EL LUTO ECLIPSADO
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 30.07.13
La
tragedia sobre la tragedia está en nuestra renovada vocación por
automutilarnos. En dar máxima prioridad al daño
AL
principio la infamia fue marginal. Estaban algunos de los más reputados
representantes de la peor calaña en las redes sociales, canallas, necios y
dementes, que desde el primer momento acusaron a «los recortes» de la tragedia
de Santiago. Allí estaba la inefable socialista madrileña Garrote. La que
lamenta que en la Guerra Civil no se asesinaran más curas y quemaran más
iglesias. Allí apareció el extravagante aún juez Elpidio Silvia. Allí estaban
esos profesores que han hecho de alguna ciencia social en la Complutense una
fábrica de desequilibrados antidemócratas y totalitarios. Pero el espanto, que
era para enmudecer, impedía cacofonías de relevancia. Los partidos políticos se
portaban bien, con serenidad. Y todos aplaudían la inmensa labor de los
servicios de rescate, de Policía y población. No duró mucho. Al segundo día ya
se había desplegado toda una tropa de expertos surgida de la nada. Había
comenzado el baile de teorías, un rondo infinito. Suelta estaba también la
manada de sospechas. Daba igual que todavía hubiera muertos y, sí, pedazos de
muertos, desperdigados en restos de vagones. Daba igual que la caja negra no se
fuera abrir aun en días —se abrirá hoy—. Pronto hubo periodistas que sabían que
existían dos sistemas de seguridad, el bueno y el malo, el de ricos y el de
pobres. Ya tenían la primera clave para el sentimiento perfecto, el
resentimiento. La causa ya da igual. Como el maquinista. Quien pida prudencia
es un agente de la ocultación. ¿Por qué, si hay un sistema mejor, no se dispone
de él allá donde ha habido muertos? ¿Por qué en Atocha sí y en Santiago no?
Llegados a ese punto todo es una causa general contra una de las mejores
infraestructuras ferroviarias del mundo. Si se gastara todo el PIB en sistemas
de seguridad, habría motivos de agravio. ¿Por qué no todo lo mejor del mundo en
todas partes? En todos nuestros transportes. En todos nuestros hogares. Nadie
se atreva a decir que es una lógica cuestión de dinero. Como en todo el mundo.
Nadie lo diga porque ahí asoma la pata del fantasma de los recortes.
La
oposición no hace sangre porque toda la obra afectada fue construida por el
Gobierno Zapatero, con sus ministros Maleni y Pepiño de máximos responsables.
Si no llega a ser así, teníamos hace días ya en marcha de qué es capaz la
maquinaria socialista. Tenemos el pasado cuajado de ejemplos. Por eso la
escalada de la insidia va por otros derroteros, mediáticos. Aquí hay
insensatez, arrogancia, soberbia e ignorancia suficientes para que, junto a los
somatenes organizados por cúpulas políticas, circulen infinidad de
francotiradores. Aunque haya titulares que parecen dictados por los «dircom» de
las industrias ferroviarias extranjeras competidoras de las españolas.
La
tragedia sobre la tragedia está en nuestra renovada vocación por
automutilarnos. En dar máxima prioridad al daño a infligirnos entre nosotros.
La peor miseria de los huéspedes de «Viridiana» —a los treinta años de la
muerte de Buñuel— como espantosa, siniestra actualidad. Ha habido accidentes de
trenes en todos los países desarrollados. En ninguno se dio este espectáculo.
La generosidad, la inmensa calidad humana, el amor al prójimo y la compasión
mostradas por los gallegos, como siempre por los españoles en casos extremos,
quedaron pronto ocultas tras la virulencia del agravio y la sospecha. Y por la
mezquindad de la ignorancia, por la falta de sentido de la realidad, por la
nula ecuanimidad y honradez de tantos. Lo peor es que todo ello también eclipsó
el luto. No han tenido los muertos el luto que merecen. Ni nosotros el que
tanto necesitamos para que no se nos enquiste otro drama en el alma.
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