RAJOY Y SUS NIETOS
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 23.07.13
Tendría interés conocer la versión extraoficial que
transmitirá Rajoy a sus nietos sobre lo que ha pasado en estas semanas
PASADAS unas décadas, quizás les cuente Mariano Rajoy a sus
nietos que, cuando él era presidente del Gobierno dominaba muy bien los
tiempos. Tan bien, tan bien los dominaba el abuelo, que lograba engañar siempre
al jefe de la oposición. Y a muchos otros. Y les hacía creer que lo que sucedía
era producto de los esfuerzos de todos ellos. Cuando no era sino el
cumplimiento de una agenda gallega bien llevada. En sus tabarras, les explicará
a los niños lo que los cronistas por entonces ya conocerán como la metafísica
de la indolencia. Tendría interés conocer la versión extraoficial que
transmitirá Rajoy a sus nietos sobre lo que ha pasado en estas semanas, más
bien meses. Será más interesante que la versión que nos prometió ayer presentar
en el Congreso de los Diputados. En la que justificará con más o menos acierto
una actuación que, a la vista de los resultados, no ha sido nada acertada. En
esa historia íntima el abuelo confesará a los nietos cuánto tiempo le duró ese
delirante convencimiento de que la historieta de Bárcenas moriría por sí sola.
Y cuando vio hasta qué punto era ridícula esa pretensión. Les dirá por qué no
dio ni uno solo de los pasos que habrían dado los socialistas en una situación
similar. Tales como relevar de forma más o menos discreta a todo el casting
militante del partido político contrario que, en la policía y en la fiscalía,
recibieron durante años órdenes muy específicas desde el poder. Que actuaban
muy legítimamente contra ese grupo de empresarios delincuentes que habían hecho
de las estructuras del Partido Popular su perfecto hábitat. Pero con el fin acordado
por el anterior Gobierno de hacer el máximo daño posible al Partido Popular.
Por qué hubo tanta cobardía a la hora de quitar a cargos políticos puestos por
los socialistas que siguen en idéntica función y con idéntica lealtad a quienes
pretenden sabotear la acción de Gobierno y las reformas. Les dirá a los nietos
que su partido no es como el socialista que cuando toma el poder entra a sangre
y fuego en las instituciones a relevar a todo el que no haga ejercicio, no ya
de docilidad, sino de obsequiosidad. En realidad es que el abuelo cree que con
tener el BOE la obediencia es inmediata. Un grave error que se debe a su
desprecio al poder de las ideas.
También explicará a los nietos lo que sabía sobre el
enjambre de listos sin ideología ni escrúpulos que se fue colocando
perfectamente en las estructuras del partido para crear el tamiz que no
permitiera que se moviera un billete sin que otro se quedara enganchado. Y
cuánto ha tenido que ver en esta cómoda estructura del pragmatismo el desprecio
a la política y a los valores, ese carácter tan práctico que simboliza Pedro
Arriola, un hombre inmensamente discreto cuyo nombre curiosamente surge de
forma invariable a la mínima mención del dinero. Ese carácter que racionaliza
todo menos las minutas. Cuán bien vino tener un teórico de la mediocridad. Para
no dejarse distraer por planes de Gobierno o proyectos de futuro para el día de
volver al Gobierno. O incluso por alguna idea nueva. Así se llegó al poder en
2011. Y no había nada hecho. Nada pensado. Metafísica de la indolencia. Con
estas claves explicará a los nietos la deriva hacia ese relativismo que tanto
se critica en los papeles. Pero que no combatió. Y combatió a quienes lo
combatían. Y les explicará a los nietos la íntima relación entre dejar de
creer, dejar de tener ideas y dejar de tener escrúpulos.
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