DEL SUEÑO A LA PESADILLA
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 20.07.13
Detroit no es la única gran ciudad de EE.UU. en la que sólo
viven los que no pueden irse. En todas ellas sucedió lo mismo. Pero, como en
sus mejores tiempos de opulencia y esplendor, Detroit es pionera también ahora.
Porque también es superlativa en el hundimiento. Si las ruinas urbanas e
industriales de una guerra son desoladoras, más pueden serlo las de la
devastación del tiempo en abandono. Quedan las ruinas en pie, como carcasas
muertas mas sin descanso. Fundada por el explorador francés Antoine de la Mothe
Cadillac, en el estrecho paso entre dos de los grandes lagos, allí habría de
centrarse la explosión industrial de finales del XIX. A principios del XX abrió
allí su fábrica Ford. Y los hermanos Dodge, Packard, Walter Chrysler. La
ingente demanda del automóvil, símbolo de libertad, individualidad y bienestar,
hizo la ciudad inmensamente pujante y rica. Y vividora en su legendaria época
de trece años de ley seca. Durante la guerra, sus industrias se convirtieron en
el «arsenal de la democracia». El principio del fin fue la crisis del petróleo
de 1973, aunque la decadencia ya estaba en marcha. Fue un severo golpe. Otro
llegó con gravísimos disturbios raciales. Gran parte de la población blanca
abandonó la ciudad hacia zonas suburbiales de Michigan. Las industrias se
fueron mudando o cerrando una tras otra. Unos y otros dejaron de pagar
impuestos. Y los que se quedaban, una inmensa mayoría negros, no pagaban
impuestos, pero sí vivían de la beneficencia. Desde entonces, Detroit ha
perdido el 65% de su población. Hay 80.000 edificios vacíos, barrios enteros
vacíos en los que a nadie gustaría perderse. Es la segunda ciudad en crimen y
muertes violentas de EEUU. La primera, Flint, también está en Michigan. En
Detroit fue donde Martin Lutero King pronunció su célebre discurso «He tenido
un sueño». Se consumó la quiebra del sueño americano, que no supo reconvertirse
y hoy es pesadilla.
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