LAS DOS CARAS DE PETRA LASZLO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 11.09.15
Es una pena que los profesionales de la indignación no
fueran informados de otros miles de Petras Laszlo que han actuado estos días
Ya tenemos una gran villana para todos los biempensantes que
necesitan odiar a alguna personificación del mal para sentirse especialmente
bien. El dentista norteamericano que mató al león Cecil ya había quedado
desgastado como icono del mal. La actualidad manda. Y para sentirse parte una
leal oveja del inmenso rebaño de los sensibles, bondadosos y autosatisfechos,
se requiere permanente celo y dedicación en condenar a gentes como Petra
Laszlo, es decir al Mal. Esa periodista húngara tuvo una conducta perfectamente
despreciable, como fue poner la zancadilla a un refugiado que cargaba con su
hija y empujar a otros en su huida ante la Policía. No se zancadillea a un
hombre con un niño en brazos. Revela una deleznable catadura. Aunque estuvieran
huyendo de la Policía. Aunque fueran inmigrantes ilegales en permanente
desacato a las autoridades húngaras. Los medios occidentales aplauden sin cesar
esta actitud de unos inmigrantes que anuncian que ellos van a donde quieran,
ahora a Alemania, y que desprecian las fronteras y leyes comunitarias sobre el
registro en el primer país miembro al que llegan. No sabemos qué llevó a Petra
Laszlo a esos gestos que le han valido un despido, un linchamiento mundial y
quizás hasta siete años de cárcel. Por ese precio, algunos terroristas
españoles pueden matar a tres o cuatro. No sabemos si Petra es una psicópata
que quería hacer daño a los inmigrantes por placer. O perdió los nervios y
surgió toda su maldad cuando vio que miles de inmigrantes despreciaban la
autoridad soberana de Hungría. Si creyó que ayudaba a la Policía húngara, mejor
que se lo calle. Porque toda la tribuna mundial de la bondad lo consideraría un
agravante.
La inmensa mayoría de los húngaros está en contra de que se
viole su frontera y de que, una vez violada, se desprecie a su Policía. Los
húngaros no son ni mejores ni peores que otros. Cuando pueden decir su opinión
sin ser tachados de nazis o racistas, la inmensa mayoría de los europeos son
partidarios de que la obligada ayuda a los refugiados sea compatible con el
cumplimiento de las leyes y el respeto a las soberanía de los países a los que
llegan. Pero para los medios occidentales, en los que se compite en embadurnar
de sentimentalismo y consiguientemente envenenar toda la información sobre este
drama humano, pretender que se cumpla la ley en los países que están siendo
atravesados por la riada migratoria es poco menos que una inmoral osadía. Algo
así como pretender que se cumpla la Constitución en España y se apliquen sus
artículos sobre igualdad, sobre derechos o contra el golpismo y la sedición. Es
una pena que los profesionales de la indignación no fueran informados por las
televisiones españolas y europeas de otros miles de Petras Laszlo que han
actuado estos días. Lo han hecho en manifestaciones organizadas por ese régimen
venezolano tan cercano a la izquierda española. Con mandos y cuadros comunistas
que quizá recibieron adiestramiento ideológico de los Verstrynges, Monederos,
Iglesias o Errejones. Con pancartas y altavoces, con policías, perros y palos,
han acosado a miles de familias colombianas y las han deportado a través de la
frontera en un vergonzoso pogromo oficial. Allí no hay una mayoría de hombres
en edad militar para forzar el desacato y desorden como sucede en la frontera
sur de Hungría. No importa. Porque estas víctimas tienen la mala suerte de
serlo de una soldadesca de izquierdas siempre bien comprendida. Y no pretenden
aplicar la ley como los húngaros, guste o no, sino imponer el terror, esa razón
reguladora del socialismo que logra hacer de las Petras Laszlo bondadosas
militantes progresistas.
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