PRUEBA DE FUEGO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 28.10.14
Justo 25 años después de que se borraran los últimos
vestigios de las grandes guerras, vuelve a estar cuestionada la supervivencia
de la UE
ES como si todos se hubieran puesto de acuerdo en el
centenario del comienzo de la I Guerra Mundial en conmemorarla con una
constelación de pequeñas catástrofes que parecen estar a la espera de unirse en
gran hoguera histórica. Un siglo después de aquella terrible catástrofe con
decenas de millones de muertos, todo son amenazas para la UE. Por primera vez
Europa goza de unidad en libertad y razonable prosperidad. Pero justo
veinticinco años después de que la caída de muros, fronteras y dictaduras
comunistas borraran los últimos vestigios de las grandes guerras, vuelve a
estar cuestionada la supervivencia de la UE. «Nunca hemos estado tan cerca del
fracaso de la UE como ahora», decía hace una semana Joschka Fischer, exministro
de Exteriores alemán.
Después de la crisis del euro y de años de zozobra, una
mayoría de europeos desea encarecidamente creer que la recuperación llegará
pronto para todos. En España, uno de los que más han sufrido por su propia
debilidad, sus errores, mentiras y gobernantes, esas ansias son angustia. Y
llevan a reacciones irracionales. Eran muchos los que anunciaban que todo podía
complicarse. Y así será. Se temen los efectos políticos de esta nueva
frustración. La radicalización hacia políticas populistas, autoritarias y
antidemocráticas se dispara. Entre quienes no han hecho reformas, como Italia y
Francia. En quienes se resisten a continuarlas, como España. En quienes se han
dormido en laureles, como Alemania, o quieren estar al margen, como el Reino
Unido.
Hay contingencias que tumban cualquier plan. Así sucede con
las guerras. La agresión de Rusia a su vecina Ucrania, con la invasión y
anexión, no ha arrastrado a la UE ni a la OTAN a la guerra. Pero para evitar
que así sea en un futuro próximo tienen que parar los pies a Vladímir Putin y a
su régimen, ya abiertamente despótico y expansionista. El coste de las
sanciones es alto. Pero más cara es la guerra. Pero hay otro conflicto bélico.
El que ha traído la creación del Estado Islámico. La terrible realidad es que,
aunque el califato yihadista tienen hoy sus territorios en Siria e Irak, Europa
es ya un continente totalmente penetrado por sus fuerzas. Si son muchos miles
ya los musulmanes europeos que combaten en Oriente Medio, son millones a los
que apela este Califato Terrorista para destruir la sociedad abierta que los
acogió a ellos o a sus padres o abuelos. La guerra entre kurdos y yihadistas ya
se ha trasladado a las calles de ciudades alemanas. Y son previsibles también
los choques violentos entre estos grupos y fuerzas de los países anfitriones,
cada vez menos dispuestos a la tolerancia ilimitada.
El otro elemento que amenaza con dinamitar la UE es sin duda
el ideológico. Los países más ricos y desarrollados buscan sus soluciones en
mayor autoridad, orden y esfuerzo, por lo que su populismo tiende a la extrema
derecha. Mientras, en el sur, son las fuerzas del igualitarismo y el
resentimiento social que movilizan hacia la extrema izquierda. Grecia podría
tener tras elecciones anticipadas en 2015 un gobierno de extrema izquierda. Una
España hundida en el fracaso político y la corrupción quizás imite a Grecia.
Nadie sabe qué puede pasar en Italia. Los países del norte tendrán nula
tolerancia para renovadas ayudas a un sur en regresión a ideologías pretéritas.
Las fuerzas antieuropeístas crecen en todos, en ricos y pobres. Con problemas
graves de defensa exterior, nacionalismos agresivos, seguridad interior,
inmigración descontrolada, crisis en la competencia globalizada y corrupción,
será previsiblemente la polarización ideológica, casi cultural, el mayor
obstáculo a superar si los europeos quieren seguir viviendo juntos dentro de un
lustro o dos. El 2015 se anuncia como prueba de fuego.
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