LA HISPANOFOBIA RAMPANTE
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo,
13.05.18
Hora de exigir a los gobernantes más respeto a España
¿CÓMO es posible que la televisión pública RTVE envíe a un
concurso europeo a representar a España a dos niñatos que solo han llamado la
atención por sus ganas de insultar a España? ¿Cómo es posible la investidura en
una región española de un presidente cuyo único bagaje conocido es su lista de
insultos a España y delirantes desprecios racistas? ¿Cómo se permite romper la
Constitución en la tribuna del Parlamento? ¿Por qué felicita el presidente del
Senado a una energúmena que insulta y calumnia a España sin jurar la lealtad
como debe para acceder al cargo? ¿Por qué unos inmigrantes argentinos metidos
aquí en política pueden insultar a España y profanar públicamente su bandera,
cuando un español que hiciera eso en Buenos Aires sería cuando no linchado, sí
procesado y expulsado?
Cuenta Elvira Roca que en 1650 los españoles conocían bien
la sarta de mentiras fabricadas para dañar a España por sus grandes enemigos. Y
eran conscientes de que se trataba de falsedades con intención política. Lo
grave es que, tal como señala la autora de «Imperiofobia y Leyenda Negra» (Ed.
Siruela), en 1750, un siglo más tarde, los españoles ya se creían y difundían
como ciertas aquellas mentiras. Y se hablaba mal de España para significarse
personal y socialmente. En la corte, las elites y quienes les eran cercanos
promovían falsas informaciones para desprestigiar a España. Se magnificaban
problemas y ocultaban éxitos. Inmensas gestas eran ridiculizadas. Reveses
menores tornaban en catástrofes. Todo invenciones de fuerzas extranjeras,
entonces especialmente de Francia, que pujaba por relevar a la dinastía
austriaca por una francesa, como en efecto consiguió.
Desde entonces cuestionar a España ha sido hábito, moda e
interés. En las clases superiores que se elevan por encima de los demás con ese
desdén hacia España. Solo las clases populares han mantenido una relación
natural de lealtad a la nación española. Por eso fue capaz de defenderse en
1808, dio una lección a Napoleón y ejemplo al mundo. Las elites han mantenido
siempre esa relación enferma con la nación. Y quien ha querido ser elite las ha
emulado.
Esta perversión tuvo dos graves escaladas. Una fue la
invención decimonónica de los nacionalismos vasco y catalán. A remolque de la
tóxica e irracional moda alemana, los intelectuales llevaron el antiespañolismo
hasta el extremo de la invención de nacioncitas para proseguir en la península
la descomposición de la España americana. La otra se produjo como efecto
posterior a la guerra civil y la dictadura. La izquierda identifica a la nación
con la dictadura y convierte su odio a esta en odio a aquella. Así surge la
actual furia antiespañola de la izquierda española y su alianza con las fuerzas
hispanófobas nacionalistas. Quizás haya llegado el momento de poner pie en
pared. Y de exigir a los gobernantes que persigan las ofensas a la nación
española o se aparten porque no cumplen con dignidad. No se puede defender la
seguridad, la libertad y la integridad si no se sabe defender y exigir el
respeto.
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