PUTIN, APASIONADO POR EL PODER
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 21.06.15
Retrato de un autócrata
Miedo al mundo externo, desdén por el prójimo y pasión por
el poder marcan la personalidad del presidente ruso
Desprecio al débil
Vladimir Putin desprecia a los inferiores y a todo el que le parezca débil. También desprecia a Occidente, que considera decadente
Providencialismo ruso
El jefe del Kremlin se ha adherido a movimientos ultraortodoxos de un providencialismo ruso que cuadra muy bien con sus apetitos políticos
Los gestos y el
lenguaje corporal dicen a veces más que sesudos estudios de datos biográficos.
La cara satisfecha de Vladimir Putin, ojos semicerrados, ligerísima sonrisa,
cabeza ladeada, sentado en la tribuna del Foro Económico de San Petersburgo el
pasado viernes, era la de un gato grande en divertido juego con un ratón. Escuchaba
al primer ministro griego, Alexis Tsipras, invitado a airear su victimismo y
resentimiento contra la Unión Europea por no ceder ésta al chantaje. Allí
estaba un europeo díscolo que había acudido a pedir su protección frente a
Occidente. Y Putin podía convertir la deslealtad del griego en otra cuña con la
que agrietar a la UE. Destruirla, a la UE y a la OTAN, es ya obsesión. Sobre
todo desde que la atracción a la Unión Europea se convirtió en el motor del
levantamiento ucraniano contra sus planes expansivos.
NIETO
El rostro de Putin
desmiente a quienes dicen que una inseguridad interior le impide las plenas
satisfacciones. Dicen que sufre un narcisismo agudo, incluso cierto tipo de
autismo. Que supone grave merma de capacidad negociadora porque no es capaz de
ponerse en el sitio del prójimo. Desde luego, nunca ha destacado por negociar.
Su capacidad de empatía sería nula, según servicios de información
occidentales. Y sus problemas neurológicos y la formación en el KGB son un
obstáculo infranqueable para asumir problemas y conflictos de forma objetiva,
sin ver siempre en ellos una operación enemiga.
Según esos estudios,
Putin cree realmente que los deseos de libertad y democracia en las repúblicas
exsoviéticas, sea en las Bálticas, miembros ya de la UE y en la OTAN, sea en
Ucrania, son mero fruto de operaciones encubiertas de la OTAN para acosarle a
él, es decir a Rusia. No cree Putin en otra voluntad popular que la generada
por terminales del poder. El mundo es una inmensa maquinaria en el que las ruedas
de reloj son conspiraciones de diverso tamaño que encajan o se comen y
trituran. Un mundo así da mucho miedo. Y el miedo es el principal motor de su
política interna de represión y control implacable. Putin quedó muy
traumatizado por los acosos sufridos por su cuartel en Dresde en 1989 durante
el levantamiento popular en la RDA. Y le afectó el oprobioso final de los
dirigentes comunistas de todos aquellos países satélites. No quiere correr tal
suerte. Sin el poder, nada le garantiza que no se le exijan responsabilidades
en el futuro por veinte años de una brutal guerra política ganada en la que no
se ha reparado en gastos ni en vidas.
La bronca
Junto al miedo
aparece el desprecio. La canciller Angela Merkel le tuvo que reconvenir en una
ocasión en 2006 ante el terrible maltrato al que sometía en su presencia el
presidente ruso a sus ministros. Putin desprecia a los inferiores y a todo el
que le parezca débil. Desprecia a Occidente que considera decadente. Y en
compensación por los propios complejos frente al desarrollo, complejos muy
arraigados en el pueblo ruso, se ha adherido a movimientos ultraortodoxos de un
providencialismo ruso que tan bien cuadra con sus apetitos. De ahí esa alianza
con el pensador Alexander Dugin y sus teorías nacionalcomunistas de una
regeneración euroasiática que llegará con el triunfo del cristianismo ruso
sobre las corrientes decadentes, pecadoras y lascivas de occidente y la alianza
euro- americana. Ahí se juntan prácticas de organización y del estado del
fascismo con el fundamentalismo religioso en una mezcla doctrinal explosiva que
difunden sin cesar las redes de comunicadores creadas por Rusia por todo el
mundo.
Con apoyo ideológico
y financiero masivo tanto a la extrema izquierda como extrema derecha en todo
el mundo, especialmente en una Europa en la que Putin centra sus ambiciones.
Porque su rival mundial y mortal enemigo es Estados Unidos a quien respetó
antes de Obama y volverá a respetar. Europa es solo su botín ambicionado.
Miedo,
desprecio y pasión por el poder.
El culto a la personalidad de Putin comienza a parecerse al que se brindaba a
un Stalin que vuelve a estar de moda. El triunfo de la voluntad estaba otra vez
presente el 18 de marzo del pasado año en la solemne ceremonia oficial de
anexión de Crimea en la sala de San Jorge del Kremlin.
Culto al jefe
Nadie desde Napoleón
se ha dejado celebrar tanto por los suyos por una conquista militar considerada
por todo el mundo una agresión injustificable, un robo territorial y un acto de
violación del Derecho Internacional. Hace mucho tiempo ya que no distingue
entre los intereses de Rusia y los propios. Él mismo ha dejado claro que tiene
una misión: «Considero mi labor sagrada unificar a los pueblos de Rusia». Se
refiere a todos los rusoparlantes que quedaron dispersos entre Rusia y los
estados vecinos después de lo que para él fue «la mayor tragedia del siglo XX»,
el hundimiento y disolución de la Unión Soviética. El hecho de que para Putin
sea la mayor tragedia del siglo lo que para muchos cientos de millones fue la
mejor noticia, ya es un claro indicio que sus relaciones con el mundo en
general y con los vecinos de Rusia en particular no pueden ser muy armoniosas.
Igual que se quedó
con Crimea, Vladimir Putin tiende a quedarse con todo aquello que le apetece.
Muchas veces solo para demostrar que puede. Todavía recuerda con estupor Robert
Kraft, el propietario del equipo New England Patriots la visita de un grupo de
la Superbowl a Rusia. A Putin le llamó la atención el enorme anillo de
brillantes que llevaba y se lo pidió. Kraft se lo quitó, halagado, el
presidente ruso lo cogió, lo miró, se lo probó y se lo metió al bolsillo. Su
única frase antes de darse media vuelta rodeado por sus inmensos escoltas: «Con
eso yo puedo matar a alguien».
Vodka y kalashnikov
En el museo Guggenheim
de Nueva York le enseñaron una pieza que era una botella de vodka en réplica de
cristal de un fusil de asalto kalashnikov y ante la estupefacción de todos dio
orden a sus escoltas de llevárselo. Podría haberla comprado con un patrimonio
que los más tímidos calculan entre 40.000 y 70.000 millones de dólares en todo
el mundo.
Quienes se
enfrentaron a él en el pasado están muertos o exiliados. Pero él sabe, ahora
que le hacen estatuas romanas con su rostro para edificios públicos, que nunca
se le acabarán los enemigos. Por eso mientras cuadros y fotografías de sus
torsos desnudos de osado deportista y aventurero alimentan los rumores sobre
los orígenes de su fanática homofobia, Putin se reafirma como déspota clásico,
premia obedientes y liquida todo atisbo de discrepancia. Psicópata, autista o
no, Putin ha renunciado a llevar a Rusia al desarrollo y la prosperidad. Y ha
fomentado el estado antiguo y el pensamiento primitivo que le llevan a ser en
todo caso un paranoico cargado de razones para ello. Él se dice entregado a «mi
sagrada misión de una patria, un pueblo y un futuro».
El macho ruso
A Putin le encanta posar con el torso desnudo en parajes agrestes, como macho que domina la naturaleza. En la imagen, en Tuba (Siberia)
REUTERS
Juego a varias bandas
Putin juega al billar con su primer ministro, Dimitri Medvedev. El líder ruso presume de ser estadista sagaz en su juego a varias bandas
REUTERS
Deportista bregado
Vladimir Putin participa en un partido de hockey sobre hielo, deporte que en Rusia tiene reputación de ser solo para hombres duros
EFE
Aficionado al kalashnikov
Putin practica puntería con una réplica de fusil kalashnikov. Le encanta posar con un arma en la mano. Son su pasión
AFP
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