TRES DISCURSOS Y LA PESTE
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
09.10.15
El Rey hizo llegar a Europa el mensaje claro de que España
forma parte de la solución de los retos que debe afrontar Europa
A nadie debe extrañar que se ausentara el miércoles del
hemiciclo del Parlamento Europeo en Estrasburgo un grupo de comunistas
españoles de diverso pelaje. Carece de importancia que lo hicieran para faltar
al respeto a la Corona española y a España. La intervención del Rey de España
tuvo tanta calidad, claridad y oportunidad histórica que solo aumentó el
ridículo y la marginación de esos grupos de ultraizquierda y de separatistas
españoles. Una triste anomalía. Los españoles antiespañoles son siempre los
españoles más recalcitrantes. Están rodeados nuestros ultras comunistas y
separatistas en el Parlamento Europeo por una inmensa mayoría de fuerzas con
firme voluntad de asegurar que en el resto de Europa esos ultraizquierdistas y
otros totalitarios no salgan de la marginalidad. De marginalidad e irrelevancia
en que también deberían seguir en España y a las que deberán retornar algún
día. En España, el tradicional prestigio de lo peor ha alcanzado niveles
esperpénticos. En Cataluña ahora mismo, como en tantas ocasiones a lo largo de
nuestra historia el más español de los rincones de España, se consuma una farsa
con la que habrían reído todos nuestros clásicos. A mandíbula batiente. Resulta
que toda la burguesía catalana, incluida la alta tan cosmopolita y sofisticada,
se ha entregado en cuerpo y alma a un grupúsculo de desgarramantas que se hacen
llamar la CUP, cuyos ideales e ídolos son todo crímenes y criminales. También
hay que reconocer que los canallas del lodo ideológico, que se creían capaces
de asaltar el poder desde la pureza y radicalidad inmaculada, también pierden.
Se abrazan a la corrupción de la tropa de Mas como a los muslos de una
prostituta momificada, con náusea reprimida por el cálculo más cínico.
El miércoles, a ellos y a otros extremistas españoles les
tocó digerir una seria ración de mensajes inequívocos. Muy cargadas de verdad y
por tanto enormemente peligrosas para todos aquellos que alimentan sus
discursos de ideología, medias verdades y mentiras enteras. Hubo palabras muy
claras, muchas de ellas pronunciadas con emoción, en tres discursos importantes
pronunciados por el Rey Felipe VI, la canciller alemana Angela Merkel y el
presidente francés François Hollande. El Rey hizo llegar a Europa, en presencia
de los líderes del eje franco-alemán, el mensaje claro de que España forma
parte de la solución de los grandes retos que debe afrontar Europa. Y que se
niega a ser un problema añadido. Y menos el principal. Porque si los españoles
enemigos de España, de la democracia y la libertad tuvieran éxito y pudieran
romper España en dos, Europa a medio plazo estallaría en cien pedazos. Eso
haría que 500 millones de ciudadanos de la mayor comunidad de derecho en
libertad y prosperidad del mundo se degradaran en 500 millones de súbditos de
cien miserables taifas en guerras y cuitas permanentes. Y unas décadas después,
probablemente bajo vasallaje de poderes islamistas o convertidos en parque
temático chino. Como en Europa aún existe un cuerpo electoral adulto que no
está envenenado por la industria mediática ultraizquierdista y separatista
española, es improbable que quienes buscan la destrucción de nuestra Europa
actual tengan éxito. Al menos de inmediato. Pero es necesario que los españoles
seamos conscientes de que nos corresponde hoy un papel capital en esta guerra
que declaraban el miércoles tanto Merkel como Hollande a los nacionalismos y
populismos, la peste y el cólera de nuestra era. El futuro de Europa demanda
que España sea el primer campo de batalla y también de la derrota de los
nacionalismos y los populismos, los dos proyectos totalitarios que amenazan
nuestras libertades. Acabar con el prestigio de lo peor y enviar a los peores a
la marginalidad es por tanto un reto histórico y un deber patriótico español y
europeo.
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