SENSIBILIDAD Y MALENTENDIDO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 02.07.13
No
hemos hecho otra cosa que hablar de la sensibilidad herida de ciertos españoles
CUANDO
tienes a 90.000 personas dispuestas a sacrificar un sábado en un campo de
fútbol para escuchar a Dyango y Peret, pero ante todo a Ramoncín y Paco Ibáñez,
estás cerca ya de la fase de reclutamiento de comandos suicidas para la
conquista del harén particular de vírgenes en el Mas Allá. Comprarse ese CD
equivale a afeitarse las piernas y el pecho y ponerse unos cuantos pares de
calzoncillos. En Pakistán pasa con frecuencia. Pero en Barcelona eso tiene
doble mérito por las muchas tentaciones que nos distraen en el Primer Mundo.
Cierto que ya se hizo antes. Ya pasó, aunque a algunos moleste que se recuerde.
Alemania era una sociedad muy desarrollada en el primer tercio del Siglo XX. Se
volvió loca, en determinado momento, por su obsesión por sí misma. Y empezó a
hacer cosas raras como la del Camp Nou. Cada vez eran más y más felices
compartiendo un solo sentimiento y una sola idea. Los resultados son conocidos.
Hemos hablado mucho de la sensibilidad herida de los nacionalistas catalanes.
Es más, a veces da la impresión de que, en los pasados treinta años, no hemos
hecho otra cosa que hablar de la sensibilidad herida de ciertos españoles. De
unos nacionalistas vascos que asesinaban y querían ser premiados por dejar de
hacerlo. Y unos nacionalistas catalanes que querían ser doblemente premiados
por no matarnos a los demás. El resto de los españoles ha sido siempre
terriblemente sensible hacia su sensibilidad. Sin reciprocidad. Debido a
perversiones diversas en nuestra historia reciente —mentiras franquistas y
antifranquistas, ley electoral, otras y Título VIII—, el cauce unidireccional
centrífugo de la comprensión, tolerancia y concesiones no ha sido cuestionado
hasta ahora. Con lo que la inmensa dejación, de la que es culpable la España
constitucional, ha sido utilizada para formar generaciones en la desafección y
el odio desde la más absoluta y obscena de las manipulaciones políticas de la
historia y la realidad. Y la sensibilidad del resto de los españoles ha sido
despreciada por sistema.
El
momento es difícil y es dramático. Pero ofrece una inmensa ventaja sobre todas
las crisis habidas desde 1978. Ya no hay cesión ni aplazamiento posible. Por
mucho que el carácter de Rajoy y su Gobierno lo busquen. En ese inútil intento
del cambalache postrero aun mantienen a Josep Lluis Duran de metáfora viviente
de esa ambigüedad ya imposible. Voz del parlamento de España en el exterior y
enemigo de la unidad y soberanía en el interior. Símbolo del malentendido
artificial que engorda al nacionalismo mientras éste, incansable, subvierte
leyes y formas. La independencia es imposible, pero ellos viven de no darse por
enterados. Por eso, antes de que, escuchado mil veces el CD de Ramoncín, Dyango
y Paco Ibáñez, los fanatizados «yihadistes» de Junqueras acaben convencidos de
que estamos en Paquistán, hay que acabar con un malentendido de 35 años. El
Gobierno de España, con el principal partido de la oposición o sin él, por
medio del Jefe del Estado o no, tiene que proclamar muy claramente los límites
infranqueables de nuestras leyes. Con la solemnidad necesaria. Y comenzar de
inmediato la reconstrucción de la presencia de España en sus regiones. Donde
España, su idea, su bandera y su presencia han estado en retirada, lo están
también las libertades y los derechos de los españoles. La agresividad contra
todo discrepante por parte del ultranacionalismo deja adivinar la inevitable
deriva totalitaria de una Cataluña independiente. Como también su agresividad
expansionista hacia territorios que reclama. No habría paz ni libertad, ni
cerca ni dentro de esa Cataluña que parece emanada de un sueño gran serbio.
España debe aclarar a todos, hasta al más equivocado, que eso no pasará jamás.
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