BLANCO SUPREMO
Por HERMANN TERTSCHABC, Viernes, 19.07.13
Hay que felicitar hoy a don José
Blanco porque desde ayer está libre de toda
sospecha oficial por el célebre caso
Campeón. Como ha sido el Tribunal Supremo el
que ha archivado su causa, no debe temer ya inconveniencias por aquellas
gestiones que hizo para favorecer a unos empresarios en sus contactos con
ciertos ayuntamientos. Es un caso cerrado y, a no ser que surjan nuevas
denuncias distintas contra quien fuera factótum del PSOE con Rodríguez Zapatero
y su omnipotente ministro de Fomento, podrá éste disfrutar a partir de hoy
tranquilamente de sus casas en Madrid y Galicia. Aunque en el futuro llegáramos
a saber que familiares suyos gozan de negocios o propiedades por el extranjero,
ya sería maledicencia intentar buscar conexiones con este caso felizmente
cerrado. Blanqueado supremo. Ha sido un año muy duro. Pero valió la pena. Ahora
se irá vacaciones y después a vivir con sabiduría, dice. No tiene intención de
volver a la política de primera línea. Hace bien. Probablemente ya no le haga
falta.
Es un político que no tenía nada y se ha convertido en un
paradigma del éxito sereno. Como su tocayo, otro don José. Es decir, Bono. A
ninguno de los dos se les conocen en su vida actividades al margen de la
política. Pero ordenaditos como son, ésta les ha cundido. Llegó vestido de Ángel
Cristo y ya parece, con su sastrería fina,
el campeón de Savile Row. Tiene propiedades, sus hijos se codean con los ricos
de verdad y él ha aprendido mejores modales que la inmensa mayoría de los
diputados. Aunque esto no sea mucho decir. Para él y para Bono, el socialismo
ha sido toda una escuela de vida con la que ni Oxbridge, ni Harvard ni la LSE
pueden competir. Tampoco hay escuela de negocios que haga sombra a un buen
cargo público, asumido con constancia y provecho como han hecho estos dos
Pepes. Ha sucedido algo fantástico. El Tribunal Supremo da por probados y
buenos todos los hechos acumulados a lo largo de la investigación. Que son los
que llevaron a la jueza de Lugo y al fiscal de Lugo a la convicción de que
había delito, al menos de tráfico de influencias. Así pasó también con la
fiscalía y el juez instructor del Supremo. Que también vieron delito. Y miren
que se habló y escribió de cuentas que no salen y de eso que llaman «signos
externos de riqueza». Esos que llevan igual a empurar a un narco que a torturar
a un ciudadano decente para exprimirle explicaciones agónicas hasta del último
euro. Pues ya lo hemos olvidado todo.
El sereno don José habla bien de la presunción de inocencia.
La que él, hasta ayer, jamás había aplicado a nadie. Pero se transforma en
regresión en el tramposo Pepiño cuando dice que el Supremo ha sentenciado que
todo «el infundio político» contra él era una falsedad. Porque lo que dice el
Supremo es lo contrario, que todo es cierto. Pero llega a la conclusión de que,
pese a ello, no hay delito. Conclusión opuesta a la de los demás fiscales y
jueces implicados. Lo dicho, celebremos el archivo de la causa por el bien de
don José, por sus padres y por la mano de Rubalcaba.
Eso sí, no nos pidan que creamos hoy en la justicia española un poquito más que
ayer. El espectáculo político nacional genera inmensas ganas de salir huyendo
de este país. La justicia es complementaria. La justicia genera directamente
miedo ante la imposibilidad de huir de inmediato. La desconfianza en la
justicia y en los políticos tiende a igualarse. Porque ya se ven como parte del
mismo negociado.
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