LA JORNADA NEFASTA
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 28.01.14
Si a un Gobierno con mayoría absoluta le ganan los pulsos
desde la calle, no utiliza sus fuerzas de la manera más conveniente
CUANDO se sufre una jornada terrorífica en la que todo
parece salirle a uno mal, lo más fácil es echar la culpa a la fatalidad o al
prójimo. Pero lo cierto es que la concatenación de reveses que ayer tuvo que
encajar el Partido Popular en el plazo de pocas horas se debe en gran medida a
culpas propias. Y ahora, con tantísima loza rota, lo más relevante es ver cómo
van a reaccionar sus dirigentes, cómo va a reaccionar Rajoy. Si van a dar la
batalla, emprender una contraofensiva política frente a los intentos de negarle
su derecho legítimo de gobernar. O si van a pretender confundirse con el
paisaje, arriolizados hasta las elecciones. Eso que tanto le ha gustado
practicar. En la oposición era fácil. Se llamaba «gestionar los tiempos». Que,
después supimos, venía a ser verlos pasar. En el Gobierno, lo conseguido no es
poco. Pero es tan radicalmente insuficiente, que todo puede no ser nada.
Básicamente se ha portado bien el Gobierno dentro de las reglas de urbanidad
europea. Para ordenar y sanear el carajal que habían dejado El Gran Atila y su
tropa.
Nada más cruzar el ecuador de la legislatura, ese sistema
tan adecuado al carácter del presidente ha quedado agotado. Evitar conflictos
ya no es una estrategia. Es un suicidio a plazos. La izquierda, que le niega
tanto el derecho a gobernar como el derecho a legislar a la mayoría, ha cobrado
pieza. Piezas ya. Y le gusta. En la calle, triunfos como el de Gamonal hacen
escuela. Y todo ello tiene un eco triunfal en las televisiones privadas
convertidas en los grandes altavoces del desafío violento a los resultados de
las urnas. Pero también en una RTVE a veces grotesca. Los pulsos se suceden. Y
los pierde el Gobierno.
El anuncio ayer de que, ante las trabas judiciales, la
Comunidad de Madrid renuncia definitivamente a privatizar la gestión de seis
hospitales es uno muy serio. Un nuevo éxito de esa izquierda antidemocrática,
disfrazada con mil camisetas de mil mareas. Y además una claudicación. Si era
necesario, eficaz y lógico y funciona bien en otros sitios, la renuncia no es
otra cosa. Había mucha contestación en Madrid al proyecto. Pero políticamente
gana impulso la batasunización de la izquierda madrileña. Esa depravación
antidemocrática tiene mucho que ver con Tomás Gómez, que encaja en una
emergente subcultura extremista sin escrúpulos con la violencia. Nadie espere
que la izquierda parlamentaria condene esos usos o frente la deriva extremista.
La considera útil y necesaria. Así las cosas, resulta grotesco que parte de los
mandos del PP se dediquen básicamente estos días a descalificar a los miembros
de su partido que, hartos de cinismo, indolencia y desprecio a promesas y
valores, busquen la defensa del programa del PP fuera del PP.
Si a un Gobierno con mayoría absoluta le ganan todos los
pulsos desde la calle y al mismo tiempo se le abre una vía de fuga de
militantes, cabe sugerir que no utiliza sus fuerzas de la manera más
conveniente. Ya no le basta con grandes discursos como el Rajoy de Barcelona,
que llega con dos años de retraso. Si no hace política se la hacen, por todos
los rincones. La falta de decisión y voluntad política para modificar la
realidad nacional de acuerdo con su programa ha decepcionado y abatido a los
propios. Y envalentonado a la peor reacción que se resiste a modernizar España.
Que vuelve a creer que puede ganar. Si el destino de una mayoría absoluta
desconocida en España y con mandato excepcional fuera a ser barrida desde la
calle por un pentapartito extremista que nos hunda para dos generaciones, Rajoy
dejará mal recuerdo.
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