UN CONTINENTE DIVIDIDO SE ENFRENTA A LA PEOR CRISIS HUMANITARIA EN 70 AÑOS
Por HERMANN TERTSCHABC Domingo, 30.08.15
La Unión muestra una falta absoluta de control sobre esta
inmensa ola de refugiados que pone en peligro su futuro
EFE
El Gobierno de Suiza
ha organizado unas maniobras de su ejército bajo el nombre de Conex15 entre el
16 y el 22 de septiembre. Los juegos de guerra parten de un escenario supuesto
muy concreto: la Unión Europea se ha desmoronado y han estallado graves
conflictos en el continente, existen nuevas fronteras y nuevos países, con una
general descomposición del orden público, ataques, sabotajes y asaltos a
almacenes y depósitos de alimentos y combustibles, y ataques a infraestructuras
de suministro y comunicación. Todo ello en el marco de la proliferación de
enfrentamientos étnicos y grandes movimientos migratorios que cruzan la propia
Suiza y Europa. No es ciencia ficción. Ni un juego de mesa o de simuladores de
ordenador de unos profesores universitarios extravagantes. Son unas maniobras
militares de gran importancia dentro de dos semanas con 5.000 soldados de la
Confederación Helvética y amplia cooperación de su protección civil y la
administración.
La franqueza con la
que Suiza expone sus peores previsiones para Europa debiera hacer reflexionar a
muchos que parecen creer aún que la crisis migratoria es un problema de
Alemania, Suecia y algún otro país rico, que afecta colateralmente a países de
paso. Se equivocan de forma drástica. Y quizás suicida. La crisis que ha
estallado este verano en Europa, si se mantiene fuera de control como es el
caso ahora mismo, amenaza creíblemente con hacer colapsar los instrumentos de
cooperación, los mecanismos de seguridad y hasta el orden público en Europa. La
marea humana ha generado ya un estado de emergencia que eclipsa por completo en
la agenda política las otras crisis, algunas muy graves, como la del euro, la
creciente polarización norte-sur, la amenaza oriental de Rusia y los
movimientos populistas que ponen en peligro a las democracias de muchos países
miembros.
Efecto llamada
Europa se ha
convertido en la meta de grandes movimientos migratorios que se han puesto en
marcha en África, Oriente Medio y Asia. Por distintas razones y circunstancias
en sus diversos orígenes aunque el islamismo juegue un papel fundamental en sus
dimensiones. Todos quieren venir a Europa. Son migrantes que buscan prosperidad
y esperanza o solo cobijo y sustento. A la isla Ellis, puerta de entrada a
Estados Unidos, llegaba el inmigrante en pasados siglos dispuesto a luchar,
triunfar o fracasar, nunca a demandar un sustento. A Europa viene con la
certeza de que en el peor caso será mejor tratado que en su país de origen. Y
con la demanda informada de unos derechos que en Europa tiene y en su país ni
concebía. Es ese un efecto llamada imbatible, del que disponen los traficantes.
Es el estado real de las cosas, los hechos en origen y destino. Es una
vergüenza que Europa no ofrezca un trato más digno a estos seres humanos que
caminan ahora de sur a norte por caminos y raíles de los Balcanes. Pero ninguno
dirá que quiere volver a su casa ni dirige su camino hacia otros lares, hacia
países árabes o islámicos. Ni a la Rusia de Putin. Todos quieren ir a Alemania,
Austria y a Suecia. Todos buscan la sociedad abierta y capitalista del infiel.
Al parecer solo
Ángela Merkel vuelve a estar a la altura de las circunstancias. Y eso no es
suficiente. Ella pide y obtiene —aunque nadie crea que para siempre— apoyo y
solidaridad mayoritario en Alemania, donde hay memoria como pueblo deportado
por millones en 1945. Pero fuera no. Porque no se tiene ese compromiso ni
conciencia y porque se teme no solo la ruptura del tejido social y una carga
inmensa y para siempre. También hay miedo a la amenaza de un islamismo que es
una causa principal de la crisis actual. Y que también llega. Justificadas son
las críticas a la falta de acción de muchos gobiernos. Lastimosas otras, de
ONU, Comisión o de profesionales del buenismo que son capaces de dinamitar la
seguridad de todos, inmigrantes incluidos, a cambio de dos titulares con buena
conciencia. La falta de una política unitaria no solo merma la eficacia ante la
crisis. Genera fuertes tensiones y desconfianzas que tienen graves efectos para
la cohesión.
La región más
generosa
Pero es la total
falta de control de una ola humana que ha arrollado sus fronteras, sus leyes,
sus previsiones y sus organismos humanitarios y policiales lo que convierte
esta crisis en un fenómeno de potencial destructivo sin parangón. Es la falta
de mando sobre su propio destino que demuestra Europa lo que dispara las
alarmas como nunca desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Porque del
control y la gestión de este fenómeno dependen la vida, la prosperidad y
seguridad y el futuro de los 500 millones de habitantes de este pequeño y
afortunado rincón del mundo. Y de su solidez como unidad democrática depende
también su capacidad futura de ayudar al resto del mundo y de absorber
inmigración de forma controlada. La UE es la región del mundo más próspera,
generosa, social, compasiva y benéfica del mundo y de la historia de la
humanidad. Es esto una verdad incontestable por mucho que los europeos se
lamenten de su suerte. Quienes más protestan desde dentro son quienes gozan ya
tanto tiempo de pertenencia a esta privilegiada comunidad internacional de
derecho que sus sociedades no recuerdan ya lo que supone vivir fuera de ella.
Hace unos años era
ese hartazgo el mayor peligro para el futuro de la UE, cuestionada por la
amplitud y las diferencias de intereses que se habían generado con las
sucesivas ampliaciones. La amenaza para Europa hoy es mucho más inmediata y
total. De mayor inminencia y calado. Está en esa pérdida del control de la
masiva inmigración, capaz de dinamitar toda estabilidad política, la seguridad,
los tejidos sociales y la convivencia. Sin una respuesta urgente, global, común
y eficaz, Europa podría tambalearse y ver como se desmoronan sus principales
conquistas basadas en la paz, la seguridad y la ley. Entonces podría cumplirse
ese augurio suizo de Conex15 y Europa acabaría rota en estados muy parecidos a
aquellos de los que huyen quienes llegan hoy en masa.
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