REALPOLITIK Y BRÚJULA MORAL
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 24.06.14
Quienes dieron la alarma ante las amenazas para la civilización occidental fueron los idealistas, no los racionalistas, que creyeron que podrían pactar con los enemigos
«REALPOLITIK» es un término alemán para definir una política
basada en las realidades. Tiene esa carga de «pragmatismo» que le confiere credibilidad,
racionalidad y sobriedad, en contraposición a políticas idealistas, románticas
y voluntaristas. Hoy la gente habla de «realpolitik» cuando pretende tachar
otras alternativas como peligrosas, soñadoras o ideológicas. Lo cierto es que
estamos de nuevo en una era estelar de la «realpolitik» en su peor sentido. Antes de la Primera Guerra Mundial solo había una política defendible, lógica y
real, y era la «machtpolitik», la política de poder. La había buena y mala. La
que defendía bien y la que defendía mal los intereses de quien la practicaba.
La «machtpolitik» era la política de poder cuyo objeto era defender, asegurar y
nutrir y ampliar los intereses propios para el futuro más largo posible. No
había contraposición entre la política real y la ideal. Hoy asistimos a tal
desprestigio de cualquier ideal que toda acción tendente a ir más allá de la
mínima y garantizada actividad es descalificada como idealismo o irracionalidad
cuando no aventurerismo. El ejemplo mejor es la política de la socialdemocracia
en Alemania en los años setenta hacia el este europeo, también conocida como
«ostpolitik». Es falso que fuera exclusivamente una política de aceptación de
las fronteras y la división de Europa, como decían tanto los comunistas como
los adversarios de dicha política. Era una política de acercamiento muy
intencionada que debía «contagiar» libertad mediante el trato a los países
europeos bajo el yugo comunista. Y como tal era una política con ideales bien
vivos que buscaban generar una dinámica que acercara al continente a su
reunificación, como de hecho sucedió, gracias a aquel milagro de la gran
política cargada de principios e ideales, «realpolitik» en el mejor sentido del
término, que fue el proceso de Helsinki y la firma del Acta en 1975. Solo 14
años después de firmarse se hundía el Muro.
Pese a aquellos éxitos de la libertad y democracia hace 25
años, hoy todo Occidente practica esa mezquina política «realista» tras la cual
solo se esconde cobardía y resignación con el mal menor. Con un relativismo tan
enfermizo a la hora de valorar alianzas, comunidad de intereses y riesgos que
otorgamos desde el principio decisivas ventajas a los enemigos de nuestras
libertades. Miedo y falta de brújula moral, falta de ideales y visión histórica
han convertido la política en algo peor que fría, es siempre débil e ineficaz.
Con efectos graves para nuestra estabilidad y seguridad. Hoy da igual si
miramos a la Casa Blanca o a La Moncloa, dos grandes ejemplos de los males que
nos aquejan. A Barack Obama todo el mundo lo sorprendió en su vergonzoso
renuncio en la crisis de las armas químicas en Siria. De aquellos polvos nos
llegan los lodos crimeanos de Putin y también los yihadistas de la
descomposición de Siria e Irak.
En España se esperan con temor los efectos de una pasividad
similar ante el proceso sedicioso que con total impunidad dirige, promueve y
financia la Generalidad de Cataluña con el objetivo criminal de destruir
España. Hay muchos más ejemplos de la terrible tendencia a ese supuesto
pragmatismo que posterga los conflictos, huye a falsas armonías, mientras deja
crecer a los enemigos de occidente y las libertades. Un supuesto pragmatismo
gravemente irracional. La política «práctica» sin ideales de las democracias
occidentales facilitó el auge totalitario y el desastre el siglo XX. Fue poco
práctica. Porque falló la brújula moral. Lo dijo Robert Osgood. Quienes dieron
la alarma ante las amenazas para la civilización occidental fueron los
idealistas, no los racionalistas, supuestos pragmáticos, que creyeron ilusos
que podrían pactar con los enemigos. Hasta que fue tarde.
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