EL TEMERARIO ALCALDE DE TUBINGA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
04.08.17
Atacar a Merkel por dividir a Alemania tiene su precio
EL alcalde de la venerable ciudad universitaria de Tubinga
es un miembro del partido de Los Verdes. Pronto podría ser un nazi. No, no se
asusten. No es que vaya a ganar ningún partido nazi las elecciones en aquella
bella ciudad suaba. Entre otras cosas porque, al contrario que en España, los
partidos enemigos de la Constitución no pueden concurrir allí a las elecciones.
También porque, al contrario que en España, el cargo público electo que no jure
expresamente la Constitución con la fórmula textual establecida, nunca
accedería al cargo. Allí no permitirían payasadas de juramentos mezclados con
amenazas como se aceptan en España. Tampoco será porque el muy razonable
alcalde, Boris Palmer, se convierta a esa ideología criminal. Lo que sí ha
sucedido es que Palmer se ha atrevido a escribir un libro en el que cuenta
muchas realidades de la Alemania actual que permanecen ocultas porque los
medios y los políticos así lo prefieren. Y arremete en el libro contra quien él
considera principal responsable de un grave deterioro de la seguridad,
cohesión, bienestar y confianza en el futuro de los alemanes. Ese alguien es
Angela Merkel. Atacar a la canciller es posible, faltaría más, por eso se trata
aún de un país con cierta libertad de expresión. Por mucho que la nueva ley de
control de las redes sociales del ministro de Justicia, Heiko Maas, haya sido
ya adoptada por Vladímir Putin y Aleksandr Lukashenko como modelo para sus
respectivas dictaduras con elecciones en Rusia y Bielorrusia. Por mucho que los
alemanes tengan hoy probablemente más miedo que nunca desde 1945 a dar su
opinión real.
Merkel puede ser criticada en materia económica, hasta sobre
sus decisiones bonapartistas, tomadas personalmente sin consulta, como el
abandono de la energía nuclear. De un día para el otro, a caballo de la ola de
histeria por el accidente de Fukushima y sin reparar en daños ni seguridad
jurídica. Pero que nadie ose un ataque a la canciller por los catastróficos
efectos de su política de inmigración. El que lo haga se verá pronto tachado de
racista, xenófobo, cruel y, al final, con seguridad, de nazi. Igual que en
España se usa el arma arrojadiza del insulto de «facha», tan eficaz por el
miedo que le tiene toda la derecha, quien se salga del consenso socialdemócrata
hoy en Alemania pasa a ser automáticamente un nazi. Así les pasa a pensadores,
políticos democráticos o líderes políticos extranjeros. Y probablemente le pase
al alcalde de Tubinga. Ya fue temerario al denunciar la repercusión de esta
inmigración sobre la seguridad y la criminalidad en su ciudad y en toda
Alemania por extensión. En su libro parte de una certeza que elige como título,
una verdad palmaria que debiera tener efectos prácticos y no los tiene: «No
podemos acoger a todos».
Pero el autor va más allá de los daños generados con estas
oleadas de inmigrantes. Palmer acusa a Merkel de haber roto la convivencia, la
unidad del pueblo alemán que se reinstauró con la reunificación. Con la
pretensión de que solo su posición ante la inmigración es íntegra y moral, la
canciller ha causado un gravísimo daño a la cohesión nacional al polarizar en
campos cada vez menos conciliables a defensores y adversarios de su política.
Esa superioridad moral lleva al bando de la canciller a no reparar en medios
para destruir al despreciable adversario carente de virtud alguna. Esa
polarización a la que Merkel ha arrastrado a todo el espectro parlamentario
alemán tendrá sus efectos a corto o medio plazo. El alcalde de Tubinga dice
muchas verdades y eso hoy hace romper a uno siempre con el bando de la
socialdemocracia transversal de Merkel.
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