The Unending Gift

martes, julio 16, 2013

EL TALENTO Y LA NADA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 16.07.13

Bárcenas convertido en un perro de presa, en un «killer» perfecto como fuerza de choque en la aventura purificadora

ERA ayer el lunes adecuado para que todo se hundiera y el futuro nos llenara de gozo. Adiós a lo viejo, depravado, corroído y putrefacto. Adiós a los miserables pactos y cambalaches. A la detestable casta política. En la calle Prim de Madrid se habrían de pronunciar las palabras liberadoras que a la postre sacarán a España de este pozo de moral, heces morales y orina política en que cayó hace tiempo la seudodemocracia española de la Constitución de 1978. A la cabeza en la organización de la apoteosis ceremonial, alguien que, lejos de la calle Prim, disfruta su obra. Es el sumo sacerdote de este proceso ceremonioso que está saliendo como nunca habría imaginado. No es un revolucionario. ¡ Quiá! Sus vínculos con el poder son infinitos. Pero los cultiva y niega al tiempo con enorme tranquilidad de espíritu. Tiene más talento que casi todos. Y no tiene otro freno que su interés y conveniencia. Otros periodistas habían visto también a Bárcenas. Pero ninguno supo verle todo el potencial. Ninguno vio como él la inmensa veta dramática que había en un Bárcenas encarcelado. Había que lograr que el hombretón fuera a la cárcel. Una vez dentro, el gran chulo pronto sería un desesperado con una única obsesión de hacer daño. Adiós precauciones para una razonable autodefensa jurídica. Adiós cautelas contra la autoimputación. Bárcenas convertido en un perro de presa, en un «killer» perfecto como fuerza de choque en la aventura purificadora. Y nuestro sumo sacerdote consiguió que sucediera. Y que el fiscal para sorpresa de todos apoyara una solicitud de prisión sin fianza de una acusación particular. ¡ Albricias! ¡Todo en marcha!
El lunes puso en el frontis de su acorazado de papel una frase que podría ser una copla en honor de la operación benefactora: «Si hablas tu mujer irá a prisión; si callas caerá Gallardón y se anulará el proceso». Era una frase terrible, brutal, inverosímil. De esas de no creer. Tanto decidía que alguien hablara. Unas palabras de tan terrible peso. Una mujer entraría a la cárcel sólo por ellas. Un ministro caería por su mera pronunciación. Propio todo ello, no ya de mafia siniestra, de dictadura estalinista, de despotismo árabe. Esa frase tan improbable abría la portada. Como el anuncio de una guerra nuclear. Leída impone. En su contexto menos. Porque su existencia se basa sólo en la pretensión del interesado en difundirla. Nadie la escuchó. Nadie la grabó. El único supuesto testigo niega que existiera. Pero la palabra que vale es la de Bárcenas. De ese mismo Bárcenas que ayer ante el juez, con solemnidad, proclamaba que todo lo que él ha dicho antes de esa fecha era mentira. La dignidad autoproclamada de la fuente.

Frente a tanto talento creativo de quienes, como presa, medalla y botín, quieren un hecho histórico, aunque lance a España a la total incertidumbre y al vacío, lo único que tenemos es un Gobierno que ha convertido la inanidad en cualidad suprema. Su triste nada política y su cobardía patológica generan continuamente inmensos vacíos que de inmediato llenan alborozadas las fuerzas enemigas, con sus ruidos, sus lemas, su presencia y su acción. El Gobierno sólo tiene una vocación, la incomparecencia. No son capaces de la mínima gallardía política. Como la de reconocer unas prácticas que compartieron con todos los demás. Y que si hay que pagar se pagan. Para batirse en lo que importa que son las libertades y el futuro. Porque está en juego España. Como nunca lo estuvo desde la Guerra Civil. Y se pueden exigir víctimas incruentas por esa causa cuando tantos han dado su vida por ella.


sábado, julio 13, 2013

"ESPIONAJE ALICIA"

Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 13.07.13


Cuando se toma una decisión como la que él ha tomado, ha de saber que tendrá graves consecuencias

Poner coto al espionaje. Pero no a costa de dinamitar unos servicios de inteligencia que salvan muchas vidas

Edward Snowden ha hecho probablemente más daño a los sistemas de seguridad y defensa de EE.UU. y el resto de Occidente que el matrimonio Rosenberg, Kim Philby y Aldrich Ames juntos. Y lo sabe. Por eso no deja de ser grotesco que reúna a la prensa internacional en el aeropuerto moscovita de Sheremétievo para llorar su suerte. Y lamentar de que ni a él ni a sus potenciales cómplices se les trata desde Washington con amabilidad. Resulta irrelevante si es puro «pensamiento Alicia» o cinismo ese pretenderse ofendido después de infligir semejante daño a las estructuras de la defensa nacional de la primera potencia mundial. Cuando se toma una decisión de tales consecuencias para el mundo debe uno tener muy claro que tendrá consecuencias para uno mismo. En todo caso, para formular esta queja lastimera por la persecución que muy ciertamente tiene garantizada, dijo Snowden que quería rodearse de ONGs y defensores de los derechos civiles. Mal sitio Moscú para eso. Con nuevas leyes que condenan como agentes a miembros de cualquier organización con vínculos internacionales. Al amparo de un poder que tiene presos de nuevo en Siberia, Snowden condena los excesos de la defensa occidental. Los otros «amigos» que le ofrecen asilo son Venezuela, Nicaragua y Bolivia, otros ejemplos defectuosos de la probidad democrática y el respeto a la intimidad y libertad, cuya defensa fue, según Snowden, la causa de su traición. Ahora dice el joven que sí aceptaría el asilo de Rusia. Lo había rechazado hace diez día cuando el presidente Putin lo condicionó a que «no siguiera dañando los intereses de nuestros amigos los Estados Unidos».

Rechazó la oferta porque no quería tener las manos atadas en la gestión de las bombas de información de que dispone. La zona de tránsito de ese aeropuerto moscovita le ha convencido de que no tiene nada mejor. Pasada en las sociedades occidentales la oleada de sincera indignación desde la profunda hipocresía, los gobiernos europeos tratan con la administración norteamericana los abusos que más preocupan. Que afectan al espionaje industrial y comercial. La voracidad en la recolección de datos es un exceso consustancial a los servicios de información. Hay que ponerle coto. Pero no a costa de dinamitar unos sistemas de información que evitan muertos y defienden desde la oscuridad a las sociedades abiertas.


viernes, julio 12, 2013

RAJOY, ARRIOLA, BÁRCENAS Y TERTSCH

Por LUIS MARÍA ANSON
de la Real Academia Española
EL IMPARCIAL Viernes, 12.07.13

AL AIRE LIBRE
Hermann Tertsch, a cuestas con su inescribible apellido, es uno de los columnistas más lúcidos del periodismo español. Su sagacidad mantiene en vilo a los lectores. Al advertir el riesgo de que Bárcenas derribe el templo popular, con sus principales dirigentes dentro, escribe: “En la situación de emergencia de España, cuando a duras penas comienza a estabilizarse un poco algo, pero todo puede hundirse aun definitivamente, hace falta ser irresponsables necio, golpista, amoral o todo a la vez, para querer dinamitar lo único que nos mantiene y nos da esperanza de salir a flote, la estabilidad política. Rajoy, bunquerizado y bien servido de soberbia, comete errores indescriptibles. Pero el mayor, pese a lo que digan su nefasto Arriola y demás, es esconderse, en vez de salir, ponerse una vez colorado y correr a gorrazos de verdades a todos los enanos que lo acosan cubiertos de sus propias podredumbres y de su radical impotencia política”.
Tiene razón Hermann Tertsch. Las últimas encuestas son incuestionables. Si la catástrofe anunciada por Bárcenas se produce, en unas elecciones generales, hoy, ganaría el Partido Popular pero no gobernaría. Reducido el PSOE a 110 o 112 escaños, se formaría un Gobierno de Frente Popular con los socialistas, los comunistas de Izquierda Unida y la extrema izquierda radical de ERC y BNG. No hace falta decir lo que supondría para la estabilidad española un Gobierno de estas características, sometido además a los tirones de los partidos nacionalistas vasco y catalán, PNV y CiU.

NI DETERMINISMO NI RENDICIÓN PREVENTIVA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 12.07.13

En ningún sitio está escrito que los árabes tengan que sucumbir ante el fanatismo islamista

DÍAS después del pronunciamiento militar en Egipto, cuando muchos anunciaban como prácticamente inevitable la guerra civil, parece que el sentido común se puede ir imponiendo. Los Hermanos Musulmanes han rebajado drásticamente la virulencia de su retórica y sus protestas callejeras. El peligro de la guerra civil se mantiene. Y se mantendrá en el futuro previsible. Pero la guerra, que parecía inminente antes del derrocamiento de Morsi, no ha estallado. Aunque la tensión es extrema, el número de muertos no se ha disparado. Y la vida cotidiana ha experimentado claras mejoras. Lo que demuestra hasta qué punto gran parte de la sociedad egipcia se dedicaba a la resistencia pasiva al gobierno de Morsi. Han desaparecido las colas ante las gasolineras y la policía ha regresado a la calle lo que de inmediato ha repercutido sobre la seguridad y el tráfico. Los mecanismos del Estado egipcio han comenzado a funcionar y se ha registrado una considerable llegada de divisas en forma de ayudas de países árabes y dinero privado. Claro está que, de momento al menos, ha triunfado el Egipto institucional, el gran Estado nación con estructuras que datan de la época napoleónica y son únicas en el mundo árabe. Con una sociedad detrás que es ese viejo y tradicional cuerpo administrativo y del comercio así como la juventud urbana de una clase media surgida bajo Mubarak. Todos ellos se han movilizado de una forma insólita para frenar el permanente golpe de Estado contra la democracia que era el Gobierno de Morsi desde que obtuvo una mayoría en las elecciones. Hoy ya, hasta en los Hermanos Musulmanes reconocen muchos el terrible error de Morsi de creer que, con los comicios ganados, tenía ya abierto el camino para implantar un régimen islámico dictatorial. En Egipto, lo mejor del pueblo se movilizó contra la implantación de la tiranía llegada por los votos. Y logró sacar al ejército a la calle. Quienes se quejan, que piensen cuánto hemos echado de menos siempre que en Alemania se produjeran hechos parecidos después de la formación de Gobierno por parte de Hitler en 1933. Lo que podrían haber evitado una parte de población valiente y una Wehrmacht a la altura de las circunstancias. Los egipcios movilizados y defensores de las libertades no se han resignado a que el islamismo los dejara de inmediato de nuevo despojados de derechos. Y son tan musulmanes como los fanáticos. Y es que, pese a los agoreros occidentales, en ningún sitio está escrito que los árabes tengan que sucumbir ante el fanatismo islamista. Siempre que haya alguien que les haga frente. Que no se resigne. Que no crea en esos determinismos históricos. Tramposos, falaces e insanos. Todas las grandes tragedias causadas por los humanos eran evitables. Si se produjeron fue por el entusiasmo y la resolución de los peores y la resignación o cobardía de quienes podían haberlas evitado.

Ni los árabes tienen que caer en manos del islamismo, ni los rusos están condenados a vivir siempre bajo un régimen criminal. Ni los europeos tienen que ser cada vez más indolentes y acobardados, ni los españoles tienen que estar cada vez más divididos en taifas y tribus de identidades fanatizadas. Ni el islamismo en Egipto ni los nacionalismos periféricos son el futuro por decreto de la historia. Hay alternativas a semejante degradación de las conquistas de las sociedades libres desarrolladas. Hay que presentarlas, promoverlas y defenderlas. Siempre hay salidas mejores que la renuncia a las libertades. Y merecen ser defendidas. Y se puede. Pese a esa peste cultural de la resignación, la querencia por la mediocridad, el apaciguamiento o la rendición preventiva, esa vocación de nuestro tiempo.


martes, julio 09, 2013

DE BOMBA ATÓMICA A FÉTIDA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 09.07.13


Pero para derribar a un Gobierno con una mayoría absoluta en un país razonablemente civilizado van a necesitar algo más que pestilencias

SI escuchan y leen y además creen a ciertos personajes de nuestra maltratada y encanallada vida pública, estarán Ustedes ya convencidos de que el Gobierno de Mariano Rajoy estuvo a punto de dimitir ayer y es probable que lo haga mañana. De nada les servirá intentar tranquilizarse con el recuerdo de las otras veces que nos lo anunciaron ya los mismos o parecidos augures. Porque esta vez toca y es la buena, dicen. No se toleran alegatos en contra de esta teoría del gobierno irremisiblemente condenado. Todo Gobierno en democracia pasa por momentos en que algunos adversarios acarician la idea del atajo para liquidarlo. Y cierto es también que pocos Gobiernos como el de Rajoy se merece tanto la mucha agresión que sufre. Por pazguato, consentidor y condescendiente con sus adversarios y sus mortales enemigos. Y por arrogante, insensible y despreciativo hacia sus votantes. Es el propio Gobierno quien renuncia tantas veces a la iniciativa. Pero también a la reacción. Y el que por su casi infantil miedo al conflicto asume permanentemente la derrota por incomparecencia en la batalla de las ideas, los lemas y la propaganda. En la batalla política, a la postre. Esa ausencia acobardada es la que hace crecerse a los enanos. Que son muchos y diversos. No lleva aun veinte meses gobernando y ya lo han dado por muerto media docena de veces. Unas por grandes traiciones, otras por «multitudinarias manifestaciones» o por «el escándalo definitivo» que ha de helar al Gobierno el corazón. Que, cuando llega, siempre nos sale ratón. Porque las gesticulaciones últimas por las teatrales confidencias de Luis Bárcenas a la prensa son de lo que somos, de paisito. «La bomba atómica, es la bomba atómica», dice uno de esos portavoces mediáticos del izquierdismo tan mimados hoy por el Gobierno en el cultivo de sus fortunas generadas en el abuso del privilegio permanente bajo Zapatero. Esa curiosa alianza se escandaliza poco con la Junta de Andalucía acusada de ser una organización criminal de atraco al parado. O con la masiva corrupción y traición de la era Zapatero y sus amiguitos del baloncesto, de las teles y la ETA. Claro, son ellos. Pero Bárcenas les parece poco menos que las fosas de Katyn. Si no hay algo más que esas «confesiones» del presidiario, la gran bomba atómica va a acabar en bombita fétida. Un asco, sin duda. Es más, un repugnante ascazo. Pero para derribar a un Gobierno con una mayoría absoluta en un país razonablemente civilizado del Primer Mundo, van a necesitar algo más que pestilencias. Algo más que la peste resultante de la combinación de una soberbia confundida de un reo, la vanidad estratosférica de algún periodista, la agitación antisistema de una izquierda política hundida y sin principios, una izquierda mediática crecida y encanallada y los aires misioneros de ciertos personajes en la justicia. ¿Que todo huele a mierda? Cierto. También lo es que los aires fétidos jamás se combatieron con excavadoras. En la situación de emergencia de España, cuando a duras penas comienza a estabilizarse un poco algo, pero todo puede hundirse aun definitivamente, hace falta ser irresponsable, necio, golpista, amoral o todo a la vez, para querer dinamitar lo único que nos mantiene y nos da esperanza de salir a flote, la estabilidad política. Rajoy, bunquerizado y bien servido de soberbia, comete errores indescriptibles. Pero el mayor, pese a lo que digan su nefasto Arriola y demás, es esconderse. En vez de salir, ponerse una vez colorado y correr a gorrazos de verdades a todos los enanos que lo acosan cubiertos de sus propias podredumbres y de su radical impotencia política.


lunes, julio 08, 2013

DIQUE AL DESASTRE

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 05.07.13

Fueron muchos los muertos, pero el Ejército aceptó no sólo los resultados, sino los pasos dados por Mursi

MUCHÍSIMOS se pretenden ahora escandalizados por lo sucedido en Egipto en las pasadas 48 horas. Y seguro que algunos lo están de verdad. Pero lo cierto es que deberían haberse escandalizado antes por todo lo sucedido desde que el ahora depuesto presidente Mursi fue electo. A nadie le gustan hoy en día los golpes de Estado. Y desde luego no al Ejército de Egipto. No sólo porque están muy mal vistos. Hoy en día nadie puede ya hacer golpismo como antes, para quitar al anterior, llegar al poder y quedarse.

Los militares golpistas hasta los «años setenta» del pasado siglo pretendían en gran medida suplir indefinidamente al poder civil. En Birmania dieron un golpe en 1964 cuyo lema, rigurosamente cumplido, venía a ser, como en tantos otros, «Quítense que nos ponemos nosotros». Y durante medio siglo y hasta hace muy poco ni se han planteado nada que no fuera ejercer ese poder con implacable plenitud. Hasta el más indignado de los Hermanos Musulmanes seguidores de Morsi o el más feroz de los salafistas sabe que el Ejército no ha actuado para usurpar indefinidamente el poder de gobernar Egipto. Y todos son conscientes de que el Ejército egipcio se negó a intervenir cuando se decidía la suerte de la dictadura de Hosni Mubarak, un compañero de armas. Y volvió a negarse cuando gran parte de la sociedad reaccionó indignada ante las primeras maniobras anticonstitucionales del presidente Mursi para imponer, trampeando, la supremacía islamista en todas las instituciones.

De esto hace un año. Fueron muchos los muertos, pero el Ejército aceptó no sólo los resultados, sino los pasos dados por Mursi, entre poco ortodoxos y abiertamente ilegales. Tiene mucho que ver con ello la naturaleza del Ejército egipcio y su vinculación con las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Washington está legalmente obligado a cortar las ayudas internacionales a cualquier país en el que triunfe un golpe de Estado. Todos intentan evitar que esto tenga ahora que cumplirse. De ahí la obsesión por rebatir el término de «golpe de Estado». La ayuda de cerca de 1.500 millones es vital para el país y para el Ejército.

Obama ha cumplido el trámite de lamentar el golpe y pedir que no se tomen medidas contra el presidente depuesto. Y ha exhortado a los militares a devolver el poder a autoridades civiles. Pero se ha cuidado de sugerir que se le devuelva al presidente derrocado. Lo cierto es que, en un año, Mursi, su Gobierno y sus intenciones han llevado a Egipto a la ruina, al desgobierno y al colapso de la seguridad. Hasta los más religiosos han comprobado que «la sharia no se puede comer», como dijo hace unas semanas El Baradei, el exfuncionario internacional y uno de los líderes de la oposición más ilustrada. Pero además, y es aquí donde surge el ejército como último dique ante el desastre, el enfrentamiento civil era inminente e imparable sin intervención militar. Y no era ni mucho menos un clima artificial creado por los militares con este pretexto de intervenir. Sino la clara cristalización de dos mitades profunda y esencialmente enfrentadas. La tragedia sangrienta en las calles no era una hipótesis ya, sino previsto programa. Por todo ello, esta intervención militar tiene un inmenso significado para toda la región y el futuro de la llamada Primavera Árabe. La señal que parte ahora de Egipto, el líder natural del mundo árabe, es que en democracia todos tienen que respetar las reglas. También los islamistas. Que no cabe la perversión de llegar con la democracia al poder para abolirla. Si cunde este mensaje tan fuerte y el islamismo político entiende sus límites, esta salida de los cuarteles en Egipto podría ser una entrada en razón. Y una bendición.


SENSIBILIDAD Y MALENTENDIDO

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 02.07.13

No hemos hecho otra cosa que hablar de la sensibilidad herida de ciertos españoles

CUANDO tienes a 90.000 personas dispuestas a sacrificar un sábado en un campo de fútbol para escuchar a Dyango y Peret, pero ante todo a Ramoncín y Paco Ibáñez, estás cerca ya de la fase de reclutamiento de comandos suicidas para la conquista del harén particular de vírgenes en el Mas Allá. Comprarse ese CD equivale a afeitarse las piernas y el pecho y ponerse unos cuantos pares de calzoncillos. En Pakistán pasa con frecuencia. Pero en Barcelona eso tiene doble mérito por las muchas tentaciones que nos distraen en el Primer Mundo. Cierto que ya se hizo antes. Ya pasó, aunque a algunos moleste que se recuerde. Alemania era una sociedad muy desarrollada en el primer tercio del Siglo XX. Se volvió loca, en determinado momento, por su obsesión por sí misma. Y empezó a hacer cosas raras como la del Camp Nou. Cada vez eran más y más felices compartiendo un solo sentimiento y una sola idea. Los resultados son conocidos. Hemos hablado mucho de la sensibilidad herida de los nacionalistas catalanes. Es más, a veces da la impresión de que, en los pasados treinta años, no hemos hecho otra cosa que hablar de la sensibilidad herida de ciertos españoles. De unos nacionalistas vascos que asesinaban y querían ser premiados por dejar de hacerlo. Y unos nacionalistas catalanes que querían ser doblemente premiados por no matarnos a los demás. El resto de los españoles ha sido siempre terriblemente sensible hacia su sensibilidad. Sin reciprocidad. Debido a perversiones diversas en nuestra historia reciente —mentiras franquistas y antifranquistas, ley electoral, otras y Título VIII—, el cauce unidireccional centrífugo de la comprensión, tolerancia y concesiones no ha sido cuestionado hasta ahora. Con lo que la inmensa dejación, de la que es culpable la España constitucional, ha sido utilizada para formar generaciones en la desafección y el odio desde la más absoluta y obscena de las manipulaciones políticas de la historia y la realidad. Y la sensibilidad del resto de los españoles ha sido despreciada por sistema.

El momento es difícil y es dramático. Pero ofrece una inmensa ventaja sobre todas las crisis habidas desde 1978. Ya no hay cesión ni aplazamiento posible. Por mucho que el carácter de Rajoy y su Gobierno lo busquen. En ese inútil intento del cambalache postrero aun mantienen a Josep Lluis Duran de metáfora viviente de esa ambigüedad ya imposible. Voz del parlamento de España en el exterior y enemigo de la unidad y soberanía en el interior. Símbolo del malentendido artificial que engorda al nacionalismo mientras éste, incansable, subvierte leyes y formas. La independencia es imposible, pero ellos viven de no darse por enterados. Por eso, antes de que, escuchado mil veces el CD de Ramoncín, Dyango y Paco Ibáñez, los fanatizados «yihadistes» de Junqueras acaben convencidos de que estamos en Paquistán, hay que acabar con un malentendido de 35 años. El Gobierno de España, con el principal partido de la oposición o sin él, por medio del Jefe del Estado o no, tiene que proclamar muy claramente los límites infranqueables de nuestras leyes. Con la solemnidad necesaria. Y comenzar de inmediato la reconstrucción de la presencia de España en sus regiones. Donde España, su idea, su bandera y su presencia han estado en retirada, lo están también las libertades y los derechos de los españoles. La agresividad contra todo discrepante por parte del ultranacionalismo deja adivinar la inevitable deriva totalitaria de una Cataluña independiente. Como también su agresividad expansionista hacia territorios que reclama. No habría paz ni libertad, ni cerca ni dentro de esa Cataluña que parece emanada de un sueño gran serbio. España debe aclarar a todos, hasta al más equivocado, que eso no pasará jamás.


GUARDIOLA EN BAVIERA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 25.06.13

Las verdades y las reglas son las que han hecho de aquel inmenso páramo cubierto de cadáveres que era la Alemania de 1945 una gran nación libre y próspera
JOSEP Guardiola ya ha desembarcado en Múnich. Lo ha hecho con la inteligencia que le caracteriza. Al presentarse con su avanzado aprendizaje de alemán ya se ha granjeado las simpatías hasta de las abuelitas que no saben de fútbol y de los hooligans de los equipos rivales. Ese esfuerzo y ese respeto se valoran y agradecen en Alemania. Tan propia de Guardiola es esa inteligencia como su siempre impostada modestia, en la que volvió a demostrar ser un virtuoso al lamentar su pobre alemán, decir que mejorará día a día y considerar un capítulo cerrado todo lo hecho en el Barcelona. Porque, de momento, sus glorias son aquellas. Guardiola llega a otro equipo y otra ciudad y otra región con fuerte identidad. Que a veces también parecen creerse el centro del universo. Pero con guasa. En Baviera, el catalán Guardiola aprenderá a ver a los bávaros como fieramente bayuvaros y, sin embargo, entusiastas alemanes. Desde Alemania verá, a poco que estudie, vea y lea algo más que gramática, el peso de España y su historia, tantas veces oculto en Cataluña tras las cataratas de manipulación histórica y desafecto artificial. Guardiola, nacido en 1971, ha crecido y se ha educado en esa imagen de España permanentemente distorsionada por el nacionalismo catalán. Pero además Guardiola verá algo que no vio en su juvenil experiencia en Italia y por supuesto no en el cortijo totalitario de Catar, que es el respeto a las reglas en el funcionamiento del Estado nación más poderoso en Europa. Verá cómo la identidad bávara, históricamente enfrentada a la prusiana, otras veces a la renana o a la sajona, vive y se desarrolla plenamente, en plena estabilidad definitiva, dentro de este gran Estado nación alemán. Un Estado nación hoy poderoso como ninguno en el continente, pero que aun no ha cumplido los 150 años de existencia, frente a los más de 500 de España. Una Alemania, cuyas regiones sí fueron reinos independientes hasta hace bien poco, pero que se unieron en 1871, sólo cien años antes de nacer Guardiola, precisamente para emular a las grandes naciones del continente, España y Francia. Entonces entenderá que los alemanes, bávaros o no, se tomen a broma la ridícula obstinación de algunos nacionalistas catalanes o vascos de pretenderse no españoles. Las verdades y las reglas son las que han hecho de aquel inmenso páramo cubierto de escombros y cadáveres que era la Alemania de 1945, una gran nación libre y próspera. Las verdades impuestas en la permanente lucha contra los mitos y la mentira histórica.
En Alemania en 1949 había millones aun marcados por educación y propaganda nacionalista que habrían votado a un partido nazi si hubieran podido. No pudieron. Las reglas no lo permitían. Con buen motivo. La Alemania de hoy nada tiene que ver con aquel paisaje de ruinas dividido para su control por cuatro fuerzas extranjeras. Pero es un país surgido, definido y marcado por las reglas. Los sentimientos ya habían jugado su papel pirómano e incendiado todo el continente. El nacionalismo; el victimismo, el mito histórico; el echar la culpa al prójimo de los males propios; el sentimentalismo chantajista; en todo esto que hoy podría parecer un muestrario de aficiones de gran parte de la sociedad catalana, Alemania fue campeona mundial. Enfermó de todo ello porque todo ello emponzoña. Millones de muertos después sufrió una cura despiadada. Guardiola verá que allí se aprendió la lección. Y se impuso a sí misma el respeto a las reglas. El respeto que ahora España necesita imponer y los nacionalismos desafían. Alemania le debe su grandeza a ese respeto. Y también Baviera, como orgulloso miembro de la nación alemana.


DE FRENTE ANTE LA HISTORIA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 21.06.13

El comunismo avanzaba. Jamás retrocedía. Aquello era verdad aceptada también en Occidente

EL siglo XX ha sido el más voraz e insaciable devorador de víctimas del odio y del crimen de todos los tiempos. Con las primeras guerras totales de la historia y sus cumbres únicas de crueldad y horror en el exterminio. Ha sido un gran triturador de vidas. Y prestidigitador de biografías. Millones y millones de biografías quebradas en los infiernos de la guerra a muerte entre las ideas. Y los supervivientes. Hombres y mujeres que, muchas veces de forma milagrosa y contra todo pronóstico, lograron prolongar su propia biografía, aunque zarandeada por sucesos históricos fuera de su control. Algunos supieron después estar a la altura cuando el momento lo exigió. De frente ante la historia. Cumpliendo así su deuda con quienes no sobrevivieron. Así habrán entendido otros conmigo la vida de Gyula Horn, una biografía inverosímil. Porque Horn fue un funcionario comunista que llegaría a gran político y más allá, a gran estadista en conquista y defensa de la libertad. En una de esas grandes y fascinantes trayectorias que dio la vieja Mitteleuropa en el virulento siglo XX.

Cuando terminó sus estudios en la URSS, acababa de morir Stalin. Él emprendía sus primeros pasos como funcionario con su ingreso en el partido. Dos años más tarde, un levantamiento popular puso al borde del colapso al régimen. Pero Horn no se desvió y cuando entraron los tanques soviéticos y Janos Kadar asumió la jefatura, el joven funcionario apoyo la represión desde los «pufajkas», unos grupos de apoyo a las tropas rusas. Y prosiguió su lento ascenso por el aparato de un régimen comunista que, recuérdenlo, era «un nivel superior y por ello irreversible de desarrollo humano». El comunismo avanzaba. Jamás retrocedía. Aquello era verdad aceptada también en Occidente. Conocí a Horn en 1986. Era secretario de Estado. Ya estaba Gorbachov en el Kremlin. Y tenía dos entusiastas seguidores en Budapest, uno imprudente, Imre Pozsgay, y otro prudente, Gyula Horn. Era ágil, inteligente y decidido como ningún otro. Horn ya había llegado por entonces a la convicción —me lo diría años más tarde también Wojciech Jaruzelski— de que el régimen era irreparable y debía ser liquidado. Nadie sabía cómo hacer aquello sin guerra. No había precedentes. Horn sabía que había planes para la represión. Y maduros. En aquellos años buscó complicidades. Las tuvo fuertes en Polonia. En la RDA, Checoslovaquia y Rumanía no tenía sino enemigos. La crisis se agudizaba en todos estos países. Los nervios se disparaban. El 11 de junio de 1989, los tanques del Ejército chino aplastaron el movimiento estudiantil en la plaza Tiannamen. Ese era el modelo que querían aplicar Berlín, Praga y Bucarest.

Horn sabía que había que crear hechos consumados para impedir que los involucionistas imitaran a los chinos. Así el 29 de junio, en un acto solemne e histórico, convocó al ministro de Exteriores austriaco, Alois Mock, y juntos cortaron ante la prensa mundial el alambre de espino en la frontera común. Aquel fue el mensaje. Comenzó el éxodo de los alemanes orientales hacia Hungría. El telón de acero ya tenía un agujero. Todo el Este se puso en ebullición. Y la revolución se hizo imparable. Un año después no existía ninguno de aquellos regímenes. Más tarde Horn fue primer ministro. Ganó con mayoría absoluta en 1994, pero incluyó en el Gobierno a los liberales, perdedores, para hacer las primeras grandes reformas en Hungría. Pero el momento por el que siempre será recordado este gran hombre que ha sido Gyula Horn fue cuando burló al peor legado de la historia europea del siglo XX, rompió el muro de la cárcel europea desde dentro y dejó que se inundara de libertad.