunista. Lovinescu había llegado a París con la idea de convencer a Andre Malraux para organizar unas Brigadas Internacionales que liberaran Rumania del yugo comunista. Sin saber que esas brigadas eran para imponer el comunismo, no para combatirlo. Llegados con esas fantasías, era un mazazo comprobar que el exiliado que hablara en Francia de la «satelización» soviética del este o de la represión comunista era tachado de fascista. Decir la verdad te anulaba como interlocutor. Una vez con el estigma de fascista en la exquisita democracia francesa se cerraban de golpe todas las puertas. Decir la verdad hacía al anticomunista que se convirtiera en fascista y el fascista era el ser despreciable que los franceses querían maltratar y humillar para lavar sus miserias colaboracionistas con la ocupación alemana. La brutalidad con que se callaba al discrepante bajo el comunismo lo conocían bien. Pero nunca sospecharon que se toparían con ese control que ejercían los comunistas en una Francia democrática.
Nadie ha desarrollado unos mecanismos de control del lenguaje y represión como la cultura de la disciplina social marxista que los comunistas intentan imponer desde los años veinte en todo el mundo desarrollado. En el socialismo real soviético fue por medio de la policía política, hoy es con el control de los medios y la educación en donde avanzan en la liquidación de la discrepancia. Cuando se cumple medio siglo del último y patético intento de redención social colectiva en el mundo desarrollado que fue el Mayo francés de 1968, el neomarxismo frankfurtiano está en una nueva fase de imposición de su tiranía igualitaria. En Alemania y en Suecia es donde más ha avanzado el sometimiento de la voluntad y la libertad de expresión al despotismo socialdemócrata que criminaliza la verdad por inconveniente. Pero el rodillo del control ha adquirido ya en toda Europa una velocidad y brutalidad aterradoras. Cada vez somos menos libres. Se destruyen individuos y movimientos reactivos con normalidad y sin escrúpulo. La pesadilla que España sufre estos días con una jauría mediática y callejera lanzada con el lenguaje y el odio contra la justicia y el sentido común es una vuelta de tuerca más de esta ofensiva del neomarxismo por imponerse con sus nuevas banderas de conveniencia. Y hacer callar, bajo amenaza de destrucción, a todo aquel que ose decir la verdad inconveniente. Sea juez, periodista, político o mero ciudadano. No es una batalla por los derechos de ninguna víctima sino contra los derechos y la libertad de todos nosotros.

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