The Unending Gift

martes, septiembre 01, 2015

LÍDER A LA FUERZA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  Martes, 01.09.15


Alemania es el escenario en el que debe hacerse de nuevo compatible el mandato de ayuda al necesitado con la supervivencia del sistema que lo hace posible

Angela Merkel lo asume. Finalmente y sin remedio. El tan cacareado liderazgo en Europa. No lo quería y lo ha intentado evitar, tanto para ella como para Alemania. En eso ha sido fiel al legado de Helmut Kohl y al de Konrad Adenauer. Se ha resistido a una Europa abiertamente liderada por Alemania y como sus legendarios antecesores citados, siempre ha buscado en la toma de decisiones políticas el apoyo, la compañía, la complicidad y también el refugio, de un grupo de países o al menos de esa pareja cada vez más desigual del eje franco-alemán. Para no ejercer su poder e influencia desde la soledad de un liderazgo no deseado. Por razones históricas como políticas y prácticas. Para evitar aparecer como una jefatura impuesta a los europeos, un «Merkel-diktat». Por mucho que ese reproche ya se le llegue de sus enemigos políticos y «odiadores» agitados por la izquierda europea. En los diez años que ya gobierna, ha practicado la ceremonia del eje de supuestos iguales con Francia o en grupo. Nunca sola Alemania. Nunca sola Merkel. En la crisis de Ucrania como en la de Grecia como en otras. Pero ya no hay margen para las apariencias.
Este lunes, último día de agosto del 2015, Merkel se ha erigido en líder de Europa en una terrible encrucijada. La bomba de la inmigración incontrolada que ha estallado este verano con una virulencia imprevisible amenaza con convertirse en una crisis existencial para la Unión Europea y las propias democracias que la componen. Así las cosas, Merkel toma las riendas.
La crisis es grave y profunda, y será larga. Pero además tiene a Alemania como inevitable protagonista. Porque la inmensa mayoría del río humano que sube por los Balcanes tiene como objetivo llegar a Alemania para quedarse. Y porque en Alemania habrá de buscarse una solución compatible con la irrenunciable defensa de la dignidad de la persona, que es el pilar no ya del espíritu europeo, sino de la civilización judeocristiana occidental, cuna de la libertad, los derechos humanos y la democracia. Por eso vienen hacia Europa y no van a la rica Arabia y por eso se desviven por llegar a Munich y Frankfurt y no a la Meca. Pero Alemania es también el escenario en el que debe hacerse de nuevo compatible el mandato de ayuda al necesitado con la supervivencia del sistema que lo hace posible. De nada sirve la generosidad sin límites si destruye el consenso democrático. La buena fe no puede ser irresponsabilidad.
Con duro semblante, Merkel advirtió que no tolerará la agitación al odio racista nazi. Que es incompatible con la vocación europea, las leyes federales y el mandato moral alemán emanado del siglo XX. «Usaremos toda la fuerza del Estado» contra quienes agredan y acosen a los refugiados. «Alemania estará a la altura», aseguró. Pero también dejó claro que todos los países europeos, que tantas veces gozan de la solidaridad, han de ejercerla ahora. Las cargas habrán de ser distribuidas más justamente, dijo. Alemania recibirá 800.000 refugiados este año. España se dice dispuesta a acoger poco más de 2.000. Para que los que tienen derecho a asilo lo obtengan, tiene que agilizarse la repatriación de los demás irregulares. Merkel se erigió ayer en líder europea para luchar contra una crisis que amenaza a la supervivencia misma del proyecto europeo. Lo hace decidida a defender la identidad humanitaria y compasiva en una crisis que será virulenta. En la que Europa, si no hay unión, integridad, generosidad y firmeza para recuperar el control sobre los acontecimientos, puede perderlo todo. Desde la prosperidad, la seguridad y la convivencia pacífica, hasta su identidad y su alma.

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