EL INFIERNO DEL MAL PERDÓN
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 18.10.16
Cuando se perdona lo imperdonable y se tolera lo intolerable
se rompen los códigos de convivencia
EL Papa Benedicto XVI, en una de las célebres
conversaciones con Peter Seewald, comentó hace años el mucho daño que había
hecho a la Iglesia el perdón. Puede sorprender la frase cuando el perdón es
esencia misma del mensaje de Cristo y de la Iglesia misma. Hablaba el Papa
bávaro de los escándalos de abusos sexuales habidos en el seno de la Iglesia
católica y que tan infinito daño hicieron a la misma. Y lamentaba que durante
décadas se entendiera la caridad cristiana en el perdón de forma que había
generado una fatal percepción de impunidad. Porque no puso coto a los desmanes
y probablemente hizo proliferar esas detestables prácticas. Y porque por bien
intencionado que fuera, aquel perdón era muchas veces una afrenta y un dolor
añadido a las víctimas. El Papa lamentaba que tras el perdón cristiano hubiera
otras motivaciones como la comodidad o miedo al conflicto de las autoridades
eclesiásticas.
Las sabias palabras de Benedicto XVI contra el mal perdón
vienen a cuento cuando se buscan explicaciones a conductas execrables como las
de Alsasua el sábado. Cuando se perdona lo imperdonable y se tolera lo
intolerable se rompen los códigos de convivencia. Y la impunidad hace crecerse
al injusto, al violento y al malvado, que recurrirá a su ventaja para cometer
nuevas afrentas, nuevos crímenes y abusos. Cuando se concentran cincuenta
adultos para dar todos juntos, sin objeción de ninguno de ellos, una paliza de
hospitalización a cuatro personas indefensas, entre ellas dos mujeres, es que
allí fallan esos códigos de la convivencia civilizada. Que tantos individuos
tengan atrofiado todo sentido de nobleza y justicia no es accidental. Tamaña
vileza solo puede deberse al odio. Y revela el daño del mal perdón que durante
tantos años se ha aplicado al movimiento separatista antiespañol, a sus
crímenes y a su constante labor de destrucción de la legalidad española en
Navarra y el País Vasco y la libertad constitucional.
Se ha tolerado lo intolerable que es la siembra del odio.
Las componendas en Madrid con los nacionalistas y la indolencia de la clase
política hicieron que la única ley que realmente se aplicara fuera la del
mínimo esfuerzo. Ese perdón culpable empezó por tolerar que se quitaran unas
banderas preceptivas y culminó décadas después en un cobarde acuerdo bajo la
manta entre el gobierno Zapatero y la banda terrorista ETA. El Estado incurrió
en complicidades inconfesables y en parte delictivas para cumplir ese pacto
infame. Desde entonces los postulados del terror avanzan y ganan fuerza en las
instituciones. Aunque en los últimos años Cataluña tomara el papel de
vanguardia destructora. La derrota policial de ETA se convirtió por interés de
Zapatero en la victoria de un separatismo que el frentepopulismo quiere de
aliado. Con unas generaciones jóvenes que ya solo conocen su historia
inventada. La cultura de la impunidad, del mal perdón, ha sido el principal
motor de la expansión del separatismo antiespañol del País Vasco y Cataluña.
Que no mata porque no lo necesita. Que tiene de cómplice a la izquierda
antisistema de Podemos. Y a la indiferencia general de la sociedad española
como mejor aliado. Nada simboliza mejor la impunidad que los 300 asesinatos de
ETA sin resolver que no se investigan. Hay quienes no resignan. Ahora se
estrena una película de Iñaki Arteta sobre «los 300». La Fundación
Villacisneros lanza una iniciativa para reabrir casos no resueltos. Quien
quiera que hechos como los de Alsasua se hagan imposibles, quien crea en
reconquistar para la legalidad y la libertad toda España debe entender que la
batalla se centra en el fin de la impunidad. De los asesinos no identificados,
de los bárbaros del sábado o de Arturo Mas.
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