EL OCASO DE LA IZQUIERDA DEMOCRÁTICA
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 22.06.14
El centro asume sus postulados y los antisistema captan a
los más radicales
Aunque parecía enterrada tras la caída del Muro de Berlín,
triunfa una izquierda redentora, soberbia y violenta que desprecia la
democracia
En
la Europa meridional Baqueteada por la crisis y con Bruselas como chivo
expiatario, surge una izquierda antisistema Punto de inflexión Llega en 1959
cuando el SPD alemán abraza la democracia parlamentaria y el sistema capitalista
Fiel a su fama, ha
sido el socialista francés Manuel Valls quien más claro lo ha dicho. Pero el
miedo que expuso es general. Dijo el primer ministro francés de origen español
que «la izquierda puede morir, la izquierda puede desaparecer». Lo decía tres
semanas después del terrible golpe que supusieron para los socialistas
franceses las elecciones europeas. Con un 13,8% de votos, el PSF cosechó el
peor resultado de su historia, lejos de toda posición de relevancia. El
presidente François Hollande cosecha un inaudito grado de reprobación del 85%.
Manuel Valls se refería a la izquierda francesa, devorada por el fenómeno de la
ultraderecha de Marine Le Pen, que ya ha convertido en marginal a la
ultraizquierda. El voto obrero se vuelca en opciones de ultraderecha y
antieuropeas.
Sucede en Francia,
sucede en toda la Europa más rica y desarrollada. Mientras en la Europa
meridional, más baqueteada por la crisis económica, con la percepción tan falsa
como contundente y eficaz de ser maltratada por Bruselas, surge en detrimento
de la izquierda democrática otra radical, comunista y abiertamente antisistema
como son Syriza o Podemos.
La crisis de la izquierda
es en realidad tan vieja como la izquierda misma. Cuando se funda la Tercera
Internacional (comunista) como escisión de la Segunda (socialista) en 1920 ya
se hablaba de ella. Y los comunistas con Lenin decían entonces tener la llave
para superar esa crisis definitivamente poniendo fin a la dependencia y
obediencia socialista a las reglas democráticas del sufragio. Setenta años y
decenas de millones de muertos después, la aventura del comunismo se hundía
estrepitosamente en su inapelable fracaso económico y cultural, pero ante todo
moral. Durante todo ese «siglo corto» que va desde la Primera Guerra Mundial y
la Revolución Soviética hasta la caída del Muro en 1989, las dos principales
opciones de la izquierda se han combatido o han colaborado. Se han querido y
odiado. Y se han achacado mutuamente ser origen y culpa de la crisis de la
izquierda. Hasta que el gran padre de la izquierda democrática, el SPD alemán,
ratificó el compromiso irreversible de la socialdemocracia con la democracia
parlamentaria y el sistema de libre mercado o capitalismo. Lo hizo en Bad
Godesberg en 1959. Toda Europa septentrional le siguió. La Europa meridional
volvió a ser excepción. Allí los socialistas siguieron en permanente
colaboración con los comunistas y siempre con el sueño de la unidad para la
derrota definitiva de la derecha. Lo que en terminología de Stalin dio en
llamarse Frente Popular, como intuido aunque nunca reconocido asalto y punto
final a la alternancia en el poder.
La ruptura
Precisamente la
ruptura definitiva con ese sueño del Frente Popular y la «superación del
capitalismo » fue lo que hizo del Congreso de Bad Godesberg un hito en la
historia de la izquierda europea. En 1959 había muchas razones para que el
partido socialdemócrata alemán (SPD) decidiera en un congreso extraordinario en
las cercanías de Bonn la escenificación de esa ruptura con el marxismo y los
comunistas. Fuera del cinismo y la obediencia a Moscú era ya imposible defender
en forma alguna al régimen soviético y las brutales dictaduras comunistas. Seis
años después de la muerte de Stalin, las dictaduras comunistas habían
demostrado que, también sin el gran asesino y a pesar del XX Congreso del PCUS,
eran el peor enemigo de la libertad y la prosperidad.
Tres años antes lo
habían demostrado a sangre y fuego en Hungría y Polonia. Como seis años antes
en Berlín oriental. Solo una opción de izquierdas inequívocamente democrática,
comprometida con la defensa del sistema parlamentario y el capitalismo y por
tanto anticomunista podía aspirar a ser una opción de gobierno en la República
Federal de Alemania. Pronto lo sería y con Willy Brandt primero y Helmut
Schmidt después, la izquierda gobernó en la República de Bonn.
Perversión económica
Pero volvamos a la
pesadilla de ese socialista franco y duro que es Manuel Valls. Su advertencia
de que la izquierda puede desaparecer va dirigida a los votantes que ahora le
dan masivamente la espalda. Se la dan porque va a hacer todo lo que hasta ahora
había condenado en la derecha. Valls ha anunciado un plan de recorte de 60.000
millones de euros de gasto público. La realidad económica de Francia obliga al
Gobierno a tomar medidas de saneamiento presupuestario. Y son las medidas que
la izquierda siempre ha condenado y calificado de perversión de una derecha
cruel y sin empatía con los ciudadanos sufridores. Le había sucedido al español
José Luis Rodríguez Zapatero, quien durante seis años destruyó economía y
hacienda de España con las medidas impenitentemente erróneas surgidas de su
irresponsabilidad y facundia izquierdista. «No me digas, Pedro (Solbes), que no
hay dinero para la política». Lo hubo a chorros para cheques bebés, 400 euros y
demás regalos asistenciales al electorado mientras se obviaban todas las señales
de alarma y un inmenso
andamiaje de mentiras, cultivadas por su partido y un panorama mediático
rendido a Zapatero mantenía en pie un edificio en creciente riesgo de
hundimiento. Hasta que en mayo de 2010 colapsan los andamios. Desde Washington,
desde Pekín desde Bruselas y Berlín llamaron a Zapatero para decirle que se
acabó la mala broma. Y el 12 de mayo murió en España el gobierno de la
«izquierda Alicia», de la izquierda manirrota con dinero ajeno, la adanista que
nada sabía y todo lo inventaba, la soberbia y la revanchista, la sentimental y
la odiadora, la socialista frentepopulista.
Zapatero tuvo que
adelantar él personalmente la aplicación de la política de la derecha que
habría de ganar año y medio más tarde. Así comenzó el calvario personal de
Zapatero hasta que perdió las elecciones y sumió a su partido en la mayor
crisis de su historia en tiempos democráticos. De la que nadie sabe si saldrá.
O sí correrá la suerte del PASOK, caído en la irrelevancia marginal o, peor
aun, del PSI, también centenario, desparecido tras pasar Bettino Craxi por su
mando.
Fascinación errónea
En realidad hace ya
más de tres décadas que la izquierda tradicional democrática se hunde
lentamente en Europa. La socialdemocracia de Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof
Palme, fue más fugaz y en el campo económico mucho menos relevante de lo que
nos sugiere nuestra memoria. Confusión sin duda debida en España a la
fascinación que generaron en una sociedad encandilada por el último
socialdemócrata de esa escuela que fue Felipe González. El ocaso viene de
largo. Y ha continuado en esta década convulsa. Contra todo pronóstico. Muchos
pensaron que después de la caída de Lehman Brothers en 2008, las cosas
cambiarían. Análisis diversos anunciaban tras el tsunami financiero una era de
las regulaciones, del hipercontrol político de los mercados y de la
intervención permanente. Se anunciaba que, tras el shock de los mercados, los
pueblos en las sociedades desarrolladas exigirían más seguridad y severidad.
Sería la hora estelar de la socialdemocracia.
Mercados no regulados
No fue así. Los dos
mandatos de Barack Obama en la Casa Blanca no han aumentado los controles sobre
los mercados. Por el contrario, han desprestigiado seriamente a la izquierda
moderada en Estados Unidos como en Europa. Aquí, Merkel es más poderosa que
nunca y tiene a los socialdemócratas desesperados buscando un hueco que no
encuentran entre la nada del infantilismo y el radicalismo callejero y una
canciller que cada vez abarca más espacio político.
Independientemente de
los ciclos económicos, estas décadas demuestran, después del hundimiento de
Wall Street más que nunca, que la izquierda está tan sometida como todas las
demás fuerzas a unas reglas mundiales de producción y competencia en la
globalización que hacen inviable toda política clásica de izquierdas. Al menos
en libertad. La única alternativa real a la gran política consensuada que se
hace desde dentro de la Unión Europea no es democrática. En los países menos
desarrollados de Europa la protesta antieuropeísta, antiglobalizadora y
antisistema no se articula en la extrema derecha como en el norte, sino en una
izquierda comunista, radical, de vocación totalitaria y potencialmente
violenta. Confusa y sin rumbo, la socialdemocracia que no puede marcar rasgos
identitarios propios frente a liberales y conservadores.
Por eso triunfa la izquierda redentora, demagógica y
soberbia, con desprecio tan absoluto a las reglas como a las realidades. Es una
nueva victoria de la Tercera sobre la Segunda Internacional. Es el ocaso de esa
izquierda democrática que Manuel Valls ve morir. Pero es también el resurgir,
con otras ideologías ultras, de una izquierda totalitaria y violenta que
creímos para siempre enterrada cuando, tras causar decenas de millones de
muertos, el comunismo parecía muerto, hace ahora un cuarto de siglo.
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