DE EL CAIRO A MARTHA'S VINEYARD
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 16.08.13
El islamismo ha demostrado ser enemigo de todo compromiso. Y
el presidente egipcio depuesto, Mursi, es la prueba de ello
EL jueves 4 de junio del 2009, cinco meses tan sólo después de
acceder a la Presidencia de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, hacía un
encendido discurso programático dirigido al mundo árabe y por extensión a todo
el islam. Lo hacía desde el alma mater de la sabiduría sunita, desde la
Universidad Islámica de Al-Azhar, en El Cairo. El nuevo presidente
norteamericano, que tanto febril entusiasmo había despertado, se aprestaba a
extender más allá de Occidente la buena nueva del «cambio moral» en Washington.
No con ideas concretas. Sino con un mensaje de sentimental afecto y elogio a
todo lo bueno que puede identificarse con el Islam. Y una oferta de
complicidad, desde esa postura tan propia de Obama de presentarse, negro y
africano de origen, como víctima, al igual que el mundo árabe, de un enemigo
común, que serían el imperialismo y el colonialismo.
Obama había llegado a El Cairo a anunciar que el mal había
quedado atrás. Y ese mal no era sólo ese lejano imperialismo, sino su propio
antecesor en el cargo, el presidente George W. Bush, representante del Gran
Satán, iniciador de guerras y símbolo de todo mal para tantos musulmanes. Obama
no iba a contradecirles. Al contrario. Se presentó en el perfecto «adanismo»
del presidente nuevo y puro de una potencia nueva y purificada por la reciente
elección que lo había llevado al cargo. Todo iba a ser mucho mejor a partir de
ese mismo momento. En todo. Anunció su visión de un mundo desnuclearizado y,
junto a otras promesas, esta que no me resisto a citar: «He prohibido
inequívocamente el uso de tortura por Estados Unidos y he ordenado que se
clausure la prisión en la bahía de Guantánamo para comienzos del próximo año»
(año 2010).
Pero más allá de promesas después incumplidas o siempre
incumplibles, más allá de «buenismos», de juicios morales y proclamación de
pulcritud de intenciones, el discurso de El Cairo no le granjeó a Washington
una sola simpatía que no tuviera antes, ni un enemigo menos. Por el contrario
debilitó a las fuerzas aliadas de Washington en todos estos países, muchas de
ellas enormemente expuestas durante décadas con diferentes presidentes. Y de
repente puestos en evidencia por un presidente norteamericano que prometía
hacer todo de otra forma y no ocultaba que su país consideraba errores o algo
peor conductas previas de Washington. Además de dar a entender que había tenido
aliados insoportables y odiosos que ya no gozarían de su favor. Es difícil
saber cuánto tuvo que ver aquel discurso de Obama en El Cairo con lo que pasó y
pasa.
Las vanguardias urbanas que iniciaron las revueltas árabes
vieron posibilidad de derribar a sus tiranos. Y las fuerzas que mantenían estos
regímenes, en especial el de Hosni Mubarak, quedaron debilitadas. Siempre será
discutible que fueran inicialmente buenas o no las revoluciones celebradas como
«primaveras». O estuvieran condenadas desde un principio como algunos creían
entonces y muchos creen saber ahora. Lo cierto es que el islamismo ha
demostrado una vez más ser enemigo de todo compromiso. Y el presidente egipcio
depuesto Mursi es la prueba de ello. Él es el iniciador del golpe permanente en
Egipto al que respondió el ejército por clamor popular. Y que ha entrado en una
fase prebélica. Pero algunos olvidan que entre los muchos muertos de anteayer
había 43 policías. Obama, por ejemplo, que desde su deliciosas vacaciones en el
edén de multimillonarios de MarthaŽs Vineyard, castiga al ejército egipcio y
olvida todo lo demás. Entre yates, champán y joyas, Obama regaña a los egipcios
por no portarse tan educadamente como él recomendó en Al Alzhar. Tolerancia,
señores, tolerancia.
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