CONTRA LA INDOLENCIA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 02.08.13
Rajoy
puede no estar ya en manos de un Bárcenas hundido. Pero quizás sí dependa ahora
de la forma de explicarse ante el juez de gentes a las que ha maltratado
CONOZCO
a un juez relevante que cosecha aun grandes éxitos con las mujeres. Si, en
plena tontería, le pide alguna joven rendida que se apunte su teléfono, él, en
el colmo de su fatua autosuficiencia, replica: «Dímelo sin más, que soy
opositor». Entiendo muy bien que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no
tenga tiempo para ejercitar la memoria en conquistas promiscuas. Pero siendo
tan opositor como ese juez, sí debería ser posible pedirle en ocasiones que
memorice dos o tres argumentos. Sobre todo si no se trata de cuestiones
anecdóticas, sino de las razones básicas de un debate político a cara de perro.
Con su supervivencia en juego. Porque los magníficos momentos que tuvo ayer el
presidente, que los tuvo, podrían haber sido arrolladores si no se le hubiera
visto leer permanentemente. Cuanto menos bajaba la cara a los papeles, más
convincente era y más ánimo transmitía a la bancada popular, tan blandita ella,
tan carente de carácter, tan necesitada. Y, ahí está la clave, cuanto más
enfadado estaba, menos bajaba la mirada y mejor exponía el mensaje. Rajoy
podría memorizar más. Pero no lo hace. Como podría hacer otras muchas cosas
para facilitar la vida política de su gente en momentos tan duros. Y para
paliar la rabia de la calle y hacer frente al tsunami de demagogia y populismo
izquierdista que se vierte a diario por televisiones y radios sobre la
población. Pero tampoco lo hace. Y el que así sea hay que atribuirlo ya a una
auténtica falla de carácter en el gobernante: la indolencia.
Ayer
Rajoy volvió a demostrar que herido personalmente reacciona. En su intervención
inicial, pero mucho más en su réplica demostró que tiene de sobra la fuerza
narrativa para imponerse en el debate político. Sobre todo frente a unos
adversarios que al final sólo tienen un principal argumento real contra él, que
es precisamente lo que tachan de cobardía. Por si no estaba claro, Rajoy dejó
ayer muy claro que él tiene la culpa de semanas y meses pasados de crisis
política y zozobra. Porque en su mano estaba haber desactivado esto antes. Y
ahora ya puede que no sea suficiente. Porque el señor del Faisán, por ejemplo,
ya no tiene nada que hacer, en la poca vida política que le resta, que intentar
tumbar a Rajoy. Y porque Rajoy puede no estar ya en manos de un Bárcenas
hundido por su albacea. Pero quizás sí dependa ahora de la forma de explicarse
ante el juez de gentes a las que ha maltratado. Álvarez Cascos es el primero de
ellos. Pero lo peor es que Rajoy ha demostrado que es culpa suya que el PP esté
crónicamente a la defensiva. Que es esa indolencia la que ha hecho olvidar
principios y valores. Que de su miedo al conflicto se derivan los efectos que
deprimen a sus militantes y alejan a sus votantes. Que es culpa suya que la
guerra de la comunicación ganen siempre los enemigos de los valores y el
electorado del PP. Y con ayuda del Gobierno.
Ayer
demostró que todo puede ser diferente. Si le importan las cosas y los demás.
Que tiene que hablar del Faisán, pero no porque haya sido atacada su persona. Y
levantar las alfombras del zapaterismo. Y no maltratar a los suyos. Ni mendigar
armonías imposibles con quienes desean su fin. Ni ser injusto a favor de los
desleales e incumplidores. No busque paz Rajoy en estos dos años, porque será
inútil. No la tendrá, a no ser que se vaya. Si se queda, que batalle. Y no sólo
por sí mismo. Sino por quienes le dieron el cargo.
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