EL DÍA EN QUE LA ALEMANIA LIBRE GANÓ LA GUERRA AL COMUNISMO
Por HERMANN TERTSCHEnviado Especial a Berlín
ABC Domingo, 09.11.14
LA CAÍDA DEL MURO, 25 AÑOS DESPUÉS
El pueblo alemán festeja el día «más feliz de su vida», al
término de un siglo marcado por dos guerras mundiales y casi cinco décadas de
dictadura comunista
REUTERS Los berlineses se encaramaron al Muro a primera hora de la mañana del 10 de noviembre
Berlín 2014. La
Friedrichstrasse que cruza Unter den Linden y el canal del río Spree no es aun
hoy lo que fue a principios del siglo XX, la única calle europea que competía
con Times Square en tráfico peatonal y rodado. Pero es ya otra vez una gran
calle europea de luces, ruidos y bullicio. Hay que tener la mirada muy avisada
para descubrir tras la gran estación del mismo nombre unas escaleras cubiertas
que bajan a lo que hoy es, en un gran semisótano, el museo del «Grenzgang», del
«paso de fronteras».
Suena allí hoy
aquello de «frontera» tan absurdo e irreal como un puente en medio del mar. Y
nadie podría adivinar que allí estuvo durante casi tres décadas el nudo
sentimental y emocional de Alemania. En aquellas instalaciones paralelas a la
estación Friedrichstrasse, con compuertas, pasillos, juegos de espejos y rejas
con pinchos, se producían a diario tremendas escenas de drama y desconsuelo
entre quienes se iban y quienes se quedaban.
Allí se consumaban
rupturas, reencuentros y separaciones, unas fugaces, muchas temporales, y
también definitivas. Allí estuvo durante todos los 28 años de existencia del Muro
de Berlín el túnel vigilado que lo atravesaba, por el que el poder comunista
regulaba, con cuentagotas, los contactos humanos entre las dos partes de la
Alemania demediada por la Guerra Fría. Dos Alemanias que entonces se separaban
rápidamente por un abismo cada vez mayor en desarrollo, bienestar, información
y libertad.
Era el escenario y el
símbolo a un tiempo del desgarro alemán. El Palacio de las Lágrimas lo
llamaban. Estaba cerca del Palacio Admiral, en el que se produjo el acto
político que iba a consumar una larga tragedia, el del secuestro comunista de
las regiones orientales de la Alemania derrotada. En el Admiral se obligó, por
orden de Stalin, a que los socialdemócratas del SPD en la zona oriental se
unieran a los comunistas del KPD en el Partido Socialista Unificado. Que por
supuesto fue comunista.
Las quejas no eran
recomendables. Se desaparecía. El 22 de abril de 1946, con Berlín aún siendo un
mar de escombros, Stalin dejaba ya claro que en la parte de Alemania ocupada
por el Ejército Rojo se impondría un régimen obediente a Moscú. Ya no había que
simular nada. Dos años más tarde, en 1948, se imponían los comunistas en todos
los países que habían sido « liberados» por las fuerzas de Stalin. Tan solo
tres años de frágil esperanza de libertad.
Tito como excepción
La ocupación nazi que
había devastado Centroeuropa hacía sitio no a la democracia, sino a una
ocupación soviética. En Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria se
imponían los comunistas obedientes a Moscú. Tan solo en Yugoslavia un Josip
Broz «Tito», envalentonado por su propia leyenda, negaba obediencia a Stalin y
protagonizaba la primera ruptura en la hasta entonces marmórea unidad comunista
internacional bajo Stalin. Muchas ejecuciones habría de causar la purga
estaliniana de «titoístas» reales o inventados, en toda la región.
Alemania fue dividida
en 1945 en cuatro partes por las potencias vencedoras. Pronto quedó claro que
solo había dos: una con los sectores americano, francés y británico, y otra la
soviética. Y dentro de ese sector soviético de la Alemania dividida, que se
habría de convertir en la República Democrática (RDA), en medio del mismo como
una isla, la capital Berlín dividida a su vez en cuatro partes y a la postre en
dos, la occidental democrática y la comunista. En 1948, cuando la Guerra Fría
viene a hacerse oficial, Stalin hace su primer pulso a las potencias
occidentales.
El puente aéreo
En reacción al
anuncio de la creación de la República federal, Moscú pone en cuestión el
estatus internacional de la ciudad y bloquea todos los accesos y suministros
terrestres. Habría sido difícil convencer a la opinión pública norteamericana
de que volviera a la guerra, esta vez contra la URSS, para defender la libertad
de quienes hasta hacía tres años habían sido su mortal enemigo. Pero el
presidente Harry Truman era consciente de que si Stalin lograba echar a los
aliados occidentales de Berlín, toda Alemania caería en manos soviéticas.
La idea de tener a
las fuerzas del Ejército Rojo en el Rhin y a horas de París era una pesadilla.
Por eso se emprendió una operación sin precedentes. Un puente aéreo de más de
272.000 vuelos durante 321 días alimentó a toda la ciudad hasta que, admitido
el fracaso, Stalin abrió el tráfico a la ciudad sitiada.
El Tercer Reich, ese
Imperio que iba a durar mil años según los planes de su fundador Adolf Hitler,
apenas superó los doce. Su apoteosis final se consumó no lejos de la
Friedrichstrasse. Su paralela, la Wilhelmstrasse, tenía algunas de las
principales direcciones oficiales del Estado nacionalsocialista. Aparte de
ministerios como Exteriores, estaba allí, construido sobre el solar de una
razonable cancillería imperial de Otto von Bismarck, el colosal edificio
construido por Albert Speer para el Führer, la Reichskanzlei. Era símbolo,
lleno de brutal energía, columnas y mármol, del poder emergente y oficialmente
eterno aun en 1938. Con su búnker en los jardines, en el que pasaría los
últimos agónicos meses antes de quitarse la vida el 30 de abril de 1945, con
los soldados soviéticos ya en calles aledañas.
Estallido de protestas
Esa cancillería, como otros
muchos edificios del devastado barrio oficial entre la Puerta de Brandeburgo y
la estación de ferrocarril Anhalter, que desapareció de la faz de la Tierra,
habría de quedar a partir de agosto de 1961 en un limbo urbano inalcanzable, no
urbanizado hasta el año milagroso de 1989. Porque el muro que atravesaba el
centro, aislando las tres zonas de Berlín ocupadas por americanos, franceses y
británicos –los sectores occidentales– no era un simple muro. Era una amplia
franja de terreno entre dos muros paralelos, en la que había minas, alambradas
de espino, fosos, carretera para patrullas, instalaciones de perros, mecanismos
de disparo automático y torres de vigilancia. En unas partes de la ciudad la
franja tenía dos o tres centenares de metros de ancho, y en otras siete u ocho.
La siguiente crisis estalló
el 17 de junio de 1953. Los obreros que construían las viviendas de la avenida Stalin en
el este de la ciudad se rebelaron aquel día contra nuevas exigencias laborales
de las autoridades comunistas. Y lo que empezó como un conflicto laboral muy
localizado se convirtió en horas en la mayor manifestación anticomunista desde
el final de la guerra. Stalin había muerto el 5 de marzo. Pero quienes pensaron
que eso podía cambiar actitudes en Moscú se equivocaron. La lógica de Stalin
funcionó sin él aún mucho tiempo.
Los tanques
soviéticos, cuya presencia en la región era masiva, aplastaron con decenas de
muertes aquella protesta obrera convertida en levantamiento nacional. El de
Berlín este fue el primer levantamiento anticomunista con eco que se produjo en
los países conquistados por Stalin en su guerra contra Hitler. Aunque ese mismo
año ya se produjeron en Polonia y muy pronto habría de surgir, de forma muy
traumática, el levantamiento de Hungría de octubre de 1956, y sus ecos polacos.
Un año antes se había
producido un hecho insólito que hizo disparar las expectativas de muchos.
Austria, que había estado dividida igual que Alemania, con Viena a su vez
también dividida como Berlín, lograba que las cuatro potencias vencedoras
firmaran su Tratado de Estado a cambio de “eterna neutralidad”. Y por primera
vez en la historia, el Ejército soviético abandonaba un país, Austria, cuya
parte oriental había conquistado en guerra contra el nazismo.
Antagonismo
ideológico
Pero en Alemania no
había neutralidad. La República Federal de Alemania, dirigida por Konrad
Adenauer, se había comprometido firmemente con las potencias occidentales e
ingresaba en la OTAN. Su democracia liberal no tendría nada que ver con la
dictadura comunista del «otro lado». La economía social de mercado, con su
elemento social cristiano, era lo contrario que el dirigismo soviético de los
planes quinquenales. Y las dos Alemanias, que se habían puesto a andar al mismo
tiempo, se convirtieron así para todo el mundo en un inmenso campo de pruebas
en el que ver la competencia de dos sistemas en una misma sociedad
desarrollada.
El resultado no tardó
en ser evidente. Nada más limpiarse las escombreras en que la guerra había
convertido las ciudades alemanas, los alemanes occidentales se dejaron cautivar
por un frenesí emprendedor y laborioso que pronto habría de llamarse «el Milagro económico». Sobre los efectos de la Reforma Monetaria de Ludwig Erhard
en 1948 que había introducido el marco alemán, DM, la década de los años
cincuenta registra un espectacular crecimiento de la producción, la economía y
el bienestar. Los fondos del Plan Marshall que Estados Unidos lanzó para la
recuperación de una decena de países europeos afectados por la guerra fueron
ante todo a Francia y al Reino Unido, pero la parte que llegó a Alemania tuvo
también un gran efecto positivo muy visible.
Telón de Acero
Mientras, la parte de
Alemania ocupada por los soviéticos apenas se movía. Sus dirigentes, que habían
fusionado por dictado moscovita a los dos partidos de izquierda, SPD y KPD,
para crear el Partido Socialista Unificado (SED), fueron relevados por Walter
Ulbricht, un comunista inflexible entre los fundadores del partido comunista
KPD en la República de Weimar que había logrado sobrevivir doce años en la
emigración soviética. Lo que habían logrado pocos sin sucumbir a las purgas.
Alemania oriental se vio aplastada por regulaciones, ucases y otras órdenes de
Moscú volcadas en las grandes industrias y en el control total del enemigo
ocupado.
La mayor parte de la
industria pesada había sido desmantelada y trasladada a Moscú como reparación
de guerra. La frontera a lo largo de las dos Alemanias ya se había fortificado
y era impermeable. Como ya había anunciado en su viaje a EE.UU. en 1946 Winston
Churchill, un Telón de Acero había caído sobre Europa desde el Báltico al
Adriático. Había una frontera totalmente cerrada a lo largo del frente entre
las dos grandes potencias e ideologías.
¿Totalmente? No. El
Telón de Acero tenía un inmenso agujero. En Berlín. Era toda la línea que
separaba al sector soviético de los otros tres sectores, de norte a sur. Pese a
las trabas administrativas y policiales, la ciudad abierta permitía que muchos
trabajaran en un sector en el que no vivían. Trabajo bueno había en el oeste. Y
cada vez eran más los que no volvían. Muchos para coger los aviones que
comunicaban a diario a la isla de Berlín oeste con Alemania occidental. Por ese
agujero votaban los alemanes orientales a los que habían impuesto la dictadura.
Votaban libertad. Votaban bienestar. Y votaban con los pies, como solía
decirse. A lo largo de los trece años desde la reforma monetaria, Alemania
oriental se desangraba.
El precio de la
libertad
El agravio
comparativo entre las dos partes de Berlín y comunicado por el boca a boca
diario del tráfico humano resultaba demoledor para la Alemania socialista. En
1961 la situación era ya dramática. Y un Nikita Jruschov con problemas propios
internos no se podía permitir una RDA en la que pronto no quedaría mano de obra
cualificada y amenazaba con el colapso. Ulbricht, agente del Komintern en
España, burócrata inmovilista que saboteaba la desestalinización del propio Jruschov, estuvo más que
dispuesto. Célebre es su frase un día antes de la construcción el 13 de agosto
de 1961 de «nadie tienen intención de construir un muro».
Aquella
madrugada hubo un inmenso despliegue policial y militar. Se cerraron las
calles, se cegaron las alcantarillas, se prohibió el tráfico. Y un ejército de
obreros en camiones llegaron al centro de la ciudad a cerrar herméticamente el
sector soviético de los demás. No era tan fácil. Los límites atravesaban
edificios y hasta viviendas, los canales y la amplia red de metro y de tren
suburbano que distingue a Berlín desde el arranque del siglo XX. Hubo escenas
escalofriantes. Tragedias. Muertos por disparos. Por suicidio. Muchos
aprovecharon la confusión aquellos días para salir a través de una frontera aún
imperfecta. Y durante toda la existencia del Muro hubo intentos logrados o no,
de romper y burlar esa frontera.
Cerca
de mil muertos dentro de la ciudad son testimonio de ello. A lo largo de los
años el muro se sofisticó, se amplió con «la franja de la muerte» como la
llamaban. Y hasta el 9 de noviembre de 1989, ese muro fue símbolo de la Guerra
Fría pero ante todo del fracaso de un sistema de gobierno basado en la
represión y el terror, en el fracaso de la segunda ideología criminal que tras
el nacionalsocialismo, había arraigado y sembrado la tragedia en suelo alemán.
Crucé
decenas de veces el muro, sobre todo por el «checkpoint charlie» que era para
diplomáticos y personas acreditadas ante el gobierno de la RDA. Que era más
cómodo que el Palacio de las Lágrimas. Estuve acreditado ante ambas Alemanias y
también en Polonia, el país responsable de iniciar con su valentía y calidad
moral los cambios que arrastraron al Muro, a sus constructores y a su
ideología, al basurero de la historia y a todos los pueblos centroeuropeos a
liberarse.
Un
cuarto de siglo después, no están por supuesto igual todos los países
implicados en aquella maravillosa gesta del siglo XX que fue la revolución
democrática de 1989. Pero todos recuperaron entonces su libertad para vivir y
equivocarse ellos en democracia. Millones vertimos lágrimas en todo el
continente, secuestrado por el crimen nazi y comunista, y ya felizmente recuperado.
Muy distintas que las de los lloros del desgarro en la Friedrichstrasse.
Marcaron el año en que más felicidad se pudo gozar en todo ese siglo terrible
anegado de dolor y sangre. Por la experiencia de la libertad triunfadora sobre
la oscuridad y el miedo.
1945 - Aspecto de la Puerta de Brandeburgo, en Berlín, al término de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad se dividió en cuatro partes, que a la postre quedaron en dos: la libre y la soviética.
1948 - Puente aéreo de las potencias aliadas con Berlín, para salvar el bloqueo de la ciudad impuesto por Stalin. Occidente sabía que si caía todo Berlín, podía caer Alemania entera.
1953 - Protestas de obreros de la construcción en Berlín este, en junio de 1953, reprimidas a sangre y fuego por los blindados soviéticos. Fue el primer levantamiento contra el régimen comunista.
1961 - Construcción del muro de separación en Berlín en 1961. Los comunistas pensaban que la fuga en masa de berlineses les iba a dejar sin mano de obra cualificada.
1962 - Las víctimas. Al menos 136 personas murieron intentando saltar el Muro y escapar de la cárcel comunista camino de la libertad del Oeste.
1963 - «Yo soy berlinés», dijo en alemán («Ich bin ein Berliner») Kennedy en su visita al Berlín dividido en 1963. Todo un lema.
1971 - Los aliados firman un acuerdo definitivo sobre el estatus jurídico de Berlín y regulan el tránsito fronterizo interalemán.
9.11.1989 - Una multitud de berlineses se echó a la calle el 9 de noviembre de 1989 para destruir el muro de la vergüenza con todos los medios a su alcance, en medio de un entusiasmo inusitado.
1990 - Celebración de la reunificación de Alemania junto a la Puerta de Brandeburgo. La caída del Muro fue la señal para la apertura del proceso de liberalización en toda Centroeuropa.
Así lo contó ABC
De la desolación a la euforia
No todos los países del antiguo Pacto de Varsovia,
implicados en la gesta de la recuperación de su libertad, gozan hoy de la misma
salud política y económica. Pero tras la caída del Muro de Berlín todos
experimentaron un alto grado de euforia. ABC ha sido uno de las pocas cabeceras
actuales que relató la caída del Muro, pero también la construcción de éste, en
1961.
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