The Unending Gift

martes, septiembre 10, 2013

MENOS MAL, COMPATRIOTAS

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 10.09.13

Estoy convencido de que es una inmensa suerte que no nos hayan dado estos Juegos

SON muchos reveses seguidos los que se acumulan. Y cuando llega uno tan fuerte, parece que todo es fatalidad, todo un terrible e injusto malentendido de la fortuna. Se nos antoja que nadie merece tal castigo. Y, por supuesto, el que menos, uno mismo. Surgen entonces la amargura y la rabia y la impotencia. Y se piensa poco y se siente mucho. Por eso habrá que perdonar lo mucho que se ha dicho estos días desde que, el sábado por la noche, la realidad decidió no acomodarse a nuestros deseos. He deseado como el que más estos Juegos Olímpicos. Porque he visto cuánto los deseaban muchos. Antes indiferente, sí pensé durante todo este año previo a la decisión de Buenos Aires que sería bueno para todos, especialmente para los niños y jóvenes. Que tuvieran una ilusión grande y además una meta común en el tiempo. También como una ilusión para los mayores. Y un acicate para invertir desde fuera y desde dentro. Un empuje para salir del abatimiento de tantos años de malas noticias y también de humillaciones para todos. Y de profundas decepciones de los españoles que ya han cruzado el ecuador de sus vidas, que creyeron en una nueva España en la transición y se sienten engañados.


Creímos haber superado anomalías seculares y, décadas después, vuelven los fantasmas más siniestros y sórdidos de nuestra historia. Bastó un revanchista que mandara excavar en nombre de su abuelo para que nos pusiéramos a enterrar la generosidad de una reconciliación que nadie puede decirnos que no fue auténtica a quienes la vivimos. Ha bastado un parón en el crecimiento del bienestar material para que rebrotaran con virulencia el resentimiento social, la envidia y el odio. Y han quedado en evidencia las mentiras de nuestra vida económica y política. De una corrupción también consecuencia lógica del permanente, obstinado y eficaz desprestigio de creencias y principios. La peor retórica y los peores sentimientos de la peor España parecen aprovechar las grietas que ha abierto la crisis para salir del subsuelo de nuestro pasado y subconsciente. Por todo ello pensé que sería buena una alegría nacional. Algo que nos hiciera liberarnos de ese fatalismo que se ha adueñado de nosotros. Pensé que un golpe de suerte sería liberador y beneficioso. Ya no. Les confieso que hoy estoy convencido de que es una inmensa suerte que no nos hayan dado estos Juegos. Que la autocomplacencia y autoconmiseración que mostramos en la derrota, convertido en repugnante triunfalismo, habría llevado a los españoles a engañarse a sí mismos otra década más. Que con los JJ.OO. ganados «por méritos propios» —el COI es corrupto si ganan los demás— nos habríamos olvidado de las inmensas mentiras que nos trajeron adonde estamos. Y sobre ellas habríamos construido otras mentiras mayores.


Al grito autosatisfecho de «somos los mejores» y «como aquí en ningún sitio» se habrían tapado las bocas aguafiestas que exigen austeridad, trabajo, esfuerzo cotidiano y formación. Con un corte de mangas y un «a la mierda los luteranos» habríamos vuelto a la fiesta que muchos aun no han acabado. Habríamos olvidado de inmediato, antes de aprenderlo, ese mandamiento nacional que la historia nos impone a cambio de no condenar a nuestros hijos y nietos a perder definitivamente el tren del Primer Mundo. Que proclama la exigencia de reflexión, rigor, trabajo y austeridad. Todo este cambio necesario y bueno habría muerto antes de brotar si le dan a España hoy un premio que habría sido veneno para sus mejores aspiraciones. Tenemos aún que trabajar mucho en asumir con honradez nuestra realidad. Sin distracciones. Para poder construir un futuro sólido, digno e íntegro para nuestros nietos en este siglo.



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