FRANCO, DON RICARDO Y EL ANTIFRANQUISMO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes,
20.11.15
La pretensión de que los españoles fueron un pueblo
antifranquista no nos ha convertido en eso que no fuimos
«MUERE el historiador
franquista Ricardo de la Cierva», titulaba ayer en su edición digital un diario
confundido que un día parece el órgano oficial de la vicepresidenta del
Gobierno y al día siguiente un panfleto de facultad de Juan Carlos Monedero.
Muchos andan muy confundidos en estos tiempos revueltos, aunque no todos
pierdan tanto el estilo. Ha venido a morirse el «historiador franquista» cuando
se cumplen 40 años de la muerte de Francisco Franco, ese hombre, aquel dictador
que se murió en la cama sin mayores aspavientos después de gobernar sin
sobresaltos, con eficacia, con plena seguridad propia, reconocimientos dentro y
fuera y aclamaciones populares. Que la mayoría comenzara pronto a ocultar sus
pasados fervores no convierte en resistencia lo que osciló desde muy pronto
después de la guerra entre resignación, reconocimiento y gratitud, por mucho
que se empeñen los mayores activistas de la industria de la mentira
antifranquista con su nivel abrumador de obscenidad en la falsificación
histórica.
Y la España de Franco
fue cambiando, con las dosis de miedo lógicas en una dictadura surgida de una
guerra civil, dosis que fueron cayendo según pasaban los años, el poder no
necesitaba la represión más brutal y aumentaba el bienestar y la esperanza en
un futuro mejor. Con las legiones de furiosos antifranquistas que hoy pueblan
España, Franco no habría gobernado no ya 40 años, ni cuatro semanas. Pues no
sucedió.
Ahora sí hace 40 años
desde que no gobierna y sin embargo tenemos una subcultura política plenamente
hegemónica que gira en torno a su persona. Como si hubiera muerto ayer. Se dan
notas de capacitación social, intelectual y política con Franco como única
referencia. Como si siguiera vivo porque lo necesitan ciertos españoles. El
hecho de que estos parásitos de la figura del dictador sean sus más aguerridos enemigos
ideológicos solo es parte de la perversión general en que ha convertido la
izquierda española su impotencia política e ideológica. Seguro que don Ricardo,
un hombre mesurado, habló en los últimos años menos de Franco que toda la
chiquillería que surge en generaciones envenenadas de odio y resentimiento de
institutos, facultades y sesiones tóxicas televisivas. La mentira
antifranquista –la trato en mi libro «Días de ira»– ha marcado los últimos 40
años y explica gran parte de nuestras desviaciones y tragedias políticas y
morales. La pretensión de que los españoles fueron un pueblo antifranquista no
nos ha convertido en eso que no fuimos, pero sí en una sociedad mentirosa que
no puede sancionar la mentira en ningún campo, con todas las terribles consecuencias
de la devaluación permanente de la verdad.
Así, 40 años después, «el mundo de ayer» que diría Stefan
Zweig, se hunde con la globalización, millones de toda Asia y África se
aprestan a coger la caravana de traficantes hacia Europa, las sociedades europeas
aprenden lo que es el miedo, los periodistas españoles juegan a corresponsales
de guerra por debajo de la Torre Eiffel y el presidente Rajoy está tentado de
entonar el «no a la guerra» en tándem con Pablo Iglesias, tan disminuido ya
este narcisista caudillo fallido, que hasta cae simpático en La Moncloa. Todo
es cálculo, la convicción descalifica. Quien cuestiona el consenso mentiroso en
el que están la izquierda por lucro y la derecha por inanidad y cobardía, queda
expulsado. Las grandes esperanzas de regeneración de este pueblo tan generoso
como miedoso se agotan una vez más. Y 40 años después de muerto Franco, 80
después del estallido de la guerra, quien se atreva con la verdad va al
sepulcro, don Ricardo, tachado de franquista y facha.
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