COLONIA COMO SÍNTOMA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 08.01.16
Todos los que advirtieron fueron tachados de racistas y
nazis
AHORA se preguntan
todos cómo ha podido pasar todo esto en Alemania. En pleno centro de una ciudad
como Colonia. Junto a la catedral y la estación central. Cómo pudo ser que
decenas de coches patrulla y sus dotaciones se convirtieran en testigos
impotentes de centenares de agresiones y otros delitos. Y hayan reconocido que
no hicieron detenciones por miedo. Ante la superioridad numérica y el
despliegue de violencia desenfrenada de los muchos cientos de «hombres de
aspecto árabe y norteafricano». Cómo fue posible que la Nochevieja en plena
luminosa capital europea del Rin se convirtiera en una pesadilla de cerca de
cinco horas, centenares de mujeres fueran agredidas, rodeadas por muchos
hombres, agarradas por varios, despojadas de sus bragas, arrancados abrigos,
vestidos, camisas y sujetadores, tocadas por decenas de ellos, violadas en
algún caso. Cómo pudo ser que cerca de mil extranjeros, en una acción
coordinada que se reprodujo en pequeña escala en otras ciudades, se mofaran
masivamente de la Policía, agredieran a cientos de mujeres en pánico,
amenazaran a las víctimas incluso cuando acudían a denunciar y mostraran una
certeza procaz de su impunidad con frases como «soy sirio y no me podéis hacer
nada porque soy invitado de Merkel».
Los alemanes se preguntan cómo este inaudito acto de
violencia masiva no tuvo reflejo antes en los medios. Y comprueban cuánta
verdad se ha intentado ocultar. Porque la monstruosidad de Colonia, el tamaño
de la agresión sexual colectiva en el espacio más público y compartido de una
gran ciudad, ha revelado insufribles prácticas de ocultación. Que parecen
responder a instrucciones para ocultar consecuencias indeseadas de la política
de Angela Merkel y sus socios. Salen a la luz centenares de agresiones sexuales
en diversas ciudades, con violaciones y detenciones. Los policías, hartos de
ocultación, dejan claro que en su inmensa mayoría son sirios y de otros países
musulmanes. Lo grave no es que entre el millón de refugiados que Alemania ha
acogido ahora haya mil agresores violentos. Lo terrible es ver que los peores
temores se cumplen. Los recién llegados han abierto una lucha cultural por el
espacio público que los alemanes y el Estado de Derecho perdieron en esa
Nochevieja en Colonia. Como lo están perdiendo en pueblos y barrios en los que
la masiva presencia de estos hombres amenaza con poner fin a la vida en
libertad y seguridad de una población a la que nadie consultó ni avisó de esta
política de tan dramáticas consecuencias. Todos los que advirtieron fueron
tachados de racistas y nazis. Los medios tienen tanto miedo a «incorrecciones»
que sus informaciones no se entienden. Los políticos han inaugurado el coro de
lamentos. Algunos denuncian ahora espacios urbanos sin ley en los que el Estado
alemán ha perdido el control. Lógica consecuencia de la llegada de golpe de
centenares de miles de refugiados que no tienen cultura de convivencia en
libertad. Y que abusarán de ella mientras no conozcan límites. Pero esos
límites, que deberían ser defendidos con draconiana firmeza para ser creíbles,
no son compatibles con la mentira original del estado beatífico que vende la
insensata narrativa de la clase política europea que no cree capaz a su
población de soportar verdades. Las declaraciones de Merkel ayer revelan la
incapacidad de acción de alguien atrapado en su propia discurso. Enfado como
mujer, persecución del delito y aceleración de expulsiones es lo que anunció.
Un catálogo ridículo de impotencia ante la alarma que se genera cuando se
descompone la percepción de seguridad de una sociedad moderna y se quiebra la
confianza en el Estado. Un remedio eficaz es muy improbable. Pero lo cierto es
que si no lo hay Colonia habrá sido un síntoma de un destino europeo.
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