TINIEBLAS SOBRE EUROPA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 26.01.16
Se anuncian tiempos duros. La seguridad, el bienestar y la
libertad ya son hoy más raras y caras
EUROPA se muere como
proyecto político común. Cada vez son más las voces que lo anuncian. Señalan
causas en principio diversas. Pero que radican en la práctica todas en lo que
más que una crisis es una quiebra cultural generalizada. En el agotamiento de
sus ideales, en la confusión de sus valores, en la decadencia de ideas y
conductas y en la disparidad, por todo ello cada vez más insalvable, de sus
distintos intereses nacionales. En la falta de músculo político y de
pensamiento, en su retórica hueca, el distanciamiento entre sus elites
políticas y burocráticas y sus pueblos y el alejamiento entre sus sociedades
nacionales. Todos los intentos de reacción parecen inútiles esfuerzos de
voluntarismo. Se anuncian tiempos duros. La seguridad, el bienestar y la
libertad ya son hoy más raras y caras. En algunos rincones serán pronto lujos
inaccesibles. Europa no se romperá porque haya alternativa mejor, sino porque
su inviabilidad se imponga. Como una condena que llevaría a una catástrofe de
terribles dimensiones. Habrá países que se unan a Alemania en un núcleo en el
que puedan seguir practicando lo que habíamos logrado en los últimos quince
años en la UE y que ya hoy no podemos mantener. Desde el espacio común a la
moneda, la fiscalidad y el reparto de la inmigración. Otros países periféricos
como España quedarían descolgados, probablemente en manos de movimientos
populistas, radicales y antidemocráticos, cuyo surgimiento habrá sido una de
las causas directas del desastre.
Siempre hubo alarmas
en el proyecto Europa. Desde sus inicios allá en la posguerra hasta los
terribles sobresaltos financieros con el Euro en el verano del 2011. Todas las
crisis europeas ayudaban al final a superar obstáculos y avanzar en la
unificación, un objetivo que todos consideraban deseable y pronto además
imprescindible para lograr una masa crítica de fuerza que pudiera competir con
las demás potencias en un mundo globalizado. Hasta hoy, en que la alarma suena
muy distinta. En la cumbre de Davos, donde Thomas Mann hizo divagar a Hans
Castorp en plena I Guerra Mundial sobre Europa, los nacionalismos y la muerte,
se especula ya abiertamente, con la muerte de la Europa unida. La causa
directa: el estallido de una crisis masiva y total de convicción y compromiso.
El detonante no ha sido la moneda común que ya mostró
errores en la construcción europea y límites de la capacidad de empatía de los
estados nacionales. Lo ha sido la crisis de los refugiados. La exigencia
alemana a Europa de asumir el reparto de inmigrantes mientras continúan sus
fronteras abiertas es percibida como una agresión que toca la esencia de las
identidades nacionales. Y causa lo que nunca hizo ninguna imposición económica,
la ruptura de la voluntad comunitaria. La caída de Angela Merkel, muy posible
muy pronto, haría desaparecer a la única figura de referencia y autoridad
medianamente aceptada. La Comisión Europea desaparece en la irrelevancia ante
las demandas nacionales. Todos los países del este están en revuelta. Se niegan
a procesos de disolución identitaria y cultural relativista como los habidos en
las sociedades occidentales. Coinciden en su recelo con un Reino Unido cuya
salida es cada vez más probable. Los populismos derechistas en el norte de
Europa se niegan a la inmigración pero también a sufragar a un populismo
ultraizquierdista volcado al parasitismo. Un cuarto de siglo después de la
apoteosis del éxito de la Europa de la Democracia y las Libertades con la
reunificación de este y oeste, nada ni nadie parece capaz de impedir que el
continente retorne hacia las tinieblas de la primera mitad del siglo XX. Con el
rampante desprestigio de la democracia y el imparable resurgimiento de sus
peores fantasmas y adelantados del miedo.
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