FURIA Y ESTUPEFACCIÓN
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 24.10.14
La esperanza ya radica en que España no se inflija a sí
misma unos daños irreversibles antes de que la sociedad recupere algo el pulso
LA mayor
parte de los españoles no se ha debido de enterar de que se han estado
debatiendo esta semana los Presupuestos Generales del Estado en Las Cortes. La
ley más importante del año, en la que supuestamente hemos de ver planes y
expectativas del Gobierno, pasa casi inadvertida en unos momentos en los que
surgen serios interrogantes en una evolución de las economías europeas que
podría hacer aún más frágil esa recuperación económica a la que el Gobierno ha
querido poner fecha fija coincidente con el año electoral. Y es que los
españoles no dan abasto bajo la catarata de información, de hechos,
declaraciones, bulos y manipulaciones. Cada hora hay una novedad. Cada boletín
de noticias lleva una acción judicial, una operación policial o unas palabras
de algún imputado que son una ofensa. La sociedad española ya ha pasado de la
fase del enfado y la indignación ante hechos reprobables y escándalos. Ha
entrado en una fase en la que ya apenas se adivina la profunda angustia bajo la
estupefacción y su perfecta furia. Nadie se lo puede reprochar. Por mucho que
se pueda ya temer que este estado de excepción, en el que hemos entrado con el
colapso de la credibilidad de Gobierno, oposición y clase política en general,
no nos va a llevar a la necesaria catarsis que expulse del sistema a corruptos
y enemigos y reactive y refuerce las instituciones. Por el contrario, todo
indica que nos abocará a una coyuntura política explosiva de final
absolutamente imprevisible, pero difícilmente esperanzador.
Los
efectos de prácticas de toda una época han estallado en una apoteosis de
denuncias, procesos, revelaciones y cruces de acusaciones que actúa como un
terremoto sobre los cimientos de nuestra sociedad, del electorado. Las
profundas implicaciones de todos los partidos políticos y muy especialmente de
los dos grandes en un sistema perverso de financiación han llevado al delito y
al latrocinio brutal y obsceno que acaba haciendo parecer todo el sistema como
una cleptocracia impenitente. Hoy ya es demasiado tarde. Porque la credibilidad
de muchos gobernantes solo sería recuperable con decisiones que requieren un
valor y una disposición al sacrificio personal que son hoy inexistentes en la
política en España. Es una tragedia, pero es mejor ser conscientes de ello,
porque así habrá que afrontar el año electoral con un país crispado, agrio y ya
inmerso en una violencia verbal y unas hostilidades que solo cabe desear que no
nos lleven a nada peor. La esperanza ya radica en que España no se inflija a sí
misma unos daños irreversibles antes de que la sociedad recupere algo el pulso
y un cierto sentido de sus intereses reales para el futuro. Más allá del
inmenso ajuste de cuentas que cada vez más españoles ansían en las actuales
circunstancias. Es terrorífico comprobar cómo se ha producido esta constelación
maldita, esa concatenación de hechos, prácticas y personalidades nefastas en la
historia de España en una década. Cómo se descarriló en su día y cómo se ha
frustrado sin haberse intentado la histórica oportunidad de una concentración
de poder que hacía posible «poner patas arriba España». No ha habido ni
capacidad ni personalidad, ni visión, ni peso, ni coraje ni emoción, ni ideas
ni proyecto. Ni el necesario patriotismo para intentarlo al menos. Ahora la
marea del pozo negro anega de aguas fecales todos los rincones de la vida
política, también aquellos que no tienen culpa alguna, que los hay y son más de
los que hoy parecen. Prisioneros de su pasado y sus limitaciones, nada indica
que nuestros gobernantes sean capaces de dar el golpe de timón y asumir el
sacrificio necesario para evitar que el fin de lo intolerable lleve a España a
un futuro peor.
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