EN LA DUDA, CON EL ENEMIGO
Por HERMANN
TERTSCH
ABC Martes, 17.11.15
¡Cuán simbólico es la intención de la ultraizquierda de
equiparar al terrorismo con el poder democrático!
TODOS los miembros
del consistorio de Córdoba guardaron ayer un minuto de silencio por los muertos
de París con la oposición y con la administración pública de prácticamente toda
Europa. Pero después guardaron otro. Y a petición de la representante de
Ganemos, que es Podemos, los ediles de la izquierda gobernante guardaron otro
por las víctimas de las operaciones de guerra ordenadas por el presidente de
Francia contra posiciones de Estado Islámico en su capital Raqqa. ¡Cuán
simbólico es tanto la intención de la ultraizquierda de equiparar al terrorismo
con el poder democrático como la disposición del resto de la izquierda de
hacerle el juego! La izquierda española tuvo bajo Felipe González un intento de
hacer su Bad Godesberg, hacia la aceptación plena de la democracia
representativa y la renuncia total al proyecto totalitario marxista. González
lo redujo a una maniobra y después el ejercicio del poder hizo que se obviara
el debate. Muchos creían que había quedado superado. Pero llegó Zapatero, abrió
los frascos de todos los venenos, y en su partido no había nadie que hiciera frente
a la basura putrefacta ideológica que surgió de ellos. Durante una década
sembró ese mensaje sin que en la izquierda ni en la sociedad hubiera más que
voces aisladas que clamaran contra lo que ha sido el mayor atentado contra la
convivencia desde la Guerra Civil. Un atentado continuado para hacer de la
izquierda española un movimiento premoderno, cargado de odio y voluntad de
violencia, incapaz de ver la sociedad democrática abierta como otra cosa que
una desgraciada componenda capitalista que hay que destruir de una forma u
otra.
La inanidad de la derecha ideológica y los cálculos
mezquinos de la derecha política han reforzado en España la hegemonía mediática
y cultural de la izquierda. Eso cuando más palmario es su fracaso histórico y
su absoluta incapacidad de generar una opción constructiva, viable y con
proyección de futuro. Así las cosas, la izquierda marxista, que debería haber
desaparecido ya como ha hecho en las sociedades desarrolladas, tiene en España
una presencia que nos sitúa en niveles de Venezuela cuando no de Zimbabwe. Una
izquierda que ha perdido toda brújula moral tras sus consignas de baratija y
sentimentalismo populista. Y su único polo de referencia es el odio a su
enemigo ideológico que son el capitalismo, Israel y los judíos y la idea
nacional de España. Contra eso todo vale. Y por hacer daño a esos enemigos, con
los que se incluye a sus aliados y amigos, esa izquierda española es capaz de
aliarse con maoístas chinos, fascistas rusos, ayatolás iraníes, cortacabezas de
Hamás, revolucionarios africanos, narcotraficantes venezolanos, proxenetas
cubanos o miembros de la cienciología. Por hacer daño a España, al capitalismo
y a los judíos, con quien sea. Pues, con el yihadismo. Ahora intenta Pedro
Sánchez dar aspecto de chico de fiar, ya que no de hombre de Estado, y se une
al pacto antiyihadista propuesto por Mariano Rajoy. Pero en realidad no quiere,
porque él es de los más conspicuos representantes de esa izquierda española que
no cree ya más que en sus resentimientos. Está más cómodo con Pablo Iglesias y
sus amigos Jorge Verstrynge y Santiago Abad, los alquimistas de la alianza del
islamismo con el comunismo, del jugueteo intelectual con el terrorismo como
parte del proceso de superación del capitalismo. Pedro Sánchez no ha hecho ni
un Bad Godesberg personal. Por eso no es capaz de separar a su partido de una
izquierda que no solo no ha salido del pozo negro de crimen y miseria de su propio
siniestro y terrible pasado, sino que vuelve a estar lleno de tentaciones y
seducciones para repetirlo.
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