LA CARRERA POR LA LIBERTAD
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 06.06.14
70 AÑOS DE NORMANDÍA
En 1944 se conocía al perdedor, pero faltaba por saber quiénes eran los vencedores
En 1944 se conocía al perdedor, pero faltaba por saber quiénes eran los vencedores
Freno al comunismo El Día D es la piedra angular de la
reconstrucción de la democracia en la Europa occidental
La Francia liberada saludó a las tropas aliadas que acabaron con la pesadilla nazi y colaboracionista
Dicen que nadie se
atrevió a despertar a Hitler aquella mañana en su residencia en las montañas
bávaras de Berchtesgaden. A todos aterrorizaba darle malas noticias. Si siempre
había recibido todo revés con nada disimulada cólera, en la primavera de 1944,
con la salud quebrada y sus fuertes combinados de fármacos, todos, desde sus
ayudantes de cámara a sus generales, tenían terror a tener que comunicarle
cualquier adversidad. Aquel día la noticia era de nuevo nefasta. Los aliados
occidentales, armados con una maquinaria militar jamás vista en la historia,
acababan de iniciar en la costa francesa el asalto al continente europeo por el
norte. Once meses antes habían desembarcado en Sicilia. Y ya avanzaban por la
bota italiana. Caído Montecassino, el día 4 de junio habían entrado en Roma. La
Wehrmacht cedía terreno sin cesar en aquel frente. Por no hablar del oriental.
Stalingrado había dictado suerte y después, la batalla de Kursk había supuesto
el definitivo punto de no retorno. Alemania iba a perder la guerra. Faltaba
saber cuándo y cuántos muertos y destrucción habría aún de costar. Se conocía
al perdedor. Pero faltaba por saber, cuestión en esta guerra mundial de
infinita importancia, quienes serían los vencedores.
Once meses después
había terminado la guerra. Once largos meses en que los ejércitos alemanes
resistieron a una derrota cierta con una dureza y obstinación dignas de mejor
causa. El asalto a la «fortaleza Europa», el desembarco de Normandía, supuso la
aceleración de la muerte del III Reich, al impedir a Hitler concentrarse en su
frente oriental. Pero supuso ante todo la salvación de la Europa libre y los
cimientos para una alianza trasatlántica que fue garante de la defensa de las
democracias europeas hasta que se hundió el otro imperio surgido, como el III
Reich, sobre una ideología criminal de terror y desprecio al ser humano.
De ahí que el Día D
fuera mucho más que una batalla militar. Porque allí sí se dirimió la lucha por
la libertad de Europa. Lo que no era el caso en Stalingrado o Kursk. En 1944
desde las costas del inmenso y heroico buque de guerra que habían sido las
islas británicas desde 1940, comienza el asalto definitivo de las naciones de
la libertad en armas a combatir en el oeste contra el monstruo nazi, pero muy
conscientemente en carrera también con aquel aliado que, por definición habría
de convertirse muy pronto en enemigo, el otro monstruo, el comunismo bajo
Stalin, en pleno avance por una Europa oriental y central en ruinas.
ABC Soldados aliados, tras la batalla
No hay que caer mucho
en la ucronía, pensar la suerte que habría corrido Francia de haber sido Stalin
el único vencedor del nazismo con la bota ocupante en territorio alemán. Con el
Ejército Rojo en toda Alemania, los comunistas franceses se habrían impuesto
con la misma facilidad que lo hicieron los «petainistas» con ayuda de la
Wehrmacht. Con Polonia, Alemania y Francia en manos soviéticas, la historia
habría sido otra. Y sin duda peor. El Día D es la piedra angular de la
reconstrucción de la democracia en la Europa continental, del anclaje de
Alemania a occidente y, al final, de la victoria de la democracia sobre el
comunismo en esa larga Guerra Fría que tras 45 años de sordo combate se decide
hace un cuarto de siglo en 1989 en el Muro de Berlín.
Hoy Europa vuelve a
estar amenazada en su seguridad y valores democráticos por enemigos internos y
externos. Y vuelve a adolecer de las mismas debilidades que en la década de los
años treinta llevó al naufragio de las democracias y
auge de las ideologías redentoras. Frente a estas, la alianza atlántica es el
único mecanismo de probada eficacia de autodefensa de las democracias.
Pero nadie espere que
por tercera vez sea EE.UU. quien mande a sus hijos a morir por arreglar una
catástrofe causada por egoísmo, comodidad, cobardía y debilidad europeas.
Muchos reconocen el valor de la libertad, pocos quieren ver que también tiene
precio. Esperemos todos sean conscientes de ello hoy cuando recuerden a los
muertos en aquellas playas por la libertad. Y porque una tiranía no fuera
sustituida por otra.
La guerra vista de
lejos, en el espacio y en el tiempo, ha sido siempre motivo de las más bellas
construcciones de la palabra y el espíritu. Las Termópilas o Accio, Lepanto o
Waterloo, Stalingrado o Normandía, despojadas de su realidad de espanto,
muerte, miseria, dolor, heces y sangre, las grandes batallas siempre han dejado
una huella muy determinada en la memoria del mundo o las naciones implicadas.
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