The Unending Gift

martes, junio 18, 2013

BAILAD HIPÓCRITAS, BAILAD

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 18.06.13


Ahora llaman a aplaudir a estos personajes que roban datos y a condenar a los organismos de las democracias que vigilan las redes

¡QUÉ escándalo, aquí se juega! Todos los aliados de EE.UU se echan las manos a la cabeza por las revelaciones de Edward Snowden, otro de esos espías tan leales que ha puesto de moda el zeitgeist. Estamos todas horrorizadas y subidas en la banqueta ante este ratón informativo. Un ratón que, eso sí, convenientemente cocinado, desmenuzado e incansablemente distribuido en los medios occidentales hará todo el daño posible y corrosión necesaria a los sistemas de seguridad y a las relaciones de confianza de las democracias occidentales. Menos mal que también nos dará momentos de hilaridad como sólo pueden generar unas protestas indignadas del régimen comunista de China por la brutal violación de la intimidad que perpetra EE.UU. O los preocupados llamamientos a la transparencia y a la virtud en la protección de datos que nos haga Vladimir Putin. Esas risas sí las tenemos aseguradas.

Resulta que Washington vigila y controla internet, la red inventada en su día por EE.UU para su seguridad y abierta al público y al éxito comercial cuando se quedó sin enemigo en la guerra para la que había sido inventada. ¿Alguien pensaba que no lo hacía? ¿Alguien creía realmente que lo que sucede en la red sólo iba a ser controlado por rusos y chinos, por británicos, franceses, alemanes, brasileños, indios o israelíes y no por el autor del invento? ¿Alguno de los socios europeos de Washington que ahora se declaran horrorizados ante su opinión pública por la curiosidad de la NSA, no ha desarrollado, comprado o conectado en los últimos diez años un sistema propio con el fin del control general de las comunicaciones, incluida la red? Si fuera así serían unos irresponsables indignos de la confianza de sus electores. Pero no es así.

Lo que sí nos podemos creer es que esos sistemas generales de vigilancia y espionaje se utilizan en muchos casos sin conocimiento de sus parlamentos. Mal hecho. No así en EE.UU donde miembros de la Comisión de Secretos del Congreso norteamericano sí dicen haber sabido del sistema Prism. Pero tiene esa costumbre de guardar los secretos que afectan a su seguridad nacional. Y de no salir corriendo de las reuniones de alta confidencialidad a buscar a periodistas para «largarles» todo lo escuchado sin importar las consecuencias de las filtraciones.

Lo cierto es que hay mucha justicia poética en que el principal damnificado de este escándalo en medio de la apoteosis de la hipocresía sea el mayor hipócrita de todos. Porque Barack Obama y su entorno político y cultural son responsables de escándalos verdaderos, entre los que no incluyo este control de comunicaciones que es un deber para que no queden a merced de los enemigos de las sociedades abiertas. Escándalo es perseguir con la Agencia Tributaria a miembros de la oposición por el hecho de serlo. Escándalo es espiar a periodistas. Escándalo es mentir sobre hechos tan graves como la muerte de un embajador en Bengasi. Esos casos han sido rápidamente olvidados por la prensa occidental por el bien de Obama. Y ahora estalla Prism y toca convertir en héroe al civil desleal Snowden como en su día al soldado traidor Manning o al traficante de información robada Assange. En el fondo, productos de la cuadra cultural de Obama. Ahora llaman a aplaudir a estos personajes que roban datos y a condenar a los organismos de las democracias que vigilan las redes. Y toca hacerlo en armonía entusiasta con campeones de la libertad y transparencia como el régimen chino y el presidente Putin. El control de los abusos de un sistema tecnológico en las democracias no se consigue en un baile de hipócritas que le quiere ceder un monopolio a los enemigos de la libertad. 

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