MUNDO LÍQUIDO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 29.03.16
Son muchos los pueblos que aún crían a los niños en
convicciones y creencias por las que matar y morir
DICEN que estamos en el mundo desarrollado occidental ya en
una sociedad líquida, parafraseando al viejo Zygmunt Bauman. Somos ya una
inmensa comunidad humana que ha destruido sus dioses, sus certezas, que vive ya
sin anclajes inamovibles, sin convicciones sagradas, sin referentes y
referencias irrenunciables. Todo fluye, en ese inmenso recipiente plano en el
que los vaivenes de la actualidad cambian oleaje y corriente y los individuos
se concentran en flotar con la cabeza fuera desde que nacen hasta que mueren.
Dejándose llevar siempre por los movimientos más convenientes del fluido para
no perder esa fuerza necesaria para lo más importante, para lo único
importante, sobrevivir. Ir a contracorriente distrae energías y concentración
de la única obsesión que, salvo muy pocos inadaptados, todos comparten, que es
el seguir vivo. Todo el mundo moderno quiere llegar a muy viejo a toda costa. Y
ninguna miseria de la vejez, sus terroríficas cuitas, tristezas y dependencias,
disuade de ello. Apenas quedan ya excéntricos dispuestos a sacrificar la vida
por una idea y por una causa. Habría todavía mucha gente dispuesta a dar su
vida por salvar la de los hijos. Pero en esta evolución de negación sistemática
del compromiso es lógico pensar que los individuos, al igual que ya se
desentienden de sus progenitores, también lo hagan pronto de sus crías. Nadie sabe
cuánto se sostendrán estos últimos instintos de la especie en las sociedades
modernas del bienestar. Aunque el final puede venir por un cambio radical en un
sentido distinto.
Porque, pese a lo pequeño que es el planeta Tierra, lo
cierto es que, junto al mundo líquido del que hablamos, tenemos humanos,
muchísimos humanos, que no están en nuestra tan angustiosa como placentera
fiesta del bienestar. Hay miles de millones de seres humanos que no piensan en
su persona como el único valor decisivo en su conducta y pensamiento. Son
muchos los pueblos que aún crían a los niños en convicciones y creencias por
las que matar y morir, por las que alcanzar la grandeza del reconocimiento
entre los propios, por las que sacrificar una vida larga, en aras de una
religión o de la nación o de la riqueza y el poder o la armonía de esos hijos.
Y sufren con atentados, guerras, matanzas, enfermedades y brutalidad, pero
tienen motivos suficientes para vivir, multiplicarse, luchar y matar, y también
suficientes para morir y nacer. ¿Y nosotros? Hasta hace poco partíamos en el
mundo desarrollado de esa convicción tan soberbia de la Ilustración de que
quienes conocen lo que conocemos nosotros quieren ser como nosotros y vivir
como nosotros. Eso ya solo lo pretenden los más ilusos que creen que no hay mil
millones de musulmanes en la fiesta plañidera en la plaza de la Bolsa de
Bruselas porque no se han enterado de nuestras ceremonias autocompasivas. Lo
cierto es que son miles de millones los que que no quieren ser como nosotros.
No solo musulmanes. Quienes aquí han renunciado a toda creencia, convicción y
referencia de todo lo que a nuestros mayores les llevó a construir nuestro
mundo occidental pretenden que se adhieran a las conductas del mismo quienes en
absoluto lo pretenden. A una forma de vida en libertad que ellos no quieren y
nosotros hemos dejado de defender. Incapaces como somos de ello, flotantes con
la cabeza fuera, con bocanadas al aire para llegar a viejos. Nuestro mundo
líquido, con sus conquistas materiales y su bienestar, el mejor mundo por ser
el más justo, eficaz, compasivo, bondadoso e inteligente jamás habido, agoniza
porque ha abolido la base de su éxito, que es el compromiso, con las formas y
el fondo profundo de una comunidad en el reino de la ley de seres iguales creados
a semejanza de Dios.
0 comment(s):
Post a comment
<< Home