EL TAMAÑO DE LA OFENSA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 09.08.13
PARECEN
surgir aquí eternos atavismos cuando Londres da a conocer ahora que nueve
barcos suyos pasarán por Gibraltar, y Madrid tuerce mucho el gesto. Por ambas
partes. Como si uno y otro no supieran que esos barcos que van al Golfo suelen
pasar por Gibraltar. Precisamente porque el Reino Unido es mucho más constante
y mucho más riguroso con sus gestos siempre. Ellos cuidan sus colonias mientras
las tienen. Protegen su bandera, que ondea en todos y cada uno de los rincones
de su territorio nacional. Y si tuvieran una sarta de separatistas desafiando
las leyes todos los días con cargo al erario nacional, los habrían procesado y
inhabilitado. Y a los peores sediciosos probablemente los habrían encarcelado
acusados de alta traición. Así es la política de gestos y símbolos del Reino
Unido. Y funciona. Ahora preguntémonos nosotros por qué no funciona la nuestra.
Si es que alguien adivina a reconocer su existencia.
Dicho
esto, España tiene razón en el origen de esta crisis puntual. Y Londres lo
sabe. Una colonia ni establece sus lindes ni las revisa o mueve. Eso no puede
ser y además es imposible. Ni por una supuesta nueva línea telefónica
internacional ni por hacer la puñeta a los pescadores españoles son tolerables
los jugueteos con los bloques de cemento. Menos aún por crear unos hechos
consumados que buscan ir llenando de hormigón espacios para crear más
superficie en la que poner un par de decenas de miles de buzones más para
compañías piratas o semipiratas, oscuras u opacas u obscenamente transparentes.
El
modelo de negocio de Gibraltar es una tomadura de pelo insostenible. Ahora que
hasta las más dignas casas bancarias de Suiza, Liechtenstein y Austria, están
en pleno «outing», Gibraltar es una ordinariez horrorosa y un delito
continuado. Lo que pasa es que las autoridades llanitas están muy mal
acostumbradas. En estos últimos treinta años no se buscó una fórmula de
transición más o menos inspirada en la de Hong- Kong, mucho más lógica entre
dos socios y aliados con tantos intereses comunes. No, se ha dejado que la
política la marcaran unos políticos gibraltareños de intereses nada probos. Con
Zapatero se eligió por supuesto la fórmula que más pudiera dañar a la soberanía
española al institucionalizar los encuentros a tres. Como si de uno de sus
compromisos con ETA se tratara, maximizó el daño. Ahora cruje la situación
porque el Gobierno español no puede permitir a Gibraltar crear nuevos hechos
consumados. Porque debe quedar claro que por muy crecidos que estén los
gibraltareños, la colonia no puede crecer. Aunque esto frustre los planes de
expansión del negociado, más que capitalista filibustero, del socialista Fabian
Raymond Picardo. David Cameron no puede tener problemas para entender nuestra
posición. La actual. Quizás los tuviera para entender lo que no hicimos en años
pasados.
Cameron
y la opinión pública británica saben que Picardo, como una reedición cutre del
negocio de Francis Drake, no granjea gloria alguna. El blanqueo y el trampeo en
Gibraltar también revuelve tripas en el Reino Unido. Madrid y Londres tienen
que llegar a un compromiso. La colonia tiene que poder vivir. Pero sin olvidar
que es una colonia. Luego seamos todos prudentes. A nadie sorprenda el
donjulianismo socialista. Pero menos lema cañí. La agresión a los intereses de
España en Gibraltar merece respuesta, pero no es ni mucho menos la más grave.
Muchos indolentes con la permanente ofensiva separatista contra la soberanía
constitucional e histórica en amplias zonas de España parecen de repente
veteranos de la guerra de Sucesión, indignados que no han tenido tiempo de
acostumbrarse a un Gibraltar británico. Los enemigos de España, queridos
compatriotas, no están en Londres.
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