UN REBAÑO HACIA EL ABISMO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
26.05.17
Nos desean el bien infinito del sometimiento al islam
OTRA vez estamos ahí. En el lugar de la matanza. Esta vez en
Manchester. Tres días con enviados especiales de todas las televisiones del
mundo que se disputan las imágenes de las flores, las notas de condolencia y
las caras, llorosas el primer día, tristes el segundo y cariacontecidas el
tercero. Tres días de jóvenes cantando el «Imagine» de John Lennon sin saber lo
representativo que es de nuestros males como himno de una sociedad sin
referentes morales, sin anclajes en la realidad y sin instinto de
supervivencia. Como himno del cordero adormecido y feliz antes de ser
degollado. Allí están periodistas y políticos, los transmisores del bacilo de
la inanidad, adalides de la multiculturalidad y la tolerancia con la
intolerancia. Ellos garantizan que no aparezca en las televisiones frase
disonante ni expresión que cuestione que este nuevo crimen islamista es una
catástrofe natural a la que debemos subordinar nuestras conductas. No se
emitirá nada que pueda ser remotamente interpretado como «racista», «xenófobo»
o «islamófobo». Han de silenciar e impedir toda reacción natural de exigencia
de responsabilidades o, peor aun, de autodefensa. Sería ultraderechismo.
Incitación al odio. Muy reprobable.
Por eso, solo aparecen en las televisiones del mundo
occidental los buenos occidentales, convencidos de que «la violencia nada tiene
que ver con el islam». La solución es «más tolerancia», «hacer frente a los
terroristas con más amor y oración» por citar a Margot Kassmann, voz de una
iglesia evangélica alemana muy responsable de hacer de sus fieles un rebaño de
víctimas propiciatorias. La católica no mucho menos. Olvidadas quedaron las
lúcidas palabras de Benedicto XVI en Ratisbona con exigencias a unos y otros, a
los cristianos de mayor defensa de sus principios, valores y espacio y a los
musulmanes a asumir unos valores de la civilización común que desprecian en su
afán de dominio. Y no solo los jóvenes fanáticos que se vuelan por los aires.
También los llamados moderados que predican en las mezquitas europeas la
llegada del califato y la conversión o sometimiento total de los infieles. No
se les puede culpar por creerlo. Por considerar al mundo cristiano
irremediablemente depravado, corrompido y en naufragio. Ni por desearnos a los
infieles lo que consideran el bien infinito del sometimiento a Alá. Quieren
compartir con nosotros la bendición del islam. Desprecian a los hombres
incapaces de defender a sus mujeres en las calles y dispuestos a que sus hijos
no crean en nada. Nos desprecian por infieles. Los recién llegados tanto como
los que nacen en familias llegadas hace medio siglo. Otra vez ahí. Con los
jefes musulmanes británicos tristes porque han muerto niñas, pero inamovibles
de su pretensión de que mucho peor peligro que los asesinos yihadistas es la
islamofobia.
Con los muertos de Manchester aun por enterrar se niegan
ofendidos a más controles sobre unas comunidades que han criado a los asesinos.
Jamás entregan al poder infiel a un fiel sospechoso. Radicales o moderados,
entre ellos nunca habrá el abismo que los separa del infiel. Nunca retroceden.
Conquistan un espacio tras otro. Iglesias se convierten en mezquitas. Los
parques y calles adyacentes también. Después el barrio. Siempre de forma
irreversible. Donde ellos son más, pronto no hay otra cosa. Puede que no haya
fuerza ya para reaccionar. Que nuestro rebaño infiel de la sociedad abierta
europea esté condenado a seguir a galope hacia el abismo, ante las bombas, la
brutalidad y la extensión de la sharía por barrios, ciudades y regiones. Pero
nadie pretenda que la causa es la injusticia, la pobreza o la discriminación.
La causa es nuestra trágica debilidad y el mensaje totalitario del Islam al que
solo cabe hacer frente o someterse.
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