MEMORIA DEL CATACLISMO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 31.12.13
La guerra acabó generando el caos y la disolución en las
retaguardias y no sólo de los perdedores
MUCHO leeremos en este año 2014 que mañana comienza sobre la
Gran Guerra de cuyo estallido se cumple el centenario en verano. En toda Europa
aunque España quede ahora como entonces algo al margen está ya en marcha una
auténtica avalancha editorial que se prolongará durante todo el año. Con nuevos
libros sobre la guerra y sus efectos, algunos excelentes. Y también llega ya la
reedición de los títulos de la grandísima literatura que se hizo con el que
acontecimiento más traumático y de mayores, más profundas y terribles
consecuencias en el mundo habido hasta entonces. Desde «Sin novedad en el
frente», de Erich Maria Remarque, hasta «Educación hasta Verdún», de Arnold
Zweig, de las «Tormentas de acero», de Ernst Jünger, al Karl Kraus de «Los
últimos días de la humanidad» o «Agosto», de Alexander Soljenitsin, es
interminable la lista de obras importantes inspiradas por esta tragedia
universal. Es probable que hasta después de la Segunda Guerra Mundial no se
escribiera nada que no tuviera la Primera como tema de una u otra forma. No
pocos vemos el siglo XX como una gran guerra civil europea que comenzó en 1914,
se prolongó hasta 1945 y se congeló en «guerra fría» hasta 1989. Comenzó
anegando los campos de Flandes en sangre y llevó tres décadas después a la cima
de su monstruosa escalada de deshumanización con los hornos crematorios. La
Gran Guerra fue el gran cataclismo de la civilización occidental.
Su detonante, el 28 de junio, los disparos letales en
Sarajevo de un nacionalista serbio contra el heredero del trono imperial de
Austria-Hungría, se convirtió rápidamente en una nimiedad olvidada, causa
inverosímil ante las dimensiones pronto adquiridas por aquel espanto. Se habría
de prolongar cuatro años y acabaría con imperios e ideas, lealtades y
obediencias, jerarquías de valores, creencias y formas de vida. Supuso, más
allá de una inmensa carnicería continuada, una brutal quiebra moral y cultural.
El horror fue general. Desde los barrizales del Somme a las increíbles
trincheras alpinas, desde los bosques la Bukovina al interminable frente ruso o
la implacable guerra naval. Pero como símbolo quedó Flandes, el terrible cuadro
de Otto Dix. Es el horror de las trincheras inundadas, de los cadáveres de
soldados y caballos pudriéndose confundidos en el barro sanguinolento,
gelatinoso, cubierto por manadas de ratas que a su vez servían de caza y
alimento de unos humanos que, cual fantasmas sin esperanza ni moral, subsistían
como alimañas en aquellos laberintos de túneles pestilentes. De aquellos
abismos de la experiencia humana surgió gran literatura, sin duda. Pero ante
todo brotó odio y descreimiento. Odio al poder y al Estado personificados en
aquellos generales que orquestaban las reiteradas matanzas y la permanente
agonía. En aquella absurda parálisis de la guerra de trincheras del morir por
cinco palmos de paisaje lunar, de troncos calcinados y sin una brizna de
hierba. En aquellos barros se disolvieron las jerarquías y el respeto al orden
tradicional, así como la fe y la esperanza de millones de jóvenes.
La guerra acabó generando el caos y la disolución en las
retaguardias y no sólo de los perdedores. La falsa paz con sus artificios de
fronteras e imposiciones solo incubó más violencia. Los veteranos, que habían
partido al frente entre cánticos patrióticos, volvieron para hacer caer sus
reinos. Se multiplicaron los nacionalismos fanáticos y surgieron las ideologías
redentoras y criminales que habrían de cautivar a las masas. Pero la escalada
hacia la abolición de la piedad que llevaría a Auschwitz y el Gulag no la dirigirían
los veteranos. Sino los niños de la guerra, educados durante la contienda sin
más biografía propia que el mensaje bélico. Las auténticas camadas del odio.
LETANÍA POR SREBRENICA
Por HERMANN TERTSCH
El País, 15.07.03
Hace muchos años, cuando la ONU no existía y la Liga de las
Naciones era ya difunta, cuando la inmensa mayoría de los que hoy viven no
estaban a este lado del espejo, cuenta el poeta checo Jaroslav Seifert, premio
Nobel de Literatura, en unas de las más conmovedoras memorias jamás escritas -Toda la belleza del mundo-,
su visión de lo que supuso la ocupación de Praga por los nazis y especialmente
la represión alemana tras el atentado que costó la vida, el 27 de mayo de 1942,
a Reinhardt Heydrich. "Nos parecía que los manantiales se habían vuelto
amargos y que los pozos habían perdido ese maravilloso sabor de sus aguas.
Hasta el canto de los pájaros se nos antojaba más vacilante. Quizás ni lo
oíamos. Detrás de la oscura ventana quedaba acurrucada la vida". Días
después de la muerte del asesino supremo en el Protectorado y gran líder
carismático en las SS de Heinrich Himler, el joven Seifert y unos amigos oyeron
por la radio una larga lista de ya ejecutados. Uno de los primeros era su amigo
Vladislav Vancura. Era una ejecución muy calculada. Con él mataban
simbólicamente a una generación de brillantes intelectuales, condenaban un
talante y dejaban claro el propio. Cuenta el gran poeta que Vancura comenzó a
aparecérsele en sueños. "Veía los gestos familiares de sus manos, pero
cuando quería dirigirme a él, se marchaba hacia su oscuridad".
El sábado se celebró en una
gran campa de Bosnia el entierro de más de tres centenares de Vancuras que,
como todos los demás ocho mil ejecutados en Srebrenica en 1995, nos debieran
venir constantemente a visitar a los europeos. La mayor parte de aquellos
ejecutados aún están en fosas comunes o en bolsas sin identificar. Dice
Seifert, recordando a Vancura: "No soy muy riguroso cuando digo que los
muertos vienen a nosotros. No es así. Eso es un engaño que nos hacemos porque
en realidad somos nosotros los que vamos hacia ellos. Cada día estamos más
cerca. Un día engrosaremos sus filas y entraremos en los sueños de quienes
dejamos atrás". Cierto, sin duda. Pero el acto de visitar a los muertos
por mucho que ellos nos visiten es en sí una ceremonia que da vida a los vivos,
dignifica a los que están y enaltece a los que se fueron. Por eso, miles de viudas
y huérfanos se reunieron en aquella campa el pasado sábado a rezar, pero
también a recordar y recordarnos a todos los demás lo que allí pasó y por qué
pasó. Un acto de purificación para todos y una ceremonia de la advertencia para
todos aquellos que desde el relativismo moral y político creen poder sobrevivir
dejando al prójimo a los pies de los caballos de odio y metal.
Niños, hombres y ancianos
-recuerden, ocho mil- murieron a manos del ejército serbio en la mayor matanza
en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que Europa no hizo nada
por evitarlo porque era incapaz de hacerlo como lo sería hoy en similar
situación. Y esa organización tan coqueta y bondadosa que son las Naciones
Unidas y que según algunos debe ser el único garante de nuestra seguridad,
presente con tropas holandesas en Srebrenica, a la que había declarado
"ciudad segura", fue la que entregó ocho mil ejecutables al carnicero
vestido de militar que era el general Ratko Mladic y que sigue tan suelto, de
momento, como Bin Laden, Sadam Husein y José Ternera. Hace ocho años que
murieron los ahora enterrados, pero por fin sabemos quiénes eran. El sábado
fueron a visitarlos los vivos al escenario de su muerte.
Cuenta, en otras memorias
memorables, Milovan Djilas, partisano, político, disidente y siempre hombre
valiente y libre, cómo los ustachas croatas mataban en Foca en el verano de
1941 a los hijos de las familias serbias importantes de la ciudad. Y cómo los
chetniks serbios mataban a los musulmanes doblados sobre tinajas para llenarlas
de sangre. "Después tiraban a los musulmanes encadenados y flotaban juntos
río abajo", recordaba Djilas. Y en Macedonia se ejecutaba a los
prisioneros cociéndolos en barriles de acero hasta que se sacaban los
esqueletos limpios de carne. Eso también es Europa. En 1941. También más tarde.
A punto de entrar en el nuevo milenio, volvíamos a lo mismo. Mladic alineaba a
los musulmanes en el puente sobre el Drina en Foca, los ejecutaba con un solo
tiro y los volcaban sus soldados con un mero empujón al río. Por el Drina y por
el Una flotaban en los años noventa los cadáveres como cuando Djilas luchaba en
Yugoslavia y Vancura moría en Praga y hacía sufrir a Seifert para que le
brotara poesía.
Pero los europeos, nosotros,
tan elegantes y sofisticados, tan sensibles ante todo, seguíamos mirando a
aquello que pasaba en Bosnia, que somos nosotros, con la exquisita displicencia
que nos da ese señorío que nos otorgamos, vayan ustedes a saber por qué. Y
llegó la caída de Srebrenica, una ciudad cercana a Foca en Bosnia oriental,
aislada durante meses, asediada por los serbios y supuesto enclave protegido
por la ONU, esa supuesta solución beatífica a todos los problemas de seguridad
del mundo. Entonces, como somos todos muy pacifistas, las fuerzas holandesas
con mandato de defender a la población civil de Srebrenica, no desenfundaron ni
una pistola. Ni siquiera elevaron la voz ante aquellos bárbaros triunfantes que
creían en lo que hacían. No fuera el general Mladic a hacerlos a todos rehenes,
dado lo poco impresionable que siempre se había mostrado cuando los europeos o
el Consejo de Seguridad le regañaban a él o a su jefe Slobodan Milosevic. No
estamos para líos. Mientras, en Europa, las plañideras eran otras, esos
intelectuales que decían que las críticas a Milosevic por su supuesto trato
rudo a los bosnios se debían a que era un líder de izquierdas.
El Ejército serbio comenzó
entonces a coger prisioneros a todos aquellos varones que tuvieran vello en los
genitales. Suele pasar a partir de los catorce. Con mala suerte, antes. Y se
llevaron a ocho mil y trajeron excavadoras y se pusieron a disparar y a
enterrar a aquellos europeos en fosas. Durante días. Las mujeres partían de
allí por el monte en una procesión interminable, camino hacia Tuzla y Sarajevo,
con su también incesante letanía en los labios que eran llantos y rezos
entrenzados con la queja y la incomprensión gimiente ante tanta crueldad, tanto
odio y también, o sobre todo, tanta cobardía de aquellos que sistemáticamente
lanzan al mundo sus proclamaciones de superioridad moral.
Nuestro superhéroe europeo
Jacques Chirac se enfadaba ya entonces mucho, después, cuando todos eran ya
conscientes de que los musulmanes con vello en la entrepierna jamás retornarían
de ese viaje con Mladic, que era un viaje hacia la muerte para ellos y uno
hacia la miseria e impotencia para tantos otros. Y proclamaba estar indignado
porque hay cosas que en Europa no se hacen. Recordó a Múnich. Al acuerdo de
Chamberlain y Daladier con Hitler en 1938. Pero no sabía que iba a ser prueba viva
de que si Múnich para el Reino Unido fue la excepción lamentable, para Francia
es la regla luctuosa. Si hubiera escuchado bien, tanto entonces como el pasado
sábado, habría oído en la letanía de las viudas y los huérfanos las
imprecaciones de quienes sabían y saben que se dio protección y cobertura
efectiva a los asesinos de Srebrenica por impotencia, por comodidad, por pereza
mental y, es triste, por la miseria intelectual a la hora de evaluar lo que se
podía ganar y perder en la defensa de unos principios que, tras Auschwitz,
muchos creíamos que habían sido declarados intocables por las democracias
europeas.
Gracias a la Alianza
Atlántica, no hemos tenido más Srebrenicas entre el Adriático y el Cáucaso
desde entonces. Se intervino por decisión de Washington. Era la menos mala de
las opciones. Y se intervino años después en Kosovo cuando las pequeñas
Srebrenicas se multiplicaban tanto como la percepción de una insufrible
impotencia europea ante la hemorragia generada por el fascismo etnicista del
Belgrado de Milosevic. La letanía de Srebrenica tiene por ello un mensaje claro
aparte del llamamiento al llanto de todos por el dolor habido y no evitado, por
todos esos Vancuras de todas las edades que dejamos morir por desidia y que el
poeta Seifert llora después de muerto. Si no logramos pensar por fuera de
nuestra cotidianeidad glotona y cómoda sin historia ni memoria, sin duda
morirán antes otros para visitarnos y gesticular en nuestros sueños. Si no
logramos creer lo suficiente en nuestra identidad como seres libres y
sociedades abiertas, seremos incapaces de frenar a quienes saben muy bien ser
enemigos con causa, y si nadie entre nosotros, ciudadanos libres en la sociedad
humana más próspera y piadosa jamás habida, es capaz y está dispuesto a
sacrificarse por ella, es probable que hayamos definitivamente perdido el
derecho a vivir en ella. Desde los bosques bosnios de Srebrenica seguirá
llegando mientras vivamos su letanía de amargura y advertencia contra los
horrores de guerra y el crimen, pero también de la destrucción de la autoestima
y de la quiebra de la dignidad.
LA MISERIA RECURRENTE DE AQUEL SOFÁ VIENÉS
Por HERMANN TERTSCH
El País Martes, 08.03.05
Un brillante diplomático austriaco de entreguerras, excelso
premio en su promoción del Theresianum de Viena, humanista cultísimo, contaba
hace ya muchos años que décadas antes, allá por 1938, se había dado cuenta de
su terrible corresponsabilidad en el acceso al poder de la peste parda nazi
cuando vio a unos personajillos, que en circunstancias normales no habrían sido
sino pequeños delincuentes, entrar en la casa patricia de un gran hombre de
letras y espíritu, no lejos de la Ringstrasse. Con sus uniformes de la SA, se
bebieron los licores de la casa, sacaron con desprecio innumerables libros de
las bellas estanterías, los tiraron y pisotearon sobre las alfombras y
plantaron sus botas sobre los magníficos tapices de los sofás, exclamando todos
más o menos al unísono algo así como que "por fin hemos llegado a pisarles
la seda a los señores". Sebastian Haffner y Viktor Klemperer son dos
testigos de excepción de esta conducta social de la jactancia totalitaria
perfectamente explicable que convierte al delincuente triunfador en amo de
joyas que no conoce ni aprecia y que sólo identifica para despreciarlas desde
la soberbia ignorante. El triunfador, con sus deseos claros y el sentido de
poder implacable, arrasa al dueño inane, lector dubitativo y hombre de cultura
que, perplejo ante la rotundidad de estas manifestaciones violentas de la vida
y ante la gloriosa falta de matices de los avasalladores, no hace sino pedir
perdón. El portero, que había abierto la puerta a la banda de nazis
uniformados, gesticulaba junto a la puerta intentando transmitir a los
atropellados en su propio hogar que desaprobaba conductas tan bárbaras que el
acababa de permitir. El portero es, ya lo sabemos, el chivato y el mediador.
Pero el diplomático no era inocente porque había dejado que la basura cuajara.
Los ciclos históricos son un misterio que no se anuncia y
cuando nos creemos que hemos dado el salto al respeto general entre los
individuos, de repente, entra el portero con cara atribulada y nos mete en casa
a la banda de camisas pardas. Nos está pasando y lo cierto es que no lo estamos
viendo, al menos con la claridad que haría posible el movimiento reflejo. Pilar
Bonet nos lo contaba ayer desde Turín, donde coincidió con ese viejo
inteligentísimo que es Alexandr Yakovlev. "El pasado continúa
aterrorizando nuestra vida hoy", dice el anciano zorro, una de esas
grandes excepciones en la selección negativa del régimen soviético que no hacía
sino dar poder a los más mediocres y a los que menos escrúpulos tuvieran.
Yakovlev, un hombre que ha hecho historia y fue coautor con el mucho más gris
Mijail Gorbachov de la dinamitación de las dictaduras soviéticas. Sabe muy bien
lo que sucede en Rusia y en todos los países en los que la oposición puede ser
liquidada, criminalizada o marginada con ese terrible mecanismo del pensamiento
débil que tiene, paradójicamente, una vocación totalitaria y un inmenso éxito
de consumo rápido.
En Rusia, no sólo allí, existe hoy una mayoría social
perfectamente moldeable para una política como la de Vladímir Putin, que usa la
palanca de la opinión pública cautiva contra toda minoría que disienta. El que
no muestre de forma fehaciente su docilidad y lealtad al pensamiento nacional o
general es tachado de fascista, checheno o corrupto y queda laminado para
cualquier aspiración política o proyección social. Como si de encuentros
monstruosos con el poder de Mijail Bulgakov u Ossip Mandelstam se tratara, pero
con la totalidad sofisticada que el mundo mediático actual garantiza, aquellos
que disienten son literalmente fumigados con la liquidación de su honor, su
prestigio social, su hacienda y sus esperanzas. Siempre, insisto, con la
benevolencia o el aplauso de unas mayorías sociales que saben muy bien que, al
no haber alternativa ni opción distinta posible, su desafío al poder solo puede
tener consecuencias nefastas, sociales, económicas y vitales. Y la historia
sirve ante todo como ese perfecto generador del rencor necesario para que la
mayoría social se sienta reconfortada en una revancha contra las minorías que
disienten y que el poder identifica. Es la miseria del sofá de Viena que nos
acompañó el pasado siglo y que ahora retorna implacable, el resentimiento.
ERDOGAN EN APUROS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 28.12.13
Nadie quiere inestabilidad política en un aliado de la OTAN,
vecino de Siria e Irán. Pero los momentos de inestabilidad no se eligen
El Ejército está muy
desactivado, pero aún existe. Y también
están los «gulenistas»
Un golpe de la Policía contra miembros de la propia elite
gobernante puede ser una prueba del buen funcionamiento de un Estado en la
lucha contra la corrupción. Como mensaje claro de que todo ciudadano, por alta
e influyente que sea su posición o cargo, está sometido al dictado de la ley.
También puede ser un caso de lucha por el poder en la cúpula de un Estado. Se
vio hace poco en Corea del Norte.
En el caso que sacude estos días los cimientos del poder en
Turquía todo sucede a un tiempo. Una parte del aparato del Estado se ha
atrevido a atacar a la cúpula del poder político bajo el primer ministro Recep
Tayyip Erdogan. Las protestas en Estambul por la especulación urbanística hace
un año fue el primer movimiento contra un Erdogan que gobierna desde 2003 y ha
sido todopoderoso e incuestionable. Son ya muchos los turcos que creen llegado
el momento de frenar a un Erdogan erigido en caudillo de un país cada vez menos
libre. Erdogan ha llegado a creer, dicen, que como Kemal Ataturk, él seria
identificado con la patria y moriría en el poder. No será así. Quienes han
decidido pasar a la acción con la operación policial del día 17 de diciembre
que desencadenó toda la crisis sabían que declaraban la guerra a Erdogan y su
gente.
El ataque se ha realizado por un frente débil del AKP y muy
obvio desde hace años: la rampante corrupción del entorno del Gobierno. A los
hijos de los tres ministros que fueron los primeros en dimitir les
intervinieron en sus casas dinero en efectivo suficiente para empapelar muchas
de las urbanizaciones que promueven y construyen gracias al tráfico de
influencias, abuso de poder, cohecho y una decena de delitos más de los que
ahora deberán responder. El tercer ministro en dimitir en horas, el de
infraestructuras, pidió a Erdogan que hiciera lo mismo. Éste no le ha hecho
caso, obviamente. Pero sí ha tenido que sustituir a 10 de sus 25 ministros en
un desesperado intento de lavado de cara gubernamental que no parece haberle
funcionado.
Las manifestaciones continúan. Y la dimisión ayer de tres diputados
del AKP revela que también en su partido se le pierde el miedo al primer
ministro. Ya no son solo la juventud de Estambul y Ankara, las elites urbanas
laicas y los kemalistas de izquierdas o derechas los que ven en el AKP, pero
especialmente en Erdogan, la amenaza para la democracia, pero también para sus
esfuerzos de no perder sus vínculos europeos y occidentales.
El Ejército turco, otrora todopoderoso guardián de las
esencias laicas de Kemal Ataturk, está muy desactivado gracias a la persecución
de sus generales y oficiales acusados de golpismo por Erdogan. Pero existe. Y
también están los «gulenistas», seguidores de Fethula Gulen, un predicador en
el exilio, ex aliado del AKP. Son muchos los enemigos de Erdogan y algunos han
pasado a la ofensiva. Los síntomas de debilidad económica ayudan. Todo ello en
un momento en el que nadie quiere inestabilidad política en un aliado de la
OTAN, vecino de Iran y Siria. Pero los momentos de inestabilidad no se eligen.
LA RECONCILIACIÓN DEL MUNDO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 27.12.13
Es muy probable que ese niño aun viva. Quién sabe si
recuerda el rostro del que le regaló los zapatos y de quien hizo la foto,
quizás el mismo
ES una imagen que, sin saberse, se guarda muy dentro de la
baqueteada maleta del recuerdo. Con estuche, como se guarda un broche o
diadema. Se nota con gusto que es así cuando se evoca. Que sale del mejor
rincón. De donde guardamos las joyas de la memoria. Las imágenes que al menos
creemos indelebles. La del rostro de la madre. Las de momentos en que fuimos
felices. Ver la fotografía alborozo. Recordarla produce ternura. No sé ya
siquiera de dónde la saqué. Dónde la encontré de excursión por el espacio virtual.
Solo sé y tampoco sé por qué que es una fotografía en blanco y negro tomada en
la primavera de 1945 en las cercanías de Salzburgo. La vi, me impresionó y la
guardé. No solo en el ordenador. Porque la recuerdo mucho desde que la
encontré. En cualquier momento. Cuando pienso en la alegría de unos amigos o en
la gratitud de alguien. O en la ingratitud, en abstracto o no. En la guerra o
en el hambre, en Weimar o el general Patton, en mis sobrinos, en Putin y
Jodorkovski, en Roma o la Piedad de Miguel Angel, la guerra en Siria o las
víctimas de las inundaciones en Brasil. Ahí está la imagen de ese niño que ríe,
llora y reza a un tiempo por su suerte. Muestra a un niño sentado en el más
bajo de cuatro escalones de piedra. Viste un jersey oscuro de lana gorda, una
chaqueta negra de fieltro tradicional en esta región austriaca, un viejo
pantalón corto, unas medias de lana a medio caer y unos zapatos viejos,
desgastados y sin tacón, con sendos rotos en las punteras, atados a duras penas
con varios trozos de cordón raído. El corazón de la fotografía se halla justo
encima de las blancas rodillas desnudas. A la altura del pecho, dos manitas
sujetan dos flamantes zapatos nuevos. Y los aprieta contra el pecho. Como
queriendo guardárselos dentro. Y la cara, alzada al cielo, en gratitud
infinita. Con una sonrisa de placer y los ojos cerrados, para concentrarse y
retener mejor el instante.
Tiene siete u ocho años, luego solo conoce la guerra.
Tendría un año cuando Austria pasó a ser Imperio alemán en marzo de 1938. En Salzburgo
las tropas de anexión fueron recibidos con vítores de entusiasmo. Seguro que
también por los padres del niño. Tras seis años de destrucción, los Alpes, al
sur de Salzburgo, serían con Berlín los últimos metros cuadrados en desaparecer
de ese III Reich que iba a ser inmenso y eterno. Llegaron los americanos. Los
zapatos que estruja al pecho el niño son los tradicionales de la región, con
los cordones ladeados. Haferlschuhe se llaman. Sería raro que fueran regalo de
las tropas ocupantes. A no ser que los hubieran encontrado en alguna zapatería
bombardeada. Ellos distribuían al derrotado enemigo civil chocolate, chicles y
cigarrillos. No esos zapatos austriacos duros y bien cosidos, quizás un poco
grandes, con magníficos cordones de cuero que le caen al feliz pequeño
propietario por la muñeca. Es muy probable que ese niño aun viva. Que sea un
viejo austriaco de 75 años. Quién sabe si recuerda el rostro del que le regaló
los zapatos y de quien hizo la foto, quizás el mismo. Del enviado que le trajo
aquel regalo navideño en primavera tras años de miedo y violencia. El regalo a
un niño, un gesto de reconciliación con la humanidad. Quizás no recuerde el
rostro, pero seguro que sí la explosión de felicidad propia en el pecho y la
gratitud al acto de bondad entre los hombres, a Dios y al mundo entero.

HOMBRE DURO VENERADO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 24.12.13
Con Helmut Schmidt llegó un hombre sobrio y seco, arrogante
decían sus adversarios también en su partido. Pero fue providencial
NO gobernó tanto tiempo como Konrad Adenauer ni como Helmut
Kohl. No inspiró a una generación ni a los poetas como Willy Brandt. Y hace
tanto tiempo que gobernó que dos generaciones no lo recuerdan en activo. No
tenía carisma, nunca quiso ser simpático ni en campaña electoral. Y, sin
embargo, hoy es en toda encuesta el hombre más respetado y admirado de
Alemania, por delante del Papa y de Ángela Merkel y de todas las instancias
morales, intelectuales y políticas que queramos recitar. Es Helmut Schmidt. El hombre duro
venerado. Excanciller desde hace la friolera de 32 años. Cumplió ayer 95 años.
Con su presencia de ánimo, su lucidez cortante como un diamante, su abrumadora
capacidad de análisis, su hiriente altivez hanseática y su eterno cigarrillo.
Replicar a Schmidt era un serio problema cuando estaba en la política activa,
porque era un interlocutor con todos los datos y alguno más en la cabeza.
Replicarle hoy es algo que no se le ocurre a nadie. Por una «auctoritas» que
cimenta hasta sus conocidas fobias y su no excesiva consideración por los
políticos alemanes de la actualidad. Y es el único alemán que aun fuma allá
donde quiere. Su trayectoria era antipática para el votante de la izquierda por
socialdemócrata que fuera. Había sido ministro del Interior en el Senado de la
ciudad hanseática Estado de Hamburgo, ministro de Defensa, ministro de Hacienda
y Economía. No eran esas ni mucho menos las características ideales para
sustituir a un Willy Brandt, carismático, sentimental, simpático arrollador,
adulador y jovial, dicharachero, disfrutón y mujeriego. Brandt era ya leyenda
cuando aun no había tenido que dimitir en 1974, arrollado por el escándalo del
espionaje que estalló al saberse que la Stasi de la RDA, con su temido
departamento de investigación exterior HVA, dirigido por Markus Wolf, había
captado hacía muchos años a su secretario personal Günther Guillaume. Aquello
había sido una cruel paradoja. Porque había sido Brandt quien inició la
apertura hacia el este, la nueva «Ostpolitik». Pero Brandt había cambiado
además el signo de la política alemana. Había llenado de alegría y nuevas
iniciativas, muchos decían que de frivolidad, aquella cancillería, después de
los años de rigor y pulcritud, pero ante todo de expansión económica con mucha
cautela conservadora política bajo Konrad Adenauer y sucesores. Con Helmut
Schmidt llegó un hombre sobrio y seco, arrogante decían sus adversarios también
en su partido. Pero fue providencial. Y fue clave para la evolución de Alemania
y Europa hacia la unidad y libertad.
Habría de dirigir la RFA con la misma energía que le hizo
famoso en las terribles inundaciones del Mar del Norte que devastaron la región
de Hamburgo. En los momentos clave, frente al terrorismo de la Baader Meinhof y
frente a la Unión Soviética, Schmidt resistió y ganó. Nunca cedió ante la RAF
aunque costara la vida al presidente de la patronal y a otros. Y acabó con el
terrorismo. Profundo atlantista, con la doble decisión de la OTAN para el
despliegue de euromisiles aguantó toda la presión de la URSS, del este, la
izquierda de su partido y del pacifismo, ansioso por rendirse a la amenaza
soviética. Fue su firmeza en Alemania la que quebró la URSS y a sus satélites
en aquellos años. Cuando los liberales cambiaron la mayoría y tuvo que irse, el
Pacto de Varsovia ya se resquebrajaba. Fue el Churchill de Alemania en un
momento clave en que el enemigo interno y el externo querían quebrar la
voluntad democrática y la vocación occidental. Por eso los alemanes, aunque
muchos ya no sean conscientes, saben que le deben gratitud a Helmut Schmidt.
Los demás europeos también se la deben.
EL TESORO DE CORNELIUS GURLITT
Por HERMANN TERTSCH
ABC Lunes, 23.12.13
«Cornelius Gurlitt, el insignificante guardián del tesoro,
se siente el ser más desgraciado del mundo. Y es un hecho que ni la más
diminuta de las injusticias deja de serlo por inmensa y tenebrosa que sea la
sombra de la más monstruosa imaginable»
LA noticia se extendió por
todo el mundo, copó portadas, abrió informativos y protagonizó debates y
comentarios televisivos. Y la historia lo merece. Tiene todos los elementos de
misterio y fascinación, poder, lujo, arte, dinero y dolor para un premio
Pulitzer, para un bestseller de novela, para guión propio de un Oscar. En
Múnich, en la vivienda de un anciano, se había encontrado un inmenso tesoro. Un
tesoro nazi, se dijo. No, un tesoro judío, se anunció después. Ni lo uno ni lo
otro y ambas cosas a la vez. Cierto era el tesoro en sí, el hallazgo de un
inmenso depósito de obras de arte escondido desde la II Guerra Mundial. De
incalculable valor. Con joyas de la pintura de los grandes genios del siglo XX,
de Chagall a Matisse, de Picasso a Beckmann, de Klee a Kokoschka, de
Toulouse-Lautrec a Schiele. Hay cuadros desaparecidos que se creían destruidos
en la guerra. Y obras desconocidas de muchos grandísimos autores. Más de 1.300
cuadros. Descubiertos por la Policía judicial bávara en un registro
domiciliario, iniciado por motivos fiscales, de un discreto piso del bonito
barrio burgués de Schwabing en la capital bávara. Una sensación.
La prensa mundial se convirtió, no podía ser de otra forma,
en una gran olla de información especuladora. Con pocos casos de rigor, muchos
fueron temeridad periodística cuando no pura ficción narrativa. Es sabida la
mala literatura que siempre se hizo en torno al nazismo. Pero con esta
mitología improvisada de «todo a cien», volvió también a la actualidad la
historia. La más tenebrosa. Se publicaron de nuevo fotografías de Hitler de
visita en museos durante aquella operación de purga de lo que el nazismo llamó
«arte degenerado». Fue en 1937. El Führer hizo desaparecer de todos los museos
alemanes las obras de artistas judíos y las que tuvieran temática o motivos
judíos o contrarios a los ideales estéticos del Tercer Reich. Volvieron a verse
imágenes de los grandes depredadores nazis de arte. Allí estaban Hermann
Göring, Heinrich Himmler o Martin Borman, dirigentes que atesoraron inmensas colecciones
de arte robadas, botín primero de Alemania, después de todos los países
ocupados por la Wehrmacht.
Todavía es capaz la historia más oscura del siglo XX de
generar sorpresa, estupor y fascinación. Si algo caracterizó al nazismo, más
allá del crimen, fue la colosal distancia entre sus excelsos ideales y
solemnidad y la vulgaridad y la brutalidad de sus dirigentes. Y la bajeza moral
y cultural de la mayoría de los mandos nazis era pareja a su avaricia y
rapacidad ante bienes de valor y todo tipo de signos externos de riqueza, lujo
y pretensión. Quienes decían buscar el Santo Grial y el Walhalla eran rufianes
y ladrones. Quienes proclamaban el ideal del superhombre y llamaban al
sacrificio en el altar de la patria y la raza eran todo mezquindad y degeneración
moral. Cierto es que partes de aquella sociedad alemana culta y sofisticada se
resistieron. Pero pronto o tarde, todos los ámbitos sociales se hicieron
permeables al mensaje nacionalsocialista, permanente y penetrante desde 1933. Y
con él, a la depravación. Los saqueos en museos y colecciones de magnates por
los grandes dirigentes tuvieron su reflejo en los robos populares en las casas
de los judíos deportados. Por bandas organizadas o los propios vecinos. Cuando
en 1938 llega la «Noche de los cristales rotos», el pogromo contra los judíos
en todo el Reich, la complicidad ideológica y moral fundía ya destinos de
régimen y sociedad alemana.
Aquí se vuelve a abrir la cruel disparidad. La fascinante
historia del gran tesoro es la reconstrucción de la sórdida trayectoria de unas
obras de arte, creadas por lo mejor del espíritu humano y condenadas por lo
peor del mismo. La alegría por la recuperación de obras únicas nos lleva al
dolor de las víctimas que las gozaron y amaron como propias. Cientos de los cuadros
encontrados portan consigo una tragedia concreta, personal, familiar. Unos
fueron compras oportunistas, baratas, porque, por degeneradas, ya no tenían
sitio en galerías, museos o subastas. Muchas fueron robadas. Otras, compradas a
unos legítimos propietarios que ya luchaban en desesperación por su
supervivencia y la de sus hijos y nietos. Que vendían a precios de saldo sus
tesoros para intentar salvar sus vidas. Pocos sobrevivieron al nazismo. Los
herederos de muchos aún luchan hoy por sus propiedades. Unos, con éxito, han
recuperado obras de Picasso, Munch, Klimt, Schiele, subastadas después por
muchos millones... Otros litigan aún, como los herederos del coleccionista Max
Emden, al que el Ministerio de Hacienda alemán se niega a devolver dos Canalettos.
En el centro del huracán causado por el descubrimiento del
tesoro de Schwabing está un hombrecillo muy menudo. Como predestinado para este
papel estelar periodístico, lleva un nombre muy literario, Cornelius Gurlitt.
¿Quién es el guardián del tesoro y su secreto? ¿Quién es ese anciano frágil de
rasgos suaves, casi femeninos, que vivió como un ermitaño en soledad absoluta
con los cuadros desde que murieron su padre, en 1957, y su madre, diez años
después? ¿Qué mundo tiene este hombre que calculaba hasta el último céntimo sus
gastos para ir al médico, cuando tenía cientos de millones de euros en pinturas
hacinadas hasta en la cocina, trastero, armarios y cuarto de baño? Cornelius
Gurlitt está abatido, destrozado. Se siente humillado porque se le ha tratado
como a un delincuente. La Fiscalía le ha quitado sus cuadros. Han profanado su
intimidad, su hogar y propiedad. Son sus cuadros. Conservarlos y cuidarlos ha
sido su única misión durante toda la vida. La que le encomendó su padre,
Hildebrandt Gurlitt, un conocido marchante de arte en la República de Weimar.
Era un hombre sin miedo, un emprendedor que se comía el mundo. Todo lo
contrario que su hijo. Disponía, Gurlitt padre, de contactos en los museos que
desechaban arte degenerado, entre galeristas judíos que ya no podían comerciar
desde 1938 y con ricas familias judías que vendían desesperados en busca de
visados y refugio. Tenía dinero en efectivo y veía las oportunidades. Y las
aprovechó. Cornelius Gurlitt insiste en que su padre no hizo nada malo. Y él, por
supuesto, menos. Heredó todo como otros heredan un terreno o una casa o un
título.
Nadie pregunta por la procedencia de lo que hereda. Y menos
por un hipotético lastre moral de fortunas multimillonarias. Su padre, dice,
salvó los cuadros del fuego de los nazis, de las bombas aliadas, del saqueo de
los rusos, de la rapacidad de los americanos. Sin duda, ayudó a judíos a huir
gracias a esa compra. Y no estaba en su mano salvar a quienes no lo lograron.
Hildebrandt Gurlitt no cometió ningún crimen, asevera su hijo anciano. Nadie
puede desmentirle, de momento. No va a ser fácil para la Fiscalía quitarle
legalmente la propiedad. Ni para las asociaciones que luchan por la restitución
del patrimonio de las víctimas del Holocausto demostrar que tienen otros propietarios
legales. La pobre vida de Cornelius Gurlitt que ya acaba ha transcurrido toda
en un escenario repleto de objetos que claman contra el peor crimen de la
historia. Y él no oye nada en todos esos años de implacable soledad y silencio.
Ni un eco para la reflexión, ni un gemido imaginado para la evocación. Nada que
despertara quizá la conciencia del pasado o un impulso a donar o vender o
exponer su tesoro. Ni unas repentinas ganas de enseñarle un cuadro a un niño.
Casi resulta obsceno ver al anciano pedir justicia, cuando se evocan las
dimensiones infinitas, el carácter metafísico de la injusticia del Holocausto
en el que se desvanecieron los propietarios anteriores de su tesoro. Y sin
embargo, Cornelius Gurlitt, el insignificante guardián del tesoro, se siente el
ser más desgraciado del mundo. Y es un hecho que ni la más diminuta de las
injusticias deja de serlo por inmensa y tenebrosa que sea imaginable.
LOS FALSOS OFENDIDOS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 21.12.13
La ofensa está en que los espiados aún no sepan proteger sus
conversaciones
Molière se habría divertido con estos políticos europeos que
insisten en presentarse como señoronas ofendidas cuando les dicen que les han
espiado. Muchos son políticos que desayunan a diario con dosieres secretos
sobre valoración de riesgos, boletines informativos realmente confidenciales y
mucho memorando de servicios de información, cuando no transcripciones de
conversaciones de líderes africanos o avisos de contactos entre empresas. Pero
no se les había pasado por la cabeza que alguien podría tener curiosidad en
saber lo que traman ellos. Edward Snowden ha vuelto a soltar una dosis de datos
para que unos se declaren espantados. Y para dañar un poco más las relaciones
transatlánticas e intereuropeas sobre todo en la opiniones públicas. Esto
siempre lo agradecen los amigos de Snowden, estén donde estén.
Ahora se anuncia que ha sido espiado por los servicios
británicos el actual comisario de la competencia Joaquín Almunia, cuando era
comisario de Asuntos Económicos. El afectado se ha declarado indignado. Pero no
sorprendido. Entre wikileaks y demás zarandajas que se publican para la
agitación de las opiniones públicas hemos llegado a un punto ridículo. Hasta
políticos serios se ven en la obligación de ofenderse ante la eficacia de unos
servicios de información. Que tienen un mandato constitucional, recolectar toda
la información susceptible de servir para mayor seguridad y bienestar de la
propia nación y Estado. Y que tienen una capacidad tecnológica impensable hace
pocos años, que permite muchas cosas. ¿Les está diciendo alguien que renuncien
a saber algo de interés porque sí? Ese planteamiento pueril se puede vender en
periódicos y televisiones para agitar a los votantes. Pero no puede asumirlo
seriamente ninguno de los afectados. Esfuércense un poco y contrapongan
tecnología que les permita recuperar la capacidad de confidencialidad y
secreto. La ofensa está en que los suyos no sepan aún proteger sus
conversaciones. Y también, cierto, en que los aliados que espiaron tuvieron
imperdonables fallos de seguridad al permitir acceso a la información a
personajes como Snowden.
PUTIN Y JODORKOVSKI
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 20.12.13
Abandona la cárcel siberiana el exmagnate Mijail
Jodorkovski, el único de los titanes de la transición que presentó batalla a
Putin
EL nuevo zar de las Rusias ha anunciado medidas majestuosas
de clemencia para los cientos de miles de desgraciados encarcelados en su
reino. Está de nuevo pletórico Vladimir Putin después de unos años en que se
percibió vulnerabilidad en los cimientos de su poder. Fue cuando salieron
cientos de miles de moscovitas a protestar por el evidente fraude en las
elecciones. Nunca fueron una amenaza real. Supo reconducir con pequeñas dosis
de brutalidad aquellas engorrosas situaciones. Volvió a tener para ello la habitual
ayuda de Occidente, que es su comprensión y condescendencia. Siempre tan
obsequiosa esta comunidad de democracias occidentales con los hombres fuertes y
con pocos escrúpulos. Tan impresionables los europeos ante la fuerza y tan
cautos y temerosos siempre para ayudar a quienes defienden principios que
proclaman propios. Brutalidad y dinero, armas supremas del poder, y el
conocimiento de las debilidades de sus súbditos y de los mandatarios
occidentales le han bastado.
Es un caudillo a la vieja usanza rusa este antiguo oficial
de los servicios del KGB. Que tiene hoy más poder que nadie desde Stalin en el
Kremlin y que ha logrado ahora que un país estancado como Rusia, sin otras
fuerzas que sus materias primas, vuelva a echar pulsos y disputar hegemonías a
Occidente. Sabe meter miedo y medir en los demás tanto el miedo como el
aguante. Como en un interrogatorio a presos políticos de antaño o de siempre,
ha sabido comprar con tranquilidad a la alemana Merkel y con dinero al ucraniano
Yanukovich. A Obama con ayudas para huir de sus compromisos. Principal aliado
del responsable de las matanzas en Siria, ha logrado salir de la farsa del
control de armas químicas convertido en el «honrado mediador». Eso sí, muy
ayudado por un Occidente aterrado de verse forzado a cumplir su deber y
promesas.
Ahora ha ordenado a la Duma proclamar una amnistía y va a
sacar a la calle a criminales reales y supuestos, diseminados por la
inimaginable extensión de Rusia a lo largo de seis husos horarios. Decir
«dejarlos en libertad» sería decir demasiado. Porque la libertad la tendrán tan
medida al menos como todos los demás en la Rusia de hoy. La amnistía revela lo
seguro que se siente Putin hoy de nuevo. Saldrán a la calle las inofensivas
niñas de Pussy Riot que tantos titulares generan en Occidente. Y que tan bien
le sirvieron al presidente para presentarse como el defensor de la cristiandad
en la tercera Roma. Pero lo único realmente importante es que abandona su
terrible confinamiento en una cárcel siberiana el exmagnate Mijail Jodorkovski,
el único de los titanes de la transición digno y valiente, que presentó batalla
a Putin en Moscú y no escapó al exilio. Víctima de una terrible persecución
política y de una obsesión personal canalla por parte del presidente Putin.
Solo tibiamente condenada en Occidente. Ha pagado con durísimos años de prisión
en Siberia, que pusieron en peligro su vida. Será de gran interés saber los
planes de Jodorkovski. Comprobar si sale de la cárcel un hombre quebrado o sale
intacta la arrolladora inteligencia de este hombre frágil pero inmensamente
fuerte. Y con madera de líder. Fue uno de los magnates, cometió todos sus
pecados pero es el único de los protagonistas de la transición rusa que mostró
propósito de enmienda y voluntad de hacer de verdad y decencia sus armas contra
la brutalidad de la Rusia eterna y su Estado, representada por Putin. Su
cautiverio fue una vergüenza. Su libertad es un soplo de esperanza, no ya para
un país en sombras, sino para aquellos que luchan allí con sus haces de luz de
la buena voluntad.
ENTRE KOSOVO Y LA RIVIERA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 17.12.13
La vida en Cataluña invita muy poco al martirio. Y ni los
más fanáticos lograrán deteriorarla como para que valga la pena
CUENTAN que el presidente de la Generalidad, Artur Mas, no
quiere preguntas sobre la corrupción en una entrevista que se prepara en su
televisión, TV3. No sé quién habrá sido el insensato en proponerle alguna. Pero
seguro que ya no anda por ahí. Y se lo merece. Porque no puede ser buen
profesional quien tan despistado anda todavía sobre el estado de cosas por el
oasis enfangado del mundito mediático catalán. Si le preguntaran a Artur Mas
por la corrupción y le diera por decir lo que sabe, podría salirle a TV3 un
programa de confesión para Pulitzer. Eso sí, largo. Quizás esos conocimientos
le sirvan para protegerse de los suyos cuando esta oleada de disparates que él
desencadenó hace dos años se lo lleve por delante. Dicen además que Artur Mas
anda enfadado porque se ha enterado por la prensa del nombramiento del nuevo
director de La Vanguardia. Eso es otra ofensa. Y un
ninguneo al jefe. También porque es buena costumbre respetar ese principio de
que «el que paga manda». Después de darle al tambor separatista como solo los
Junqueras y los batasunos barretinos del CUP saben, hay cambio significativo en
casa Godó. No es que vuelva un triunfante Galinsoga para infundir el brioso
compromiso con la nación de La Vanguardia española.
Pero sí alguien que modere su entusiasmo y exceso de celo en destruir España,
la nación y el Estado al que se juraba lealtad eterna. Como la eternidad ahora
es más breve que nunca, hay muchos con prisas. Que no saben cómo ponerse para
no les pille el tsunami de la realidad, del fracaso. Saben que no va a haber
consulta. Pero saben también que no va a haber independencia. Y que las
opciones después de enterrar a Artur Mas y a sus patéticos cómplices están en
una masiva operación de reducción de expectativas y consuelo a los más ilusos y
fanáticos de sus huestes. Y en una reconducción general de la política catalana
hacia el autonomismo que tan bien les ha funcionado. Hasta que los peores
aprendices de brujo, encandilados por osadía y felonía de Rodríguez Zapatero,
se lanzaron a esta delirante aventura. Mientras no existan generaciones de
nacionalistas catalanes decididas a matar y morir por la independencia, y
además suficientemente numerosas y fuertes para ganar a toda España, catalanes
no independentistas incluidos, las aventuras separatistas son lo que siempre
han sido: un intento general de chantaje al resto de compatriotas.
Ya se ha desvanecido el panorama idílico que han querido
vender Mas y su tropa, con una secesión «de buen rollo», como si destruir la
casa común y amputarnos la vida, la patria, la historia y el futuro a 47
millones de españoles fuera fácil, amable y además gratis. Van Rompuy es el
último que les ha dicho que tienen mucha suerte los catalanes de que los
independentistas no se vayan a salir con la suya. Porque de hacerlo, estarían
solos, aislados y empobrecidos para dos generaciones. Y la vida es muy corta. Y
en Cataluña, bella. Pese a la crisis. Como para inmolarse por los tataranietos.
Poco razonable sacrificar la vida en Cataluña, tan poco kosovar ella. ¿Si se
parece tanto más a la vida en la Riviera que en Kosovo, por qué imitar a los
kosovares y no a los razonables franceses meridionales? La vida en Cataluña
invita muy poco al martirio. Y ni los más fanáticos lograrán deteriorarla como
para que valga la pena. Otra ventaja: No les será difícil a los gobernantes
reconducir el discurso. Para eso cuentan con los medios y los periodistas más
dóciles y oficialistas del mundo. En rivalidad con China y Bielorrusia.
ASUNTOS FAMILIARES
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 14.12.13
El régimen de Corea del Norte se ha quedado solo en
su brutalidad hermética
Las imágenes no
se olvidan. Soldados en sus uniformes verdes irrumpen en una sala grande en la
que decenas de miembros del partido están sentados en mesas alineadas en
perfecto orden. Se acercan a la primera fila y cogen del antebrazo a un hombre
mayor. Se lo llevan. Nadie en la sala hace el mínimo movimiento. No hay gestos.
Ese fue el momento de la detención de Jang Song Thaek que ofreció la televisión
oficial.
Desde su
detención a su ejecución pasaron, que se sepa, tres días. Se ha mostrado al reo
un par de veces humillado ante jueces o entre soldados. Y después llegó la
noticia de su ejecución. Por traición. Y por «vida disoluta y perversa». Era el
hombre fuerte de Corea después del joven dictador Kim Jong-un. Pero, además,
era su tío.
El problema
familiar se ha resuelto de forma expeditiva. Tenía 67 años y como hombre de
confianza había sido el introductor a los mecanismos del poder para el joven
dictador desde que tomó el relevo de su padre, Kim Jung-il en 2011. Desde
entonces se ha sabido ya de otras ejecuciones de generales y altos mandos del
partido. Por vida disoluta. Vale para casi todo. Como también ha vuelto a haber
ejecuciones públicas por poseer biblias o «proselitismo religioso» y otros
delitos graves.
El régimen de Corea del
Norte que compitió antaño con Albania como ejemplo purista del régimen
comunista total se ha quedado sólo en su brutalidad hermética. Su crueldad
solo es comparable a su terrorífico ridículo. «Ocho niños y nueve niñas cantan
himnos en alabanza a Kim Il-sung. ¿Cuántos niños cantan?» O este otro: «Tres
soldados del ejército popular matan a 30 soldados yanquis. ¿A cuántos
soldados yanquis mató cada uno si mataron al mismo número?». Corea del norte es
una pesadilla muy real que subsiste al amparo de China. Y hoy es potencia
nuclear. Que es la llave y garantía de esta monstruosa monarquía comunista en
su tercera generación.
LA PESTE Y EL GOLPE
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 13.12.13
Los nacionalismos se inventaron una historia épica que nada tenía que
ver con la realidad histórica
PROSIGUE el proceso de envenenamiento de las almas y
ofuscación de mentes. Todos los pasos son de manual. Y estamos avisados por la
experiencia de siglo y medio. Esperemos que el enésimo tropiezo en la misma
piedra no sea tan sangriento como los anteriores. La peste nacionalista que
surgió de la tonta adolescencia del idealismo alemán y el romanticismo europeo
en el siglo XIX, en el XX sembró de millones de cadáveres el viejo continente.
Creíamos que con el fin del siglo terrible y los centenares de miles de
cadáveres que cubrieron los Balcanes, Europa se liberaba para siempre de esta
terrible enfermedad, infecciosa como pocas, que enloquece a las sociedades y
envilece a las personas antes de comenzar a matar. Como en casi todo, hemos
sido los últimos de Europa en España también en esto. Con los compañeros en
pobreza e ignorancia que han sido Rusia y los Balcanes. E igual que al caer los
regímenes comunistas surgieron en Centroeuropa los nacionalismos, largo tiempo
congelados en Guerra Fría, en España también aparecieron tras el final del
franquismo. Lo hicieron reclamando con la izquierda unas supuestas
legitimidades y una superioridad moral que ni les correspondía ni merecían. Les
fueron otorgadas por una sociedad cobarde y con mala conciencia, temerosa que se
les recordara que su paz y armonía con el régimen de Franco apenas se habían
visto turbadas desde la posguerra hasta ya enterrado el dictador. Con tal de
acceder al nuevo carnet de demócrata que repartían unos antifranquistas reales
o supuestos, los hasta hacía muy poco probos ciudadanos franquistas estaban
dispuestos a aceptar casi todo. También a ceder la supremacía a las tesis
generales sobre la historia de la izquierda y los nacionalismos. La izquierda
se inventó el pueblo español antifascista que era el mismo colectivo humano que
había prosperado en obediencia, sumisión y apoliticismo bajo el régimen del
general. Los nacionalismos se inventaron una historia épica que nada tenía que
ver con la realidad histórica. Pero que nadie se atrevía a cuestionar. En esa
mentira sobre la historia inmediata vivían y medraban, una vez más, todos los
protagonistas. Hubo, cierto, gentes gallardas y dignas durante la transición y
después de ella, honradas y desprendidas, que se esforzaron por sacar a España
de su postración y anomalía histórica. Que sabían que una sociedad para ser
libre y próspera necesita la verdad. Después fracasarían. Pero ni siquiera
ellos, para no generar discordias entre españoles, cuestionaron jamás la
inmensa mentira histórica que la izquierda y los nacionalistas habían logrado
imponer. Era base del rechazo a una España que en su unidad y continuidad
histórica habían condenado como cómplice de la dictadura. Lo demás fueron ya
pactos parlamentarios, de izquierdas y derechas con los nacionalistas. PSOE y
PP simularon creer en una lealtad nacionalista obviamente inexistente. Y la
permanente labor de descrédito de España que se ha transmitido en las regiones
nacionalistas y en la educación izquierdista en general. Así llegamos al Pacto
del Tinell en 2003 y justo diez años después al grotesco espectáculo de ayer.
Hay daños irremediables. Las generaciones crecidas en el odio nacionalista
vivirán con él, alimentado por la frustración de su sueño que se verá roto en
el futuro próximo. Pero la ley ha de manifestarse. La impunidad es ya una
perversión española con la que hay que acabar si no queremos que acabe con
todos nosotros. Es hoy una peste peor que el propio nacionalismo. Hemos llegado
al hito en el camino en el que España, por primera vez en 30 años ha de pasar
de no defenderse a la ofensiva. La conspiración para delinquir de San Jaime es
un golpe de Estado. Como tal debe ser tratado.
NUESTROS HÉROES ANTIFRANQUISTAS
Por HERMANN TERTSCH
ABC Jueves, 20.11.08
MI querido y admirado amigo
Adam Michnik ha escrito mucho de los héroes de la lucha contra el totalitarismo
comunista que surgieron cuando el comunismo ya se había hundido y no tenía
quien lo defendiera. Adam, seguramente uno de los espíritus más libres, dignos
y cultos de Europa, empezó a conocer la cárcel cuando aun no había cumplido los
veinte años. Cuando todo el mundo -y hablamos realmente de todo el mundo, este
y oeste, norte y sur-, daba por hecho que el comunismo se había impuesto en
media Europa y otras partes del globo para quedarse como sistema incuestionado
hasta el final de los tiempos. Eran tiempos en los que el determinismo
histórico era dueño de la geopolítica pero también de las mentes de las
víctimas de la dictadura comunista en países que yo habría de recorrer con
asiduidad y conocer en profundidad en las décadas siguientes. En 1976 pasé un
par de semanas en la casa de Ferenc Rako en Budapest, en la calle Nepfürdö 34.
Este obrero fue de los primeros beneficiarios húngaros de los Acuerdos de la
Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de Helsinki en 1975.
Gracias a aquella distensión, consiguió un permiso para ir a visitar a su
hermano que vivía en Suecia desde la revolución de 1956. A la vuelta
coincidimos en el tren de Viena a Budapest. Hablaba ese alemán de acento magyar
que tenían antes los leales ciudadanos de Austro-Hungría. Cuando llegamos a la
capital húngara me había invitado a pasar el tiempo que quisiera en su casa. Al
despedirme, después de gozar de su infinita hospitalidad, le ofrecí al viejo
Rako y a su familia que vinieran a España. Su respuesta fue lapidaria y me
acompaña desde entonces como lección de que la historia puede rápidamente
salirse, para bien y para mal, de los raíles que creemos inamovibles y únicos. «Querido
Hermann, no creo que sea posible salvo que España se haga comunista». Quiero
con esto ilustrar que eran años sin la mínima esperanza de que el comunismo
cediera. Pese a ello, grandes hombres, desde Sajarov a Soljenitsin, desde el
propio Michnik a Havel o al inolvidable Geremek, luchaban contra una dictadura
monstruosa e implacable sin más armas que su palabra y su compromiso con la
verdad. Ofreciendo vida, salud y bienestar. Cuál sería nuestra sorpresa cuando,
después de que el comunismo acabara en la basura de la historia, surgieron como
furibundos anticomunistas los sicarios más obedientes, los súbditos más
anodinos, los palanganeros más obsequiosos del poder. A Michnik le hacen
gracia. A mí, será el carácter, me sigue produciendo náuseas. Allí como aquí.
Ahora, con los nietos zapateriles, nos salen los héroes de la resistencia
póstuma a Franco y son los obedientes, sicarios, súbditos, anodinos,
palanganeros, obsequiosos y cobardes de siempre. Los que disfrutan escupiendo a
un busto o a la lápida de un dictador que no tenía que hacer nada para
mantenerlos a todos paralizados de miedo. Tienen el carácter del pringue, el
discurso jactancioso, el cálculo sinuoso del que nunca quiere osar en contra de
su conveniencia. Son nuestros héroes antifranquistas del nuevo régimen. O han
tardado tres décadas en estar seguros de que su osadía no conlleva riesgos o
acaban de darse cuenta de que pueden sacarle partido. Michnik se ríe de ellos.
Yo también los desprecio.
EDITORIAL EN DIARIO DE LA NOCHE 12.12.13
Por HERMANN TERTSCH
DIARIO DE LA NOCHE - TELEMADRID 12.12.13
Como sabrán, la Generalidad de Cataluña ha
organizado un Simposio de historia con el revelador título de "España contra
Cataluña". Como ven, ya dejan claro en el lema de las jornadas que no
quieren malentendidos. Se trata de regodearse en lo mucho que, según dicen, ha
sufrido siempre Cataluña bajo un implacable enemigo llamado España, que nunca ha pensado
en otra cosa que en castigar y esclavizar a los catalanes. Durante tres días,
un nutrido equipo de historiadores reales o supuestos y otros intelectuales del
bien surtido pesebre del nacionalismo catalán, se dedicarán a buscar ángulos
desde los que insultar todo lo español. Para ello por supuesto tendrán que
inventarse una historia paralela que ignore la realidad: Que Cataluña es España
desde que España existe. Y que Cataluña nunca ha sido otra cosa que parte de
España o parte del Reino de Aragón, a su vez parte fundacional de España. Cataluña es y será España. El
simposio sería una despreciable y grotesca farsa de académicos que se
desacreditan con su mera presencia, si no tuviera un perverso objetivo político.
Que es sembrar el odio. Y su objetivo es casi menos agredir e insultar al resto
de España. Eso ya lo hacen todos los días con sus muchísimos medios y el
muchísimo dinero, en parte procedente de Madrid, que utilizan en ello. Lo peor
es que este simposio del odio va dirigido a intimidar a los catalanes no
nacionalistas. Se trata de advertirles que si siguen siendo leales a un enemigo
tan cruel y monstruoso como España, todas las medidas contra
ellos estarán justificadas. Lo que hace la Generalidad es advertir que a partir de ahora a los no
nacionalistas se les tratará como enemigos. Se trata de infundir miedo a la
población catalana leal a España. Se queja la Generalidad de que se les llama
nazis. Si no les gusta que les llamen nazis, deberían dejar de hacer esfuerzos
por parecerlo tanto.
LOS NOMBRES SAGRADOS DE LA VERDAD
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 10.12.13
Esta política de desterrar del uso común los nombres comunes
españoles es todo menos inocente
LA llamada corrección política comenzó como un encomiable
esfuerzo por evitar en el lenguaje términos ofensivos, antes habituales, que
podían herir la sensibilidad a ciertos sectores de la sociedad, habitualmente
minorías. Surgió en EE.UU. y ya allí muy pronto se pervirtió para convertirse
en un instrumento de limitación de la libre expresión y camisa de fuerza del
lenguaje y del pensamiento. Algunas minorías, así como la izquierda, se han
arrogado el derecho a decidir qué se puede decir y qué se puede pensar. Y a
imponer sanciones a los transgresores que van desde el insulto a la muerte
civil. En España fue la izquierda la que asumió el control de la corrección
política en la transición. Y con su ayuda, los nacionalistas también han
accedido a este papel de policía, juez y censor en la semántica oficial y
privada. Entre las peores ridiculeces de la tantas veces ridícula corrección
política vigente en España está el uso de la toponimia vasca, catalana y
gallega cuando se habla y escribe en castellano. Sin apenas resistencia, como
en todo lo que ha supuesto cesiones a los nacionalismos, se ha ido imponiendo
el uso exclusivo de los nombres en las lenguas minoritarias. Y ya se persigue,
critica o amonesta el uso de los nombres históricos en español. De forma constante
han sido liquidados del uso oficial, borrados sin rastro, los nombres
castellanos de centenares de pueblos en el País Vasco, en Cataluña y en
Galicia. En otros casos se ha «descastellanizado» el nombre con una grafía
irreconocible. Hasta en los casos de dos provincias vascas se pretende que la
ridícula grafía inventada para el vascuence sea la única oficial. Obviamente
muchos jamás acataremos ese disparate a la espera que se enmiende. Mi madre,
una guipuzcoana de Deva, con decenas de apellidos vascos, cuyo nombre Lersundi
procede de una torre del siglo XII de la familia en Azcoitia, con siglos al
servicio de la corona y de España, se revolvería en la tumba si me viera
escribir Deva, Guipúzcoa y Azcoitia de otra forma. Lo cierto es que en los
últimos años de su vida tuvo, hasta muy al final, fuerzas y lucidez para
indignarse cuando escuchaba hablar en español de Oñati, donde estudió, o de
Legutio por Villafranca de Álava o de Ondarribia por Fuenterrabía.
Esta política de desterrar del uso común los nombres comunes
españoles, así como la grafía, de pueblos y lugares, es todo menos inocente.
Por eso es una irresponsabilidad, cuando no una felonía, permitir esta limpieza
étnico-lingüística implacable y obscena. Se trata de erradicar una historia
milenaria. Se trata de erradicar la verdad. Se hace en las escuelas al enseñar
a los niños una historia inventada en la que España y lo español solo aparece
como elemento foráneo y hostil. Se hace con la ocultación y el olvido de la
cultura y el legado común. Se hace alterando el nombre de las cosas. Se cambia
el nombre propio de la gente, de los lugares, de las tradiciones. Y se hará con
la lápidas de los cementerios para que no quede rastro. Ya ofrecen subvenciones
para catalanizar lápidas. Que nadie sepa que el abuelo era Ceferino y la abuela
Macarena. Y escribían en la lengua común de España. Cuando Stalin convirtió en
1945 en soviética la parte oriental de Polonia y deportó hacia el oeste a los
polacos, a tierras alemanas previamente limpiadas étnicamente, se borró la
toponimia, allá polaca, acá alemana. Y se prohibieron los nombres originales,
centenarios y milenarios, sustituidos por otros artificiales. Pronto los niños
aprendían un pasado que nunca existió. Sin rastro de la verdad, perdida en el
olvido con los nombres sagrados.
EDITORIAL EN DIARIO DE LA NOCHE 10.12.13
Por HERMANN TERTSCH
DIARIO DE LA NOCHE - TELEMADRID 10.12.13
Buenas noches a todos. Se
cumplió el 35 aniversario de la entrada en vigor de la Constitución Española.
Nunca había vivido España tan largo periodo de paz ininterrumpida bajo un
régimen, que es la monarquía constitucional. Nunca había registrado España un
crecimiento tan mayúsculo de su bienestar y su desarrollo. Ahora resulta fácil
olvidarlo. Y muchos están dispuestos a olvidarlo. Porque llevamos más de un
lustro sufriendo una gravísima crisis. Que comenzó como una crisis económica global, pero que la acción y omisión de gobernantes irresponsables
e ineptos convirtieron en un colapso nacional que nos llevó al borde del
naufragio. Éste se ha evitado ahora con un nuevo Gobierno. Con inmensas
dificultades y sólo de momento. Porque los peligros siguen ahí. Desde hace más
de una década, la izquierda encabezada por Zapatero comenzó a cuestionar la
transición y la reconciliación nacional, las bases de nuestra Constitución. Hoy
aquella ofensiva contra la carta magna es masiva por parte de cierta izquierda
y el separatismo. Estamos pagando un alto precio por la dejación durante
décadas en el cumplimiento de los deberes del Estado. Que son el defender todos
los derechos de todos los españoles en todos los rincones de su territorio. Con
la sociedad española sufriendo los rigores de la crisis y el paro y un profundo
abatimiento, las fuerzas más desleales creen haber encontrado en esa debilidad,
la oportunidad de destruir a la nación más antigua de Europa y a un Estado de
500 años. El anterior Gobierno fue colaborador en el debilitamiento de este
Estado. El actual parece creer que con una hipotética recuperación económica
los demás problemas se verán superados. Es un error. Como lo es pedir una
reforma constitucional cuando es seguro que no hay el consenso que tuvo en su día.
Lo que hay que hacer ahora con la Constitución es aplicarla. Frente a las
agresiones que sufre, responder con los artículos previstos. Y con el mensaje
politico de que todo intento de romper España es una temeridad que hace daño,
pero está condenada al fracaso. Que una minoría jamás podrá romper la patria
común ni hacer peligrar el futuro de todos los españoles, nuestro desarrolllo y
bienestar como una España libre y unida en una Europa libre y unida.
LA FORJA DEL HÉROE
Por HERMANN TERTSCH
ABC Sábado, 07.12.13
Muy pocos hombres, como Mandela, han sido capaces de
modificar la Historia al modo por ellos deseado
Fue muy consciente siempre de su propia importancia. Dicen
los que le conocían que nunca puso a disposición de otros el papel que él mismo
se asignaba. El inmenso respeto que siempre demostró hacia todos y cada uno de
sus interlocutores en la vida — desde el más poderoso De Klerk que le tenía
preso hasta el último chófer que tuvo— era ante todo una expresión del supremo
respeto que se tenía a sí mismo. Y ahí es donde hay que buscar el secreto de
cómo fue convirtiendo en grandeza y magnanimidad inteligente todo su tiempo,
sus reveses personales, sus años de prisión y aislamiento y la permanente y
abrumadora manifestación de miedo y odio que era el apartheid en sí.
Tenía todas las posibilidades de haber sido un abogado
comunista radical más. Pudo haberse quedado en otro aparatchik, embrutecido y
resentido como tantos luchando entre ellos por medrar y destacar en las
ciudades africanas durante la Segunda Guerra Mundial y después con la
descolonización y la Guerra Fría. Mandela pasó muchos años actuando en terrenos
pantanosos que las más de las veces arrastran a los hombres al odio y al
crimen. Habitualmente sin retorno posible. Y no evitó el trato con quienes cayeron.
Ahí está Mandela en tantas fotografías de su vida, antes y después de sus 27
años en Robben Island, con pésimas compañías, comunistas cínicos y criminales
como Castro u otros caudillos.
Pero, al contrario que todos esos sátrapas y tiranos, él
sufrió con la violencia, la impidió cuando pudo y la lamentó después como error
propio. Los peligros en los que no cayó Mandela eran muchos. Sólo hay que
recordar la siniestra deriva de otro gran líder africano que fue compañero de
Mandela. Porque Robert Mugabe estudió como él en la Universidad de Fort Hare. Y
volvería a su Rhodesia, aún como Sudáfrica Imperio Británico, para ser un
brillante y valiente luchador por los derechos y la libertades. Tras 26 años de
presidencia, hoy es quizás el más siniestro dictador de África, con su país,
Zimbabue, otrora ejemplo de prosperidad, convertido en un pantano de demencia
política y de miseria.
Mandela, él mismo lo decía con frecuencia, cayó y se
levantó. Y cuando hablaba de caídas no se refería a los reveses infligidos por
sus adversarios, sino de sus propios errores. Y dijo aquella frase célebre de
que él no era un santo, salvo si serlo era el permanente esfuerzo por la
enmienda. En todo momento, lo cuentan sus biógrafos y lo cuentan sus amigos,
irradiaba una calidad diferente. Unos quieren ver en ello inicialmente la
majestuosidad de un joven brillante y consciente de su pertenencia a la alta
nobleza tribal. O el « aristocratismo », la firmeza de convicciones de un
hombre inusualmente dotado y consciente de ello y vocacionalmente dispuesto al
crecimiento moral. Pero muy probablemente haya en este caso algo más, casi
mitológico. Que es esa continua e inverosímil mejora de la calidad del material
del héroe. Esa vida convertida en forja para la aleación cada vez más perfecta
de inteligencia con bondad, generosidad y lucidez, de arrepentimiento y
enmienda.
Todo ello se antoja el beso de mimado de los Dioses paganos,
que muy pocos seres humanos llegan a gozar en la historia. Muy pocos hombres en
la memoria de la humanidad han sido capaces de modificar la historia del modo
por ellos deseado. Lo hizo Alejandro Magno, sí. Lo hicieron los Reyes Católicos
en España. Lo hizo Winston Churchill en el siglo XX. Pero si no hacemos
incursión ya en las vidas de los santos cristianos, muy pocos han quedado en
esa memoria universal con un reconocimiento prácticamente unánime como ese
extraordinario ser humano que ha sido Nelson Mandela.
CONTRA EL FRACASO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 06.12.13
La única razón noble y verdadera, viable en la paz, está con
la Constitución
A Teo Uriarte no le quisieron publicar su libro en la casa
editorial de Barcelona. Porque «su opinión podría molestar», le dijeron. Habían
entendido bien el mensaje del libro titulado «Tiempo de canallas». Y se habían
sentido aludidos. Porque habla del terror y el crimen, pero también de los
nacionalismos, la industria transformadora de ambos.
Hay, entre los diversos enemigos de España y de la
Constitución, que hoy cumple 35 años, grandes sinergias. Y son muy eficaces en
impedir la difusión y promoción de todo mensaje que pueda cuestionarlo. Estamos
en «tiempos de canallas». Así podría titularse un estudio general sobre la
España actual. Y no porque haya más canallas hoy aquí que en otras partes del
mundo. Sino por su forma de triunfar. Sin contestación. Con el entorno más
amable que para un enemigo pueda generar una sociedad atacada. Han fracasado en
España todos los mecanismos de protección, todos los filtros frente a la maldad
y la necedad, a la mala fe y a la ignorancia. Y no ha habido calidad de
resistencia. Porque entre el egoísmo y la cobardía, tanto monta, nadie ha
cumplido con su deber. Nadie ha sabido estar a la altura que las circunstancias
exigían. Ahí han quedado expuestas vergonzantemente en su fracaso unas elites
mediocres y mezquinas. Que no es la obscena espuma ostentosa de la riqueza
especulativa ni a la legión de falsarios que medra siempre en la España tan
tramposa como pretenciosa. Sino a quienes creíamos con posición, condición,
formación y criterio para asumir el liderazgo en una sociedad moderna. Y que
han resultado tan cobardes, ineptos y oportunistas como lo ha sido la clase
política, casi sin excepciones.
Parte del paisaje es también esa depresión de las menguantes
clases medias, sin espíritu ni fuerzas. Como el encanallamiento virulento de
parte de la juventud. Y el cinismo disfrazado de inteligente resignación o,
peor aún, de tolerancia. Gran invento el de la permisividad magnífica que se
convierte en impunidad incuestionable y universal para sus generosos
promotores. Hay otro título literario que nos cuadra. Éste, del checo Pavel
Kohout, es apropiado para estas semanas y meses que nos toca vivir. De «la hora
estelar de los asesinos» nos habla en una historia sobre crímenes e
impunidades. Tiempos terribles en los que los monstruos son vecinos. Y todos
somos iguales. En los que tenemos que respetar lo más infame para que se nos
respete. En los que ha colapsado el nivel de exigencia de «tiempos normales»
entre seres adultos con ética y responsabilidad, con compasión y razón. Como
gran colofón del permanente desfile de monstruos y miserables por nuestra
realidad nacional hemos logrado lo jamás visto en ningún país civilizado que es
sacar a la pasarela a los asesinos múltiples, terroristas más sanguinarios y
campeones de la violación. Y no ha habido, ni siquiera en este horror, masa
crítica de protesta.
Resulta difícil recordar, en estos días de náusea permanente, de asco
físico, de ganas de huir, lo mucho que hemos conseguido aquí en España en estos
35 años que cumple la Carta Magna. Es difícil de recordar y de explicar. Pero
habremos de hacerlo. Hace 35 años hubo buena fe, esa rara joya en España, y
aptitud, inteligencia y eficacia, para hacer un país con ambición de
homologarse con los mejores. Descarrilamos. Pero habrá que reaccionar. Habrá
que levantarse contra la cobardía y la indolencia tanto como contra la vileza y
contra el prestigio del odio a España. Y habrá que querer ganar. Y ganar.
Porque la alternativa es a medio plazo la tragedia, la violencia y la miseria.
La única razón noble y verdadera, viable en la paz, está con la Constitución.
EDITORIAL EN DIARIO DE LA NOCHE 04.12.13
Por HERMANN TERTSCH
TELEMADRID - DIARIO DE LA NOCHE 04.12.13
Buenas noches a todos. Por
mucho que se retuerzan algunos en la oposición, el hecho de que la cifra de
parados no haya aumentado sino disminuido, es una buena noticia. Pretender lo
contrario es un ejercicio inútil de mala fe. Si en noviembre pasado la cifra de
parados aumentó en casi 80.000 y este noviembre ha bajado en algo más de dos
mil, habrá que pensar y decir que es un hecho bueno. Cierto es que hay menos
inscritos en la Seguridad Social. Y cierto también, y eso es más grave, que si
no se hacen reformas rápidas y este Estado no logra reducir gasto de verdad, lo
que parece el principio real de la mejoría podría esfumarse en meses. Pero hay
otras noticias. Otras cifras. Y no mejores. El informe PISA vuelve a insistir en que España está en la cola de los países desarrollados en educación. La miseria
educativa igualitaria de treinta años nos ha hundido en un estado de postración
total. Mientras sindicatos e izquierda salen a
la calle a defender esa miseria educativa en la que parecen sentirse cómodos. Y
hay otro informe aún peor. Transparence International considera que España ha
caído diez puestos en transparencia. O mejor dicho, ha escalado diez puestos
entre los países más corruptos. Educación e integridad son los factores
principales para el desarrollo, la justicia y el bienestar. En ambos, en
integridad y en educación, estamos en niveles tercermundistas. Aquí pueden ver
jueces, fiscales, empresarios, trabajadores y todos los ciudadanos, pero ante
todo los políticos: Que si no hacemos profundas reformas en nuestra
organización del estado y en nuestras vidas, todo éxito coyuntural podrá hacer
ganar unas elecciones, pero será con seguridad, hambre para mañana.
PUTIN ECHA UN PULSO A EUROPA CON SU PAPEL EN LA CRISIS DE UCRANIA
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 03.12.13
La reacción popular coge por sorpresa a Moscú y a su aliado, el líder ucraniano
Desesperación. Gran parte de los ucranianos temen perder el tren de Europa durante varias generaciones.
Ha sido inusualmente franco el primer ministro de Ucrania,
hombre obediente del presidente Víctor Yanúkovich. Ha dicho Nicolái Azárov que
«los acontecimientos están fuera de control » . Cuando decía esto ayer por la
tarde, muchos debieron sentir un escalofrío recorriéndoles la espalda. Gentes
como Azárov sólo reconocen haber perdido el control de algo cuando quieren
pedir nuevos instrumentos para recuperarlo. Al tiempo que decía esto Azárov, la
televisión rusa, por supuesto la mejor informada de lo que pasa en Ucrania,
alertaba sobre «rumores de golpe de Estado, pero las autoridades se contienen».
Todo suena terriblemente amenazador. Todo son mensajes ominosos. Todos están
asustados. Hasta el gran organizador, con su despacho y su lucecita que nunca
se apaga en el Kremlin, Vladímir Putin, está inquieto ante una reacción tan
contundente, tan masiva, tan firme, de la población. Una reacción desesperada
de esa parte de la sociedad ucraniana, la más formada, que de repente ve que
parte su tren, el tren hacia la ansiada Europa de las libertades y el
bienestar, y que su patria Ucrania, pierde ese tren quizás para generaciones,
quizás para siempre.
Putin es el ganador de toda la gran jugada geoestratégica de
los últimos años que culminó días antes de la cumbre de la Unión Europea en
Vilna. Putin pasó momentos malos. Cuestionado en Rusia, ninguneado fuera.
Estuvo débil. Lo peor que le puede a uno pasar en estos juegos. Pero gracias a
la candidez y debilidades de sus rivales, de un mediocre e inseguro presidente
Barack Obama en su política exterior y de una Unión Europea dedicada a sus
angustias internas, Putin vuelve a ser la estrella y el jefe. Y vio llegado el
momento de su gran golpe de mano ante la cumbre de la UE en Vilna.
Paranoias
Nada menos que en Vilna, escenario de humillaciones
soviéticas y rusas desde la reinstauración de la independencia de los países
bálticos. Que buscaron y lograron el ingreso en la Unión Europea y en la OTAN
incondicionalmente. Así la propia Rusia tuvo de repente, desde 2004, una frontera
con la OTAN, que en cuatro ampliaciones había avanzado imparable hacia el este.
Ahora la Unión Europea, vista en Moscú siempre como
avanzadilla económica y política de la OTAN, iba a dar el salto a Ucrania con
este acuerdo de asociación. La UE había intentado rebajar la inquietud de
Rusia. Buena intención, pero un fracaso absoluto. La inquietud, más que eso, la
angustiosa sensación del poder ruso de verse acosado por un rodillo
occidentalizante, era demasiada. Así llegó en este noviembre del 2013 la hora
de Putin, fuerte como en sus mejores tiempos, gracias en parte a los pulsos
ganados a Occidente en la guerra de Siria. Llegó el momento, esperado desde la
misma disolución del Pacto de Varsovia y después de la Unión Soviética, de
parar esta expansión occidental hacia el este con sus organismos y estructuras
democráticas que muchos nacionalistas rusos consideraron desde el primer
momento el equivalente económico y político a la «operación Barbarrosa», la
invasión alemana de 1941.
El golpe de mano de Putin tiene por objeto poner fin a todo
ello. Se trata de frenar el proceso de democratización en Ucrania y cualquier
esperanza de que avance en Bielorrusia, la otra dictadura hermana bajo
Lukashenko. Con Lukashenko y Yanúkovich en el oeste, sus posiciones en Azerbayan
y Armenia, su puño en Georgia y el Cáucaso en general y su alianza con las
repúblicas exsoviéticas de Asia Central, Putin recompone una alianza de poderes
autoritarios y abiertamente dictatoriales que reconozcan el liderazgo cuando no
la plena hegemonía de Moscú.
Pánico en el poder
La inmensa reacción popular en Ucrania al anuncio del
rechazo al acuerdo de asociación con la UE ha sorprendido a todos. Y si existe
preocupación en el despacho del Kremlin de la lucecita del hombre fuerte,
existe pánico en el poder ucraniano que en tres días se ha visto acorralado y
asediado por su gente. Con un Vitali Klitschko, el campeón del mundo de boxeo y
jefe de la Alianza de Reformas «Udar» (Golpe), que ha tomado la antorcha de la
oposición de la encarcelada Julia Timoshenko. Para todo el movimiento opositor,
la asociación con la UE es la garantía de la democracia.
El pulso de los próximos días y semanas será total. La
voluntad de Rusia y su aliado Yanúkovich de imponerse está fuera de dudas. Si
ha de ser con sangre lo será. La voluntad desesperada de los europeístas de no
perder el tren de la historia que estaba allí, parado en el andén, con destino
a Europa y las libertades, también se presta al sacrificio. Y se siente capaz
de vencer al gigante. La pasada noche se hablaba de la dimisión de Azárov, que
sería sacrificado por Yanúkovich. Y de un acercamiento de éste a la UE para
tranquilizar a la calle. La oposición exige elecciones. Pero Ucrania está rota.
Y lo que ha sido una guerra fría entre «europeos» y «rusos» puede acabar en
tragedia y el país en llamas. Los ucranianos en la calle lo quieren todo. Y el
hombre del Kremlin también. En todo caso, y de nuevo, la historia está en
marcha en las costuras del continente que pasan por Ucrania.
MARTIRIO IGNORADO
Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 03.12.13
Imperdonable es que los cristianos occidentales no ejerzan
su influencia en hacer frente al martirio de sus hermanos en Cristo
VEMOS cruces rotas o quemadas, iglesias en ruinas y también,
en ocasiones, cadáveres calcinados. Son imágenes que nos llegan ocasionalmente.
Cierto que con alguna frecuencia. Pero como brotes aislados de violencia
lejana. Son incidentes remotos con víctimas desconocidas. A las que prestamos
poca o ninguna atención. Porque el mundo produce más noticias trágicas de las
que podemos digerir. Porque tenemos nuestros propios problemas que siempre nos
parecen los mayores. Por mucho que sepamos que son cuitas ridículas comparadas
con otras que se sufren lejos. Todo esto, todo aquello, genera una muy densa y
eficaz cortina de hechos y angustias que nos impide ver uno de los fenómenos
más trágicos, amplios y trascendentes que se produce en el mundo en este
comienzo del siglo XXI. Es la persecución a muerte de los cristianos y el
exterminio de la cultura cristiana en muchas regiones de la Tierra. En muchas
de ellas con raíces y tradición milenaria. No estamos ante inocentes religiosos
o brotes de odio entre comunidades. Sino ante una persecución sistemática del
cristianismo en muchas regiones donde es minoría. Y con intención de acabar con
su existencia, de extirpar cristianismo y su memoria de países en los que ha
sido parte capital de su identidad durante siglos.
El diplomático español Javier Rupérez publica un artículo al
respecto en la revista de FAES en la que denuncia la pasividad con que la
comunidad internacional asiste a una persecución de dimensiones bíblicas. La
tragedia está en los hechos desnudos. En Irak el censo de 1987 registraba una
población cristiana de 1,4 millones. En 2003 esa cifra se había reducido a
800.000. Hoy, la organización católica «Ayuda a la Iglesia Necesitada» estima
que probablemente no sean más de 150.000 los cristianos en Irak. En el norte de
Nigeria saltan regularmente a las noticias cuando la matanza de la organización
islamista Boko Haram es multitudinaria. Pero apenas se percibe el permanente
goteo de muerte, agresión y terror. Como no se informa de los pogromos que
sufren los cristianos en partes de la India, bajo un hinduismo fanatizado.
Son decenas los países de Asia y África en los que la
persecución de los cristianos es práctica habitual, más o menos tolerada por
los Gobiernos, volcada contra esta comunidad por la única razón de su credo.
Como señalan desde el National Catholic Reporter, que sitúa la cuestión en un
contexto histórico comprensible y exigente: «No tenías que ser judío en los
años 70 para estar preocupado por los judíos disidentes en la Unión Soviética;
no tenías que ser negro en los 80 para sentirte afectado por el apartheid en
Sudáfrica; y de la misma manera no tienes que ser un cristiano hoy en día para
reconocer que los cristianos constituyen el grupo religioso más perseguido en
el planeta».
Las cifras que hablan de 100.000 cristianos muertos cada año
durante la pasada década están distorsionadas al incluir a los cristianos
asesinados en las matanzas del Congo. Pero sin ellos hay que hablar de 10.000
cristianos asesinados todos los años desde hace una década. Es decir, cada algo
menos de una hora se asesina a un cristiano por el mero hecho de serlo.
Trágicas son las penalidades de los cristianos allí y triste la indolencia de
los cristianos aquí. El desinterés en las sociedades occidentales por lo
general de mayoría cristiana, es un síntoma desolador del estado de su músculo
moral y su conciencia. Cierto que es muy ofensiva la falta de reacción del
islam moderado ante las barbaridades cometidas por sus correligionarios
radicales. Pero imperdonable es que los cristianos occidentales no ejerzan toda
su fuerza e influencia en hacer frente a ese callado martirio de sus hermanos
en Cristo por todo el mundo.