DE FRENTE ANTE LA HISTORIA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 21.06.13
El
comunismo avanzaba. Jamás retrocedía. Aquello era verdad aceptada también en
Occidente
EL
siglo XX ha sido el más voraz e insaciable devorador de víctimas del odio y del
crimen de todos los tiempos. Con las primeras guerras totales de la historia y
sus cumbres únicas de crueldad y horror en el exterminio. Ha sido un gran
triturador de vidas. Y prestidigitador de biografías. Millones y millones de
biografías quebradas en los infiernos de la guerra a muerte entre las ideas. Y
los supervivientes. Hombres y mujeres que, muchas veces de forma milagrosa y
contra todo pronóstico, lograron prolongar su propia biografía, aunque
zarandeada por sucesos históricos fuera de su control. Algunos supieron después
estar a la altura cuando el momento lo exigió. De frente ante la historia.
Cumpliendo así su deuda con quienes no sobrevivieron. Así habrán entendido
otros conmigo la vida de Gyula Horn, una biografía inverosímil. Porque Horn fue
un funcionario comunista que llegaría a gran político y más allá, a gran
estadista en conquista y defensa de la libertad. En una de esas grandes y
fascinantes trayectorias que dio la vieja Mitteleuropa en el virulento siglo
XX.
Cuando
terminó sus estudios en la URSS, acababa de morir Stalin. Él emprendía sus
primeros pasos como funcionario con su ingreso en el partido. Dos años más
tarde, un levantamiento popular puso al borde del colapso al régimen. Pero Horn
no se desvió y cuando entraron los tanques soviéticos y Janos Kadar asumió la
jefatura, el joven funcionario apoyo la represión desde los «pufajkas», unos
grupos de apoyo a las tropas rusas. Y prosiguió su lento ascenso por el aparato
de un régimen comunista que, recuérdenlo, era «un nivel superior y por ello
irreversible de desarrollo humano». El comunismo avanzaba. Jamás retrocedía.
Aquello era verdad aceptada también en Occidente. Conocí a Horn en 1986. Era
secretario de Estado. Ya estaba Gorbachov en el Kremlin. Y tenía dos
entusiastas seguidores en Budapest, uno imprudente, Imre Pozsgay, y otro
prudente, Gyula Horn. Era ágil, inteligente y decidido como ningún otro. Horn
ya había llegado por entonces a la convicción —me lo diría años más tarde
también Wojciech Jaruzelski— de que el régimen era irreparable y debía ser
liquidado. Nadie sabía cómo hacer aquello sin guerra. No había precedentes.
Horn sabía que había planes para la represión. Y maduros. En aquellos años
buscó complicidades. Las tuvo fuertes en Polonia. En la RDA, Checoslovaquia y
Rumanía no tenía sino enemigos. La crisis se agudizaba en todos estos países.
Los nervios se disparaban. El 11 de junio de 1989, los tanques del Ejército
chino aplastaron el movimiento estudiantil en la plaza Tiannamen. Ese era el
modelo que querían aplicar Berlín, Praga y Bucarest.
Horn
sabía que había que crear hechos consumados para impedir que los
involucionistas imitaran a los chinos. Así el 29 de junio, en un acto solemne e
histórico, convocó al ministro de Exteriores austriaco, Alois Mock, y juntos
cortaron ante la prensa mundial el alambre de espino en la frontera común.
Aquel fue el mensaje. Comenzó el éxodo de los alemanes orientales hacia
Hungría. El telón de acero ya tenía un agujero. Todo el Este se puso en
ebullición. Y la revolución se hizo imparable. Un año después no existía
ninguno de aquellos regímenes. Más tarde Horn fue primer ministro. Ganó con
mayoría absoluta en 1994, pero incluyó en el Gobierno a los liberales,
perdedores, para hacer las primeras grandes reformas en Hungría. Pero el
momento por el que siempre será recordado este gran hombre que ha sido Gyula
Horn fue cuando burló al peor legado de la historia europea del siglo XX,
rompió el muro de la cárcel europea desde dentro y dejó que se inundara de
libertad.
0 comment(s):
Post a comment
<< Home