UCRANIA, EL GENOCIDIO DE STALIN
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 09.03.14
CRISIS EN UCRANIA. El peso de la historia
El dictador soviético asesinó entre 1932 y 1933 a 7 millones
de ucranianos, algo que ni Hitler logró. Ahora Kiev no se resigna a volver al
redil de Moscú
A la ciudadanía
europea, como a sus Gobiernos, le cogió muy por sorpresa la virulenta reacción
de un amplio sector de la sociedad ucraniana ante la noticia de que su
presidente Viktor Yanukóvich había decidido renunciar a un acuerdo de
asociación con la Unión Europea. Les sorprendió más que el hecho en sí, los
indicios de que el presidente ruso, Vladímir Putin, iba a convencer al
presidente ucraniano para unirse a sus planes. Desde hace ya muchos años habla
Putin de la necesidad de buscar unas estructuras que sustituyan a la Unión
Soviética, cuya desaparición él ha declarado la mayor desgracia del siglo XX.
Peor que el Holocausto, peor que la invasión alemana de la U.R.S.S., peor que
cualquier otra inmensa tragedia de un siglo XX cuajado de brutalidad y muerte,
es para el presidente Putin el final de la más larga dictadura soviética. Él
sabe de la historia de la Unión Soviética. Y cuando la reivindica lo hace
consciente de que así lanza una nueva propuesta totalitaria. Su proyecto de
Eurasia tiene un manto de federación voluntaria de Estados, todos ellos
antiguas repúblicas soviéticas. En realidad es el diseño de un nuevo imperio
con capital en Moscú, cuyas partes gobernadas por autócratas serían obedientes
a Moscú. A cambio de protección frente al exterior y a sus propias poblaciones.
Sería una alianza en contra de la occidentalización y del ideal de la sociedad
abierta. Que no ha dejado de avanzar hacia el este desde 1989. Y que pone en
peligro al propio Putin. En esa alianza, dictadores corruptos, como el
bielorruso Viktor Lukashenko o el kazajo Nursultán Nazarbáyev, ayudarían a
Putin a mantener juntos una forma y estilo de Gobierno, peso común e influencia
fuera y dentro, para imponer su orden y sus intereses, frente a Occidente y
frente a China. Pieza clave era aquí por supuesto el ucraniano Viktor
Yanukóvich.
Ni ciudadanía ni
Gobiernos occidentales parecen conscientes de lo que suponía para los
ucranianos que sus líderes anunciaran haber decidido no proseguir con la
occidentalización y el acercamiento a Europa. Que anunciaran por el contrario
la decisión de entregar parte de la soberanía nacional, existente desde hace
dos décadas, a Moscú, a la metrópolis de la que llegó tantísimo mal y
sufrimiento. Cuando se va a cumplir en tres años el centenario de la revolución
bolchevique, Víktor Yanukóvich poco menos que anunciaba a su pueblo el retorno
de la historia, de la peor, la más oscura, dramática y sangrienta historia. Que
es una historia para el espanto. Para comenzar sería bueno que se recordara que
Moscú logró que en apenas dos años, 1932 y 1933, murieran entre seis y siete
millones de ucranianos. Los nazis alemanes no lo lograron en tan poco tiempo
pese a su genocidio industrializado. Fue más expeditiva la requisa de todo el
cereal a los campesinos ucranianos.
Con motivos
ideológicos. Se trataba de imponer la colectivización de la agricultura a la
que los campesinos del inmenso granero del imperio se habían resistido en la
década anterior. Para ello lanzó Stalin una guerra contra los “kulakos”, los
campesinos propietarios, que en realidad fue contra toda la población real. La
hambruna devastó a la población rural y se extendió a las ciudades. Mientras
millones morían, la URSS exportaba trigo. E invitaba a intelectuales franceses
o británicos que volvían a sus países elogiando la buena comida de que habían
gozado en Ucrania durante una visita guisada por sus anfitriones soviéticos. El
cónsul italiano en Járkov, Sergio Gradenigo veía algo más y escribía a Roma:
“Cada vez hay más campesinos que fluyen a la ciudad porque porque no tienen
esperanza de sobrevivir. Traen a los niños a los que dejan abandonados en la esperanza
de que se salven y regresan a morir a sus aldeas. Se ha movilizado a los
“dvorniki” (porteros) con bata blanca que patrullan la ciudad y colectan a los
niños. Se llevan en camiones a la estación de mercancías de Severo Donetz. Allí
se selecciona. A los no hinchados se les dirige a unas barracas en Golodnaya
Gora donde, en hangares, sobre paja, agonizan cerca de 8.000 almas, sobre todo
niños. Los hinchados son transportados en trenes de mercancías hasta el campo y
abandonados a 50 o 60 kilómetros de la ciudad para que mueran sin que se les
vea. A la llegada a los lugares de descarga se excavan grandes fosas y se echa
a quienes llegan muertos”. Escenas similares se repitieron por toda la
geografía ucraniana. El canibalismo llegó a ser común incluso en las familias.
La policía política coincide con el cónsul en otra escena de Járkov. “Cada
noche traen unos 250 cadáveres entre los que un número muy elevado no tiene
hígado. Les ha sido quitado a través de un corte muy ancho. La policía acaba de
atrapar a algunos “amputadores” que confiesan que con esa carne confeccionaban
un sucedáneo de pirozki (empanadillas) que vendían inmediatamente en el
mercado”. En la primavera de 1934 las gentes morían en las calles a un ritmo
que no daba tiempo a limpiarlas.
“Ucranofobia” de
Stalin
El escritor Mijail
Sojolov, célebre por la novela “El Don apacible” escribió dos cartas llenas de
espanto a Stalin. En las que pedía, iluso, que interviniera contra las torturas
que se aplicaban a los campesinos para que revelaran el escondite de grano.
“Con el método del frío se desnuda al koljoziano y se le deja en un hangar. A
menudo sufren desnudas brigadas enteras. El método del calor es rociar keroseno
en los pies y las faldas de las koljosianas. Después se apaga y vuelta a empezar”. Las deportaciones adquirieron dimensiones
bíblicas. Centenares de miles de campesinos fueron deportados en programas de
colonización a Siberia en muchos de los cuales la mortandad en el primer año
superaba el 70%. Antes de la hambruna ya había quedado patente lo que Andrei
Sajarov llamó la “ucraniofobia” de Stalin.
Las depuraciones en
la intelectualidad sospechosa de nacionalismo habían diezmado las elites
urbanas como preludio del horror. Todo esto fue cinco años antes del Gran
Terror desatado por Stalin en toda la URSS. Con inmensos efectos en Ucrania. Y
también habrían de llegar las decenas de capítulos de desvertebración de la
sociedad ucraniana con fusilamientos masivos, como el de Katyn contra la élite
y oficialidad polaca. Y el acuerdo Hitler-Stalin de 1939 que supuso la anexión
a la Ucrania soviética de parte de Polonia, trajo consigo la ejecución de
decenas de miles de polacos pero también el exterminio sistemático de los
restos de los sectores ucranianos formados.
Y después de Stalin
se sucedieron cuarenta años de dictadura y silencio. Nadie podía esperar en
Europa, en América o Rusia, que tras veinte años de independencia, los
ucranianos ahora se resignaran a volver al redil de Moscú. No sin actos de
desesperación y por encima de mucho cadáver. Que confirman al mundo que los
planes de incorporar a Ucrania al proyecto de Eurasia de Putin, solo podrían
lograrse con métodos muy similares a los aplicados por el Kremlin en los años
treinta. Y eso hoy, queremos creer, es totalmente imposible.
Horrores para todos
los gustos
Los ucranianos
reclaman, con sus seis millones de muertos en el Holodomor, ser la mayor
víctima de Josef Stalin, como el pueblo judío en el Holocausto lo fue de Adolf
Hitler. Cuando los alemanes llegaron en el año 1941, los ucranianos sufrían
quince años de horror estalinista. Muchos vieron en la Wehrmacht su forma de
vengarse. Ese hecho y el antisemitismo de la región llevaron a muchos
ucranianos a simpatízar con los nazis. También ocurrió en el Báltico. Hoy en
las tres democracias bálticas, miembros de la Unión Europea y la OTAN, hay
menos peligro extremista que en algún país occidental. Stalin, que era
georgiano, exterminó rusos, ucranianos, judíos y gitanos igual que Hitler en
aquella esquina de Europa. Nadie osa reivindicar a la Alemania de Hitler. Pero
Vladímir Putin sí evoca con admiración la URSS de Stalin. Pedir a los
ucranianos que repitan suerte bajo Moscú es un sinsentido. Llamarlos nazis por
negarse, también. Como lo es generar alarma entre la población rusa. La
historia explica, pero no suple a las leyes. Y las fronteras de Ucrania, Crimea
incluida, fueron reconocidas por Rusia en acuerdo del año 1997.
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