LA ZONA DE CONFORT
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 14.10.16
El Nobel a Dylan es casi tan ofensivo, en todo caso tan
significativo, como el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos
ES difícil enfadarse porque le den el premio Nobel de
Literatura a Bob Dylan, ese poeta judío americano cuyas canciones son parte de
la vida de todo Occidente desde hace tres generaciones. Pero es más difícil aún
argumentar que Bob Dylan es el literato vivo que más merece un galardón
mundial, lo que era al fin y al cabo el objetivo de este premio antes. Antes.
Cuando todavía teníamos aquello que llamaban un canon. Aquello que, como Harold
Bloom advertía, era un código de calidades y autoridades y un mapa espiritual y
moral, creado con la acumulación por los siglos del talento, el conocimiento,
la sabiduría y el trabajo de los mejores testimonios de la existencia del ser
humano sobre la tierra. Ese canon, otrora instrumento de formación con vocación
de código universal es ya solo una vieja referencia para una comunidad letrada menguante
y marginal. Bob Dylan gana porque el jurado quiere dar el Nobel a alguien cuyo
nombre y cuyas obras no tengan que buscarse en wikipedia. Estamos en la segunda
generación en la que pocos individuos leen textos que superen las dos páginas.
Otorgar un premio de literatura que sea popular entre gente que no lee es una
tarea complicada que se resuelve con Bob Bylan. Cuyos textos son por cierto
bellísimos. Todo adecuado a las comodidades de las nuevas generaciones
occidentales. Todo debe adecuarse a la zona de confort en la que se consume con
buena conciencia, sentimentalismo y superioridad moral. Las sociedades
desarrolladas se sienten bien con las certezas y los sentimientos acompasados.
Mientras se multiplican las amenazas externas y crece la indefensión de estas
sociedades tan dormidas como decididas a combatir con furia todo lo que les
moleste el sueño.
Esta zona de confort es una de las consecuencias
catastróficas del sesentaiochismo en EE.UU. y en Europa. Que nos ha traído en
medio siglo de deterioro permanente a esta situación de perfecta postración
intelectual y moral que hoy vemos en los medios de comunicación, en las
universidades y en la cultura, todo bajo la vigilancia de un izquierdismo
difuso pero implacable. El producto final es la tiranía de la corrección
política que es ya la peor amenaza para la democracia y el pensamiento libre.
Todo comenzó con la relativización general y obligatoria de todos los valores,
empezando por los cristianos. Y hemos llegado ya a la inversión total de los
valores de la civilización occidental. En esa zona de confort solo hay que
estar de acuerdo en que todo viene a ser lo mismo, Mozart y los Fitipaldis, el
perdón cristiano y la venganza musulmana, la libertad y la ausencia de ella, el
terrorista de las FARC o su víctima, mentir o decir la verdad, Bob Dylan o
Theodor Mommsen. Como lógica consecuencia ya tenemos fuerzas que otorgan más
valor a la vida de los animales que a la humana. Y nadie se inmuta ya ante la
permanente carnicería del aborto de humanos tan fácilmente asumida como si
fuera extirpar espinillas. En el centro de todo se sitúa el bienestar que no es
sino dispersa comodidad, y el «pensamiento puré» de la emoción primaria, y la
entonación en contraposición al esfuerzo, a la disciplina, a la autoridad, al rigor
y a la verdad, y por supuesto en lucha a muerte contra un canon occidental
cuyos pilares están en nuestras raíces judeocristianas. En el fondo es por ello
el Nobel a Dylan casi tan ofensivo, en todo caso tan significativo, como el
Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos por su acuerdo con el narcoterrorismo de
las FARC. Ambos son prueba de la imparable quiebra de los valores que hicieron
de Occidente la tierra de los hombres libres.
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