Ninguna de las medidas represivas de Cuba ha afectado a las
negociaciones
Washington
anunció ayer que ha retirado a Cuba de la lista de países patrocinadores del
terrorismo. Esta medida era requisito para un restablecimiento de relaciones
diplomáticas que se pretende sea muy pronto. La administración de Obama y el
régimen castrista parecen satisfechos de como transcurren las negociaciones.
Avanzan con una rapidez que se explica por las escasas exigencias. Apenas han
tenido que resolver cuestiones técnicas. Ninguna de las medidas represivas
tomadas en estos meses por el régimen cubano han afectado en lo más mínimo a
esta negociación. En todo momento se notan las ganas de Obama de concluir este
proceso con sus ansiadas fotos en La Habana. Serán uno de los pocos hitos
históricos gratificantes de su presidencia.
El régimen cubano se cae de la lista de países
que apoyan al terrorismo porque Obama lo quiere y necesita. No porque Cuba haya
cambiado en nada su actitud. Con lo que la lista queda definitivamente en
descrédito. Otro daño colateral de las ambiciones y caprichos del presidente
buenista. Porque no ha cambiado un ápice la actitud y colaboración del régimen
con las bandas narcoterroristas de las FARC. Que la cocaína de las FARC se
vende en EE.UU. y Europa gracias a aviones y conexiones oficiales de los
regímenes de Venezuela y Cuba lo dicen las propias agencias norteamericanas, la
DEA y el FBI. Que Cuba mantiene decenas de miles de asesores en Venezuela,
muchos dedicados a la coordinación policial, militar y de servicios secretos de
toda la trama regional en la que no solo aparecen los terroristas de las FARC
como protagonista sino también los de Hizbolá y otros grupos en el narcotráfico
y blanqueo. El trato de privilegio a Cuba cuando se sanciona a otro régimen, al
venezolano, que es poco menos que títere de La Habana es otro elemento grotesco
de los que salpican toda la política exterior de Obama.
El PSOE es responsable, presunto aún, de la mayor
malversación continuada de la historia de España
EL
secretario general de Podemos dirige ya sin pudor toda la política de alianzas
de las diversas listas tras las que se escondió su partido para acudir a las
elecciones municipales. Ya no es necesario andar por ahí diciendo tonterías de
que Ahora-Madrid no es Podemos o Manuela Carmena no es de Podemos. Son Podemos
con muchos tontos útiles y unos cuantos listos útiles como Carmena. Y por eso
es su jefe, Pablo Iglesias, quien decide qué van a hacer en cada momento. Con
quién se van a aliar y con quién no. Como ahora ya van las cosas en serio y
deprisa y de cara a las generales hay que ir a lo que importa que es coger
parcelas de poder, control de instituciones y recursos, ya se han dejado todos
de tonterías de simular escrúpulos con la corrupción de los socios necesarios.
De ahí que poco importe el dictamen de la Intervención del Estado que desmonta
las argucias de los expresidentes socialistas y establece que fue el PSOE quien
hizo y deshizo en la financiación paralela. El PSOE es responsable, presunto
aún, de la mayor malversación continuada de la historia de España. Culpable,
presunto aún, de la creación de estructuras, desde el centro de gobierno, para
robar de forma sistemática, presuntamente aún, miles de millones de dinero de
los españoles. Pero a Pablo Iglesias ahora ya no le importa nada la masiva
corrupción institucional y orgánica del PSOE, sin parangón por muy detestable,
inmensa, obscena, profunda y extendida que haya sido la corrupción de esa
legión de mediocres codiciosos ladrones que se instalaron en el PP. La
corrupción del PSOE le preocupa lo mismo que la de sus antiguos protectores
caraqueños. El caudillo de Podemos ya no anda con tonterías pretendiendo
moralizar a los socialistas. Los necesita para sus fines y es feliz de ver lo
postrados que están las huestes de la medianía de Pedro Sánchez, lo
interiorizado que tienen el discurso radical que les ha hecho descartar desde
el primer momento otra opción que no sea el Frente Popular en su política de
alianzas. Todos han visto que el PSOE pierde literalmente el culo por hacer un
Frente con Podemos, aunque eso los convierta en la sirvienta en estas alianzas,
aunque sean mayoritarios. Demasiado han cultivado los socialistas la retórica
del odio a la derecha y de la revancha histórica que ha hecho germinar la
planta totalitaria en toda España, la del populismo plebeyo como la define ya
su propio líder. Que no teme la proximidad conceptual al fascismo en que se
sitúa porque llega cargado con esa siniestra legitimidad que Zapatero
transfirió desde la Constitución, la transición y la reconciliación nacional a
la Guerra Civil. La que ha hecho posible que las principales referencias de un
movimiento de protesta contra desmanes e inepcias de los partidos tradicionales
se encuentren, avanzado el siglo XXI, en la camiseta republicana que se ponía
para jugar al fútbol en la jornada de reflexión el caudillo del cotarro
extremista.
Preso el PSOE, no quedan socialistas con lucidez
y coraje para levantar la voz contra este entreguismo ante el discurso de las
fuerzas radicales que lo convierten en la chacha del cursi y pretencioso, pero
muy peligroso émulo de Lenin. Sus errores se los intentarán hacer perdonar con
su radicalidad en combatir a la España derechista a la que quieren culpar de
todos los latrocinios que tan intensamente han compartido, ideado, orquestado y
disfrutado. E Iglesias se los hará pagar convirtiendo al PSOE en eficaz punta
de lanza y al tiempo hoja de parra para el desmantelamiento de lo que queda de
seguridad jurídica, de la división de poderes, del Estado de Derecho. Que ya
está en marcha.
Cuando una democracia puede sucumbir ante sus enemigos por la
ceguera, falta de empatía e indolencia de sus gobernantes, es pertinente la
máxima alarma
EN el
otoño de 1989, la República Democrática Alemana celebraba el 40 aniversario de
su fundación. Lo hacía con gran despliegue de propaganda de los éxitos de la
democracia popular y el socialismo, con desfiles y visitas de postín. El
principal invitado era por supuesto y como siempre en las fiestas importantes,
el máximo líder soviético, el jefe de la megafinca imperial heredada de Stalin,
que entonces era Mijail Gorbachov. Nadie podía imaginar por entonces que un mes
más tarde caería el Muro, un año más tarde desaparecería la RDA y dos años
después, la propia Unión Soviética. Pero todo el mundo tenía su mirada puesta
en aquellos actos porque todos sabían que algo tenía que pasar. El conflicto
entre la realidad y el discurso público había alcanzado un nivel de tensión
insostenible. La verdad oficial siempre fue mentira en los regímenes
comunistas. Desde el primer momento. Con mentiras y crímenes se fundó el
régimen en la zona de Alemania bajo ocupación soviética. Y con mentiras se
gobernó siempre. Pero en aquel otoño, los alemanes orientales huían a millares
por países vecinos hacia Alemania occidental. Cada vez eran mayores las
manifestaciones que pedían democracia y libertad. La población estaba ya bien
informada de todo lo que sucedía. Y frente a esas realidades comprobadas y
vividas, la retórica de Erich Honecker que hablaba de un país irreal cuajado de
fabulaciones, se convirtió en el principal generador de indignación. Más allá
de las dificultades y los problemas reales, fue la incapacidad total de Honecker
de aproximar su discurso a la realidad percibida ya por todos, lo que produjo
la suficiente rabia para vencer a todos los miedos y el terror al aparato
comunista y lanzarse la gente a las calles en las semanas siguientes. Hasta que
el 9 de noviembre cayera el Muro, el régimen y el disparate.
El 7 de
octubre, el visitante Mijail Gorbachov abrazó y dio aquel legendario triple
beso a Erich Honecker en la tribuna del desfile del 40 aniversario. Iba a ser
el último. Y en su alocución, Gorbachov dijo la celebérrima frase. «Quien no
está a la altura del momento histórico es castigado por la vida». El líder
alemán, sin embargo, no se dejó impresionar ni por la realidad ni por las
advertencias. Su propio discurso fue una interminable apología de las
conquistas del socialismo y loas a la adhesión popular al régimen fue la
condena de Honecker y precipitó el fin del régimen. Días después era depuesto.
La retórica del triunfalismo del poder había llegado a un choque brutal con la
realidad vivida por la sociedad. Y la desafección se disparó desde aquel día en
que Honecker dio la última prueba de que no entendía nada lo que pasaba, pero
además no quería entenderlo. Que carecía de empatía suficiente hacia los
gobernados como para sentir interés por la realidad vivida y sentida por ellos.
Una realidad que ya nada tenía que ver con su discurso irreal que solo a él
servía. La negación de la realidad vivida por los gobernados se convertía así
en una permanente e insoportable ofensa del gobernante. Y allá donde había
leales defensores del sistema o acomodados súbditos surgieron por efecto del
agravio permanente, del despecho ante el desprecio, unos ciudadanos
definitivamente desafectos que unían su suerte a los más radicales enemigos del
sistema. Cuando el régimen que se hunde por esta terrible falla de carácter de
sus líderes es una dictadura, como fue el caso entonces, todos podemos
congratularnos. Cuando es una democracia la que puede sucumbir ante sus
enemigos por la ceguera, falta de empatía e indolencia de sus gobernantes, es
más que pertinente la máxima alarma.
La Unión Europea quiere hacer ver a Rusia que su aventura
expansionista es inviable. Falta por ver si Putin se lo cree
En la
Cumbre de Riga no se llegará a mucho acuerdo. Pero sí hay mensajes para muchos.
Grecia es protagonista para varios ya solo por las ganas que tienen de ver los
primeros pasos de su salida del euro. El Reino Unido es protagonista porque se
resiste con firmeza a los planes de la UE para cuotas de inmigración. Y cuenta
con apoyo de muchos otros. Pero hay sobre todo un mensaje para Moscú desde esta
capital histórica de Letonia, uno de los muchos juguetes del destino en la pugna
entre libertad occidental y tiranía oriental.
El imperio romano
tuvo frontera con las zonas bárbaras en el norte de Europa, el limes que desde
Escocia cruzaba diagonalmente Europa hasta el mar Caspio. Más allá del limes no
había ley ni paz romana. Era el límite entre orden y caos, civilización y
barbarie. En el siglo XX Europa volvió a estar dividida drásticamente. Esa vez
por ideologías. A la parte oriental volvió a tocarle la peor parte: dictadura,
miseria y miedo.
En el siglo XXI
vuelve a cristalizar una peligrosa división. La involución política en Rusia
bajo Vladímir Putin acabó con los intentos democratizadores de Boris Yeltsin
fracasados en el caos. Hoy es un proyecto de restablecer un imperio bajo mando
de Moscú con su régimen vertical, autoritario y policial. Sus fronteras exteriores
no están preestablecidas. Estarán allá donde Putin pueda llevarlas hacia el
oeste.
La Unión Europea
pretende hacer ver a Rusia que su aventura expansionista no es viable porque se
le hará frente. Falta por ver si Putin se lo cree.
Los países del limes
reaccionan de diversa forma. Los integrados en Occidente exigen más defensa por
parte de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica. Los amenazados Ucrania,
Georgia, Moldavia, piden ayuda. Los cercanos a Moscú, Bielorrusia y Armenia,
piden no enfadarle.
Todos saben que Putin tiene un sueño. Que es la pesadilla de
los vecinos. Llevárselos al otro lado del limes.
Mientras no consigan implantar aquí un régimen como el que
ayudaron a construir en Venezuela, prevalecerá sobre su derecho al olvido
nuestro derecho a la memoria
LA señora Carolina Bescansa es una dirigente del partido
Podemos que ayer no pudo conciliar con José María Aznar en la Plaza Castilla de
Madrid. No es que esta señora quisiera ser amiga de Aznar y se citara con él en
esa plaza del norte de Madrid, en la que hace muchas décadas quedaban los
domingos las «tatas» con los «sorchis» para conocerse mejor en los solares que
había por allí por entonces. Lo cierto es que no era la de ayer una cita
amorosa ni amistosa, ni siquiera amable. Era una citación para un intento de
conciliación previo a una demanda judicial a cara de perro. Y es que Bescansa y
sus amigos quieren empapelar al expresidente del Gobierno por decir que a
ellos, a los de Podemos, «los ha financiado el chavismo». Sostiene Bescansa que
no tolerarán que se mancille su honor. Aunque algunos pensemos que la peor
forma de defender el honor propio es dedicarse a actividades deshonrosas. O a
malas compañías.
Bescansa parece creer que lo importante es callar al que
recuerda aquellas actividades tan bien remuneradas. Dice que se enfrentará a
una demanda todo aquel que sugiera que ellos se financian de otra cosa que las
célebres aportaciones de diez y veinte euros de la clase obrera. «No lo
toleraremos», repiten una y otra vez los de los puños cerrados y herrados y
mandíbula de cristal. Llaman «ladrones, casta corrupta y gentuza» a los
políticos de otros partidos, se ofenden en fragilísima, trémula exquisitez
cuando se recuerda que ellos han cobrado dinero, mucho dinero, del erario
venezolano. Lo suyo no es ya siquiera un especial derecho al olvido, muy
chocante en quienes tienen por bandera la revancha de unos hechos de hace ocho
décadas. Es la exigencia de un trato especial. Como Manuela Carmena, que se
pretende un alma pura y miente nada más abrir la boca cuando dice que va por
libre y esconde la realidad bolchevique y antisistema de su lista. La juez
comunista disfrazada de virtuosa Mary Poppins dispara desde el bolso con la
Gran Berta contra Aguirre, contra la que todo vale. Pero se le manchan las
enaguas si se citan los enjuagues de su marido para no pagar a sus trabajadores. Curiosa esta gente de Podemos. Advierten que van a «acabar
con la clase política corrupta y ladrona» y «romper el candado de la
Constitución de 1978», es decir destruir el marco legal existente. Y están las
redes llenas de mítines de dirigentes de Podemos aplaudiendo en Caracas a un
régimen que presumía de robar con especial saña a españoles y reprimir a todos
por igual. Adhesión emocionada hasta llorar lágrimas del Orinoco. Expuesto por ellos
son un dignísimo programa y unas ejemplares trayectorias. Expuesto por otros,
es causa de terrible ofensa y demanda en los juzgados por su sacrosanto honor.
Es un hecho conocido que Iglesias, Errejón, Monedero y Bescansa y otros, aparte
de gentes como Roberto Viciano y Jorge Verstrynge que permanecen de momento
entre bambalinas, han sido pagados por trabajar para el régimen chavista. Han
presumido mil veces de ello. Claro que fue antes de que se revelara
definitivamente como un régimen criminal, narcotraficante y cruelmente represor
de su propio pueblo. Todos entendemos que no es elegante haber sido el contable
de Al Capone. Ni siquiera su asesor en tratamiento carcelario, guerra
sicológica para aniquilar disidencia, cría de piojos o cocina venenosa. Sobre
todo cuando ahora se pretende ser elegido ciudadano probo del año. Es
comprensible que quieran olvidar. Pero mientras no consigan implantar aquí un
régimen parecido al que ayudaron a construir en Venezuela, que encarcele o mate
para imponer el silencio, mientras prevalecerá sobre su derecho al olvido
nuestro derecho a la memoria. Que en casos como este puede ser el mismísimo
derecho a la supervivencia.
El populismo surge del fracaso de la socialdemocracia ante
la nueva realidad europea en un mundo globalizado
EN un país como España en el que casi toda la izquierda
rinde aún hoy culto devoto a las fuerzas totalitarias del Frente Popular y sus
siniestras andaduras en la Guerra Civil, la socialdemocracia alemana que
representa el SPD es poco menos que un lujo. Es el SPD un partido escarmentado
de sus veleidades frentepopulistas en la República de Weimar. Es también muy
sana y vigorosamente anticomunista por sus experiencias con el totalitarismo
soviético durante la guerra y después de ella. Desde el Congreso de Bad
Godesberg en 1959 es además un claro defensor del capitalismo y de la
democracia representativa, tras abjurar definitivamente de todo proyecto de
redención política o ingeniería social para superar el sistema de la sociedad
abierta. Es por eso el SPD históricamente el partido de referencia de la
izquierda democrática europea que está a años luz tanto de los aventurerismos
revanchistas de un Zapatero como de tentaciones radicales de un Mitterrand o
del Hollande de primera hora. El SPD es un partido, precisamente desde Bad
Godesberg, socialdemócrata en sentido estricto y por tanto de respeto absoluto
a las reglas del juego del mercado y la democracia. No como nuestro Pablo
Iglesias que dice que es «socialdemócrata como Vladimir Ilich», en referencia
nada menos que a Lenin, el mayor asesino de socialdemócratas rusos jamás habido.
En España nadie sabe realmente lo mucho o poco
socialdemócrata que es. El mayor socialdemócrata parece localizado en filas del
PP como ministro de Hacienda, que presume de haber descolorado definitivamente
a la izquierda al hacer propios sus planes. El PSOE quiso bajo Felipe González
evolucionar en el sentido del SPD. Naufragaría estrepitosamente debido a la
trágica irrupción de Zapatero en la historia de España. Hoy su líder es un
joven llamado Pedro Sánchez que unos días se cree Karl Liebknecht, el Vladimir
Ilich de Iglesias o un profesor interino en la Complutense. Y al día siguiente
dice algo muy razonable y todos creen que es para confundir y resulta que
entonces no le cree nadie. Después están los que se proclaman socialdemócratas
a partir de hoy, como podrían declararse mormones, vegetarianos o esquimales.
Todos esos que eran comunistas ayer, pero se pretenden socialdemócratas de aquí
a noviembre.
Sin embargo, el disparate socialdemócrata va mucho más allá
de las necesidades de camuflaje de algunos que no quieren que se recuerden sus
muy recientes lealtades caribeñas. Quienes ahora han dado un salto cualitativo
al autocalificarse de «populistas de izquierdas» (Pablo Iglesias dixit)
reconocen así que intentan forjar una fuerza amplia que emula a los primeros
movimiento fascistas de izquierdas surgidos parejos al movimiento comunista en
los años veinte. Y quieren fusionar ambos como ya entonces sucedió. En mi libroDías de iradescribo
cómo este movimiento actual tiende a los mismos comportamientos de aquellas
ideologías que sembraron de cadáveres todo el continente. También describo las
razones del retorno de estos monstruos de proyecto redentor. Y la fundamental
es el fracaso de la socialdemocracia para afrontar la nueva realidad europea en
un mundo globalizado. La socialdemocracia no tiene soluciones. Por eso el SPD
no es capaz de diferenciarse de la CDU/CSU. En competencia por aplicar la misma
política, SPD pierde, CDU gana. Por eso necesita algo Sigmar Gabriel ahora para
combatir a Merkel. Aunque gobierne con ella. Va a utilizar el escándalo del
espionaje. Recurre el viejo SPD al antiamericanismo. Va en serio y puede hasta
dinamitar la Gran Coalición. Lo que demuestra estos días que hasta la
socialdemocracia más sensata y ejemplar, el SPD, es capaz de tirarse al monte
ante la evidencia de su impotencia histórica. Triste ironía que cuando todos
pretenden ser el mejor socialdemócrata, nadie puede permitirse ya serlo.
Los jóvenes políticos de Kiev luchan contra la amenza rusa y
contra los corruptos que minan la cohesión del Estado
Dos ejemplos distintosHay jóvenes que venden su coche,
compran armas y luchan por Ucrania; otros trafican y se enriquecen
Es un alarde de patriotismo vender el propio coche para
comprarse un equipo de combate e integrarse en una milicia voluntaria que
combate a mercenarios y soldados del ejército ruso. Ha habido miles de casos en
el pasado año en Ucrania. Muchos de ellos no regresaron. En el otro extremo, es
un alarde de canalla amasar como funcionario una fortuna por los sobornos
recibidos de padres a cambio de liberar a sus hijos de la llamada a filas. Como
lo es traficar con bienes, armamento y combustible de compatriotas que
combaten. Son bastantes los canallas. Aunque la mayoría crea que no son nunca
tantos como los patriotas.
AFP
Varias personas observan el interior de la lujosa mansión
del depuesto presidente Yanukóvich
En Ucrania hay guerra y en todas las guerras se manifiesta
lo mejor y lo peor del ser humano. Entre lo mejor están la inmensa generosidad
y solidaridad y la sorprendente eficacia en su reorganización y autodefensa
ante la agresión rusa que le arrebató Crimea por la fuerza y que ha invadido
sus regiones orientales. Como dice Dmytro Timchuk, teniente coronel y diputado,
«lo logrado es impresionante. Nada tiene que ver el Ejército de hace un año con
el que tiene hoy Ucrania. Y todo lo ha hecho sola». Porque la ayuda occidental,
dice, «es un puro simulacro. Nos mandan chalecos y botiquines, pero no hay
facilidades ni para motores. Ni que decir tiene para las armas necesarias para
una guerra intensa en desgaste».
El país no ha sucumbido en el caos como pretendía Putin y
temían otros. Y no sucumbirá a no ser que Putin se lance en el delirio total a
una guerra mayor. Ya amenazó al presidente Petro Poroshenko con «entrar en Kiev
con los tanques. Y no parar hasta Varsovia». Entonces, en una guerra total,
todo sería posible. Nadie la descarta. Todos coinciden en que sin disuasión suficiente,
Putin caerá en sus propias tentaciones. Timchuk coincide con jóvenes diputados
de diversos partidos como Hanna Hopko o Mustafa Nayyem. No se quejan. Saben que
nadie va a hacer esta guerra por ellos.
Forman un frente generacional para la defensa de Ucrania
dentro y fuera de sus fronteras. Fuera, demandan ayuda de Occidente. Saben que
no es aún consciente de la calidad de la amenaza de Rusia para toda Europa.
Dentro, la lucha se dirige contra la corrupción. Esta daña a toda sociedad
moderna y democrática. Pero en las sociedades exsoviéticas ha sido un hábito
general que corroe todo lazo de lealtad, confianza y deber imprescindibles en
un Estado. De ahí que la lucha contra la corrupción en Ucrania sea vista por
estos jóvenes políticos como parte central también del esfuerzo de guerra
contra el invasor ruso.
El movimiento del Maidan derribó al presidente Victor
Yanukóvich cuando este, a instancias de Putin, quiso secuestrar a Ucrania,
alejarla de Europa y ponerla de nuevo bajo la bota de Moscú. Hoy, a través de
estos diputados, exige criterios europeos y lucha contra la corrupción y los
oligarcas, aun muy poderosos, pero ya mucho menos que hace un año. Oleg
Rybachuk, uno de los líderes del Maidan, cree que los oligarcas se defienden
pero afrontan su ocaso.
Un pulso diario
Para que no se hundiera Ucrania en el caos de la guerra, de
la infiltración rusa, naufragio económico, corrupción y desmoralización han
sido necesarios raudales de generosidad y valentía, entrega y voluntad,
creatividad e iniciativa. Eso en una sociedad lastrada por un largo y terrible
pasado soviético y lustros de parálisis, violencia y oscurantismo en luchas
entre oligarcas. Esa parte oscura de la realidad ucraniana aún existe. Y
resiste. Pero ya no es dueña de la situación. Y está en permanente retroceso.
En plena guerra, la sociedad civil no ceja en su presión contra las viejas
estructuras y costumbres. Y avanza. El pulso es diario y agotador, dice Taras
Hataliak, que dirige un equipo de abogados en lucha por la transparencia.
Asegura que las nuevas generaciones conocen Occidente y saben que hay otra
forma de vivir. Que la política no es ni puede ser vía para enriquecerse ni
para proteger el enriquecimiento familiar. Para los mayores era lo normal. Como
dice un diplomático, hay funcionarios que ganan 300 euros y acuden al trabajo
en un Audi6 o en un Porsche Cayenne. Que tengan el pudor de dejarlo en casa es
un avance. El año que viene quizás ya el funcionario tema que su soborno no sea
impune.
El califa Al Bagdadi tiene una agenda propia que ninguna
fuerza mayor ha logrado destruir
El islam
no tiene un sumo sacerdote en la jerarquía equiparable al del Pontífice Romano
en la Iglesia católica. Pero en la larga historia de la expansión del islam,
que siempre hasta el siglo XX se produjo por la fuerza y ahora por emigración,
han sido multitud los caudillos militares o imanes que se arrogaban la
autoridad máxima sobre todos los creyentes. Ahora uno ya ha entrado en la
historia.
Algo que ambicionan
casi tanto como entrar en el paraíso. Es el iraquí Abu Bakar al Bagdadi, el
líder del Estado Islámico (EI). Él ha logrado el poder sobre un ejército
multinacional y plurirracial que supera en decisión, fanatismo y crueldad todo
lo conocido. Ha creado una inmensa legión extranjera terrorista que combate y
gobierna con una brutalidad que genera pasmo hasta en los entornos habituados
al terror más extremo. Ahora Al Bagdadi llama a todos los musulmanes del mundo a
acudir a este califato que controla desde junio de 2014 a ambos lados de la
frontera entre Irak y Siria y con capital en la ciudad de Raqqa. El caudillo
exige que se unan al EI. Para combatir por la expansión del califato «hasta que
en el mundo entero no se adore a nadie más que a Alá».
En el mundo
occidental somos dados a reírnos de estas grandilocuencias. Mal hecho. Desde
hace ya un año, el EI está en guerra con una alianza internacional compuesta
por más de 60 países, entre ellos los más desarrollados y ricos del mundo, que
ataca su capital y a sus tropas. Todos se vanagloriaron del éxito del Ejército
iraquí al tomar Tikrit y expulsar de allí a IS. Sin embargo, ayer el ejército
de fanáticos arrebató a ese ejército la ciudad de Ramadi. Y volvió a demostrar
cómo el fanatismo o la fe y la entrega compensan muchas veces la superioridad
de armas y técnica del enemigo. Y en Siria junto a las ruinas de la antigua
ciudad romana de Palmira, una de las grandes joyas arqueológicas de la región
que promete destruir y saquear como ya hizo con museos en Mosul o la ciudad de
Nimrud.
Ellos saben lo que quieren. Mientras la alianza
está hecha añicos como demostró el patético encuentro de reyes del golfo con
Obama en Camp David. El llamamiento de Al Bagdadi puede deberse a su propia
precariedad. La inmensa mayoría de los musulmanes ignorarán a quien consideran
un loco. Pero otros le escucharán. Y se unirán a ellos allí o aquí. Como no
mata aquí, Occidente parece haber perdido prisa en destruir a EI. Otros no la
tuvieron nunca porque les viene bien. Pero Al Bagdadi tiene una agenda propia
que ninguna fuerza mayor ha logrado destruir. Y su objetivo es destruir la
civilización y su memoria. De momento en Palmira podría lograrlo estos días.
Me resisto a creer que Felipe VI y el Gobierno vayan a
tolerar sin más que esa final se convierta en un inmenso aquelarre
LA Junta Electoral Central ha exigido la retirada de todas
las banderas señeras estrelladas, es decir, separatistas, que ondean en
numerosos ayuntamientos en Cataluña y en algunas regiones limítrofes. La
decisión responde a una denuncia de la Sociedad Civil Catalana (SCC) que había
alegado «falta de neutralidad» a los municipios que tuvieran izada la enseña
separatista. La SCC, un grupo muy meritorio de catalanes hartos de la
permanente cantinela tribal, y los demás catalanes no nacionalistas se han
mostrado muy satisfechos. Los nacionalistas, por supuesto muy enfadados,
recurren como siempre a la letanía victimista y piden a la gente que ponga sus
«esteladas» en sus balcones. Esos gestos de «heroica resistencia» en favor de
la autoridad simpatizante son siempre muy vistosos y conmovedores. Sobre todo
cuando, como en Cataluña, las acciones que pueden acarrear represalias son las
que se hacen en favor de la Constitución y nunca las que se cometen en contra.
Todo lo que sea ir con el poder regional contra las leyes y las instituciones
es agradecido, gratificante, muchas veces gratificado. Nunca tiene
inconveniente alguno. Para que lo hubiera tendría que estar allí la autoridad
central para hacer respetar la legalidad y los derechos de todos los españoles.
Eso nunca sucede. Ayer, grupos de partidos nacionalistas pudieron organizar con
impunidad un pogromo contra una familia en un colegio de Mataró porque había
osado reclamar su derecho de recibir unas clases, un mísero 25% de las clases,
en castellano. Allá llegaron adultos y niños a acosar a los afectados. Acoso
ruidoso. Otros pogromos se producen a diario en silencio. Nadie los denuncia
porque todo lo pueden el miedo y la resignación. Y la certeza de que muchos
derechos se han abolido porque el Gobierno no quiere líos. Así llevan siempre
la iniciativa los peores, esos que no quieren parecerse a los nazis pero bien
que los imitan a diario.
Ahora dirán que funcionan las instituciones porque la Junta
Electoral Central ha decidido que la bandera separatista viola la neutralidad.
Por supuesto que la viola. Pero no es la JEC sino el Gobierno el que tenía que
haber impedido desde el principio que la bandera separatista ondeara en 323
ayuntamientos. Y esa enseña ha comenzado a ondear en los ayuntamientos de forma
masiva desde que está en marcha el plan sedicioso de Artur Mas. Que es un plan
de destrucción del Estado y la Nación que supone un golpe de Estado. Que se
lleva a cabo con obscena transparencia desde principios de esta legislatura,
bajo la mayoría absoluta del Partido Popular. Y al que se ha respondido con una
indolencia oficial ofensiva para quienes han de ser defendidos. Y esa bandera
no debe estar permitida en las instituciones porque es un símbolo de agresión a
España y el Estado. En todos los países civilizados se persiguen las agresiones
a la Constitución, las leyes y al Estado. La impunidad de las ofensas a la
nación, que desde hace tantos años es costumbre aquí, ha hecho crecer a
generaciones en la convicción de que es normal y está bien visto el despreciar,
insultar, agredir y perjudicar a España, sus símbolos y sus instituciones. El
Gobierno actual, como todos los anteriores, no ha hecho nada por desmentirlo.
Ahora nos enfrentamos a la Final de la Copa del Rey en Barcelona. Me resisto a
creer que Felipe VI y el Gobierno vayan a tolerar sin más que esa final se
convierta en un inmenso aquelarre de agresión a España. Que se vaya a permitir
que se lleve la ofensa al paroxismo. Los demás, que somos muchos, y estaremos
allí representados por el Monarca, exigimos respeto. A quien lo amenaza y a
quien tiene el deber de imponerlo.
«Es este libro una reflexión urgente en tiempos que creo
decisivos. Una visión personal de nuestra actualidad política en España y
Europa. Estamos en un momento histórico en el que solo una cosa es previsible:
que hechos imprevisibles producirán cambios profundos en nuestra realidad, con
grave incidencia en las vidas de todos nosotros. Es un tiempo fascinante y
peligroso. Entre amenazas y oportunidades, están en juego nuestra libertad,
nuestra dignidad, nuestra memoria y nuestra civilización.
Los avances que otorgan al mundo su cada vez mayor bienestar se generan allí
donde hay libertad. Cuanto más libres somos, más podemos elegir y más enmendar
los errores de elección. Pero siempre habrá fuerzas que busquen el absoluto, el
poder total sobre enemigos como el individuo, su voluntad y la duda, en aras de
una supuesta igualdad o justicia. Decenas de millones de víctimas inocentes muy
recientes no disuaden a los sacerdotes del fanatismo.
Estas reflexiones incluyen algunas muy personales referidas a mi padre y a mí,
en la convicción de que es necesaria la defensa de la verdad y la mirada limpia
al pasado para impedir la repetición de perversiones políticas e ideologías
totalitarias. He escrito un río de observaciones sobre el pasado y presente de
una sociedad hoy ya sin certezas ni anclajes, y sobre la tentación de buscarlos
en un “asalto al cielo”. Es una historia de ilusiones y frustraciones en
España; de la tragedia política y humana de una nación atrapada entre mentiras.
Hay que estar muy alerta en este fin de era. Se ha hundido una realidad y no ha
emergido aún otra. Habrá, pues, que dar los primeros pasos de la exploración
por espacios ignotos en el peor momento, en la hora de la rabia, en estos días
de ira».
Por HERMANN TERTSCH Enviado Especial a Kiev ABC Martes, 12.05.15
El Kremlin ha organizado una red de propagandistas en la que
confluyen gentes de extrema derecha y comunistas
En la ciudad de Donetsk, en el corazón de los territorios
controlados por separatistas rusos bajo tutela de la negada pero ya nada
disimulada invasión del ejército ruso, concluye hoy una conferencia
internacional. «Personalidades de toda Europa» se han reunido para «buscar
soluciones pacíficas» a la crisis «a la vista de la devastadora situación de
Ucrania», como dicen los participantes. Estos son casi todos habituales
«interesados» en el conflicto, con enorme «comprensión» hacia el Kremlin. La
mayoría son occidentales, unos de extrema derecha, otros comunistas, otros
políticos jubilados con tiempo, ganas y codicia para acudir. Preside este Foro
de Donetsk Jean Luc Schaffhausen, europarlamentario cercano al Frente Nacional
de Le Pen, conocido por sus infinitas iniciativas y publicaciones en contra de
cualquier ayuda europea a los países en conflicto con la Rusia de Putin. Todo
lo que conviene a Putin le conviene al alsaciano Schaffhausen. Por eso ha
conseguido, según «Le Monde», créditos para el partido de Le Pen de un banco de
obediencia rusa, que también le reportaron a él suculentos beneficios. Cierto
que estas operaciones de políticos vendidos, organizaciones ficticias y
multiplicación coral de opiniones ya las inventó el genial Willi Münzenberg
para Stalin. Pero Putin no ha escatimado medios para estas redes de cómplices y
mercenarios del Kremlin.
REUTERS
Manifestantes prorrusos saludan a un miliciano de
Donetsk
En Ucrania, un pequeño pero aguerrido grupo de periodistas
en la Universidad de Mohyla en Kiev hacen frente a esta colosal maquinaria de
falsificación de Putin. Lo dirige Yevhen Fedchenko, un joven profesor de
periodismo que dirige allí el singular invento de StopFake.org. Han conseguido
crear una inmensa red de voluntarios que desde todo el mundo, Rusia incluida,
les suministran indicios o pruebas de falsedades de las historias y tesis del
aparato de Putin. Fedchenko acudirá este año al Foro de Seguridad de Bratislava
Globsec con una denuncia del entramado de agitación y propaganda del Kremlin.
Con una propuesta para que Occidente deje de tratar como periodistas a quienes
en realidad son órganos oficiales de un Estado en trabajos de espionaje,
anotación y guerra psicológica. Porque ese Foro de Donetsk hoy es solo una
mínima muestra del ejército sin armas que Putin ha lanzado a controlar puntos
estratégicos del debate en las sociedades libres. Que oculta sus obediencias y
objetivos. Que funciona bajo el manto de la financiación rusa que tiene sus
tentáculos extendidos por toda Europa. El régimen de Putin ha puesto en marcha
lo que hoy es sin duda el mayor aparato de propaganda del mundo. Su sección
periodística es solo una rama más de sus departamentos de operaciones
especiales.
Todo el mundo conoce ya Russia Today (RT) que con sus
canales internacionales promueve la causa de Putin y hace supuesto «periodismo
de denuncia» sobre los males del capitalismo. Su mensaje es al mismo tiempo de
extrema derecha y extrema izquierda. Y tiene una capacidad casi ilimitada para
encontrar «expertos» que defiendan tesis perfectamente absurdas y peregrinas en
contra de verdades manifiestas. Esa versión absurda logra convertirse en una
«verdad alternativa» que cuestiona los hechos. En la anexión de Crimea, en el
derribo del avión de Malaisian Airlines, en los combates del ejército regular
ruso en Ucrania siempre han logrado entrar en los circuitos periodísticos
«serios» y cuestionar realidades hostiles al Kremlin. Más allá de RT está
Sputnik, con sus televisiones y radios locales en todo el mundo, en sus lenguas
nativas, con profesionales captados allí y expertos en Rusia. Volcadas a la
generación de odio, y sospecha, mensajes ultras de derecha e izquierda. Al
mando está Dimitri Kiselov, mano derecha de Putin en propaganda e información,
jefe de Rossiya Segodnya. Kiselov, que tiene prohibida la entrada en la UE, con
la misma facilidad asegura que «Ucrania no existe, es un estado fracasado y
virtual» como recuerda a Washington que « Rusia puede convertir EE.UU. en polvo
radiactivo».
Los europeos lloran porque les va mal y lloran porque llegan
otros a los que les encantaría sufrir como ellos. Y tienen tanto miedo como
mala conciencia
ESTABA claro desde que comenzó el tiempo primaveral y
mejoraron las condiciones de navegación que la Unión Europea no iba a poder
estar mucho tiempo limitándose a sacar inmigrantes vivos o muertos del
Mediterráneo. Que toda una constelación de factores, desde miserias pasajeras
en unos países de Asia, el yihadismo por todas partes, guerras en Siria o
Nigeria o paradójicamente el aumento del nivel de vida –e información– en
algunos países africanos, iba a convertir Libia en una bomba contra nuestra
seguridad. Aquella Libia en la que se entró con razón en su día, por mucho que
ahora algunos pretendan que podíamos haber asistido a una carnicería en masa y
después haber dejado allí a Gadafi de nuevo, como payaso simpático y ligón
poniendo orden. Lo cierto es que los europeos intervinieron poco e
intervinieron mal y los norteamericanos, cada vez más europeos en el peor
sentido gracias a Barack Obama, lo hicieron aún peor.
Y así las playas libias se han convertido en un puerto de
marabunta. Dicho con todos los respetos a una marabunta compuesta por seres
humanos con sus mil razones dignas en un movimiento migratorio de dimensiones
bíblicas. Fomentado por el acceso general de información, es resultado de que
sociedades enteras parecen ver llegado el momento de cambiar de aires.
Convencerles de que se queden donde están va a ser complicado.
Todos los que no querían saber nada de intervenir
militarmente en ningún sitio, y que creían estar en una posición política
inexpugnable dadas las experiencias habidas en la pasada década, han tenido que
tragarse sus objeciones rápidamente. Por válidas que fueran, que lo son en
muchos casos. Pero lo que no pueden aguantar ni a corto plazo los europeos es
que se les ahogue la gente frente a las tumbonas y los chiringuitos en el Mare
Nostrum. A los europeos. Un espanto eso de ver que quieren entrar a toda costa,
jugándose la vida y perdiéndola en la playa, en esta sociedad en la que los
europeos lloran seis veces al día por lo mal que les va y lo terrible que es
todo. Lo insoportable que es todo. Lo insufrible, según dicen. Como la
dictadura, dicen unos en España. Los que aseguran que el Gobierno los mata en
los hospitales. Como invadidos por el nazismo, se quejan otros en Grecia, que
dicen morir de hambre, algunos con pensiones envidiadas por alemanes. Los
inmigrantes que logran llegar estallan en aplausos y bailes de alegría sin
saber lo insatisfechos que están tantos aquí dentro. Y lo mucho que hacen todos
los días tantos de los afortunados habitantes de esta casa flotante europea por
hundirla. Para convertirla en algo parecido a aquellos países de los que
quieren huir despavoridos y desesperados, o simplemente aburridos y con
ambiciones de prosperar muchos millones de todo el mundo.
Los europeos lloran porque les va mal y lloran porque llegan
otros a los que les encantaría sufrir como ellos. Y tienen tanto miedo como
mala conciencia. Pero, sobre todo, lo que sufren los europeos es de una aguda
impotencia. Ahora ha ido la alta representante para la Política Exterior Europea,
Federica Mogherini, al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a llorar porque
solos no podemos hacer nada. «Asumimos responsabilidades y trabajamos duro y
rápido, pero no podemos hacerlo solos», dice la representante de 28 de los
países más ricos del mundo. Como lloramos tanto y pensamos que nos han de
proteger otros (los yanquis) a los que después insultamos, no tenemos
presupuestos de Defensa y no tenemos defensa. Estamos indefensos. Inermes. Ya
saben lo que recomiendan para estos casos. ¿Armarse? No, por Dios. Llorar.
LA VISITA DE MERKEL A MOSCÚ, UN REGALO INESPERADO PARA UCRANIA
Por HERMANN TERTSCH Enviado Especial a Kiev ABC Lunes, 11.05.15
La canciller amonesta a Putin y dice que la anexión de
Crimea fue «un acto criminal»
Alarde en la Plaza RojaMuchos temen que Putin desencadene
una nueva ofensiva, tras el alarde militar del sábado
Las noticias que llegan de Moscú a Kiev casi nunca son
buenas. Hoy dicen los ucranianos que esto es así desde hace casi un siglo,
desde la Revolución de Octubre. Aunque durante casi un siglo no han podido
decirlo. En todo caso, es cierto que los ucranianos tienen sobradas razones
para temer las noticias desde que en Moscú gobierna Vladimir Putin. Pero
también es cierto que ayer llegaron buenas nuevas desde la capital rusa en un
espléndido domingo de primavera, pasada ya la fiesta del 70 aniversario de la
Segunda Guerra Mundial. Cuando muchos temen que el presidente Putin desencadene
una nueva ofensiva, después de su espectacular y megalómano alarde militar en
la conmemoración de la Plaza Roja del sábado, la visita de Angela Merkel a
Moscú ha dado una inesperada alegría a los ucranianos. Porque nadie podía
esperar que la canciller amonestara en Moscú al anfitrión Putin de la forma en
que lo hizo. Y sobre todo que declarara allí que la anexión a Rusia del
territorio ucraniano de Crimea fue «un acto criminal». Las palabras de Merkel
fueron demoledoras para el anfitrión. «Las relaciones entre Alemania y Rusia
–dijo– han sufrido un grave revés por la criminal anexión de Crimea, contraria
a derecho internacional, y los enfrentamientos militares en la Ucrania
oriental».
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Angela Merkel, ayer, junto al
presidente Putin en Moscú
Atropello
Es esto un regalo inesperado para los ucranianos. Porque
Merkel puso ayer de nuevo a Crimea sobre la mesa como un atropello brutal del
Derecho Internacional que impide toda normalización de las relaciones entre
Moscú y el mundo occidental democrático. La canciller dejó además claro que a
nadie en Occidente engaña ya la farsa de las supuestas actuaciones independientes
de los separatistas rusos en las regiones de Donetsk y Lugansk. Merkel acudió a
Moscú a honrar a los caídos soviéticos en la guerra contra el nazismo. Estuvo
ausente el sábado como todos los jefes de Estado y de Gobierno occidentales, en
protesta por dicha anexión y la invasión de regiones orientales de Ucrania.
Pero la responsabilidad especial alemana llevó a la canciller a organizar este
viaje al margen de los fastos conmemorativos oficiales, que fueron colosales. Y
para muchos, delirantes en sus dimensiones disparatadas que lo convirtieron en
el mayor desfile jamás habido en la Plaza Roja, mayor que los convocados por
Stalin para celebrar su victoria.
El Gobierno y medios ucranianos han lamentado ese olvido de
Crimea por parte de muchos gobiernos europeos, que dan la impresión de querer
pasar página y aceptar esta anexión sin más. Muchos de los países occidentales
que aprobaron a regañadientes las sanciones contra Rusia, pese al escándalo de
la violación de las fronteras internacionales y la invasión de Crimea primero y
Ucrania oriental después, buscan argumentos para no renovar las sanciones en el
momento de su prevista revisión. La certeza de que en la actualidad es
irreversible la ocupación y anexión de Crimea los lleva en aras del restablecimiento
de los negocios con Moscú a preconizar un supuesto pragmatismo que lleve a
olvidar Crimea.
Esta estrategia recibió ayer un durísimo golpe. Ucrania y
sus vecinos de la OTAN reaccionan siempre alarmados ante las tendencias
apaciguadoras en Europa occidental y también en la Administración de Barack
Obama. Sugerir la aceptación de esta conquista territorial por la fuerza es el
peor mensaje que se puede enviar a Moscú y, como repiten todos los
interlocutores oficiales o no en Kiev, es aceptar una acción como la que llevó
a la anexión de los Sudetes por la Alemania hitleriana. Paradójicamente, la
visita de Merkel a Moscú había preocupado a los más críticos con una postura
occidental hacia Putin que consideran blanda. Se temía que, una vez más, estas
visitas acabaran siendo capitalizadas por la propaganda rusa que ha estado
difamando masivamente a Ucrania como un supuesto régimen nazi comparable al de
los alemanes derrotados hace 70 años.
Polonia y los bálticos
Si se recuerda el trágico balance de la II Guerra Mundial,
dicen, hay que recordar que esta comenzó por un acuerdo entre Stalin y Hitler
para repartirse Polonia y los países bálticos. Que son hoy los principales
aliados de Ucrania en demandar mayor firmeza y rearme frente a un Putin que
llegará en sus afanes expansionistas todo lo lejos que le dejen los demás. Como
dice el diputado Mustafa Nayyem, «Putin intentará conquistar más y más porque
es su sueño. A nosotros, ucranianos, y otros vecinos nos corresponde convencer
a Occidente de que será más barato y mejor para todos pararlo ahora y no más
tarde».
Por HERMANN TERTSCH Enviado Especial a Kiev ABC Domingo, 10.05.15 70 años del fin de la II Guerra Mundial Desde Kiev Junto a los veteranos de la lucha contra los nazis
desfilaron los soldados que combaten a los prorrusos en el Donetsk Vendrán otras guerras peores En Kiev se conmemoraba una contienda lejana en el tiempo, pero todos en la capital ucraniana tenían en la conciencia la guerra de hoy, que temen que será peor Cooperación con Hitler En el nuevo cómputo ucraniano de la II Guerra Mundial se han añadido dos años: el bienio de 1939 a 1941, en el que la URSS cooperó con Hitler
Modestia y preocupación, expresadas en una discreta parada
militar ante el presidente Poroshenko, fueron características principales de
las celebraciones en Kiev. Todo en el parque bajo del inmenso monumento a la
Gran Guerra Patria, que ya no se llama así en Ucrania. Ahora se llama la Segunda
Guerra Mundial. Y tiene dos años más, desde 1939 hasta 1945, el bienio que la
URSS antes y Rusia ahora ignoran, el de la amistad y criminal cooperación
entre Hitler y Stalin entre 1939 y 1941. En Kiev estaba ayer el sol tan
radiante como en Moscú. Es quizá la única similitud entre las dos
conmemoraciones. El delirio megalómano de Vladimir Putin convirtió la ceremonia
de Moscú en un alarde de poder militar cargado de arrogancia y mentira en su
ostentosidad. En Kiev era un acto pequeño que pronto fue mucho más una romería
con música en las faldas del parque que cae sobre el río Dniepr. Con otro acto
en el Marinski Park, junto al legendario arsenal, se concentraba así en todo el
bello monte urbano en torno al milenario monasterio de Pecherska Lavra la
inmensa multitud de ciudadanos de Kiev y pueblos cercanos que había acudido
ayer a esta celebración tan distinta.
EFE
Poroshenko, junto a la Tumba al Soldado Desconocido, ayer
en Kiev
Pero en Kiev estaba quizá la más genuina de las
conmemoraciones de todo el mundo habidas estos días. Porque a los pocos
veteranos que aún viven de aquella guerra se unieron ayer los que combaten
ahora. Allí había uniformes de época y también los actuales muy modernos y
recién llegados del frente. Y había más triste actualidad. Porque fuera y
dentro del inmenso monasterio de Lavra, una de las cunas de la evangelización
del Rus, había ayer viudas de guerra muy jóvenes. Que habían dejado en sus
pueblos y barrios tumbas muy recientes. Y en las calles cercanas cantaban y
pedían mutilados de guerra que no han cumplido los treinta. Un ciego de
combate, ayudado por compañeros, recitaba poemas en demanda del óbolo que
guardaba en una pequeña caja de cartón con un icono y una bandera nacional.
Tremenda la guerra de entonces, por cuya victoria todos han felicitado a sus
abuelos estos días. Pero la peor guerra es siempre la más cercana. Y esta
guerra era ayer, hoy y mañana aquí en Ucrania. El país está invadido como hace
setenta años y los ucranianos mueren en el frente, todos los días, también con
alto el fuego.
En Moscú se celebraba ayer la guerra y muchos creen que se
anunciaban otras nuevas. En Kiev se conmemoraba la guerra lejana en el tiempo,
pero todos pensaban con lamento en la de hoy y en la de mañana, que todos temen
que será peor. Todos interpretaban ayer los actos de Moscú, sus 16.000 soldados
y toda su cacharrería bélica, las arengas y mensajes televisivos, como prueba
de que Putin ha perdido ya todo sentido de mesura y racionalidad. Dicen que ni
a sus aliados poderosos del régimen, que necesitan relaciones razonables con
los países occidentales donde tienen su dinero, les ha gustado este delirio de
poder. Ni toda la simbología del comunismo, con Lenin y hasta Stalin ya de
nuevo como referentes. Y permanentes desprecios en los medios a un Occidente
decadente –Gayropa, han comenzado a llamar al continente medios dependientes
del Kremlin–. Cuando todo el mundo está atento, las sanciones han de ser
renovadas y la situación del país es más que precaria. Y Ucrania ha estado
presente de forma obsesiva en las celebraciones rusas. Se han hecho
paralelismos demenciales entre la Wehrmacht alemana y el ejército ucraniano que
intenta restablecer la integridad territorial frente a un enemigo infinitamente
superior. Y resulta evidente que la escalada de la retórica belicista alcanza
niveles difíciles de revertir. En plenas fanfarrias de victoria sobre Hitler,
la proclamación oficial por parte de Putin del enemigo actual, Ucrania, como
nazi, no permite adivinar ninguna intención de negociación ulterior. Con los
nazis no se negocia. Se les destruye. Para Kiev lo sucedido en Moscú solo
confirma los peores augurios.
UCRANIA CELEBRA EL FIN DE HITLER DE ESPALDAS A RUSIA
Por HERMANN TERTSCH Enviado Especial a Kiev ABC Sábado, 09.05.15 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial La amenaza de Moscú
Estos días Kiev recuerda ante todo que
vuelve a estar en guerra y que la derrota del nazismo no supuso ninguna liberación,
sino el comienzo de la ocupación militar de las tropas del Kremlin
Tierras de sangre Ucrania, Polonia y Bielorrusia sufrieron
la guerra como ningún otro lugar de Europa: el Holocausto, operaciones de
tierra quemada, asesinatos masivos
Ucrania ha recordado que, además de haber sido uno de los
escenarios más terribles de la Segunda Guerra Mundial cuyo final ahora se
evoca, es el único país entonces implicado que vuelve a estar parcialmente
invadido y en guerra. Así celebró ayer Kiev el aniversario. Con un concierto
presidido por el presidente Petro Poroshenko y un mensaje omnipresente de
equiparación de la lucha contra el nazismo invasor en la Segunda Guerra Mundial
con la lucha contra el invasor de ahora, el ejército de la vecina Rusia que
ocupa varias regiones y ha anexionado a Moscú una parte del territorio de
Ucrania, la península de Crimea.
Carteles y pancartas en la ciudad muestran la amapola
adoptada del ceremonial del luto de los países anglosajones y las fechas de
1939-1945 para incluir aquellos dos años que Moscú olvida voluntariamente en sus
celebraciones de la Gran Guerra Patria 1941-1945. Y es que la URSS antaño y hoy
el presidente Vladimir Putin, que practica una permanente rehabilitación y
reivindicación de la Unión Soviética de Iósif Stalin, no recuerdan aquellos dos
primeros años de guerra en Europa porque Moscú no participaba en ella. Y no lo
hacía porque era el gran aliado de la Alemania hitleriana con el que se había
repartido amistosamente Polonia y los países bálticos. Esta verdad histórica
vuelve a estar proscrita en un Moscú en el que se venden de nuevo bustos de
Stalin desaparecidos en 1956, se han acuñado medallas y monedas de Lenin y la
retórica triunfal de la Gran Guerra Patria resuena atronadora.
Doble capitulación
La capitulación incondicional de Alemania se firmó dos veces
en 1945. El 7 de mayo lo hacía el general Alfred Jodl en Reims en el cuartel
norteamericano del general Dwight Eisenhower. Y en la medianoche del 8 al 9 de
mayo de 1945 lo hacia el mariscal de campo Wilhelm Keitel en el cuartel general
del mariscal Georgui Zhukov en Berlín-Karlhorst. Por eso se celebró ayer con
diversas ceremonias en todo el mundo, desde Berlín a Londres, de Washington a
París, el fin de la Segunda Guerra Mundial y un día más tarde se celebrará hoy
en Moscú el Día de la Victoria sobre el nazismo. Las diferencias son muchas
más. Y comienzan con el periodo de guerra cuyo fin se conmemora. En Kiev, donde
el rito soviético de esta celebración ha desaparecido por completo, se han
adoptado las fechas aliadas y se celebra de manera sobria, civil y
«occidental». Mientras, con 16.000 soldados, un inmenso despliegue y la
presentación de nuevas armas, el desfile de hoy en Moscú vuelve a ser una
demostración de fuerza militar amenazadora como en los tiempos más tensos de la
Guerra Fría. Los dirigentes occidentales han rechazado la invitación de
Vladimir Putin al desfile de Moscú.
Ucrania formó con Polonia y Bielorrusia el escenario más
terrible de aquella guerra cuyo fin hace 70 años se recuerda. Si fue una guerra
brutal en todos los rincones del continente y en todos sembró muerte y
devastación, en estos tres países, dos de ellos entonces parte de la Unión
Soviética, la crueldad en la lucha, el crimen y la destrucción superaron todo
lo jamás visto y concebido. Porque en ellos se produjo el mayor despliegue
criminal del nazismo, porque fue el
escenario principal del Holocausto y porque el frente se movió a través de
aquella región siempre con operaciones de tierra quemada en las que la consigna
de matar y destruir era común a los ejércitos de Hitler y a los de Stalin.
Hasta dejarla anegada en sangre como señala el historiador Timothy Snyder en su
libro de referencia «Bloodlands» (Tierras de sangre). Kiev utiliza la
conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial –ya no es Gran Guerra
Patria– para recordar ante todo que vuelve a estar en guerra. Y que la derrota
del nazismo no supuso ninguna liberación sino el paso de una ocupación
totalitaria al retorno de la otra, que ya era culpable en los años veinte de
las terrible hambrunas provocadas por Moscú –la «Holodomor»– que causó en torno
a siete millones de muertos.
Regreso al pasado
Un ucraniano, veterano de la Segunda Guerra Mundial, saluda a las puertas del Parlamento de Kiev. A la izquierda, la portada de ayer del diario «Kiev Post» compara a Putin con Hitler y Stalin
Los dos frentes
Vladimir Putin hará todo lo que se le
permita desde Ucrania y desde Europa. Él es hoy el tirano que pone a prueba a
las democracias. Como hace 75 años. Aquel usó los Sudetes, este emplea Crimea,
Donetsk, Lugansk. Y si se le deja, seguirá. Si pudiera, hasta Varsovia y
después ya vería, coinciden más que nunca los interlocutores en Kiev. Dicen que
Moscú puede reanudar su guerra de conquista en cualquier momento. Y que Europa
no es consciente de todo lo que se juega con Putin. Pero están convencidos de
que Ucrania ha avanzado en solo un año. La senda de las reformas es
irreversible. Y la capacidad de defensa militar, mayor. Ucrania, dicen, tiene
dos enemigos mortales que son Putin y la corrupción. Se alimentan y fortalecen
mutuamente. Luchar contra la corrupción, por las reformas y la eficacia es la
otra forma de ganar la guerra a un Putin que quiere caos en Ucrania. El
camino será duro, pero el nuestro hacia Europa es el correcto. El de Putin el
errado.
UCRANIA TEME OTRA OFENSIVA RUSA TRAS LOS ACTOS DEL 9 DE MAYO
Por HERMANN TERTSCH Enviado Especial a Kiev ABC Viernes, 08.05.15
70 años del fin de la II Guerra Mundial
La visión desde Kiev
La celebración del fin de la II Guerra Mundial crispa las relaciones
con Moscú
Mirada hacia Occidente Ucrania ha adoptado como símbolo de sus caídos, tanto en 1945 como en 2015, la «amapola británica»
En Rusia proliferan de nuevo los bustos de Iósif Stalin en
las fechas previas al 70 aniversario del final de lo que «el padrecito», «el
tío Joe» o el mayor asesino de la historia junto a Adolfo Hitler proclamó como
la Gran Guerra Patria. La propaganda de enaltecimiento de Stalin y
justificación de sus crímenes se ha intensificado según se acercaba esta fecha
de su mayor victoria. Y se acaba con todo lo que pueda molestar a esa imagen.
Así, se ha cerrado la última muestra que quedaba de denuncia contra los campos
del Gulag.
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Fuerzas prorrusas ensayan en Donetsk el «desfile de
la victoria»
Mientras, en la vecina Ucrania, una de las grandes víctimas
de Stalin, esta fecha tiene un significado y una escenografía radicalmente
distintos, como corresponde a dos países que no están oficialmente en guerra
pero están enfrentados militarmente. Y uno de ellos mantiene invadida parte del
territorio del otro.
Ucrania ha hecho un gran gesto simbólico al adoptar
oficialmente como símbolo de la celebración la amapola, un símbolo ya
legendario del luto de los aliados anglosajones. Kiev deja claro que la
victoria sobre el fascismo, que costó la vida a 14 millones de ucranianos, no
supuso la liberación sino el cambio de una ocupación por otra y un totalitarismo
por otro. Y recuerda que la lucha contra el nazismo de entonces tiene su
continuidad hoy en la guerra en las regiones orientales de Donetsk y Lugansk
que mantiene ocupadas el ejército de Putin con ayuda de separatistas rusos.
Intercambio de golpes
Hay muchos ucranianos temerosos de que después del día 9 de
mayo y el gran desfile y los actos que Putin ha organizado poco menos que en
honor de Stalin y de sí mismo, el Kremlin vuelva a mostrar interés en mover
pieza militar en Ucrania. De momento, la demostración de fuerza será en la
Plaza Roja. Allí se mostrarán en el desfile de la victoria nuevos tipos de
armas, entre ellos el nuevo carro de combate T-14, y se celebrará la fecha como
en los mejores tiempos soviéticos con un inmenso despliegue de medios y de
retórica y propaganda triunfal y triunfalista. Se evoca la lucha soviética
contra el fascismo y se exalta al nuevo ejército de Rusia como el guardián del
legado antifascista que volverá a aplastar al nazismo cuando sea necesario.
Desde que los ucranianos derribaron al presidente Viktor
Yanukóvich porque quería dar la espalda a Europa y unirse en una asociación
bajo la protección de Putin, la propaganda de Moscú tacha de nazis a los
ucranianos. En Ucrania, todos los medios emiten una magnífica campaña de
anuncios en los que se evocan los paralelismos entre los héroes ucranianos que
lucharon contra el nazismo y los que lo hacen ahora contra las tropas de Putin.
Todas las televisiones muestran en un ángulo la amapola,
como símbolo de recuerdo a un eje de fechas de 1945- 2015, a los caídos de
entonces y a los de ahora. La amapola se convirtió en símbolo de la memoria a
los caídos en el Reino Unido después de la Primera Guerra Mundial. Después la
adoptaron todos los países de la Commonwealth.
Así la primera semana de noviembre se llama «Poppy Week» en
el Reino Unido. Es la semana de la amapola, que recuerda a todos los caídos en
todas las guerras, aunque comenzara inicialmente como homenaje a los caídos en
los campos de Flandes en la Primera Guerra Mundial, en cuyas tierras batidas
por la artillería y abiertas por las trincheras solo era capaz de verse aquella
flor en la primavera de aquellos infernales cuatro años. Ahora es el símbolo de
una Ucrania que ve su salvación en la integración en Europa y ha roto radicalmente
con Moscú.
Muchos simpatizantes de Podemos han entendido que se trata
de un proyecto comunista dispuesto a destruir el marco constitucional y de
libertades
«SE hunde Podemos».
Prolifera ese titular después de conocerse ayer la encuesta del CIS. Ya se
decía en estos meses que había tocado techo. Ahora ha perdido cinco puntos
desde la anterior consulta del Estado. Podemos baja y Ciudadanos sube. Ambos en
picado. Los casos de obvias trampas, irregularidades contables y abierta
corrupción han hecho mucho daño al proyecto ultraizquierdista. La certeza de
que tienen tantas debilidades, cuando apenas han tocado el poder, ha abierto
muchos ojos. A Pablo Iglesias se le conoce mejor. Lo que destruye la imagen falsa
y edulcorada, la gran impostura que le habían ayudado a crear las televisiones.
También es cierto que la tragedia de Venezuela y su conflicto con España le han
abierto una inmensa vía de agua en su armazón argumental. Al fin y al cabo, es
el país en el que casi toda la dirección de Podemos ha trabajado y cobrado por
asesorar. El estado calamitoso del asesorado plantea obvias dudas sobre el
asesor. También está Grecia, ese otro ejemplo del callejón sin otra salida que
la catástrofe que ofrece ese partido «hermano» que es Syriza. Y muchos
españoles en principio simpatizantes, aunque les haya costado, dado el enorme
ejército mediático al servicio de Podemos y de todo lo que haga daño a las
instituciones y al Gobierno, han entendido que se trata de un proyecto comunista
dispuesto a destruir el marco constitucional y de libertades.
Pero –me permitirán que cite mi libro «Días de ira»– el populismo tiene
inmensos recursos. Y cuando ha adquirido masa crítica se instala como una
opción siempre presente y seductora por una causa u otra. Por ello siempre es y
será peligrosa para la democracia. Aunque tenga altibajos. El NSDAP perdió
mucha fuerza en las elecciones del 6 de noviembre de 1932. Fueron más de 4
puntos de caída respecto a las elecciones en julio. Se creyó dentro y fuera de
Alemania que los nacionalsocialistas de Adolf Hitler habían tocado techo y ya
eran un movimiento en declive. Respiraron aliviados millones que tenían pánico
a aquel partido cuyas intenciones estaban en las páginas de Mein Kampf. Parten
el corazón las cartas que se escribieron en aquellos días intelectuales
alemanes, judíos o no, entusiasmados con el retroceso de los nazis. Augurando
ya el principio del fin de aquel siniestro histrión austriaco, cuyo voto y
popularidad caería a niveles marginales de nuevo. Y que la República de Weimar
se recuperaría en su vigor democrático para afrontar con energía la represión
del radicalismo y la restauración del imperio de la ley y el Estado de Derecho.
Creían que la pesadilla había pasado. Pobres ilusos. Cuatro meses después, en
nuevas elecciones anticipadas, el NSDAP lograba el 43,9% de los votos. Con ese
resultado la suerte estaba echada. Hitler era canciller. Y la tragedia estaba
en marcha. En situaciones tan fluidas como aquella y como la que se avecina en
España, es tan peligroso poner techos a movimientos populistas y sentimentales
como poner suelo a los partidos tradicionales. Nadie crea que una encuesta o
una convocatoria fallida van a acabar con el peligro totalitario que ha surgido
en España para quedarse. Eso con una izquierda socialista tan errática, de
vocación revanchista y fobia a la derecha, con liderazgos tan livianos como el
de Pedro Sánchez. Nadie sabe qué tipo de partidos tendrá la izquierda en un
futuro en el que son probables mayorías parlamentarias efímeras y elecciones
mucho más frecuentes de lo deseado. Pero también la derecha habrá de retirar a
quienes todavía la dirigen. E ir a una refundación que restablezca un proyecto
con credibilidad y probidad suficiente para hacer frente a esa amenaza
totalitaria que ya siempre va a tener la democracia española.
Merkel comienza a enredarse en una madeja peligrosa.
Alimentada por medios, demagogia e intereses cortoplacistas
ANGELA Merkel dirige
desde hace casi diez años Alemania con general acierto y mucho éxito electoral.
Los pocos grandes errores que ha cometido se han debido siempre a su falta de
ganas o valor para llevarle la contraria a la opinión pública. A su poca
disposición a hacer frente a la irracionalidad y sus intentos de capitalizarla
adhiriéndose al humor popular. Uno de esos casos podría estar ahora a punto de
convertirse en una seria amenaza para ella. La tentación populista en la que
cayó Merkel, revela esa mínima pero decisiva falla en el carácter que separa a
su probada sabiduría de gobierno de lo que sería la marca de un gran liderazgo
político. Merkel es la gran directora de orquesta de la UE porque dirige a la
primera potencia de la misma, cada vez más distanciada en peso y fuerza de las
demás. Merkel y su carácter han evitado alguna catástrofe en los pasados cinco
años. Pero le ha faltado ese salto cualitativo a un liderazgo global. Y lo
explican varias decisiones tomadas bajo la presión mediática y agitación de la
opinión pública. Dos se produjeron en marzo del 2011. Una fue el terremoto de
Fukushima, la otra la abstención de Alemania en el voto del Consejo de
Seguridad de la ONU sobre la intervención en Libia. Con el terremoto de
Fukushima, que desencadenó un movimiento de histeria en Europa, especial en
Alemania, Merkel decidió en plena crisis, con la opinión pública en pánico, el
final definitivo de la energía nuclear. Lo hizo con enormes costes, sin
beneficios de seguridad y con un brutal revés a la seguridad jurídica además de
graves problemas de sustitución. Con Libia, Merkel se plegó a las angustias
pacifistas, otro estado general de excitación alimentado por los medios
alemanes, y adoptó una postura neutral que lo aisló de sus aliados.
Pero el caso que amenaza con crearle a la canciller
dificultades personales serias es el del célebre espionaje, otro claro ejemplo
en el que no fue capaz de elevarse por encima de un debate equivocado,
gratuito, nocivo y demagógico. Provocado por ciertos topos, activistas y
saboteadores como Eduard Snowden y jaleados y apoyados cuando no dirigidos
desde Moscú. Como ya advertía toda la comunidad de servicios de inteligencia,
causaría graves daños a su capacidad operativa y a su eficacia en la defensa de
la seguridad occidental, necesaria como en los peores momentos de la Guerra
Fría. Merkel no fue capaz de resistir la presión y asumió las protestas contra
el espionaje de la agencia norteamericana NSA a instituciones alemanas, entre
otros a ella. Ahora todo se vuelve contra ella. Se ha sabido que el BND alemán
ayudó a la NSA a espiar a otros. Como otros con seguridad ayudaron a ambos. Que
los espías espían todo lo que pueden es una realidad que por agitación
mediática se convierte en un agravio patriótico. Ahora ha intervenido la
fiscalía alemana y se judicializa una cuestión imposible de tratar sin daños y
graves manipulaciones. Todo indica lo obvio, que los responsables sabían que
ciertas cosas sucedían y no se oponían porque el sentido común, la lógica, la
práctica y la necesidad así lo recomendaba. Pero la implicación del ministro
Thomas de Maiziere salpica ya a Merkel directamente. Y su vicecanciller en la
gran coalición, el jefe del SPD, Sigmar Gabriel ha hecho un brusco movimiento
contra la canciller. Sugiere graves problemas por esta causa en un gesto
desleal que ha sentado a cuerno en la CDU. Merkel comienza a enredarse en una
madeja peligrosa. Alimentada por medios, demagogia e intereses cortoplacistas.
De la que solo se sabe ya que la defensa occidental y nuestra seguridad pierda
y Putin con Snowden gana.
Por HERMANN TERTSCH ABC Domingo, 03.05.15 70 años del fin de la II Guerra Mundial En estos días se conmemora la caída de un imperio fundado
para durar mil años y que apenas pasó de doce
El final del Imperio La caída del Sexto
Ejército alemán en Stalingrado, en enero de 1943, y la batalla de carros de
Kursk, en julio, fueron el comienzo del fin
Escenarios no superados Hoy proyectos ideológicos enemigos
de la democracia vuelven a tener popularidad y pujanza
Niños de trece y
catorce años, en uniforme de combate, lloran de impotencia sentados sobre un
montón de escombros, rodeados de cadáveres y miembros amputados de sus
compañeros. Minutos antes, en su primera, última y ridícula acción de guerra
defensiva cuando no hay ya nada que defender, han matado a un soldado ruso en
un barrio de Berlín, a uno americano en un pueblito de Baviera, a otro
canadiense o británico junto al Rin o en un bosque sajón. Las muertes más
ridículas de una inconcebible tragedia que comenzó con flamantes desfiles en
1933.
ABC
En su última foto, Hitler (dcha.) comprueba los
desperfectos del búnker
La escena se repite
en estos primeros días de mayo de 1945, hace setenta años, por toda la
geografía de las regiones occidentales de lo que había sido el imperio aleman.
Los enemigos han capturado a estos cachorros nacionalsocialistas que nunca han
recibido otra formación, información y educación, otro mensaje y otra orden que
la entrega incondicional al Führer, Adolfo Hitler, y el odio mortal e
incondicional a todo lo que entorpeciera la gloria imperial de la Alemania
eterna. Son «La juventud sin Dios» que auguró años antes Ödön von Horvath. El
nacionalismo elevado a religión delirante. Desde su primera niñez han sido
educados para dar la vida por el caudillo de la nación, el Führer. Lo han
jurado. Y muchos de ellos no han dudado en matar en estas semanas, al grito de
«traidores» y «cobardes», a compañeros de armas adultos que habían decidido
rendirse para salvar la vida y acabar aquel absurdo derramamiento de sangre.
Muertes aun más terribles y absurdas si cabe que las que las precedieron. Niños
alemanes, jóvenes rusos o americanos, muertos en una guerra que ya no es. Bombardeos
masivos sobre ciudades ya inermes para forzar la claudicación de un loco en un
búnker que ya está muerto desde el día 30. Presos políticos como el pastor
Bonhoeffer o el almirante Canaris o Von Moltke, ejecutados semanas, días u
horas antes de huir los guardianes de los campos y cárceles.
Días de colapso
El 30 de abril se
encontraron en Torgau en el Elba las fuerzas soviéticas y las norteamericanas.
Alemania estaba tomada. Desde hacía dos años, el célebre frente oriental, «die
Ostfront», objeto de tanta literatura épica en aquellos años, se había ido
acercando a los alemanes. Si en 1941 estaba en los suburbios de Leningrado y
junto a Moscú, ahora estaba en los barrios obreros de Berlín. Ya solo combatían
desperdigadas unidades muy ideologizadas de las SS y esos niños de las
juventudes hitlerianas (HJ). Además de los restos del 9º Ejército al sur de
Berlín, cercados en Halbe, que luchaban por algo que aún valía la pena: romper
el cerco, cruzar el Elba y entregarse a los americanos para escapar al cautiverio
soviético. Del que no solo la propaganda decía que apenas salía alguien vivo.
Murieron en Halbe 60.000 en apenas cinco días.
En aquellas jornadas
de colapso vagaban por Alemania millones de seres humanos sin destino. Muchos
apenas se sabían vivos, recién liberados de los campos de concentración y de
exterminio en el este, llevados hacia el corazón de Alemania en marchas
forzosas en las que moría todo el que flaqueaba, la mayoría. Otros intentaban
esconderse, mezclarse entre los soldados que volvían derrotados del frente,
para ocultar sus cargos y sus culpas en el mayor aparato criminal, la más
compleja industria del asesinato en masa jamás construida por el hombre. Las
mujeres aterradas rezaban por ver entrar a los ingleses o americanos y no a los
rusos en su casa. Aunque violaciones masivas se producían en todos los frentes
y por todas la nuevas fuerzas ocupantes, las experiencias en el colapso de las
provincias orientales prusianas habían llevado a la convicción de que con el
Ejército Rojo era la norma. Hacía tiempo que ancianos, mujeres y niños se
robaban los unos a los otros para alimentarse ellos y a los suyos. Que casi
todos eran capaces de casi todo por sobrevivir en el infierno en el que ardía
toda Alemania en el pago implacable por sus entusiasmos pasados, su soberbia y
la ideología del desprecio al sufrimiento ajeno.
Allí, en la nación
milenaria en llamas y todos sus paisajes convertidos en páramos de desolación,
en la destrucción y el hambre, pero además el oprobio y la ignominia, estaba el
destino de aquel superhombre que había salido, prietas las filas, a conquistar
el viejo continente como paso hacía el poder absoluto en el mundo. En los niños
fanatizados que lloraban por primera vez en su vida, flotando en aquel mar de
escombros en el que se habían convertido todas las ciudades, palacios,
monumentos, museos, industrias, carreteras y puentes y campos y huertas de una
de las grandes naciones de cultura de la historia. Millones de soldados y un
pueblo enfervorizado por sus líderes en la guerra total habían logrado en doce
años la más absoluta y radical destrucción que un país, el propio, que jamás se
ha visto. La raza superior que asaltaba el cielo para imponer la perfección a
la humanidad había quedado convertida en una inmensa tribu derrotada, hundida y
confundida, hambrienta y culpable.
El hundimiento
En estos primeros
días de mayo se consumaba el hundimiento de un imperio fundado para durar mil
años y que apenas pasó de los doce. El 8 de mayo de 1945, con la rendición de
Alemania, terminaba una guerra cuya suerte estaba echada desde hacía más de dos
años. Desde la caída del Sexto Ejército alemán en Stalingrado en enero de 1943,
pero sobre todo desde la batalla de carros de Kursk en julio de aquel año, la
guerra en Europa tenía ya un seguro perdedor que era la Alemania hitleriana. Lo
que aún había de dirimirse es cuántos vencedores habría. Atrás quedaban decenas
de millones de muertos –55 millones de víctimas directas de la guerra, se
calcula–, la devastación de grandes partes del continente europeo, sobre todo
en el este, y un nuevo tipo de genocidio que elevó la perversión humana a cotas
hasta entonces ignotas.
Gracias al desembarco
de Normandía en junio de 1944, pero sobre todo gracias a la indoblegable e
inaudita conducta y mérito de un solo hombre, Winston Churchill, que convenció
a una sociedad moderna como la británica de que era mejor morir que
pactar con la tiranía, la II Guerra Mundial no acabó con la dominación
soviética de todo el continente europeo. Sin las democracias en armas en un colosal
esfuerzo bélico trasatlántico, en la mejor prueba de todo un siglo de lo
necesarias que son las armas en las manos adecuadas, toda Europa, tras una
guerra mucho más larga, habría acabado siendo «liberada» por el Ejército Rojo.
Y Stalin habría tenido en toda Alemania, en Francia, en Italia y en España por
supuesto, títeres parecidos a los que impuso y sostuvo durante cuarenta años en
Europa central y oriental. Más allá de los juegos de ucronías, lo cierto es que
medio siglo después de aquella guerra y del aplastamiento de la dictadura
nacionalsocialista, cayó también la dictadura comunista en Europa. Con lo que
en cierta forma aquel desembarco de Normandía de junio de 1944 se prolongó, con
medios pacíficos, hasta las fronteras de la URSS.
Hoy estamos ante unos escenarios que creíamos superados en
los que proyectos ideológicos enemigos de la democracia vuelven a tener
popularidad y pujanza. Rusia se ha erigido en líder de una contraofensiva para
frenar y revertir ese permanente avance de la idea de la libertad y el Estado de
Derecho. Ucrania es escenario de este combate entre dictadura y democracia
cuando este último sistema vuelve a cuestionarse desde fuera y desde dentro
como en los años treinta en los que se gestó la contienda.
Setenta años después del apocalipsis en suelo alemán es
imprescindible recordarlo completo, desde sus comienzos. Desde el momento en el
que la tolerancia del mal y la aceptación del mismo bajo amenazas que llamamos
apaciguamiento, abrieron el camino para que Hitler se convirtiera en lo que fue
y la sociedad alemana fuera seducida a hacer lo que hizo. Que las democracias
aceptaran sin mayores aspavientos las leyes de Nuremberg de 1934 fue en
realidad la inauguración de Auschwitz. Celebrar la olimpiada de Berlín con
participación de todos y encendidos elogios a la Alemania hitleriana, cuando
dichas leyes estaban en vigor, hizo a todos culpables. Ceder territorios a
Hitler en los Sudetes fue el principio de la invasión de Europa. Creer que cada
uno podría protegerse por su cuenta granjeándose con concesiones la
benevolencia del tirano, fue el terrible error de políticos y sociedades.
Cuando hoy sucede algo así y sucede con frecuencia, no tenemos siquiera la
excusa de que todo aquello –invasión, nazismo, Holocausto, devastación– era
inconcebible. No lo es, porque ha pasado. Y hace solo setenta años.
El final del Tercer Reich
11 de enero - 9 de mayo de 1945
Al inicio de 1945 los aliados luchan por sobrepasar las
fronteras del ‘Reich’. Británicos y estadounidenses rompen la Línea Sigfrido y
atraviesan el Rin internándose profundamente en Alemania. El Ejército Rojo
empuja a la ‘ Wehrmacht’ del Vístula al Oder y luego cerca Berlín. Americanos y
soviéticos se encuentran en el Elba culminando la derrota nazi.