The Unending Gift

viernes, enero 24, 2014

PENAS, JUSTICIA Y TOREO

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 24.01.14


Se nos había pasado el susto de saber que Garzón había tenido poder sobre nuestra libertad y hacienda. Ahora ha sido Elpidio

EL extorero Ortega Cano deberá ir a la cárcel porque la sentencia «está para ser cumplida», tal como ha dicho la titular del Juzgado de lo Penal número 6 de Sevilla. Parece bastante obvio o al menos lo sería en cualquier otro país de nuestro entorno. Porque resulta del todo absurdo que una solicitud de indulto que hace el propio condenado paralice indefinidamente el cumplimiento de una condena. Pero sería de agradecer que, si así se decide esta vez, no acabe resultando que esta medida tan razonable solo es aplicable en España a toreros jubilados. Y no a políticos, insulares o no. No vamos a hacer una lista de todos los que han visto transcurrir la espera del compasivo indulto gubernamental y el tiempo de su hipotética condena en una comodísima libertad, en pleno disfrute de sus fortunas, en muchos casos, beneficio directo del delito por el que habían sido condenados.

En el desgraciado caso de Ortega Cano la causa de la condena fue su maldita idea de sentarse borracho al volante aquel día y el trágico accidente que provocó y que costó la vida a un conductor que por puro azar se cruzó en su paso. Lo curioso, o lo terrible, es que esa frase de «la pena está para ser cumplida» parece querer recordárselo la jueza a la sociedad en general. «Oigan, que las penas de cárcel no son virtuales». Lleva años la sociedad española, por no hablar de los periodistas, en clase intensiva de leyes, derecho procesal, penal y civil, para intentar explicarse, primero las tropelías cometidas por algunos destacados conciudadanos, muchos de altas responsabilidades. Y segundo, los mecanismos, añagazas, recursos legítimos, trucos y perfectas golferías, toreo puro, que muchos organizan para que aquellos polvos no les manchen con lodo alguno. Los diarios nacionales parecen todos abrir con una eterna crónica de tribunales. Lo que la sociedad percibe es que tenemos maestros del toreo con sumarios y causas. Lo cierto es que, por ejemplo, el señor Miguel Blesa está en la calle. A muchos les parece raro, pero en realidad está en gozosa libertad como todos los responsables de los hundimientos de las Cajas, políticos incluidos.

Que hay cientos de sumarios abiertos, se sabe. Pero si preguntan por la calle verán que nadie confía en que nadie pague abusos, robos o temeridades con catastróficas consecuencias. No ayuda saber que los terroristas apenas pagan, claro. Y es que el señor Blesa tuvo la inmensa suerte de toparse con el juez Elpidio Silva, que, con su tontiloquismo, por lo menos le ha quitado de encima un par de sumarios de casos, raros, raros, raros. Porque si nuestros ilustres imputados son una casta extraordinaria más propia de regímenes caribeños que de democracias europeas, nuestros jueces han demostrado también ser una casta a la altura. Cuando a un juez al que se le pone cara, responde a lo que hace treinta años considerábamos la lógica imagen de un juez, nos emociona como el ser extraordinario que hoy nos parece. Nos insisten en que en su mayoría son así. No nos lo parecen cuando vemos las actuaciones. Y hemos visto muchas en los últimos años, meses y semanas. No sólo en el dantesco espectáculo desencadenado por la sentencia Parot. Ni en el baile del CGPJ. Lo grave es lo poco que nos fiamos ya.

Se nos había pasado el susto de saber que Baltasar Garzón había tenido poder sobre nuestra libertad y hacienda. Ahora ha sido Elpidio. Pero queda claro que, sin un damnificado como Blesa y un abogado como el suyo, este juez seguiría en su cargo ejerciendo como lo que es, un auténtico peligro público.



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