DIQUE AL DESASTRE
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 05.07.13
Fueron muchos los muertos, pero el Ejército aceptó no sólo
los resultados, sino los pasos dados por Mursi
MUCHÍSIMOS se
pretenden ahora escandalizados por lo sucedido en Egipto en las pasadas 48 horas.
Y seguro que algunos lo están de verdad. Pero lo cierto es que deberían haberse
escandalizado antes por todo lo sucedido desde que el ahora depuesto presidente
Mursi fue electo. A nadie le gustan hoy en día los golpes de Estado. Y desde
luego no al Ejército de Egipto. No sólo porque están muy mal vistos. Hoy en día
nadie puede ya hacer golpismo como antes, para quitar al anterior, llegar al
poder y quedarse.
Los militares
golpistas hasta los «años setenta» del pasado siglo pretendían en gran medida
suplir indefinidamente al poder civil. En Birmania dieron un golpe en 1964 cuyo
lema, rigurosamente cumplido, venía a ser, como en tantos otros, «Quítense que
nos ponemos nosotros». Y durante medio siglo y hasta hace muy poco ni se han
planteado nada que no fuera ejercer ese poder con implacable plenitud. Hasta el
más indignado de los Hermanos Musulmanes seguidores de Morsi o el más feroz de
los salafistas sabe que el Ejército no ha actuado para usurpar indefinidamente
el poder de gobernar Egipto. Y todos son conscientes de que el Ejército egipcio
se negó a intervenir cuando se decidía la suerte de la dictadura de Hosni
Mubarak, un compañero de armas. Y volvió a negarse cuando gran parte de la
sociedad reaccionó indignada ante las primeras maniobras anticonstitucionales
del presidente Mursi para imponer, trampeando, la supremacía islamista en todas
las instituciones.
De esto hace un año.
Fueron muchos los muertos, pero el Ejército aceptó no sólo los resultados, sino
los pasos dados por Mursi, entre poco ortodoxos y abiertamente ilegales. Tiene
mucho que ver con ello la naturaleza del Ejército egipcio y su vinculación con
las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Washington está legalmente obligado
a cortar las ayudas internacionales a cualquier país en el que triunfe un golpe
de Estado. Todos intentan evitar que esto tenga ahora que cumplirse. De ahí la
obsesión por rebatir el término de «golpe de Estado». La ayuda de cerca de
1.500 millones es vital para el país y para el Ejército.
Obama ha cumplido el
trámite de lamentar el golpe y pedir que no se tomen medidas contra el
presidente depuesto. Y ha exhortado a los militares a devolver el poder a
autoridades civiles. Pero se ha cuidado de sugerir que se le devuelva al
presidente derrocado. Lo cierto es que, en un año, Mursi, su Gobierno y sus
intenciones han llevado a Egipto a la ruina, al desgobierno y al colapso de la
seguridad. Hasta los más religiosos han comprobado que «la sharia no se puede
comer», como dijo hace unas semanas El Baradei, el exfuncionario internacional
y uno de los líderes de la oposición más ilustrada. Pero además, y es aquí
donde surge el ejército como último dique ante el desastre, el enfrentamiento
civil era inminente e imparable sin intervención militar. Y no era ni mucho
menos un clima artificial creado por los militares con este pretexto de
intervenir. Sino la clara cristalización de dos mitades profunda y
esencialmente enfrentadas. La tragedia sangrienta en las calles no era una
hipótesis ya, sino previsto programa. Por todo ello, esta intervención militar
tiene un inmenso significado para toda la región y el futuro de la llamada
Primavera Árabe. La señal que parte ahora de Egipto, el líder natural del mundo
árabe, es que en democracia todos tienen que respetar las reglas. También los
islamistas. Que no cabe la perversión de llegar con la democracia al poder para
abolirla. Si cunde este mensaje tan fuerte y el islamismo político entiende sus
límites, esta salida de los cuarteles en Egipto podría ser una entrada en
razón. Y una bendición.
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