RAJOY EN LEIPZIG
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 26.07.13
El
Gobierno de la mayoría absoluta del PP es hoy la única esperanza de estabilidad
y prosperidad para España
SIEMPRE
ha sido la historia la mejor escuela para la conducta de los hombres. Y aunque
todos somos muy conscientes de que nuestro presidente de Gobierno que no es
precisamente un ratón de biblioteca, sí se le puede recomendar algún episodio
histórico de cara a su cita del próximo 1 de agosto. Hay uno muy célebre. Que
en su día tuvo aun más repercusión mediática que esta comparecencia de Mariano
Rajoy. Su protagonista también se jugaba más. Salió airoso del lance. Y dio una
humillante lección a sus enemigos. Partamos del hecho poco discutible de que
Rajoy nunca se ha jugado tanto en una sola jugada parlamentaria. En una suerte
de intervenciones —una inicial, muchas de respuesta, una final—, de la que
muchos se prometen su definitivo debilitamiento y pronta dimisión pero otros su
resurgimiento y plena consolidación. Sus partidarios creen que será posible su plena
recuperación para una segunda mitad de legislatura, con crecientes expectativas
de hechos y evoluciones amables. Una parte se reúne para exigir su decapitación
política. Los otros para sacarlo a hombros, triunfador y beneficiario de los
frutos que, en los próximos años, han de dar los duros esfuerzos hechos, el
inmenso desgaste habido. Todo dependerá de él. Si actúa como un político que
acude al parlamento obligado, arrastrado y acobardado, con ansias de
justificarse, estará metiendo el segundo pie en su fosa política. El día 1 verá
Rajoy mejor que nunca que sus adversarios le han perdido el respeto. Y que
quieren que ese día, definitivamente, se lo pierda toda España. Pero hay otras
opciones. Ha habido grandes hombres en peores circunstancias. Uno de ellos fue
Georgi Dimitrov, comunista búlgaro que tuvo la mala suerte de estar en Alemania
cuando Hitler incendió el Reichstag en Berlín en febrero de 1933. Éste acababa
de llegar al poder y aun necesitaba un pretexto para la persecución de la
izquierda. Fueron acusados del incendio un pobre diablo, el joven comunista
holandés, Marinius Van der Lubbe –que gimoteaba que era inocente y fue el único
declarado culpable y decapitado-, Dimitrov y un par de comunistas búlgaros.
Memorable proceso. Se abrió el 21 de septiembre de 1933. Hitler los quería
guillotinados a todos. En prisión, Dimitrov, germanoparlante, aprendió leyes y
jurisprudencia alemanas. Con su autodefensa, ante casi un centenar de
corresponsales extranjeros, convirtió el juicio en un proceso al acusador. Su
retórica ridiculizó a los mismísimos Goebbels y Göring, allí presentes. Fue
absuelto por falta de pruebas. Porque aun quedaban restos del Estado de
Derecho, cierto. Pero en realidad, porque la convicción personal había
triunfado sobre el artificio de la maquinación del proceso.
Nadie
busque tontos paralelismos inexistentes en posiciones políticas. Que no los
hay. Piensen sólo en la actitud personal de Dimitrov. Como él debiera
plantearse Rajoy su lance. Primero ha de librarse del lastre de sus muchos
errores. Pedir perdón a los españoles, condenar la falta de probidad y
transparencia de todos y ofrecer soluciones eficaces. Para tener la espalda
libre. Pero después debe arremeter con una causa política ofensiva contra el
coro de hipócritas que ha convertido la criminalización del PP en su única
política. Coro en el que está casi toda la oposición. Sin una opción
alternativa en economía ni en nada que no sea miseria frentepopulista. Capaces
de hacer descarrilar la recuperación de España por mezquindades ideológicas y
nacionalistas. El Gobierno de la mayoría absoluta del PP es hoy la única
esperanza de estabilidad y prosperidad para España. Rajoy tiene la destreza
parlamentaria para transmitirlo. Pero sobre todo tiene los argumentos. Armado
de política, Rajoy puede ser el triunfal Dimitrov de Leipzig. Si no, acabará,
en sentido figurado, hecho un pobre Van der Lubbe.
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