GEOGRAFÍA E HISTORIA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 29.03.14
La OTAN tendrá que desplegarse por sus fronteras orientales
ante la creciente amenaza de Rusia
Vladímir Putin ha acelerado la
acumulación de tropas en la frontera con Ucrania oriental. Barack Obama, de
gira europea, le ha pedido que las retire. Nadie espera que el ruso obedezca al
americano. Lo incierto ahora es el destino próximo de esas tropas. Nadie se atreve ya a excluir que
estemos en los preparativos del segundo paso de esta operación reconquista. Y
que después venga un tercero que lleve al Ejército ruso hasta tierras de
Odessa, de la Besarabia y el Transdniester moldavo. Con su consabido referéndum
y su posterior solemne acogida en el seno de la Madre Rusia.
Si esto sucede, Occidente no podrá hacer
mucho más que añadir alguna otra sanción a Moscú. El Kremlin puede considerar
que todos estos pasos son factibles por un precio amortizado. No le faltará
razón.
«La venganza de la geografía» se llama el
último libro de Robert Kaplan. Es una inteligente reflexión sobre los
condicionantes de la localización. «La venganza de la historia» se tituló uno
mío publicado tras la caída del Muro de Berlín. Trataba del retorno de los
condicionantes históricos que habían quedado congelados durante la Guerra Fría.
Geografía e historia, disciplinas tan despreciadas en las sociedades modernas,
condicionan otra vez de forma implacable nuestra vida y seguridad.
Hemos entrado de bruces en una nueva era.
La OTAN, que ha estado veinte años en crisis de identidad, implicada en guerras
remotas en el Hindu Kush, recobra toda su identidad europea.
El nuevo secretario general, Jens
Stoltenberg, será un noruego, vecino de Rusia y de los Bálticos. No de la UE,
pero pura OTAN fronteriza en hora de amenaza. La Alianza tendrá que desplegarse
ya por sus fronteras orientales. Europa se esfuerza por mantener apariencia de
normalidad y las sanciones a Rusia en mínima expresión. Pero la brutal realidad
es que el enemigo ha vuelto a una larguísima frontera. Han vuelto geografía e
historia.
JUGANDO CON FUEGO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 28.03.14
Son tres columnas de la izquierda española que trabajan
juntas y coordinadas en la división de trabajo para derribar al Gobierno
«HAY una escalada de violencia para desestabilizar el Estado
democrático, el Estado de Derecho». El director general de la Policía, Ignacio
Cosidó, que es un hombre mesurado, tan solo ha expresado una obviedad. Pena que
no se dieran cuenta antes. Suele pasarle a este Gobierno, que deja madurar las
cosas hasta que para muchos están podridas. Unos dirán que eso es tranquilidad
de espíritu, buena conciencia y manejo de los tiempos. Otros, que indecisión,
indolencia o incompetencia. Lo cierto es que hay varios conflictos simultáneos
que el Gobierno parece querer ignorar hasta que le estallan en la cara.
Se ha dicho tantas veces, por ejemplo, que la legalidad
impediría por sí sola a Artur Mas aventurarse por el camino de la sedición, que
sorprende la pasividad con que se asume en Madrid que nos hallemos ante el
hecho cierto de que el proceso del golpe de Estado del separatismo en Cataluña
entra en una nueva fase de abierto desacato. Nada sucede. Se confirma que la
impunidad es la peste de esta sociedad. Se roba más que en otros lares porque
aquí es gratis; se propugna la ruptura del Estado y el desprecio a sentencias y
la Constitución, porque es políticamente productivo y económicamente
beneficioso; y se agita en favor de la violencia en las calles desde las televisiones.
Nada tiene sanción real, todo resulta rentable. Todos los delincuentes
envalentonados. Ahora se sorprende el equipo de este ministro del Interior de
la brutalidad, el desprecio a la ley y la falta de compasión que se encuentra
en las bandas organizadas del terrorismo urbano de la ultraizquierda. Nadie que
siguiera los mensajes lanzados por la izquierda en los pasados diez años puede
sorprenderse. Una década de enseñanza de odio y revancha guerracivilista en el
discurso de la izquierda ha generado en ciertos sectores de la juventud
española daños permanentes. Con una militancia cuyo principal elemento no está
en ningún proyecto ni ideario, sino en el concepto del enemigo, el mensaje
lanzado desde las televisiones, desde las escuelas y desde todo el asociacionismo,
es el de desenmascarar «la farsa de la transición y la reconciliación». Ha
llegado el momento de saldar cuentas.
Pero este móvil político no es exclusivo de los
ultraizquierdistas. Es un mensaje ya asumido por PSOE e Izquierda Unida. Hay
dirigentes y militantes socialistas que no comparten ese discurso. Sin duda.
Muchos. Pero eso es irrelevante. Porque carecen de un discurso político que
pudiera ser alternativa a la derecha gobernante y a la izquierda «rupturista».
O golpista, si se prefiere. En alianza con los separatismos de toda índole.
Ahora, cuando los españoles más maltratados por la crisis llevan años de
necesidad y malestar, creen que este proyecto tiene masa crítica. Hay prisa. Ha
de utilizarse ya, antes de que resultados positivos en la economía pudieran
desmovilizarla. El Gobierno ha ayudado a esta escalada de los que desafían la
ley, sean separatistas, ladrones o vándalos. Desde Bolinaga, Durango a Gamonal,
su mensaje permanente de debilidad o trivialización ha sido nefasto. La manifestación
del sábado fue un modelo. Los partidos parlamentarios prestan toda cobertura y
apoyo a unos convocantes con un mensaje golpista que niega legitimidad al
Gobierno. Los convocantes, tras su mar de siglas, prestan a su vez apoyo a las
bandas violentas e impunidad a sus detenidos. Estos grandes comandos crean el
estado de excepción y alarma permanente que no permite al Gobierno exponer y
rentabilizar su política. Y suplen la falta de proyecto político alternativo.
Son tres columnas de la izquierda española que trabajan juntas y coordinadas en
la división de trabajo para derribar al Gobierno. Si quedan entre ellos
demócratas, están jugando con fuego.
MEMORIA DE GRATITUD
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 25.03.14
Esta España en postración ha sabido encontrar decencia y
dignidad para este último homenaje a un hombre con vocación y ambición de
servicio
AL final ha sido bueno para todos la decisión de Adolfo
Suárez Illana de anunciar la muerte de su padre con dos días de antelación. Que
nos había parecido muy arriesgada. Temerosos de que la agonía pudiera
prolongarse. Sin saber que, como ayer me explicaron, en la fase terminal de
esta enfermedad los tiempos están acotados. Ahora, después de estos días de
despedida, podemos constatar que sí ha habido dignidad oficial a la hora de la
despedida del primer presidente de Gobierno de la Democracia y Monarquía Constitucional.
Lo decimos con legítima satisfacción, pero sobre todo con alivio, dados los
tiempos tan convulsos en que vivimos, en los que a veces parece que la
fatalidad está encaprichada con España. Decidida a demostrar que estamos
condenados a no volver a tener aquella constelación amable que, en el tiempo
estelar de Adolfo Suarez, nos dio al hombre idóneo en el momento adecuado. Hoy,
maltratados y dolidos, damos ya gracias por no tener constelaciones malditas
como aquella que nos dio una lluvia de muertos en los andenes de una España
preelectoral. Que nos impuso una trágica involución hacia los abismos del
despecho y del odio sectario. La obra de Adolfo Suarez, de la reconciliación,
de la transición hacia la cura de las heridas de nuestra tragedia nacional,
quedaba interrumpida y rota por un tardío y nefasto adalid de una bandería.
Entonces se conjuraron contra España toda suerte de maldiciones. Y se fueron
cumpliendo: la etarra con su rodillo social racista, la separatista catalana,
la revanchista republicana, la indolente y cínica de la corrupción, del
oportunismo, del pensamiento débil y sumiso. Y el veneno violento que tanto
salpicó las calles de Madrid hasta en vísperas de esta muerte.
Pese a todo, esta España en postración de permanente
medianía ha sabido encontrar decencia y dignidad para este último homenaje a un
hombre con vocación y ambición de servicio. A un español no educado para la
democracia, pero sí para el bien y la decencia y el coraje, que estuvo a la
altura de las circunstancias. Que entró en las tierras ignotas de la democracia
por el compromiso con el bien de su patria, de su nación nunca cuestionable ni
cuestionada, España. Claro que no hemos sido capaces de escenificar el homenaje
que otras naciones tributan a sus héroes. Otros habrían llevado al presidente
al Congreso en un armón de artillería con ocho caballos. Hoy al menos parece
que sí podrá aplaudirse al féretro en un trayecto por el paseo del Prado. Aquí
se le tiene miedo a evocaciones indeseadas o sepa Judas a qué. Han sido, una
vez más, los Reyes de España quienes han conferido una sobria dignidad oficial,
una solemnidad puntual al homenaje de la nación a uno de sus más ilustres,
honorables y eficaces servidores del siglo XX. Con la serena rotundidad de un
Rey que, aun viejo, abatido y torpe en el andar, llena él solo la capilla
ardiente en el Palacio de las Cortes. Se ha escrito ya todo estos días sobre la
persona Adolfo Suárez y su circunstancia. Se ha escrito lo mejor y lo peor. Con
la nobleza y la gratitud que merece. Con la mezquindad y la vileza sectaria,
que en España se suministran a espuertas. Muchos han escrito de Suárez y se han
descrito ellos. Algunos han quedado en la emoción anecdótica o el torpe halago.
Otros han escrito preciosas elegías amistosas. Allá nosotros y lo que hagamos
con lo que nos deja. Él se ha elevado ya, olvidado su largo olvido, con su amor
a la patria, su valor y su grandeza, a la honra definitiva en la memoria de la
España agradecida.
EUROPA SE COMPLICA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 22.03.14
Para integrar a todos los rusos en un estado, Putin tendría
que invadir media docena de países
Angela
Merkel se tutea con Vladimir Putin. Su comunicación es fluida. Ella habla ruso.
Él habla alemán. Nadie en Europa conoce mejor que ella la compleja personalidad
de este caudillo. Merkel no se deja conmover con la afirmación tramposa de que
los rusos quieren «reunificarse» como los alemanes. Para integrar a todos los
rusos en un estado, Putin habría de invadir media docena de países.
Y eso es precisamente
lo que toca evitar: la invasión y anexión de otras partes de Ucrania u otros
países vecinos de Rusia. La confianza se ha quebrado para generaciones. Se ha
roto el dique y hay que construir uno nuevo. Para que puedan vivir en
normalidad los estados cercanos a un Putin que dejó claro que se arroga el
derecho a invadir y cambiar fronteras. Unilateralmente y por la fuerza. Angela
Merkel sabe cuál es ahora la difícil situación de los países bálticos y de
Polonia. Y de cuál es su propio papel.
¿Es creíble el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte,
que establece que la agresión a un miembro es la agresión a todos? ¿Van a
declarar todos los miembros de la OTAN la guerra a Rusia, si Putin organiza
mañana o dentro de dos años la misma operación de Crimea en el sureste de
Letonia, densamente poblado por rusos? La mera duda revela el problema de la
credibilidad de la defensa occidental. La canciller alemana, Angela Merkel,
sabe, además, lo que significa la amenaza de Vladimir Putin a la «quinta
columna y traidores» que vincula a Occidente. Que una contestación interna de
los rusos contra un Putin aislado será interpretada como agresión exterior. Y
quizás respondida como tal. La presencia física de los ejércitos de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte se hace imprescindible en aquellas
fronteras. El soldado alemán en el este, convertido en fuerza disuasoria frente
al soldado ruso. Europa se complica.
EL ANSCHLUSS COMO PRÓLOGO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 21.03.14
Ahora la máxima prioridad está en salvar Ucrania para la
libertad, en las fronteras que le quedan
¡ESTO de Vladimiro sí que es dominar los tiempos, don
Mariano, no lo que le atribuyen por ahí a Ud., caro presidente, sus más
entusiastas panegiristas! En veinte días ha fagocitado la parte más jugosa y
apetecida de un país vecino cuyas fronteras internacionales había reconocido en
tratados bilaterales y multilaterales. Y a los demás no les ha dado tiempo ni a
enfadarse. Cuando sus funcionarios en Bruselas, París o Berlín y Washington les
pasaban a sus respectivos gobiernos las primeras propuestas para hipotéticas
medidas de advertencia, ya no había nada que advertir. El Anschluss se había
consumado. Con pompa zarista y un tenebroso discurso nacionalista panruso, con
los aplausos rítmicos de antiguos congresos soviéticos, había quedado firmado
en el Kremlin el «retorno al imperio» de Crimea. Así lo han llamado. Así se
llamó antes. Exactamente igual. «Heim ins Reich» (retorno al imperio) lo
llamaban las huestes que hace 76 años celebraban con la llegada de la
Wehrmacht, su retorno a la Gran Alemania, en Austria primero y los Sudetes
después. Como entonces, no va a pasar nada. Quizá lo más divertido de este
drama europeo de estos días es ver cómo en las últimas 72 horas se despliega
una inmensa operación propagandística en Europa occidental para convencernos de
que a Vladímir Putin le vendrían bien las sanciones. Y que por eso la mejor
heroicidad y prueba de la firmeza europea es castigar a Putin, implacable pero
hábilmente, escamoteándole las sanciones que tanto desea. Nadie intente
escandalizarse ante todo esto y exigir mayores sanciones para la más brutal
violación del derecho internacional en Europa desde Hitler, porque le llamarán
agresivo, nostálgico de la Guerra Fría y hasta belicista. El mensaje hoy ya es
que no hay que crispar. La agenda ya ha cambiado en todas las capitales
europeas. La anexión es irreversible. Y se sobreentiende. Es un hecho que Rusia
ha arrebatado Crimea a Ucrania para siempre, que es el futuro previsible. El
propio Gobierno de Ucrania lo ha reconocido. Y le honra que haya evitado todo inútil
derramamiento de sangre. Si el Gobierno de Kiev estuviera compuesto por esos
nazis dementes, como dice el Kremlin y asegura tanto ucraniólogo español como
ha surgido, habrían buscado los muertos propios para el martirologio, para la
épica. No ha sido así. Las caricaturas difamadoras sobre el Gobierno de Kiev
han tenido fortuna. Pero son solo eso.
Pretender que el Gobierno de Kiev está compuesto por una
tropa de nazis es como asegurar que la Transición española la protagonizaron
Milans del Bosch y la ORT. Ahora la máxima prioridad está en salvar Ucrania
para la libertad, en las fronteras que le quedan. Veremos cómo acaba esta
aventura imperial de Putin, porque ha habido otras en Europa que empezaron con
la misma contundencia y que años o décadas después acabaron mal para quienes
las habían iniciado. Rusia es una potencia nuclear y militar. Pero también un
país subdesarrollado, nuevo rico por las materias primas y solo por ellas.
Quince años bajo Putin no han cambiado ni ese subdesarrollo ni el dramático
deterioro social de una población en contracción y con una rápida caída de la
esperanza de vida. Con el programa de nacionalismo panruso y lucha contra el
quintacolumnismo expuesto en el Kremlin, Rusia será un estado temible. Pero
difícilmente un estado próspero. Y su agresividad hacia dentro y fuera queda
predeterminada. De ahí que es más cierto que nunca que, si la sociedad abierta,
la comunidad occidental en la OTAN, no pone ahora claras líneas rojas con una
amenaza disuasoria creíble que hoy es inexistente, Crimea será solo el prólogo
de un inmenso drama paneuropeo.
LA CALIDAD DE LOS MUERTOS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 18.03.14
Pedraz se escondió ayer tras la Convención de Ginebra, nada
menos, para dar un corte de mangas al Parlamento español
EL juez Santiago Pedraz vuelve a ser noticia. Ha puesto pie
en pared. Porque a él no le arredran las leyes que pueda aprobar un parlamento
dominado por el PP. Tampoco la que acaba con la ridícula pretenciosidad que
arroga a los tribunales españoles competencia para dictar justicia universal.
Pedraz se escondió ayer tras la Convención de Ginebra, nada menos, para dar un
corte de mangas al Parlamento español. Cuando no le gusta una ley, se busca
otra. Él escucha la pulsión del pueblo. Como Baltasar y Elpidio. No es ya que
se apunte como tantos otros jueces a sabotear a golpe de sentencia los
programas políticos de unos partidos ganadores. Y a imponer por vía judicial
los objetivos de partidos perdedores o marginales. Eso ya es una vulgaridad,
porque lo hacen muchos. Él es más. Sus apariciones, autos y decisiones son todo
ello solemne proclamación de infinitas pretensiones de moralidad cósmica. Unas
veces deja libres sin cargos a los agresores de policías y asaltantes violentos
del Congreso, en otras expresa la tierna voluntad de mancharse la toga en su
infinita piedad por los presos etarras.
Pero el caso en el que Pedraz brilla como un héroe de la
antigüedad es el de la desgraciada muerte de José Couso, un cámara que, como
decenas de compañeros, murió ejerciendo su labor en la guerra. En su caso, por
el impacto de una granada en el hotel Palestina de Badgad, en el que se
hallaban alojados periodistas. Fue en plena invasión de Bagdad cuando los
carros de combate americanos, bajo intenso fuego enemigo, disparaban contra
todo. También Julio Anguita Parrado, otro periodista español, murió por la
explosión de una granada en aquella guerra. Pero disparada por los iraquíes.
Por eso, Anguita recibió su homenaje, despedida y adiós. Pero el caso de Couso
era distinto, porque la bomba era yanqui. La calidad del muerto, por la
autoría. El potencial propagandístico era evidente. Así, los medios habituales
de la izquierda española y sus ñoños corifeos en la derecha, estaban pronto
en campaña para atribuir a oficiales norteamericanos en pleno asalto de la
batalla de Bagdad, una conspiración para matar a Couso.
Los que llaman «conspiranoico» al que protesta por la
destrucción precipitada de pruebas del 11-M, exigen desde entonces que nos
creamos una conspiración americana para asesinarle. El conflicto entre el bien
antifascista y el mal imperialista, en estado puro para almas sencillas. En
panfletillo habría quedado el grotesco espectáculo sin la intervención estelar
de Pedraz. Hasta se fue a Bagdad a hacerse fotos mientras peritaba entre ruinas
la maldad imperialista. Pedraz ha mantenido su juguete como caso abierto que le
garantiza el cariño y notoriedad en ciertos medios e izquierda. Y quiere seguir
así. En una Audiencia que, con infinito desprecio a la familia del español Oswaldo
Payá, se negó siquiera a investigar las plausibles acusaciones de asesinato y
aceptó sin más la versión del tribunal popular comunista cubano. A verdugos
cubanos les creen, a militares norteamericanos no.
Pero el agravio más repugnante que la infinita demagogia del
caso Couso despierta es otro. Consuelo Ordóñez y otras valientes de Covite se
presentaron el sábado en Alsasua en una concentración de etarras. Allí, estas
mujeres coraje denunciaron los 400 asesinatos de ETA que siguen sin resolver en
España. Eso, Pedraz, sí son asesinatos. La mitad del crimen mortal de ETA sigue
impune. Ante esa brutal vergüenza nacional nadie demuestra el celo de Pedraz
con Couso. No solo hablamos de la insufrible doble moral y vara de medir.
También de la nauseabunda apatía de los jueces y la clase política ante este
fracaso moral, judicial y político de España.
COMPARACIONES OBSCENAS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Lunes, 17.03.14
Nacionalistas ucranianos y catalanes no son comparables. Ya
era una obscenidad la comparación de Cataluña y Kosovo
Es manifiestamente
injusto comparar la lucha de un oficial del Ejército rojo que, arma en mano,
combate por su vida, por su patria y por su ideal comunista entre las ruinas de
Stalingrado, con las miserables actividades de un funcionario comunista que se
enriquece con el estraperlo, dirige un burdel y denuncia a sus camaradas. Son
dos comunistas. Cierto. Pero distintos. Pues viene a ser lo mismo comparar a un
nacionalista ucraniano que defiende sus fronteras legales e internacionales
contra los intentos de Rusia de arrebatarla una vez más la soberanía, con un
nacionalista catalán que practica cómoda, impune y muy lucrativamente desde su
despacho oficial de la Generalidad, del Estado español, el chantaje permanente
contra la unidad e integridad de España.
Comparable solo puede
ser el grado de intoxicación y mentira que Rusia ha inoculado al discurso
separatista en Ucrania. Ese sí es equiparable al alarde de manipulación de la
realidad presente e histórica del presidente de la Generalidad y su corte. La
mentira sobre la supuesta conspiración nazi- occidental-vaticanista contra la
población rusa que se propaga en Crimea y en la cuenca del Don, tiene inmenso
éxito. Promoverla no implica sacrificios, sino ventajas.
Los aparatchiks rusos
que lideran las revueltas en Crimea y Ucrania oriental no esperan más que
beneficios. Y ya dicen, como Artur Mas, que cuando ganen dejará de haber
pobres. Desde hace treinta años, la gran mentira y manipulación nacionalista ha
galopado sobre los pingües beneficios que ha granjeado a los que la hacían
suya. Millones han logrado hacerse la vida más confortable en el nacionalismo
catalán, desde los periodistas orgánicos, los fanáticos en Omnium o los
funcionarios sometidos a obediencia incondicional al mensaje de la tribu. Pero
también el catalán común supo ver que evitaba disgustos. Apoyar la verdad
histórica, defender la unidad de España, solo generaba problemas. Los ucranianos
–que defienden la integridad de un territorio y unas fronteras reconocidas
internacionalmente, también por Rusia– no luchan por privilegios sino por la
supervivencia. Lo que les proponían hace un par de meses era ni más ni menos
que se reincorporaran a una nueva Unión con Rusia, en la que las órdenes las
daría Vladímir Putin y los métodos serían, como ya es evidente, soviéticos. No
era sino el retorno a la historia que les costó muchos millones de muertos. A
la pesadilla. Los ucranianos dijeron que no, jugándose la vida. Son horas
estelares de esta miseria de las medias verdades y absolutas mentiras para que
medre el sentimiento nacionalista. Ya era una repugnante obscenidad el
paralelismo de Cataluña con Kosovo. Que los nacionalistas catalanes compararan
su suerte como corriente hegemónica en una de las regiones más ricas y
privilegiadas de España con la criminal represión racista ejercida por Slobodan
Milosevic en la miserable Kosovo, sometida a un brutal apartheid, donde la
alternativa al levantamiento albanés era la resignación ante el genocidio. Hay
mucho intoxicador y mucho intoxicado. España parece más vulnerable a cualquier
propaganda que suene antioccidental. Lo cierto es que la destrucción de la
integridad de Ucrania por la fuerza sería un misil contra la estabilidad en
Europa. También dentro de Rusia. La destrucción de España sería un misil contra
la Unión Europea. Indecente e inmoral es, en todo caso, comparar a quienes se
juegan la vida propia y de sus hijos con quienes no se juegan ni la merienda.
SIN RETORNO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 15.03.14
Con Obama, Estados Unidos toca fondo en su credibilidad
disuasoria
Sueños del Kremlin. Putin ha visto ahora cómo los
ucranianos han frustrado su proyecto de Unión Euroasiática
Dice el senador John
MacCain que Obama no tiene la culpa de lo que sucede en Crimea. Pero también
dice que, sin cierta política que representa ante todo Obama, sería impensable
lo que está sucediendo en Crimea, lo que está pasando en Ucrania. No es solo
Obama quien ha llevado al presidente de Rusia, Vladímir Putin, a desafiar a la
comunidad internacional y especialmente a EE.UU., y a Europa como no se atrevió
ni Stalin en la cumbre de su gloria tras ganar la Gran Guerra Patria. Cierto
que, con Obama, EE.UU. toca fondo en su credibilidad disuasoria. Han sido
muchos los que han demostrado en los últimos veinte años lo fácil que es
doblarle el pulso y corromper a la comunidad de países más ricos y
desarrollados. Después del supuesto final de la historia y de las malogradas
aventuras bélicas de EE.UU. por el globo, los norteamericanos están cansados de
combatir y los europeos están agotados de pretender que lo han hecho.
En la relación con
Rusia había que ignorar todo lo que pudiera entorpecer los pingües negocios
primarios con los magnates asociados al Kremlin. Se ignoró el terrible fracaso en
la modernización de Rusia con su Estado fuerte y una sociedad en
descomposición. Con un Putin convertido en un zar al que todo se permite en la
crueldad contra los propios rusos. Sabe mucho de eso el exmagnate Mijail
Jodorkovski que ha pasado diez años en mazmorras y en Siberia.
Hace unos días acudió
a Kiev a apoyar la independencia ucraniana y dijo que si el ejército quiere
proteger a los rusos, que empiece por Moscú. Que empiecen por proteger a los
ciudadanos dentro de sus fronteras, a los maltratados rusos en un país cuya
esperanza de vida ha caído diez años desde la llegada al Kremlin de Putin.
Había que callar y hacer negocio con las materias primas y los ricos de Moscú,
desde Washington y desde Europa, cuando ya estaba claro que Rusia había puesto
fin al proceso civilizatorio de crear un Estado de Derecho. Olvidando que un
régimen antidemocrático, tarde o temprano, vuelca siempre su violencia también
fuera de sus fronteras. El mejor símbolo de la falta de honradez en la postura
de Europa hacia Rusia es el excanciller alemán Gerhardt Schröder, que se
convirtió en empleado del Kremlin, oficialmente nada más dejar la cancillería.
Vendido sin pudor al régimen neozarista. Putin ha visto ahora cómo los
ucranianos, que saben lo que vale la libertad, han frustrado su proyecto de
Eurasia. Que no podrá rehacer aunque machaque Ucrania con sus tanques. Quiere
convertir su fracaso en una gran operación que cimente su poder total dentro de
sus fronteras.
Todo hace suponer que
por eso llegará adonde jamás creyó nadie. Quizás tenga que arrepentirse de esta
gran apuesta violenta, pese a tener enfrente a unos adversarios desarmados.
Quizás Putin haya cometido otro gran error, que es acabar para siempre con la
ensoñación en muchas capitales europeas, sobre todo Berlín, de una Rusia
amable, leal y legal. El precio de la libertad siempre será distinto para unos
y otros. Pero solo el hecho de que los europeos vean que la amenaza de Putin
hoy a Ucrania es la de mañana a Polonia y el Báltico y pasado para Alemania y
Finlandia o Noruega, sería el principio del fin de la aventura expansionista
del nuevo zar.
LA LIBERTAD GRATUITA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 14.03.14
Ahora el precio de sojuzgar a toda Ucrania es tan alto, que
ni un Putin pletórico puede estar dispuesto a pagarlo
YA es muy posible que Vladimir Putin sí esté decidido a
cruzar definitivamente la línea roja y declare la anexión de Crimea tras el
referéndum del domingo. Habrían caído así los Sudetes ucranianos en manos del
agresor. Se verá después si el pequeño gran hombre del Kremlin pretende
anexionar también la Ucrania oriental. Una vez violadas las fronteras
internacionales de Ucrania que Rusia reconoció en Tratados internacionales de
1994 y 1997, legalmente da lo mismo cuántos centenares de miles de kilómetros
cuadrados invada. Lo que no podrá Rusia, a no ser que ya quiera recurrir a
todos los procedimientos del pasado estalinista, es consumar un Anschluss
total. Incorporar toda Ucrania a su proyecto imperial de Eurasia parecía un
hecho consumado en noviembre, gracias a los acuerdos con Viktor Yanukóvich y
los magnates. No a la asociación con la UE y sí a la integración en la alianza
de autócratas de Eurasia bajo Moscú. Pero Ucrania se echó a la calle y aquella
solución rápida, barata e incruenta se frustró. Ahora el precio de sojuzgar a
toda Ucrania es tan alto, que ni un Putin pletórico puede estar dispuesto a
pagarlo.
Lo cierto es que Europa no volverá a ser ya como ha sido
durante cuarenta años. Desde la firma el 1 de agosto de 1975 del Acta de la
CSCE en Helsinki. Desde entonces el continente sufrió revoluciones democráticas
y conmociones. Cambió radicalmente el mapa. Se disolvieron estados artificiales
creados en la Gran Guerra, como la URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia. Ésta
violentamente. Pero ningún país invadió con apetitos territoriales a un vecino
cuyas fronteras internacionales tenía reconocidas. Ahora parece ya claro que,
con esta intervención, Putin quiere crear nuevas realidades geopolíticas. Está
en marcha un inmenso golpe de mano que no contempla la posibilidad de negociar
un retorno al estado de cosas previo a la llegada a Crimea de los encapuchados
sin insignias.
Ahora Europa está ante la repetición de las aventuras
tenebrosas del siglo XX, cuyo potencial de tragedia bien conoce. En el siglo
pasado una invasión soviética habría tenido una respuesta militar inmediata.
También con armas nucleares tácticas. Y siempre bajo la amenaza de la
destrucción mutua asegurada (MAD). Hoy resulta tan inverosímil como esperar una
defensa de los soldados chinos de terracota. No hay poder de disuasión militar.
Washington avisa desde hace décadas. El demoledor discurso del secretario de
Defensa Robert Gates el 10 de junio del 2011 fue el último intento de que
tuvieran coraje las democracias europeas de asumir el gasto ante sus electores.
Fue inútil. Hoy los países orientales de OTAN y UE, fronterizos con Rusia,
Bielorrusia o Ucrania, es decir la Eurasia proyectada de Putin, sienten el
aliento amenazador. Los Bálticos, Polonia y Rumanía se ven de repente en la
trinchera. Y saben del poder de extorsión que esto supone. El aplastamiento de
la voluntad ucraniana hace automáticamente menos libres a estas sociedades
europeas orientales. Y por tanto a toda Europa. Los europeos han querido desde
la II Guerra Mundial que su defensa y seguridad fuera gratis. Quienes defendían
una cultura de defensa, desde Churchill o Adenauer a Schmidt y Thatcher, se
enfrentaron siempre a sociedades cómodas, felices de dejarse llevar por
consignas pacifistas y desarme, pero a sabiendas de que tenían a EE.UU. como
garante de su libertad. Ahora este garante se quiere ir. Y de hecho con Barack
Obama ya no es garante fiable. Siria lo demostró y Rusia lo sabe. Los europeos,
inermes, solo pueden esperar que el delirante discurso nacionalista no le haya
hecho perder del todo de vista a Putin el sentido común y sus propios intereses.
VERDADES TORCIDAS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 11.03.14
Es fácil ver que el décimo aniversario sí va a servir, como
no lo hicieron los anteriores, para que una serie de irredentos se avengan a
razones
ES tremenda la sagrada ira que despierta entre los
guardianes de la corrección política en España, aún hoy, diez años después,
cualquier duda, salvedad o reserva que se pueda hacer a la verdad oficial del
11-M. No se entiende ese encono hacia unas dudas que son ya poco más que
opiniones particulares de españoles que no se creen que algo tan grande lo
hicieran esos tan pequeños. La mayoría de los españoles ya está a otra cosa.
Duros están los tiempos como para luchar contra molinos. Y no es más que un
absurdo molino el intentar enfrentarse a una versión oficial a la que sus
defensores no dejan de añadir defensas, argumentos y apoyos, como si ellos
mismos tuvieran aún problemas de verla todo lo inatacable e incuestionable que
pretenden. Se escribe estos días más contra la denostada «mentira de la
conspiración» que sobre la verdad del 11-M. Quizás porque la primera es fácil
de caricaturizar. Y porque la segunda es un material muy frágil, hasta para
quienes se han erigido en sus celosos cancerberos. ¡Cuánto derroche de medios
para convencernos de algo que, según dicen, no admite duda sensata! Pero sobre
todo, cuánta violencia en el citado hostigamiento a quienes no tienen ninguna
teoría y ya solo han mantenido una muy sobria y resignada duda. ¿Por qué se
ridiculiza y difama como «conspiranoicos» a quienes mantienen ese escepticismo
que por lo demás tanto se elogia como sano en los ciudadanos ante las versiones
oficiales de casi todo? ¿Por qué tanta caricatura sobre ETA y los etarras si
nadie habla ya de etarras? Cuando se hablaba de etarras, hablaron todos. Porque
la hipótesis después tan maldita de la autoría de ETA fue asumida por todos sin
excepción como perfectamente plausible. Y quien no lo crea o recuerde que
revise las portadas. Parece que hay que tachar de locos o ridículos a quienes
no aplauden sin fisuras la verdad oficial. Quienes así empiezan suelen acabar
abogando por psiquiatrizar a Sajarov o a Sharanski.
Es fácil ver que el décimo aniversario sí va a servir, como
no lo hicieron los anteriores, para que una serie de irredentos, que aún
proclamaba sus dudas, se avenga a razones. Es decir, a callarlas u olvidarlas,
que lo mismo da. Alguno hasta con un bonito mea culpa, como Bujarin y Galileo.
Parece decidido que todos viviremos mejor si dejan de formularse, de una vez
por todas, unas dudas que de nada y a nadie sirven. Ni siquiera a otra verdad
superior si la hubiera. Porque es inalcanzable. Que en cincuenta años se
desclasifiquen en algún país unos documentos que nos podían quizás haber
iluminado algo, no sirve a nadie vivo ni muerto. Por lo que sí cabe preocuparse
es por esa violencia inquisitorial contra toda duda que impuso Zapatero y hoy
sigue vigente. Entonces había que pasar página de aquellos días negros. Porque
al margen de teorías y autorías, allí la izquierda española mostró su auténtica
catadura. Utilizó las cloacas del Estado y la turba en contra del Gobierno. Y
reveló lo que después fue «leitmotiv» en el septenio negro zapaterista: la
deslealtad absoluta hacia un Estado de Derecho, tan cuestionado y cuestionable
como la propia verdad, la patria y la nación.
Tienen razón todos en congelar, enterrar u olvidar sus
dudas. Es más cómodo y razonable. Porque hace tiempo que el Gobierno de Rajoy
se sumó a la verdad oficial de Zapatero. También en esto. Navega hoy, si no en
el mismo bote, en uno muy parecido. Triste es que hayan olvidado lo mal que
remó el otro, lo mal que se rema, con verdades torcidas.
UCRANIA, EL GENOCIDIO DE STALIN
Por HERMANN TERTSCH
ABC Domingo, 09.03.14
CRISIS EN UCRANIA. El peso de la historia
El dictador soviético asesinó entre 1932 y 1933 a 7 millones
de ucranianos, algo que ni Hitler logró. Ahora Kiev no se resigna a volver al
redil de Moscú
A la ciudadanía
europea, como a sus Gobiernos, le cogió muy por sorpresa la virulenta reacción
de un amplio sector de la sociedad ucraniana ante la noticia de que su
presidente Viktor Yanukóvich había decidido renunciar a un acuerdo de
asociación con la Unión Europea. Les sorprendió más que el hecho en sí, los
indicios de que el presidente ruso, Vladímir Putin, iba a convencer al
presidente ucraniano para unirse a sus planes. Desde hace ya muchos años habla
Putin de la necesidad de buscar unas estructuras que sustituyan a la Unión
Soviética, cuya desaparición él ha declarado la mayor desgracia del siglo XX.
Peor que el Holocausto, peor que la invasión alemana de la U.R.S.S., peor que
cualquier otra inmensa tragedia de un siglo XX cuajado de brutalidad y muerte,
es para el presidente Putin el final de la más larga dictadura soviética. Él
sabe de la historia de la Unión Soviética. Y cuando la reivindica lo hace
consciente de que así lanza una nueva propuesta totalitaria. Su proyecto de
Eurasia tiene un manto de federación voluntaria de Estados, todos ellos
antiguas repúblicas soviéticas. En realidad es el diseño de un nuevo imperio
con capital en Moscú, cuyas partes gobernadas por autócratas serían obedientes
a Moscú. A cambio de protección frente al exterior y a sus propias poblaciones.
Sería una alianza en contra de la occidentalización y del ideal de la sociedad
abierta. Que no ha dejado de avanzar hacia el este desde 1989. Y que pone en
peligro al propio Putin. En esa alianza, dictadores corruptos, como el
bielorruso Viktor Lukashenko o el kazajo Nursultán Nazarbáyev, ayudarían a
Putin a mantener juntos una forma y estilo de Gobierno, peso común e influencia
fuera y dentro, para imponer su orden y sus intereses, frente a Occidente y
frente a China. Pieza clave era aquí por supuesto el ucraniano Viktor
Yanukóvich.
Ni ciudadanía ni
Gobiernos occidentales parecen conscientes de lo que suponía para los
ucranianos que sus líderes anunciaran haber decidido no proseguir con la
occidentalización y el acercamiento a Europa. Que anunciaran por el contrario
la decisión de entregar parte de la soberanía nacional, existente desde hace
dos décadas, a Moscú, a la metrópolis de la que llegó tantísimo mal y
sufrimiento. Cuando se va a cumplir en tres años el centenario de la revolución
bolchevique, Víktor Yanukóvich poco menos que anunciaba a su pueblo el retorno
de la historia, de la peor, la más oscura, dramática y sangrienta historia. Que
es una historia para el espanto. Para comenzar sería bueno que se recordara que
Moscú logró que en apenas dos años, 1932 y 1933, murieran entre seis y siete
millones de ucranianos. Los nazis alemanes no lo lograron en tan poco tiempo
pese a su genocidio industrializado. Fue más expeditiva la requisa de todo el
cereal a los campesinos ucranianos.
Con motivos
ideológicos. Se trataba de imponer la colectivización de la agricultura a la
que los campesinos del inmenso granero del imperio se habían resistido en la
década anterior. Para ello lanzó Stalin una guerra contra los “kulakos”, los
campesinos propietarios, que en realidad fue contra toda la población real. La
hambruna devastó a la población rural y se extendió a las ciudades. Mientras
millones morían, la URSS exportaba trigo. E invitaba a intelectuales franceses
o británicos que volvían a sus países elogiando la buena comida de que habían
gozado en Ucrania durante una visita guisada por sus anfitriones soviéticos. El
cónsul italiano en Járkov, Sergio Gradenigo veía algo más y escribía a Roma:
“Cada vez hay más campesinos que fluyen a la ciudad porque porque no tienen
esperanza de sobrevivir. Traen a los niños a los que dejan abandonados en la esperanza
de que se salven y regresan a morir a sus aldeas. Se ha movilizado a los
“dvorniki” (porteros) con bata blanca que patrullan la ciudad y colectan a los
niños. Se llevan en camiones a la estación de mercancías de Severo Donetz. Allí
se selecciona. A los no hinchados se les dirige a unas barracas en Golodnaya
Gora donde, en hangares, sobre paja, agonizan cerca de 8.000 almas, sobre todo
niños. Los hinchados son transportados en trenes de mercancías hasta el campo y
abandonados a 50 o 60 kilómetros de la ciudad para que mueran sin que se les
vea. A la llegada a los lugares de descarga se excavan grandes fosas y se echa
a quienes llegan muertos”. Escenas similares se repitieron por toda la
geografía ucraniana. El canibalismo llegó a ser común incluso en las familias.
La policía política coincide con el cónsul en otra escena de Járkov. “Cada
noche traen unos 250 cadáveres entre los que un número muy elevado no tiene
hígado. Les ha sido quitado a través de un corte muy ancho. La policía acaba de
atrapar a algunos “amputadores” que confiesan que con esa carne confeccionaban
un sucedáneo de pirozki (empanadillas) que vendían inmediatamente en el
mercado”. En la primavera de 1934 las gentes morían en las calles a un ritmo
que no daba tiempo a limpiarlas.
“Ucranofobia” de
Stalin
El escritor Mijail
Sojolov, célebre por la novela “El Don apacible” escribió dos cartas llenas de
espanto a Stalin. En las que pedía, iluso, que interviniera contra las torturas
que se aplicaban a los campesinos para que revelaran el escondite de grano.
“Con el método del frío se desnuda al koljoziano y se le deja en un hangar. A
menudo sufren desnudas brigadas enteras. El método del calor es rociar keroseno
en los pies y las faldas de las koljosianas. Después se apaga y vuelta a empezar”. Las deportaciones adquirieron dimensiones
bíblicas. Centenares de miles de campesinos fueron deportados en programas de
colonización a Siberia en muchos de los cuales la mortandad en el primer año
superaba el 70%. Antes de la hambruna ya había quedado patente lo que Andrei
Sajarov llamó la “ucraniofobia” de Stalin.
Las depuraciones en
la intelectualidad sospechosa de nacionalismo habían diezmado las elites
urbanas como preludio del horror. Todo esto fue cinco años antes del Gran
Terror desatado por Stalin en toda la URSS. Con inmensos efectos en Ucrania. Y
también habrían de llegar las decenas de capítulos de desvertebración de la
sociedad ucraniana con fusilamientos masivos, como el de Katyn contra la élite
y oficialidad polaca. Y el acuerdo Hitler-Stalin de 1939 que supuso la anexión
a la Ucrania soviética de parte de Polonia, trajo consigo la ejecución de
decenas de miles de polacos pero también el exterminio sistemático de los
restos de los sectores ucranianos formados.
Y después de Stalin
se sucedieron cuarenta años de dictadura y silencio. Nadie podía esperar en
Europa, en América o Rusia, que tras veinte años de independencia, los
ucranianos ahora se resignaran a volver al redil de Moscú. No sin actos de
desesperación y por encima de mucho cadáver. Que confirman al mundo que los
planes de incorporar a Ucrania al proyecto de Eurasia de Putin, solo podrían
lograrse con métodos muy similares a los aplicados por el Kremlin en los años
treinta. Y eso hoy, queremos creer, es totalmente imposible.
Horrores para todos
los gustos
Los ucranianos
reclaman, con sus seis millones de muertos en el Holodomor, ser la mayor
víctima de Josef Stalin, como el pueblo judío en el Holocausto lo fue de Adolf
Hitler. Cuando los alemanes llegaron en el año 1941, los ucranianos sufrían
quince años de horror estalinista. Muchos vieron en la Wehrmacht su forma de
vengarse. Ese hecho y el antisemitismo de la región llevaron a muchos
ucranianos a simpatízar con los nazis. También ocurrió en el Báltico. Hoy en
las tres democracias bálticas, miembros de la Unión Europea y la OTAN, hay
menos peligro extremista que en algún país occidental. Stalin, que era
georgiano, exterminó rusos, ucranianos, judíos y gitanos igual que Hitler en
aquella esquina de Europa. Nadie osa reivindicar a la Alemania de Hitler. Pero
Vladímir Putin sí evoca con admiración la URSS de Stalin. Pedir a los
ucranianos que repitan suerte bajo Moscú es un sinsentido. Llamarlos nazis por
negarse, también. Como lo es generar alarma entre la población rusa. La
historia explica, pero no suple a las leyes. Y las fronteras de Ucrania, Crimea
incluida, fueron reconocidas por Rusia en acuerdo del año 1997.

ANSIAS PROTECTORAS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 08.03.14
Rusia sufrirá mucho en una Ucrania que en noviembre aún
podía creer suya en el seno de Eurasia
El
presidente de Rusia, Vladímir Putin ya ha comprobado que las inmensas simpatías
de que goza en España su invasión de Ucrania no son extrapolables a la
comunidad internacional. Que son tan solo una anomalía más de este perturbado
criterio político carpetovetónico. En el que tantos siempre son aliados de
quien intuyen enemigo de Estados Unidos. Y de Occidente.
¡Cuánto trauma,
cuánta fobia a la sociedad abierta! Igual que tenemos España llena de
fidelcastristas de izquierdas y derechas, han surgido los «putinistas». E igual
que intelectuales españoles maldecían a Solzhenitsin o Sájarov y aplaudían el
Gulag, igual que la izquierda española difamaba como fascista a Walesa e
insultaba a los polacos de Solidaridad por católicos y anticomunistas, ahora
todos los que no sabían ayer dónde estaba Ucrania, ya saben que los fascistas
han dado allí un golpe de Estado contra el impecable demócrata Yanukóvich. Y
que la invasión llegó por meras ansias protectoras.
Lo dicho, Putin no
puede contar con juicio tan amable fuera de España y lo sabe. Sabe que sus
toscas maneras estalinistas han asustado a los enemigos y enfervorizan a los
partidarios. Pero que tienen poco recorrido. Sabe que Crimea puede declararse
parte de Rusia. Y que eso tiene el mismo valor que si se proclama ruso don
Arturo Mas en Pedralbes. Sabe que nada, ni proclamaciones ni referéndum,
significa nada mientras su parlamento, es decir él, no proclame la anexión de
Crimea, de parte de Ucrania o de toda ella. Entonces sí será irreversible la
situación. Y la vida se complicará mucho para todo el mundo. Pero sobre todo
para Rusia.
Y en particular para él y su casta poderosa. Haga lo que
haga, Rusia sufrirá mucho en una Ucrania que en noviembre aun podía creer suya
entera en el seno de Eurasia. Y que ya ni la peor matanza hará sumisa.
EL ÉXITO DE LO TÓXICO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 07.03.14
La ética de la responsabilidad está proscrita por esa
jauría que criminaliza y difama todo lo que no obedezca a las consignas de la
secta izquierdista
«LAS fronteras matan» rezaba el lema del programa. Cuatro
conspicuos izquierdistas voceaban a la pantalla el pasado miércoles su airada
unanimidad contra el discrepante ausente. Al que no habían invitado a opinar.
No había allí nadie que defendiera algo tan obvio como la necesidad de las
fronteras y de protegerlas. De salvaguardar la legalidad, de la que esas
fronteras son parte incuestionable. Los cuatro unidos clamaron durante todo el
programa contra «el asesino» que a fin de cuentas es el Estado. Mejor aún, el
que ahora lo gobierna. Sobre la mesa, en primer plano, unas concertinas, una de
las armas del crimen. Las concertinas son los alambres con cuchillas. Para
mayor disuasión y eficacia como obstáculo. Están hechas para que nadie las
toque. Y nadie obliga a tocarlas. Son las concertinas que puso el Gobierno de
Zapatero nada más llegar a Moncloa. Pena que todos los presentes en el programa
de «las fronteras matan» no se preocuparan entonces nada por aquellos alambres
que ahora les indignan. El jefe del programa se dedicaba a enriquecerse gracias
a su amistad con el padre de las «alambradas asesinas». Oiga, pues entonces ni
una queja. Entonces, unos cargos políticos se dedicaban desde el poder a fundar
una televisión privada, la tele de los amigos del presidente del Gobierno,
ahora ya convertida en el escaparate de la jauría. Y emulada con éxito por
otras. ¡Ay, entonces! No se recuerdan lamentos de estos cuatro, cuando cinco
inmigrantes fueron abatidos a tiros en aquella frontera. Aquellos sí fueron
disparos, tiros, fuego real.
No lo han sido las pelotas de goma de los guardias civiles en
el trágico incidente en que se ahogaron quince jóvenes asaltantes. Pero desde
que sucedió, socialistas, comunistas y los programas que manejan en públicas y
privadas no dejan de hablar de los «inmigrantes tiroteados» y los «disparos
contra los inmigrantes». Al final, todos convencidos de que la Guardia Civil
disparó a matar. Ya saben, «la frontera mata». Quienes la defienden matan. El
mensaje tóxico cunde. La comisaria Mallström tiene a su lado una socialista
española que ya se ocupa de transmitirlo. Los demás Estados tienen a ciudadanos
suyos situados cerca de los órganos de decisión de la UE para defender sus
intereses. España los tiene para que saboteen los suyos. Así fue con el juez
López-Guerra en Estrasburgo. Y ahora con Ana Terrón del PSC a la vera de la
comisaria.
La culpa de los muertos es de todos los que no nos ponemos
bajo la bandera y el dictado de su bondad infinita. No explican cómo asumir el
inacabable flujo de inmigrantes africanos que seguiría a la inevitable
violación masiva de la frontera generada por la tolerancia publicitada. Ni cómo
se iban a defender los derechos y la seguridad ante el triunfo de la
inmigración ilegal y el colapso de la legalidad. ¿Para qué? El sentimiento
humanitario es inapelable. Porque excluye la razón. Porque la ética de la
responsabilidad ha sido abolida. Es más, porque está proscrita por esa jauría
que criminaliza y difama todo lo que no obedezca a sus consignas de la secta
izquierdista con manto humanitario. Ha conseguido hacer de España una perfecta
anomalía política, en la que la izquierda renuncia ya por completo a la defensa
de la legalidad y poderes mediáticos hacen negocio con el permanente desafío a
la legalidad. Aplicando al debate y la propaganda política los mecanismos de la
basura sentimental televisiva clásica. Tienen éxito en este país tan escaso en
coraje cívico. Intimidan a diestra y siniestra. Nadie quiere problemas con
gentuza sin escrúpulo alguno. Que blande, procaz y soberbia, su gran arma
tóxica de un programa de televisión diario.
SE HA ROTO LA BARAJA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 04.03.14
Nadie fue a la guerra por los Sudetes. Nadie irá a la guerra
por Crimea. Pero Ucrania oriental será distinta. Rusia puede enfangarse para
siempre
UN estado muy joven con frontera con uno muy poderoso; una
política que genera profundo disgusto al gran vecino; una minoría étnica de la
nación dominante en el vecino grandullón. Son los tres elementos perfectos en
Europa para pretender cambiar un mapa. Con el pretexto de que, una vez hecho,
todos volverán a vivir en perfecta armonía. Con esos tres argumentos bastó en
1938 para convertir Checoslovaquia en una molestia insoportable para Alemania.
Todos se pusieron de acuerdo en violar la ley internacional y amputar al nuevo
Estado. La anexión de los Sudetes a Alemania se convirtió en la opción más
lógica para que pudiera «proteger» a la minoría alemana en los Sudetes. La
alternativa era la guerra. Con este argumento todo fue fácil. La mejor
solución, los Sudetes alemanes. ¡Había tantas razones! Históricamente habían
sido siempre parte de un imperio de hegemonía alemana, el austriaco, con su
vieja metrópolis Viena integrada en el nuevo Reich alemán desde hacía seis
meses con el «Anschluss». Con una población alemana toda ella deseosa de
integrarse en Alemania. ¡Quién iba a negarse a la voluntad de integración tan
claramente expresada de este pueblo de Crimea, perdón, de los Sudetes,
sólidamente apoyado por todo el poder militar de la vecina y deseada madre patria!
Todos se convencieron de que aquella solución que despedazaba a la joven
Checoslovaquia no era ilegal, ni miserable, ni cobarde ni fruto de un chantaje.
Sino una gran oportunidad para la paz y para aliviar a Alemania de una
insufrible afrenta. Y se convencieron de que solo harían trampas en esa ocasión
y después todos retornarían al escrupuloso respeto de las convenciones
internacionales. No sabían aún que habían roto la baraja. A los checoslovacos
no se les consultó. Por si acaso ponían pegas. Así, en la noche del 30 se
septiembre de 1938 se reunieron en Múnich el francés Edouard Daladier y el
británico Arthur Neville Chamberlain con el alemán Adolfo Hitler y el italiano
Benito Mussolini, y firmaron aquel acuerdo. Según dijo Chamberlain al aterrizar
en Londres horas después, disipaba el peligro de guerra al menos para una
generación. Once meses justos duraría aquella paz tan engañosa, comprada a
cambio de la dignidad e integridad moral de las democracias y territorial de
Checoslovaquia, tan joven entonces como hoy la Ucrania independiente.
Ya sé, señores, que Vladímir Putin no es Adolfo Hitler. Pero
Putin ha dado el paso. Ha invadido un país vecino con exactamente los mismos
pretextos que tuvo Hitler para anexionarse los Sudetes. Y con el mismo
desprecio hacia las fronteras internacionales que tuvieron Hitler y Stalin al
merendarse juntos Polonia en 1939. Cada uno pensará lo que quiera de las luchas
internas en Ucrania y de la legalidad remanente, pero los muertos habidos no
eran en su mayoría precisamente partidarios ni de Putin ni de su aliado
Yanukóvich. El intento de secuestro de Ucrania por una fantasmal Eurasia de
Putin fue detonante. Y los pogromos ha habido que inventarlos en una campaña de
propaganda tóxica, lanzada por Moscú y el aparato del régimen caído, que está
elevando la retórica de agitación prebélica a cotas de difícil retorno. Nadie
fue a la guerra por los Sudetes. Nadie irá a la guerra por Crimea. Pero Ucrania
oriental será distinta. Rusia puede enfangarse para siempre. Y nadie sabe en qué
convertirá esta aventura al régimen de Putin. En nada mejor, desde luego.
Cierto es que ha muerto la Europa de la legalidad de la CSCE surgida de
Helsinki en 1975. Claro está que se ha roto la baraja. Hasta que haya una nueva
habremos de acostumbrarnos a que corremos peligro.
PRINCIPIO O FIN DE LA PESADILLA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 01.03.14
Moscú vuelve a plantear el uso militar en una lucha
territorial
Rusia ha
invadido Ucrania. Hay pocas dudas de que los comandos especiales que
aterrizaron ayer en Crimea, en el aeropuerto de Simferópol previamente tomado
militarmente por milicias prorrusas, son tropas del ejército de Rusia. Y es
lógico suponer que otros centros estratégicos en esta región de mayoría étnica
rusa, estén también bajo control militar de Moscú. Un cuarto de siglo después
del hundimiento del Imperio Soviético y de la URSS, Moscú vuelve a plantearse
el uso militar en una lucha territorial, no para asegurar su frontera sino para
impedir que Occidente se acerque a la misma. Unos dicen que es el último
coletazo del imperialismo ruso. Otros que es el comienzo de una nueva aventura
imperial. El foco de crisis del momento es Crimea. Pero Ucrania no es Georgia.
Lo que está en juego es la paz en la región y la estabilidad en toda Europa.
Tropas rusas llegaron ayer a Simferópol en aviones militares. Este hecho es,
sin duda, gravísimo. Pero paradójicamente, no el peligro más acuciante e
inmediato para la frágil paz. A no ser que le sigan más tropas rusas cruzando
la
frontera. El Gobierno
ucraniano tiene abiertos mil frentes. Y los errores, los más nimios y los más
graves, son todos posibles y potencialmente desastrosos. Lo cierto es que las
tropas bajo mando directo de Rusia que pueda haber en territorio ucraniano no
son hoy el mayor peligro para la situación interna. Al menos mientras desde
Moscú se mantenga la postura oficial de que no hay voluntad de injerencia en
los asuntos internos de Ucrania.
Más peligro suponen
las milicias y sectores civiles de los rusos de Crimea dispuestos a la lucha
sin compromiso contra el nuevo Gobierno. Por puro miedo. Si uno cree el
torrente de mentiras de la propaganda rusa de estos días, no hay otra opción
para sobrevivir en Ucrania que derribar a ese grupo de delincuentes usurpadores
filonazis que han tomado el Gobierno con ayuda occidental. La tensión no hará
sino aumentar tras la conferencia de prensa de Yanukóvich en Rusia, en la que
declaró la guerra al Gobierno ucraniano y anunció que luchará por su cargo de
presidente ucraniano.
Prioridad ahora es
evitar que un incidente pueda acabar en catástrofe. Pero también que las dos
partes civiles reciban algo de información que no sea la de los sectores más partidarios
del enfrentamiento. Yanukóvich ha dejado claro que no se siente atado a los
compromisos adoptados hace una semana en Kiev en presencia de los mediadores
europeos. Ha acusado a estos de haberle engañado y da por hecho que se entra en
una fase de enfrentamiento directo por el poder. Y parece dar por hecho que
cuenta para ello con el apoyo de Putin. Eso no está claro ni mucho menos. Putin
ha movilizado sus tropas en las regiones limítrofes con Ucrania. Pero no
reconoce presencia militar propia en territorio ucraniano. Y son Europa y
EE.UU. los que tienen que convencer a Putin de que hay otras salidas. Y que una
aventura en esa dirección es tan dolorosa y costosa que ni Rusia puede
asimilarla.