GRANDES COALICIONES
Por HERMANN TERTSCHABC Martes, 13.05.14
En la izquierda, los pocos políticos con cabeza para
compartir proyecto con la derecha no tienen peso
NO es casual que estalle ahora el debate sobre la gran
coalición. No es casual que unos, quienes desde esa reflexión nada se juegan,
la planteen como única alternativa al caos ante un panorama políticamente
desastroso que muchos ya auguran para las próximas elecciones legislativas.
Cuando el único capital importante que ha tenido España en la crisis y que ha
permitido estabilizar algo la situación económica, es decir, la mayoría
absoluta del Partido Popular, estalle en pedazos. También es lógico que quienes
se debaten en una lucha existencial de identidad e ideología, como son hoy los
socialistas españoles, solo vean en el fantasma de la gran coalición una forma
más de desgastarlos y consumar la fragmentación en tres o más partes del
espacio político que fue suyo durante décadas.
Se ve a los dos grandes partidos inusualmente nerviosos con
el resto de formaciones que compiten por el voto en las próximas elecciones
europeas. No están guardando las formas. Las descalificaciones de otras
opciones políticas de diversos dirigentes del PP y del PSOE son poco elegantes.
Y probablemente acaben siendo contraproducentes si continúan. Solo fortalecen
la impresión de que los dos grandes intentan aplastar a los pequeños y reprimir
el debate, que tan solo buscan la tranquilidad en su cambalache común.
Impresión nefasta para una sociedad hastiada precisamente de componendas en el
poder. Que ha perdido la esperanza de una regeneración nacional que aún
albergaban muchos en las pasadas elecciones generales. Pero que tiene una rabia
sorda por la soberbia que perciben en la clase política.
Si las encuestas se cumplen, los dos grandes partidos
estarán satisfechos. Aunque pierdan juntos más de veinte puntos de
representación respecto a las anteriores europeas. El Gobierno se sentirá reafirmado
y gestionará su poder central sin novedad, sin inquietud y sin ideas, mientras
pierde ayuntamientos y comunidades autónomas ante unas alianzas de ensaladas de
letras que generarán pánico en Europa. Si esa es la evolución previsible no
extraña que se hable de una gran coalición que nos salve de un Gobierno
frentepopulista que hundiría a España en abismos que Europa no estaría
dispuesta a soportar. En la izquierda, los pocos políticos con cabeza para
compartir un proyecto con la derecha no tienen peso. La gran coalición ha de
tener unos objetivos comunes. Y éxitos alcanzables a corto y medio plazo. Si
no, una gran coalición solo garantiza la incomprensión social y el auge de
fuerzas antisistema. No tiene sentido una gran coalición con proyectos fracasados.
Y la izquierda española no tiene más que recetas para el fracaso.
Los objetivos de una gran coalición no podrían ser otros que
hacer de España un Estado cohesionado, bajo el imperio de la ley, razonable en
su administración y viable económicamente. Es decir, lo que prometió el PP y lo
que la sociedad española encargó hace dos años y medio a la mayoría absoluta
del Gobierno de Mariano Rajoy. El PP evitó un inmediato naufragio y la
catástrofe nacional. Pero, con toda su mayoría absoluta y su abrumador poder,
España está en muchos campos tan lejos de sus objetivos como antes. Y en
algunos, más. El peor fracaso es este cinismo omnipresente. Trágico es que, si
en el terreno político el Gobierno no hubiera despreciado tanta promesa e
ignorado tanto principio, quizás no necesitara especular nadie sobre
coaliciones inviables. Y tendría opción a renovar una mayoría que las cifras de
maniobras contables nunca le darán. En España aún hay una amplísima mayoría
absoluta que votaría a un proyecto regenerador de la nación y de transformación
profunda del Estado. Como el que el PP parece haber olvidado. Pero ninguna
coalición de cambalache podrá suplir a ese necesario proyecto de España.
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