VENERACIÓN AL HÉROE FRACASADO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 29.04.14
Todos aseguraban haberse enterado cuando a partir de 1944 se
fueron liberando los campos de la topografía del terror
«AL terminar la guerra supe que los gobiernos, los líderes,
los eruditos, los escritores declaraban no haber estado al corriente de lo
acaecido a los judíos. Se mostraban sorprendidos. La muerte de seis millones de
seres inocentes era un aterrador secreto. Aquel día me convertí en judío. Soy
polaco, norteamericano, judío cristiano, católico practicante. Y aunque no soy
un hereje, declaro que la humanidad ha cometido un segundo pecado original: por
obediencia o por negligencia, por ignorancia autoimpuesta o por insensibilidad,
por egoísmo o por hipocresía, o incluso por frío cálculo. Ese pecado
atormentará a la humanidad hasta el fin del mundo». Quien así habló al romper
un largo silencio de décadas fue un hombre decepcionado que había demostrado un
valor apenas concebible para evitar al mundo algunas de sus peores pesadillas.
Ya hace mucho tiempo también de aquello, de cuando este soldado, espía,
mensajero y gran señor polaco se avino a contar sus sentimientos, la vertiente
personal de una vida que había sido durante años, en las peores condiciones
imaginables, una inmensa gesta, una obra maestra de talento y abnegación en el
servicio a la libertad, a la dignidad y a la verdad. Rompió el silencio para
enriquecer el mayor y más estremecedor documento jamás hecho sobre la
monstruosidad humana que es la película de testimonios «Shoah», de Claude
Lanzmann. Y Jan Karski porque de este increíble ser humano escribo con motivo
de su centenario habló así porque él, y sobre todo él, sabía que aquello, la
pretensión de todos de haber ignorado la suerte de millones de judíos que
murieron en los campos de exterminio nazis, era una colosal mentira.
Al final de la guerra comprobó cómo mentían también los
dirigentes políticos democráticos aliados, no solo los desvergonzados cuadros
nazis alemanes, cuando decían no haber sabido nada. También Stalin había sabido
de la suerte de los judíos. Tampoco él había intentado impedir ni ralentizar la
maquinaria de exterminio de la «Solución final». Todos aseguraban haberse
enterado cuando a partir de 1944 se fueron liberando los campos de la
topografía del terror, del Holocausto. Terminada la guerra, a nadie le interesó
analizar por qué no se había hecho nada. Un año antes de terminar la guerra
había publicado un libro, «Historia de un estado clandestino» (editorial
Acantilado), que fue un inmenso éxito de ventas en EE.UU., en el que estaban ya
las claves. Porque Karski fue correo del Gobierno polaco en el exilio en
Londres y el ejército clandestino AK en la Polonia ocupada y fue al gueto de
Varsovia y volvió y le detuvo la Gestapo y le torturó y se escapó y volvió y
entró en un campo de concentración y fue y volvió del infierno muchas veces.
En 1943 fue a Washington y le pudo contar al presidente
Roosevelt lo que sucedía en Polonia. Nada cambió. Viajó incansable en plena
guerra por toda Europa para abrir los ojos e intentar cambiar la suerte de los
judíos que aún vivían. Fracasó. Cuando la guerra terminó, su Polonia, por la
que había luchado, el país que se batió sin compromiso, el único que jamás tuvo
un «quisling» colaborador de los nazis, cayó bajo otra dictadura, la comunista.
Y hasta que esta dictadura cayó, en 1989 Karski no pudo ser honrado en su
patria. Pero Polonia es una nación que celebra a sus héroes. Hasta en
ocupación, dictadura y terror. Esa veneración a sus héroes, que ayer se pudo
volver a ver en el homenaje a Karski en la Embajada polaca en Madrid, hace de
los polacos una sociedad con las virtudes del coraje y entereza que tanto se
echan de menos en el resto de Europa.
LOS MIEDOS DE PUTIN
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 26.04.14
El grado de improvisación que muchos coinciden en atribuir
al presidente ruso no tranquiliza a nadie
La nueva invasión
rusa de Ucrania puede producirse en cualquier momento y depende única y
exclusivamente de las decisiones y conveniencias que vea y considere el
presidente Vladímir Putin. Parte de los observadores considera que el
presidente no tiene decidido si va a invadir el este de Ucrania, como tampoco
tenía decidido anexionar Crimea meses antes de hacerlo. En este sentido, el
grado de improvisación que muchos coinciden en atribuir a Putin, tanto desde la
disidencia rusa como desde Ucrania y Occidente, no tranquiliza a nadie.
Al final, y pese a
los éxitos propagandísticos del Kremlin en un Occidente feliz de creer
cualquier mentira que le ahorre un compromiso y un sacrificio, Putin hace todo
esto por miedo.
Por miedo a verse
cercado por regímenes cuya influencia resquebraje el suyo. Un miedo que es mal
consejero. Y podría llevarle a cometer acciones fatales para todos. Toda la
operación bélica es acción sustitutiva de la anexión pacífica en marcha con el
anterior régimen en Kiev. Porque los ucranianos impidieron con su rápida
reacción que Putin y Yanukóvich consumaran su pacto privado que condenaba de
nuevo a Ucrania a la supremacía de Moscú. Veinte años después de haberse zafado
de ella, estaban y están dispuestos a dar la vida por evitarlo.
Putin tiene miedo de
que al fracaso de su estrategia «euroasiática» siga un éxito de una Ucrania
estabilizada económica y socialmente con ayuda occidental. Un país vecino que
avanzara por el camino de la modernización y la prosperidad sería un pésimo
ejemplo para los rusos en Rusia.
Podrían cuestionar el
régimen autócrata que apenas ofrece algo más que nacionalismo. Es el miedo de
Putin el que decidirá si invade o intenta convertir Ucrania en una gran Bosnia
fracasada y dividida. El peligro está en que lo primero solo depende de él, lo
demás ya no. Hoy tiene toda la fuerza Putin. Mañana se verá.
DEL ABRIGO EN TIEMPOS GÉLIDOS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 25.04.14
En junio de 2011, Washington advirtió que se había acabado
la fiesta por la que EE.UU. pagaba la seguridad europea
DICEN que la mayor parte de las muertes que se producen en
montaña son debidas a la inconsciencia. Gentes de la ciudad se lanzan a la
aventura sin la información y el equipo necesarios y se ven sorprendidos por
bruscos cambios del tiempo. Los avisos sobre los peligros de la montaña los
tienen olvidados en su vida de previsible cotidianidad urbana. Y con la
sorpresa y el imprevisto llega la tragedia. Las sociedades europeas parecen en
estos momentos todas ellas los habitantes de una consentida ciudad residencial
en una cálida costa que aún no saben que van a tener que subirse a una hostil y
escarpada sierra para escapar de los efectos de un terrible tsunami. Hay ya
quienes saben que la placidez barata de la playa se ha acabado. Y que hay que
equiparse para la alta montaña. Pero no se atreven a estropearles el humor a
sus conciudadanos con advertencias agoreras y conminaciones a pertrecharse para
tiempos gélidos en las alturas. Aunque los signos de alarma son tales que ya
surgen gentes responsables y con coraje para proclamar las malas nuevas y
exigir esfuerzos y gastos para evitar lo peor. De momento ha pasado en Suecia.
El gabinete de la Alianza Conservadora de Frederick Reinfeld
anunció una profunda revisión de sus conceptos de defensa. Y se recordó un
incidente que dice mucho de la defensa de las democracias europeas. Hace meses
se detectó una maniobra muy sospechosa de aviones de guerra rusos cerca de
Gotlandia. Hubo momentos de alarma y se evaluó la necesidad de enviar cazas
propios a su encuentro. No había en disposición de intervención inmediata ni un
solo caza-bombardero. Aquello fue en abril del 2013, y se ha confirmado que la
maniobra rusa era la simulación de un ataque a objetivos suecos. Ante la falta
de credibilidad de la disuasión nuclear, la seguridad e integridad de la Europa
oriental y septentrional depende básicamente de la buena voluntad del Kremlin
de Vladimir Putin. A nadie debe extrañar que, visto lo visto, eso a muchos
ahora les parezca muy poco. Tras anunciar Suecia un aumento del presupuesto
militar, con la previsión de compras de aviones y submarinos, Noruega hace lo
mismo. Finlandia lo hará y la presencia de la OTAN en el Báltico y Polonia
habrá de hacerse permanente. De momento hablamos de los países más cercanos a
las fronteras rusas. Pero la clave, una vez más, de cara a una defensa europea
creíble, está en Alemania.
Como todos los demás, salvo excepciones como Austria,
Alemania abolió su servicio militar obligatorio. Y la cultura de la defensa,
por consideraciones históricas obvias, está aún más lastrada que en las demás
sociedades europeas. Los partidos alemanes han celebrado siempre todos la
permanente y muy popular reducción de los gastos de armamento. Como en toda
Europa. Pocas medidas son tan aplaudidas por los electorados. Y nadie se inmutó
cuando en junio de 2011, Washington, por boca de Robert Gates, advirtió que se
había acabado la fiesta por la que EE.UU. pagaba la seguridad europea. Y los
europeos se la ahorraban y encima presumían de pacifistas y sociales. Y en sus
campañas electorales tachaban al protector de belicista. Ahora estamos muy
cerca del escenario del tsunami y la subida al risco. Las tropas rusas están
movilizadas, de hecho ya violando otra frontera. Y después podría ser otra y
otra. Lejos de Rusia todos siguen en la playa. Pero convendría que fueran ya
pensando en gastar algo en abrigo. No vayamos a acabar, desnudos, inermes y
entregados, definitivamente sin el sol de la libertad, implorando protección al
señor de las tinieblas.
TODOS ALGO UZBEKOS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 22.04.14
En Uzbekistán se han enterado de que un personaje que se
llama Urkullu dice que su tribu quiere una insurrección contra España
LOS uzbekos son un pueblo tratado siempre a patadas por sus
caudillos. En los mejores casos. En los peores, cuando los uzbekos más
valientes han tenido alguna queja y se han atrevido a expresarla, suelen
desaparecer. Bajo su actual flamante presidente, Islam Karimov, las costumbres
han cambiado poco. Tampoco debe extrañar. Él era el primer secretario del
Partido Comunista de la República Soviética de Uzbekistán en 1989, él era el
primer presidente del Uzbekistán independiente en 1991. Y él sigue siendo presidente
un cuarto de siglo después. Sus mayorías, que rondan el 90%, no extrañan si se
conocen los métodos de sus diversos cuerpos de policía a la hora de tratar a
cualquiera que sugiera alguna imperfección en la forma de gobernar del padre de
la patria. Bueno, pues desde ayer, los pobres uzbekos tienen un problema más en
sus vidas: ni más ni menos que el conflicto vasco. En Uzbekistán se han
enterado de que un personaje que se llama Urkullu dice que su tribu quiere una
insurrección contra España, para dejar de ser españoles y negar obediencia a
sus jefes. Pero también saben ya que España, lejos de invocar las leyes
vigentes, está dispuesta a dialogar siempre con los insurrectos. Ahora ya saben
que a España lo que más le gusta es debatir y dialogar con quienes le agreden,
roban o quieren mutilar. Un país raro que no se defiende, sino disfruta
negociando la agresión, el robo o la mutilación.
Los uzbekos no lo saben por Urkullu, con cuya tribu aun no
tienen trato. Lo saben por José Manuel García Margallo, oficialmente ministro
de Asuntos Exteriores de España, que lo primero que ha hecho en Tahkent,
capital de los uzbekos, ha sido anunciar cuánto desea negociar con Urkullu. «Es
tiempo de diálogo y negociación para un acuerdo político a la altura del nuevo
tiempo». Esta respuesta de Margallo al Aberri Eguna, madurita para el mármol,
ha confundido a algunos españoles más que a los uzbekos. No ya porque estén
sorprendidos o hartos de que el ministro de Asuntos Exteriores siempre hable de
los asuntos interiores. No ya porque haga el ministro estas proclamas fuera. Y
promueva así la internacionalización de las pretensiones separatistas de
nacionalistas catalanes y vascos más que todas las campañas que éstos organizan
en el exterior. A todo eso ya los tiene acostumbrados el ministro. Sucede que
muchos españoles se sienten ya algo uzbekos. Porque el Gobierno se uzbekiza
bastante a veces. Y algunos como Margallo, lanzan mensajes contrarios a sus
obligaciones y realidades legales con el desparpajo del déspota asiático, ilustrado
o no.
Cierto es que este Gobierno es selectivo. Solo trata como
uzbekos a los sospechosos de haberle votado y llevado al poder. A los
separatistas les concede amabilidad temerosa. Ante la izquierda brutal y
radical hace gala de obsequiosidad apaciguante. Al agresor, negociación y
comprensión. Pero ni un día sin despreciar un poco a los que, con su voto, son
responsables de que ellos manden. Antes de creerse uzbekos totales, forzados a
tragar ruedas de molino, algunos españoles aún osan preguntar a este Gobierno
que qué quiere decir el ministro con que «es tiempo de diálogo y negociación»
con el separatismo, vasco esta vez. Y más aún eso de que hace falta «un acuerdo
político a la altura de nuestro tiempo». ¿No lo es la Constitución? ¿No lo es
el Estatuto de Autonomía? ¿Se le ha ido la mano al ministro? ¿O es que vamos a
negociar de una vez por todas el desmantelamiento de los privilegios
anacrónicos del Concierto vasco? Ah, no. Que no va por ahí el ministro de
asuntos catalanes, vascos y del Uzbekistán. Nos lo temíamos.
PUTIN, URBI ET ORBI
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 18.04.14
Rusia también es superior porque sus Snowden acaban todos
convertidos en cadáver con olor a polonio
DESDE
ayer es oficial. Vladímir Putin ha confirmado personalmente que tiene el
derecho a intervenir en los países vecinos. De momento en los vecinos. Lo hará
o no, según considere que se acomoda la política de estos países a sus propios
deseos. Ayer quedó esto claro en la alocución televisada urbi et orbi del nuevo
zar. Casi cuatro horas habló el presidente ruso en televisión de lo humano y
cuasi divino, porque los rusos, dijo, son superiores en su espiritualidad,
trascendentalidad y por ello también en su capacidad de entrega. Habló mucho
para los rusos, a los que confortó sin descanso. Pero mucho también para los
despreciados occidentales con sus dirigentes decadentes, malos, necios e
insensatos. A estos les quiso exponer con claridad algunas de las nuevas reglas
que quiere imponer en la geopolítica euroasiática. Mejor dicho, ya ha impuesto.
El Kremlin, es decir él, será quién decida cuando resulta necesario que el
ejército ruso crucé fronteras para corregir las políticas que no le parezcan
satisfactorias. Así lo dijo, nadie le ha contradicho y todos parecen coincidir
en que lo dice en serio. Mientras su ministro Serguei Lavrov negociaba en
Ginebra con EE.UU. y la UE una hoja de ruta y el desarme de bandas armadas en
Ucrania que tanto recuerdan ya a aquellas encerronas de Slobodan Milosevic a la
comunidad internacional en las fases iniciales de la guerra de los Balcanes
hace ahora veinte años. Cuando la amenaza unilateral de invasión se convierte
en primer punto de una hoja de ruta, todos los demás puntos suelen resultar
ociosos. A Putin le gusta que sus amenazas tengan nitidez. Probablemente por
eso ha reconocido la presencia de agentes militares rusos desplegados en
Crimea. Según dijo, eran necesarios para mantener el orden, proteger a la
ciudadanía y organizar bien el referéndum. El hecho de que ahora confirme dicho
despliegue en Crimea que en su día negó, no debiera ser óbice, se supone, para
que ahora se le crea cuando asevera que esos mismos agentes no están
desplegados en Ucrania oriental. A pesar de los numerosos testigos que los han
visto.
Putin echó ayer toda la culpa a Occidente y a unos terribles
nazis ucranianos, que serían los integrantes del Gobierno provisional, del
hecho de que él se viera obligado a invadir Crimea con aquellos agentes y
merendarse toda Crimea con anexión inmediata a Rusia. Escuchándolo solo se
podía esperar que desplegara una inmensa factura como reclamación de gastos a
Kiev, a Bruselas y a Washington. Por gasoil, raciones y horas extras de sus
tropas invasoras y los muchos trastornos ocasionados. Nadie le preguntó a Putin
si no pensaba que los ucranianos habían hecho el canelo al entregarle hace
veinte años aquellas 1.800 cabezas nucleares, todas a cambio del reconocimiento
de sus fronteras internacionales, las que ya no existen. Pero si tuvo preguntas
idóneas para proferir sus amenazas y derramar la autosuficiencia al mercado
interior. Porque sirve para el consuelo de las humillaciones pasadas de una
URSS que se hundió en el fracaso. Y de las humillaciones presentes de un país
en el que en veinte años ha caído en más de diez la esperanza de vida de los
varones, hecho sin precedentes en la historia moderna en tiempos de paz. Pero
las cuatro horas con Putin no habrían sido completas sin un elemento que
destacara la ridícula debilidad occidental. Y ahí estaba Snowden para servir.
Preguntó a Putin si también Rusia vigila obsesivamente a sus ciudadanos. Y Papá
Putin le dijo a su criatura que jamás. Y es cierto. Rusia también es superior
porque sus Snowden acaban todos convertidos en cadáver con olor a polonio.
EL MATÓN NECESITADO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 15.04.14
Le ha resultado tan fácil y barata la anexión de Crimea al
Kremlin, que todo indica no va a poder resistirse a repetir la operación
EL ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov,
es un hombre sofisticado. Al que podría confundir con un multimillonario
intelectual y cosmopolita. Siempre pausado y de modales casi patricios,
probable legado de su padre armenio. Nada más lejos de su culto trato, por
tanto, el faltar al respeto a sus interlocutores. De ahí que resulte tan
alarmante que Lavrov se permita insultarnos a todos, a toda la comunidad
internacional, cuando habla en estos días con la peor desvergüenza intelectual
sobre la crisis ucraniana. No otra cosa es acusar ahora a la Unión Europea y a
la Alianza Atlántica de injerencias en los asuntos internos de Ucrania. Solo
cínico desprecio es esa acusación de alguien que hace un mes invadió
militarmente y anexionó por la fuerza toda una región ucraniana. Y como cabeza
visible de un régimen, el ruso, que ya ha puesto en marcha otra escenificación
muy similar a la crimeana en las regiones más orientales de Ucrania.
La procacidad del otrora versallesco Lavrov podría bien
tomarse por el símbolo de la transformación de esta Rusia que se ha quitado la
careta y, tras un cuarto de siglo de pretenderse socio en Europa, ha decidido
mostrar su eterno y verdadero rostro de matón y amigo de lo ajeno. Pero Rusia
es un matón necesitado. Y débil, por avasallador que sea. Y es muy probable que
sus grandes gestas patrióticas de estos principios del 2014 no granjeen al
final a Rusia más que disgustos. El error ruso ha sido inducido paradójicamente
por la debilidad de Europa y de la Otan y la dispersión imperdonable de la
Administración Obama. Le ha resultado tan fácil y barata la anexión de Crimea
al Kremlin, que todo indica no va a poder resistirse a repetir la operación. No
será tan limpia como en Crimea. Entre o no con su ejército regular en territorio
ucraniano, Putin ya está dedicado a generar una nueva realidad con el conflicto
civil siempre a su disposición como pretexto para la eventual invasión y
ocupación. Nadie piensa en este momento en Moscú en lo que vendrá después. Que
será duro cuando el entusiasmo decaiga, dado que Putin podrá cambiar muchas
fronteras por la fuerza, pero no el hecho de que el patriotismo no se come. Y
Rusia come de las materias primas que vende en el exterior. Como un país
cualquiera del Tercer Mundo.
Hay muchas naciones a las que puede chantajear con su
energía. Pero nadie es más dependiente de la venta de energía rusa que la
propia Rusia. Que no tiene más fuentes de ingresos. Cuando el gas comience a
fluir masivamente desde las regasificadoras de España hacia los consumidores
centroeuropeos, Rusia añorará estos tiempos de dependencia. El Kremlin se ha
quitado la careta y puede que haya hecho un favor a todas las sociedades que
aún dormitan. Porque se ha visto lo peligroso que está el mundo. Y lo insensato
que es estar inerme. Las cifras de compras de armas de Rusia, China, países
árabes o África no paran de subir, mientras bajan las de las democracias
occidentales, EE.UU. incluidos. Eso cambiará. No es seguro que vaya a haber
guerra en Ucrania en las próximas semanas. Sí es seguro que el escenario de esa
guerra queda presente ya para el futuro previsible en todo diseño estratégico
de la política de seguridad europea. Y claro queda que todos los pueblos que
quieran ser libres tienen a quien temer y frente a quién protegerse. Rusia aún
puede arrasar la región. Aplastar parte de Ucrania. Trastornar a Europa. Pero
no puede evitar su soledad ni la certeza de que su aventura expansionista
profundiza y prolonga su atraso.
LA VISITA DE LA VIEJA DAMA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 12.04.14
Gracias a Merkel, Grecia no acabó condenada a la miseria de
tener que recuperar el dracma
No vuelve
a Grecia la canciller Angela Merkel en visita como la vieja dama de la obra de
Friedrich Dürrenmatt. En el drama del suizo alemán, la dama poderosa y
millonaria vuelve a vengarse al pueblo que la humilló de joven. Merkel por el
contrario va a Grecia con el mejor ánimo. Pero muy consciente de que no puede
esperar gratitud. La que en realidad merece, porque en gran parte se debe a
ella que Grecia siga en el euro, haya vuelto esta semana al mercado de
capitales y comience a mostrar ciertos signos de recuperación.
En Alemania eran muy
pocos los que con Merkel y Schäuble hicieron frente a las demandas de echar del
euro a los griegos después del enésimo incumplimiento por Atenas. Pero no se
hizo. Y Grecia no acabó condenada a la miseria de tener que recuperar el dracma
y quedarse en el limbo con países de los Balcanes occidentales. Imagínense el
panorama. Pues no solo no hay gratitud, hay todo un despliegue de ira
victimista griega en las calles de Atenas. Con tanta violencia y amenaza que el
barrio gubernamental ha tenido que ser cerrado herméticamente. Por las calles
rugen extremistas que acusan a Merkel de todos los males que aquejan a su
patria. Porque al lamentar sus desgracias no se acuerdan de la cleptocracia de
sus politicos ni de la corrupción generalizada.
Se olvidan de la falta de honradez que hizo del fraude el
sistema económico nacional desde su ingreso en la Comunidad Europea hasta que
se hundió con la crisis toda la arquitectura de la estafa. Pero la culpa,
dicen, es de la « nazi » como llaman a la vieja dama. Lo cierto es que la
economía griega ha mejorado algo pero el triste victimismo, que no ve las
culpas propias y por tanto persiste en los errores, sigue siendo el mismo.
SCHILLER EN CRIMEA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 11.04.14
El alma rusa ha generado tanto sentimiento alemán como el
propio Schiller ha conmovido al ruso
LA invasión rusa de su vecino occidental ha causado espanto
en las capitales europeas. Pánico disimulado en las más cercanas al reino de
Vladímir Putin. Pero también profunda alarma en las más alejadas. Gobiernos,
economistas, grandes empresarios y analistas saben que lo ahora sucedido, a
poco que se tuerza, puede dar al traste con la recuperación económica europea.
Pero además ha producido vértigo comprobar la fragilidad de nuestra seguridad,
nuestras economías, nuestra paz y nuestra libertad. El capricho de un autócrata
ha cambiado violentamente las fronteras. La invasión puede repetirse en otra
región. Y pocos dudan de que obtendría igual de magra respuesta que la
anterior. Pero más allá de la desnudez defensiva europea y de la falta de
credibilidad de la disuasión de la Alianza Atlántica, se perciben fenómenos
alarmantes que han sorprendido. Uno es la falta de solidaridad y empatía de los
europeos hacia la negativa de los ucranianos a dejarse someter una vez más por
Moscú. Porque eso estaba y está en juego. Muchos han asumido la propaganda de
Moscú de que aquello fue un golpe de Estado. Tesis que se alimenta de la
decisión unilateral de Yanukóvich de huir cuando había firmado un acuerdo en
presencia de los negociadores europeos y del ruso. Pero la falta de empatía ha
sido sangrante también hacia los aliados de UE y OTAN en Centroeuropa, que
vuelven a verse en una terrible precariedad que despierta fantasmas de
divisiones, amenazas, ocupaciones. Los países europeos occidentales, los
«países de fronteras» antiguas y naturales, no captan los miedos de los «países
de horizontes», en los que las fronteras han sido más que móviles, volátiles y
líquidas a lo largo de los siglos. Retornan los miedos que tras la caída del
Telón de Acero y la URSS parecían enterrados. Una de las reacciones más
espectaculares ha sido la toma de partido por Putin de la opinión pública
alemana. Aun reconociendo la violación del derecho internacional por Moscú. Y
en abierta oposición a la opinión de su Gobierno, su Parlamento y su opinión publicada.
Vuelve a estar ahí el alemán capaz de amar al ruso con la misma fuerza con que
lo sabe odiar y temer. Debe de ser «Los Ladrones» quizá «Don Carlos» la obra
en la que Friedrich Schiller hace decir a un protagonista que «los rusos
comparten nuestra profundidad, los franceses tiene formato, pero no
profundidad». El alma rusa ha generado tanto sentimiento alemán como el propio
Schiller ha conmovido al ruso. Al ruso lo quería destruir Hitler como eslavo
infrahumano, pero en el imaginario alemán siempre estuvo el ruso sentimental y
noble. Y profundo, como decía Schiller.
Frente a la superficialidad y el espíritu práctico de la
Europa occidental de los países de fronteras. Y es que Alemania está en medio y
siempre tuvo el alma dividida. Hasta en su territorialidad es parte de ambos
mundos, en el oeste tiene una fronteras definida con Francia, que apenas
diverge del antiguo limes romano. En el este su frontera siempre fue el
horizonte por el que sus colonos se extendieron durante mil años hasta volver trágica
y definitivamente en 1945. El esfuerzo por dotar a la nación alemana de una
identidad inequívocamente occidental parte de aquella fecha, año cero en la
historia contemporánea alemana, con Konrad Adenauer y los aliados occidentales.
La reunificación reafirmó aquel anclaje. O pareció hacerlo. Pero se han movido
cosas en estas dos décadas. ¿La atracción por el orden y la autoridad de Putin?
¿El desprestigio de EE.UU. y de la Unión Europea? ¿La recuperación del espíritu
de la potencia de en medio? Si la Sehnsucht (añoranza) alemana tira al este, el
oeste debe preocuparse.
QUEBRANTOS EUROPEOS EN CAMPAÑA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 08.04.14
La ausencia de liderazgos y política ha anulado toda
percepción de la necesidad de sacrificio por el bien común
TODA Europa prepara unas elecciones al Parlamento europeo
dentro de cinco semanas. Pero nadie se prepara para otra cosa en los países
miembros que para las cuitas políticas nacionales, los ajustes de cuentas entre
gobierno y electorado y los navajeos habituales entre los íntimos rivales. Aquí
lo sabemos muy bien. La política, despreciada por el Gobierno, se arrastra
prisionera de los chantajes del nacionalismo, de las miserias de la corrupción
y la hipocresía de una oposición que ha abandonado el Parlamento y traduce su
impotencia política en violencia callejera y toneladas de demagogia e
hipocresía. El Gobierno posterga todo a la espera de que las meras cifras de
una recuperación insegura le acaben dando la razón y los votos necesarios para
seguir en el poder. Con quien sea y como sea. La mayoría absoluta y el poder
concentrado que podía haber supuesto una regeneración y reestructuración
nacional de dimensiones y calado históricas se han quedado en triste gestión de
retrasos, silencios y miedos.
En otros países, la quiebra con la realidad no llega a
extremos carpetovetónicos, pero también es inexistente la visión continental,
la conciencia de lo que sucede en un continente que, como recuerda siempre
Angela Merkel, supone el 7 por ciento de la población mundial, el 25 por ciento
de la producción y el 70 por ciento del gasto social. Que en Europa haya aún
fuerzas que pretenden que eso puede mantenerse es un disparate. Pero la
soberbia de la gente pequeña tiene suficiente fuerza para hacer casi imposibles
las reformas necesarias y urgentes si se quiere evitar que este continente,
arrinconado y cada vez más marginal, acabe pudriéndose en su prepotencia y
ensoñaciones como un parque temático y museo al aire libre. Y como tal no pueda
soñar con defender sus libertades. Es la arrogancia de quienes pretenden que
las reglas vigentes para el 93 por ciento de la población mundial nunca
afectarán a los «dignísimos» europeos. Pero los grandes problemas son eso,
demasiado grandes. Las opiniones públicas nacionales ignoran los quebrantos
comunes. Quizá sea mejor así, porque a poco de lucidez y presencia de ánimo,
esta campaña electoral podría generar pánico.
Que el nuevo Gobierno de París piense en romper la baraja y
dinamitar una vez más como en 2004 el Pacto de Estabilidad no parece importunar
más que a Berlín. Otros esperan para incumplir ellos. Volvemos a escenarios de
amenaza para la moneda común. La economía no está a salvo por tanto, pero
tampoco la democracia goza de buena salud, como demuestra el voto extremista en
muchos países, desde Francia a Hungría. Las grandes conquistas europeas del
bienestar se toman como derechos incuestionables. Pero la ausencia de
liderazgos y política ha anulado toda percepción de la necesidad de sacrificio
por el bien común y ante todo de los riesgos compartidos. Ahora que hay una
amenaza directa, el quebranto de los quebrantos para Europa, la frontera
oriental, la inmensa mayoría de los europeos mira hacia otro lado. O ya piensa
en cómo aplacar al agresor. Por primera vez desde la crisis de Berlín en 1961,
hay democracias europeas que temen ser invadidas en un futuro previsible. Y que
no se fían ya del escudo de la OTAN. La campaña electoral en toda Europa
debería estar centrada antes que nada en un grito de compromiso a defender
unidos el territorio, las libertades y los derechos de todos nuestros aliados
en peligro. Pero igual que buscamos fáciles trampas para negar a los ucranianos
su derecho a elegir no volver a la pesadilla de la obediencia a Moscú, las
encontraríamos para no responder más que con lloros a una invasión en un país
miembro de la UE y la OTAN. Y Vladímir Putin lo sabe.
LEVE ESPERANZA FRENTE AL TERROR
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 05.04.14
Estas elecciones podrían operar el primer traspaso pacífico
del poder en la milenaria Afganistán
Oportunidad Hay
indicios de cansancio de la violencia y de disposición a hacerle frente en las
urnas
En Afganistán se van
a celebrar unas elecciones presidenciales que, por supuesto, serán
fraudulentas. Y sin embargo puede que sean un éxito. Porque si la participación
resulta ser tan alta como muchos auguran, el inevitable fraude será menos
relevante para el resultado. Y no impediría que se convirtieran en un gran paso
hacia la estabilización. Serán las primeras elecciones en la milenaria historia
de Afganistán en las que se puede producir una transferencia de poder político
de forma pacífica. Que todo puede ir rematadamente mal es algo que todos los
implicados saben. Tras más de diez años de guerra, bajas e inmensas cantidades
de dinero invertidos allí por EE.UU. y sus aliados, el resultado es magro. No
nulo. Lo sería, catastróficamente, si estallara de nuevo el conflicto por
acusaciones de fraude, desunión o no aceptación de los resultados y violencia
masiva y refuerzo de la agresión talibán. Toda la región podría entrar en
ebullición. Con extremistas de decenas de países musulmanes con voluntad de
extender el conflicto hacia la India y el Golfo. Con Siria incendiada e
incendiando a sus vecinos se podría crear una larguísima franja de
desestabilización y violencia de gravísimas consecuencias.
Pero nadie debe
excluir la posibilidad de que, aunque se trate de Afganistán, las cosas vayan
bien. Y hay muchos indicios no solo del cansancio de violencia de la población,
sino de su disposición a hacerle frente con una gran afluencia a las urnas. De
lograrse este traspaso pacífico de poder, los talibán que hacen todo lo posible
por impedirlo, sufrirían un serio revés. Y con los talibán en Afganistán,
también lo sufrirían las fuerzas extremistas en Paquistán que apuestan por
hacer descarrilar el proceso en el país vecino como paso necesario para
dinamitar el régimen en el propio. Las elecciones tienen, por ello, un inmenso
valor para todos los países de la región. Los ejércitos extranjeros ya han
partido de Afganistán en gran parte. El resto lo abandonará a lo largo de este
año. Aún no está claro que EE.UU. vaya a dejar algún tipo de fuerza de apoyo.
Si la seguridad no colapsa por alguna catástrofe, Obama seguirá su plan de
desaparecer lo antes posible. Y se notará menos el papel probablemente más
confundido y debilitante que jamás ha jugado EE.UU. en la región. Todos los
observadores han quedado sorprendidos por la participación en la campaña
electoral. Pese a los atentados, las amenazas y las muertes.
Hay ocho candidatos a
suceder al presidente Karzai. Asharaf Ghani, el hombre de Karzai, Abdullah
Abdullah, exministro de Exteriores que fue derrotado, fraudulentamente por Karzai
en 2009 y Zahany Rassoul tienen posibilidad de pasar a las segunda ronda. Lo
importante ahora es que el resultado sea aceptado por todos los participantes.
El mero traspaso de poderes sin tragedia será un paso de gigantes.
EL PODER DE LA CONTRICIÓN
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 04.04.14
En España no estuvimos lejos en la transición de conseguir
esa sana y restauradora visión de nuestro propio pasado
PUBLICABA ayer ABC un artículo de Israel Viana sobre «los
Gobiernos que asumieron sus atrocidades». Enumeraba diez casos de
reconocimiento de culpa y contrición pública y oficial de Estados por crímenes
e injusticias colectivas cometidas en el pasado. Se relataban las culpas de
Alemania, Hungría, Irlanda, Gran Bretaña, Japón o el Vaticano que llevaron a
pedir perdón a víctimas del pasado. Comenzaba con el caso de Suecia y sus
prácticas contra la población gitana. Con un programa eugenésico de
esterilización no muy diferente al de otros países en la fiebre de la llamada
higiene social y racial de las primeras décadas del siglo XX. Que alcanzaría su
delirante y monstruosa culminación en el nazismo. El Gobierno sueco pide ahora
perdón a las víctimas. ¿A quién sirve? A las víctimas obviamente no. Sirve a la
sociedad y el Estado, su autoestima y su propia calidad. El ejercicio de
contrición más masivo de la historia es el alemán. Por razones obvias. Las
dimensiones del horror fueron tales, que en los primeros tres lustros después
de la derrota apenas se movió nada. Todo volcado a la reconstrucción, huida en
el trabajo, a la vergüenza, a la ocultación, al silencio. Primaba la
descalificación impuesta. Tuvo que llegar a la edad adulta la primera
generación no educada en el nazismo para que se pusiera en marcha un fenómeno
sin precedentes, la «Vergangenheitsbewältigung», la «superación del pasado», un
proceso surgido del seno mismo de la sociedad alemana. Era lo contrario que lo
habido siempre tras la guerra. No había que olvidar. Ni saldar cuentas. Ni
revancha. Ni osar justificar lo injustificable. Se inicia con los procesos de
Auschwitz, el primero en 1963. Ya no era la cúpula hitleriana juzgada por los
vencedores en Nuremberg. Era el Estado alemán que juzgaba y condenaba a
alemanes «comunes», piezas de la maquinaria del crimen industrial. En aquel
lustro de 1963/68 de juicios consecutivos de Auschwitz en Frankfurt, se
sentaron las bases para la lenta cura de la sociedad. Para una mirada limpia al
pasado. Se hizo sobre todo en la escuela. No sin conmoción y serias tensiones
generacionales. No hay mejor educación antitotalitaria que la que muestra al
niño lo fácil que es convertir a la propia sociedad en una masa a la vez
fanática e indolente, cobarde y suicida. Frente a la exaltación incondicional
de la tribu, se fomentó la conciencia de que los propios, los más cercanos y
humanos, fueron capaces de terribles crímenes. La suprema responsabilidad de
una ciudadanía, se inculcó al niño, es vigilar e impedir que nadie incurran en
culpa en su nombre. Es lo opuesto al victimismo nacionalista, a la
culpabilización ajena, a la huida permanente de la responsabilidad y su
atribución al otro. Los países más libres y serenos son aquellos que miran con
verdad a su pasado. Los que han reconocido sus culpas. Los más agresivos y
enfermos son los que se obstinan en acusar a otros de sus propios crímenes y su
suerte. Aquí en España no estuvimos lejos en la transición de conseguir esa
sana y restauradora visión de nuestro propio pasado. Se habló de que todas las
víctimas eran de todos los españoles y todos los crímenes también. De que la
terrible tragedia colectiva que nos había partido en dos, nos debía unir para
siempre. En contrición común. Pero irrumpió con brutalidad en nuestra historia presente
la llamada a la revancha y la mezquindad ideológica. De la idealización de los
propios y la demonización del contrario. Aquello destrozó el sueño de una
historia común que nos uniera en el luto compartido tanto como en un proyecto
de futuro. Y nos secuestró el presente.
VINTAGE DE ZARES Y SULTANES
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 01.04.14
Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage para el siglo XXI de
despotismos orientales con elecciones
APENAS había dado las gracias al electorado, que tan grande
como inesperado regalo le hizo este domingo, cuando ya amenazaba a sus enemigos
con la venganza: «Esto lo van a pagar». El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan ha dejado muy claro que sus enemigos tienen motivos para preocuparse. Y
lo son todos los turcos que en estos últimos tiempos le han hecho frente, en la
calle, los despachos y los tribunales. Erdogan está disfrutando mucho desde el
domingo con la inesperada contundencia de su triunfo en las elecciones
municipales. Tanto al menos como con las grandes victorias que lo convirtieron
en líder indiscutido de la Turquía del siglo XXI. Con tanto poder como solo
había tenido, allá a principios del XX, el fundador de la Turquía republicana y
moderna, Mustafa Kemal «Atatürk». Erdogan llegó a la cumbre hace más de una
década. Y lo hacía con una agenda más que ambiciosa, de inmensas dimensiones
históricas. Quería, con el ingreso en la UE, catapultar a Turquía como una
potencia europea. Como ya lo fue hasta entrado el siglo XVIII. Quería hacer de
ella además la potencia transregional, puente entre Occidente y toda el Asia
central exsoviética. Y soñaba con convertir Turquía en la gran promotora de la
integración del islam en el mundo desarrollado y adoptar un liderazgo en
Oriente Medio frente a las teocracias chiita en Irán y sunita en Arabia Saudí.
Erdogan no ha conseguido ninguno de sus objetivos. La entrada en la UE está más
lejos que nunca, Asia central está más cerca de nuevo de Moscú que de Ankara o
Estambul y los árabes se resisten a que los antiguos amos otomanos vuelvan a
tratarles con paternalismo. Lo que sí ha logrado Erdogan es la reislamización
de Turquía y la neutralización o el aplastamiento de resistencias, democráticas
o no, en ejército, negocios, jueces, prensa e intelectuales. Hasta el domingo
le quedaba un peligroso enemigo, su antiguo aliado que es la secta de Fethullah
Gülen. Este líder religioso vive en EE.UU. en el exilio desde que estalló la
rivalidad. A sus gentes, muy presentes en la Administración, se atribuyen las
filtraciones que han revelado tanto la masiva corrupción de Erdogan, su familia
y entorno como la falta de escrúpulos en general del AKP al gobernar. La última
filtración revelaba planes para simular un ataque desde Siria como pretexto
para entrar en guerra. El «Hodjaefendi», el «gran maestro» Gülen, vive en una
austeridad monacal que contrasta terriblemente con la ostentación y el corrupto
despilfarro del entorno, familia y del propio primer ministro. Ahora, la caza de
brujas contra el «gülenismo» puede empezar. Erdogan es un declarado admirador
de Vladímir Putin. Como dice el periodista Erturul Özkök, «a Erdogan le encanta
hacer el Putin». Hacia dentro y hacia fuera. Cierra Twitter o Youtube y algún
canal de televisión que le irrita, con esa nada disimulada prepotencia con que
Putin acabó con todos los medios algo críticos. Como Putin, ha decidido cubrir
sus vergüenzas autoritarias con una retórica ultranacionalista y victimista.
Ambos han declarado la guerra a la sociedad abierta. La retan en Occidente. Y
en sus propios países aplastan a sus partidarios. Ambos cortaron toda luz
autocrítica sobre el pasado que se habían iniciado hará veinte años en Rusia y
Turquía. Ahora todos los crímenes propios son ocultados, excusados o exaltados
como gestas en la nueva historiografía. Ambos se han erigido, con muy poco
pudor y todo tipo de símbolos, en los herederos históricos de los monarcas que
encarnaron a los desaparecidos imperios. Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage
para el siglo XXI de despotismos orientales con elecciones.